miércoles, 29 de febrero de 2012

¿DE QUÉ HUYEN LOS INMIGRANTES SUBSAHARIANOS?


¿DE QUÉ HUYEN LOS INMIGRANTES SUBSAHARIANOS? 

La inmigración es ya un “problema” para el mundo civilizado y rico. La importante oleada migratoria que ha afectado en primer lugar a España, ha hecho saltar todas las alarmas. Según dictan las cifras, en el mes de Agosto llegaron a las costas españolas más inmigrantes que en todo el año anterior. Las páginas de los periódicos amanecen llenas de noticias nada esperanzadoras al respecto. La Unión Europea no parece dispuesta a dedicar muchos fondos ni medios técnicos, a pesar de las peticiones del Gobierno español. La inmigración se ha convertido en un problema político, lo que entorpece considerablemente su solución, toda vez que se trata de un problema humano, hasta tal punto que son muchos los africanos que llegan muertos a nuestras costas, o son arrojados al océano desde los cayucos por sus propios compañeros de viaje, o incluso son abandonados en pleno desierto sin más avituallamiento que una garrafa con agua contaminada. Si estos ingredientes no son suficientes para provocar la búsqueda de una solución compartida es porque la Humanidad ha dejado de serlo, y ha desheredado a sus hijos más pobres.

Se trata de resolver las causas adversas que mueven a los africanos a arriesgar sus vidas para facilitar su supervivencia lejos de sus países, sus familias y sus aldeas. Occidente considera que la llegada incontrolada de estos pobres es un problema. Y punto. Sin embargo, el auténtico problema son las condiciones en que viven los futuros inmigrantes, la miseria que aqueja a los africanos subsaharianos por causas estructurales y, además, por la pérdida de valores de la humanidad. Ciertamente, las personas seguimos siendo sensibles al sufrimiento de los otros, pero el colectivo universal que es la Humanidad, no parece dispuesto a funcionar como un ente solidario en que no quepan las exclusiones. Cuando los cayucos cargados de negros famélicos y ateridos de frío han llegado a las playas canarias, los veraneantes no han dudado en auxiliarles. Hay valores como el sentido del socorro o la compasión que aún están vigentes.

La pregunta bien sencilla: ¿de qué huyen los inmigrantes africanos? La respuesta también es sencilla: de la miseria. Se trata de definir y dimensionar esa miseria para intentar combatirla. Pero el diagnóstico exige sinceridad y amplitud de miras. África es un continente que hasta finales del siglo XIX estuvo colonizado. Tuvo mucha más importancia en las mesas de los despachos de los gobernantes de los países colonizadores que en su misma geografía. Sus tierras fueron divididas, siguiendo intereses económicos, con absoluta arbitrariedad, sobre un mapa, a golpe de regla y cartabón. Antes de la dominación colonial África había sufrido tres siglos en los que el comercio de esclavos había interferido de forma brutal su crecimiento y configuración social. Ya en periodo más moderno las fronteras creadas artificialmente no tuvieron en cuenta ni la implantación de muchos grupos étnicos, ni ecosistemas, ni cuencas fluviales, ni las posibles reservas de recursos naturales, de modo que el conglomerado resultante era casi imposible de gobernar.

Por eso, resulta sobrecogedor este rasgamiento de vestiduras ante el hecho migratorio, que algunos llaman “problema” sin ruborizarse. Porque lo que, en todo caso, es un problema es la situación que pueden provocar en el lugar de acogida. Sin embargo, aún no se ha producido ni un solo pronunciamiento, -ni de la ONU, ni del Banco Mundial, ni del FMI, ni de otros organismos internacionales-, que justifique y muestre su comprensión ante el proceder de quienes dejan la miseria para buscar la vida. Sería procedente, como mínimo, evitar el término “ilegales” para nombrarles e inventar otro que les eximiera de culpabilidad.

África ha sido excluida de todos los procesos de desarrollo. Es cierto que arrastra una herencia pesada y brutal desde los tiempos de la colonización, en los que las potencias dominantes la utilizaron como banco de pruebas. Ni la colonización ni la guerra fría que se cebó en varios países tras ella, han conseguido acelerar el proceso de desarrollo del continente. Y es de eso de lo que huyen los africanos, porque hasta ellos llegan las imágenes y noticias relacionadas con nuestro primer mundo. ¿Cómo evitar que quieran vivir en él? Debiéramos coincidir en un principio básico del diagnóstico, y deberíamos coincidir en un plan básico de desarrollo.

PESTES, ENFERMEDADES...

La malaria y el Sida, principalmente, constituyen un verdadero azote para los africanos del sur del Sahara. En el libro de Jeffrey Sachs, “El fin de la Pobreza”, se relata de qué modo brutal el economista descubrió que el Sida no solo afectaba a las capas más pobres de la población sino que incluso quienes habían acudido, como él, a hacer estudios y elaborar propuestas al continente, caían en la enfermedad porque no se llevaba a efecto ninguna medida preventiva ni paliativa con la suficiente intensidad.

Sachs lo expresa de este modo: “El Sida era ya implacable a mediados de la década de 1990, pero lo peor estaba todavía por llegar. La muerte esperaba en la puerta. El Sida no era el único que producía un efecto devastador en la sociedad africana. Enseguida fui consciente de que había otro asesino insidioso: la malaria...Lo que más me sorprendía era, sin embargo, el ensañamiento de la malaria con los niños. Los hijos de todo el Edmundo, -ricos y pobres por igual-, contraían la malaria. Y todos se exponían a graves complicaciones”. Si el Sida es el monstruo de nuestro tiempo por su importante impacto también en las sociedades más avanzadas, la malaria es una gran amenaza que no debe pasar desapercibida, porque aunque tiene tratamiento, que es menos costoso que el del Sida, todavía causa tres millones de muertes al año en el Mundo, la mayoría de ellas en el continente africano.

El Sida, crece en progresión geométrica. Tienen que ver con las formas de vida y las costumbres de los africanos, pero tiene que ver sobre todo con el abandono del mundo civilizado y rico que no se muestra dispuesto a intervenir solidariamente para remediarlo. A finales de la década de 1990, en los países ricos, la lucha contra el Sida había abierto grandes esperanzas a los afectados. Se habían diseñado tratamientos que, poco a poco, iban demostrando su eficacia. Sin embargo, aquella esperanza no se abrió para los países de renta baja. En aquel tiempo, según datos suministrados por Jeffrey Sachs, el mundo estaba aportando solo 70 millones de dólares para que toda África luchara contra el Sida.

Es cierto que el Banco Mundial y el FMI han estado presentes en África, pero sus créditos no han incidido directamente en la lucha contra la malaria y el Sida. Y es preciso establecer correspondencias evidentes entre la enfermedad y la pobreza. Hay preguntas que nunca han sido respondidas. ¿Es la enfermedad una causa de la pobreza, una consecuencia de ella, o ambas cosas? ¿Por qué en los países pobres la esperanza de vida es mucho más baja que en los países ricos? (La esperanza de vida en África es de 48 años, más de 30 años más baja que la de los países ricos) Se han identificado ocho razones que ilustran este dato y todas ellas tienen nombre de enfermedad o síndrome: Sida, malaria, tuberculosis, disentería, infecciones respiratorias agudas, enfermedades vacunables, deficiencias nutritivas y partos sin las condiciones adecuadas. Parece lógico concluir que los inmigrantes huyen también de todo esto, porque quieren vivir más de cuarenta y ocho años.

De cualquier manera, surge inevitablemente la más importante pregunta: ¿cuánto debería aportar el mundo rico al mundo pobre para invertir en la lucha contra las enfermedades? Una Comisión dirigida por el propio Sachs concluyó que la ayuda de los llamados donantes debería aumentar de aproximadamente 6000 millones anuales en el año 2000 hasta alcanzar los 27.000 millones anuales en el año 2007. No fue un cálculo a la ligera porque “la suma del PNB de los países donantes ascendía a unos 25 billones de dólares en el 2001, de modo que la comisión propugnó una inversión anual de aproximadamente una milésima parte de la renta del mundo rico. De este modo la comisión mostraba con pruebas epidemiológicas de primera magnitud, que semejante inversión podía evitar ocho millones de muertes al año”. El informe tuvo un eco importante y fue presentado en foros notables, incluida la Conferencia Internacional sobre el Sida celebrada en Durban en julio del 2000, pero los donantes no acogieron el informe con entusiasmo. Puntualiza Sachs: “La afirmación más habitual era que el tratamiento contra el Sida no funcionaría porque los pacientes pobres y analfabetos no serían capaces de cumplir con los complicados regímenes de medicación”.

De estas demoras, de la desconfianza, de la burocratización excesiva, de la desesperanza, de la insolidaridad de los ricos para con los pobres y del abandono también huyen los africanos.

ESCLAVITUD, COLONIZACION, DESCOLONIZACION....

He oído a un tertuliano de nuestra televisión, -por cierto, un hombre que hace ostentación de su título universitario-, que los negros que llegan a nuestras costas deben ser trasladados inmediatamente a África porque “son responsables exclusivos de su situación de pobreza”. Y lo justificó llamándoles cobardes y desidiosos por no haber luchado resueltamente contra la corrupción que asola sus países, dirigida y protagonizada por sátrapas y gobiernos totalitarios. Auxiliado por otra tertuliana que esgrimía que no se puede desarrollar ningún programa de ayuda humanitaria porque los dirigentes corruptos impiden la llegada a su destino, el tertuliano se permitió una broma macabra al afirmar que lo que está ocurriendo en África es una auténtica “merienda de negros”. ¿No es de un atrevimiento obsceno culpabilizar exclusivamente a las auténticas víctimas de la injusticia, de la propia injusticia? La Historia de África es larga y complicada, tan larga como el tiempo, pero el anecdotario y la lectura de los hechos trascendentales que han motivado la situación actual no puede sustraerse al papel que ha jugado la esclavitud que esquilmó a los pueblos africanos llevando a sus hombres y mujeres más “útiles” a trabajar y servir en las sociedades desarrolladas, ni al papel que ha jugado el colonialismo apropiándose de los recursos naturales, desnaturalizando las estructuras sociales y culturales africanas y abandonando los despojos.

Entre 1956 y 1961 alcanzaron la independencia más de la mitad de las antiguas colonias del continente. La historia de la colonización tiene su precedente en las primeras exploraciones, dirigidas por aventureros y navegantes europeos, estimuladas por la búsqueda de las nuevas rutas hacia Asia. El Reino Unido ocupó una gran franja desde Egipto hasta Sudáfrica así como algunas zonas del golfo de Guinea; Francia se asentó en el África noroccidental y ecuatorial así como en Madagascar; Portugal lo hizo en Angola, Mozambique, Guinea y algunas islas estratégicas; Alemania en Togo, Tanganica y Camerún; Bélgica en el Congo; Italia en Libia, Etiopía y Somalia; y España en Marruecos, Sahara y Guinea. La voluntad de tutelar África y adueñarse de sus riquezas tuvo su colofón en 1885 cuando la Conferencia de Berlín  estableció el principio de la ocupación efectiva como forma legitimadora de la ocupación de colonias.

La independencia de aquellas colonias ha tenido lugar hace solo cincuenta años. Y se hizo de forma tan arbitraria, que puso en evidencia todas las miserias y egoísmos en que se fundamentó la colonización. Se produjeron grandes problemas de integración nacional como consecuencia de fronteras implantadas por caprichos que obedecían a los intereses especulativos de los colonizadores. Faltos de unas estructuras geopolíticas y sociales firmes, quedaron patentes importantes déficits estructurales: la población empezó a crecer a ritmos mucho más acelerados que la producción de alimentos. A todo esto hay que añadir la abundancia de gobernantes de carácter militar y de corte dictatorial en cuyas manos cayó la mayoría de África. ¿Qué responsabilidad tuvieron las naciones europeas colonizadoras en todo ello? No es lógico poner la descolonización como un ejemplo de la lucha por la libertad de los pueblos y los estados africanos porque, si bien la Conferencia de Berlín reguló e intentó legitimar la colonización, la descolonización no se regularizó ni se planificó en ninguna conferencia.

Los colonizadores iban abandonando los territorios, si bien dejando al frente de los gobiernos a compinches fieles a la consigna de favorecer intereses de empresas y organizaciones afines a los colonizadores retirados. En muy pocos casos hubo procesos independentistas sin condiciones previas y, en algunos casos, se produjeron conflictos bélicos que llevaron a auténticos genocidios. Tal se produjo, por ejemplo, en Kenia. En Rhodesia del Sur y Sudáfrica la independencia proclamada por colonos blancos propició bastantes años de apartheid y mucha sangre derramada. La desestabilización de Argelia fue consecuencia, entre otras cosas, del intento de Francia de mantener su supremacía en un lugar estratégico del norte de África. Las condiciones que Francia pretendió imponer a sus ex colonias motivaron también tensión y conflictos, por ejemplo, en Somalia. Algo semejante cabe subrayar en el Congo belga, donde se produjeron importantes enfrentamientos étnicos y la secesión de Katanga, que obligaron a la intervención de la ONU.

El poscolonialismo se caracterizó por la inestabilidad política, la fragmentación social y el subdesarrollo  económico. Quienes les recibimos aquí somos los herederos de quienes les infligieron el brutal castigo de la colonización desordenada hasta hace solo 50 años.




GUERRAS, REFUGIADOS, DESPLAZADOS, SIN HOGAR...


África es un continente en guerra. Múltiples conflictos, de diversas características, tienen lugar en todo el continente. Angola, Burundi, Chad, Congo Brazaville, Liberia, República Democrática del Congo (Zaire), Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Costa de Marfil, Kenia, Nigeria o Uganda se han visto seriamente afectados por conflictos violentos que han tenido un coste importante en forma de vidas humanas, destrucción de infraestructuras, costes económicos y pérdida de patrimonio, además de desarraigo de los africanos que se ven obligados a vivir en grandes campos de refugiados, o en países en los que ni han nacido ni han vivido antes. Mak Duffield considera que las guerras en África responden a tres razones fundamentales: la economía política derivada de las guerras, el subdesarrollo como causa de los conflictos y el comportamiento bárbaro inherente a ciertas civilizaciones presentes en el continente.

Hay datos alarmantes que ilustran la vinculación de los conflictos con la economía. En Angola, la UNITA consiguió gracias al comercio de los diamantes más de 4,2 billones de dólares entre 1992 y 2001. En Sierra Leona, tanto los señores de la guerra liberianos como los rebeldes del RUF, obtuvieron más de 120 millones de dólares con el mismo producto. Un panel de expertos creado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas  denunció la explotación ilegal de los recursos naturales y otras formas de riqueza en la República Democrática del Congo, en cuyo conflicto bélico se vieron involucrados siete países africanos. Al menos tres importantes redes político-económicas han estado involucradas en el conflicto, además de 85 compañías internacionales conectadas, de uno u otro modo, con dichas redes.

Esta situación de conflictos generalizados ha provocado importantes dosis de desarraigo. Los africanos han huido de los lugares de conflicto y se han reunido en grandes campos de refugiados donde son atendidos por organizaciones humanitarias. A veces, dichos campos se encuentran en áreas extensas y despobladas situadas a grandes distancias de las ciudades de las que proceden los refugiados. En un continente tan atiborrado de conflictos es difícil encontrar asentamientos idóneos y suficientemente seguros. Hay campos de refugiados en los que viven varios cientos de miles de personas, es decir, tantas como en muchas capitales españolas. Por eso, no pueden asentarse en lugares montañosos o rocosos, ni en zonas inundables, ni en lugares donde no hay agua, ni en tierras infestadas por insectos peligrosos, animales salvajes o minas antipersona. Igualmente se encuentran importantes obstáculos sociales porque los refugiados no gustan de asentarse en lugares en los que no encuentran ningún tipo de afinidad con la población local o más cercana.

Si a estas personas desplazadas a causa de las guerras sumamos los desplazados por desastres naturales, el mapa de personas que viven en condiciones ínfimas, lejos de sus lugares de origen, es muy nutrido. De los 22 millones de refugiados que hay en el Mundo la gran mayoría viven en África. De los 30 millones de desplazados a causa de catástrofes naturales que hay en el Mundo, una parte muy importante de ellos viven en campos de desplazados de África. Pues bien, también de este modo de vida desarraigado y precario huyen los inmigrantes subsaharianos que llegan a nuestros litorales.


LA INVASION DE LOS INVADIDOS



Tomo prestado el subtítulo de una intervención del escritor Eduardo Galeano. Nuestros invasores solo quieren vivir. Están dispuestos a trabajar en cualquier función. No les importa que los ricos de la sociedad rica, -que sólo son unos pocos de dicha sociedad-, se hagan aún más ricos a costa de su sudor y de su esfuerzo. Cuando salieron de la  miseria lo hicieron convencidos de que viviendo de los desperdicios del primer mundo, estarían mejor que en sus países de origen. Son gentes con escasos pertrechos, cuya arma más poderosa es la esperanza.

El Mundo, al que ellos también pertenecen, les ha asignado un papel, el de los que huyen. Ellos son las hordas sordas que buscan su supervivencia lejos. Para ellos la palabra “lejos” no es sinónimo ni de fracaso ni de tristeza, porque están dispuestos a todo. El nuevo orden mundial quitaría a África de los mapas y dejaría la superficie que actualmente ocupa en las cartas y documentos geográficos como una gran superficie azul, un mar inmenso que no tuviera nombre, para que ningún aventurero se sintiera tentado a surcarlo y descubriera el engaño.

La coartada de los poderosos no puede ser más miserable ni más vergonzante. Europa guarda silencio y no responde a las llamadas de socorro de los inmigrantes africanos. El gobierno español ha alertado a los gobernantes europeos porque es consciente de que los africanos no buscan las costas españolas sino como una primera escala que les instala ya en Europa.

Los gobiernos de los países desarrollados están dispuesto a cerrar sus puertas. España abrió su frontera con Francia, pero ha construido kilómetros y kilómetros de alambradas entre Ceuta, Melilla y Marruecos. La ex ministra de Costa de Marfil, Aminata Traoré, afirmaba recientemente que los asaltos de los subsaharianos a esas alambradas son el resultado del fracaso de eso que se llama en los países europeos “Cooperación al Desarrollo”. Los gobiernos del Mundo desarrollado no se atreven a admitir que en el fondo solo son gendarmes al servicio del neoliberalismo, que valiéndose de eufemismos como “economía de mercado” o “globalización”, da una vuelta de tuerca más al capitalismo. Ya no se atisban diferencias notables entre la izquierda y la derecha en este asunto. Unos y otros gobiernan a golpe de encuestas, y han dejado que los ciudadanos lleguen a pensar que los inmigrantes son un problema. No es de extrañar que la derecha piense de ese modo, pero produce dolor que lo haga la izquierda. La izquierda no debe renunciar al didactismo inherente a su compromiso e ideología: debe educar a los humanos en pos de una idea tan simple como fundamental cual es que el destino de cualquier humano ha de ser el mismo destino de toda la Humanidad. Pero la realidad es sobrecogedora. Aminata Traoré  puntualiza en el documental “Los Amos del Mundo”, cuando aborda el comportamiento perverso de la globalización económica, que permite que deslocalizaciones de empresas ubicadas en Europa dejen sin trabajo a los europeos: “Si Europa está dispuesta a dejar en el paro a sus ciudadanos (por mantener y apuntalar el sistema), ¿qué espera para África?”.



UN TUNEL EN EL ESTRECHO DE GIBRALTAR



La solución es posible. La inmigración que preocupa no debe convertirse en el virus que endurezca nuestras voluntades. África necesita de Europa, del mismo modo que Europa pierde su honor y su dignidad si da la espalda a África. La distancia que separa a España de África es menor que la que separa a Europa de Gran Bretaña. Si entre éstas dos últimas fue posible y necesario construir un suntuoso túnel para comunicarlas, ¿por qué no construir otro por debajo del estrecho de Gibraltar con el mismo objetivo? Tal vez no resuelva totalmente las dudas pero sería un buen comienzo para sentir a los africanos algo más unidos y cercanos a los españoles y a los europeos.



Fdo  JOSU MONTALBAN

lunes, 27 de febrero de 2012

ENTRE LAS CORTES ESPAÑOLAS Y “LA VENENCIA”




En las Elecciones Generales de 2008 fui elegido Diputado de las Cortes Españolas por el Partido Socialista. Tenía entonces 56 años, una edad más que razonable para acceder, -desde mi pueblo de algo más de 8.000 habitantes llamado Zalla, de la provincia de Bizkaia-, al órgano constitucional que reúne a los representantes del pueblo español, que ejercen la potestad legislativa del Estado y son inviolables, tal como reza la Constitución Española. Mi nueva encomienda era digna de ser tenida en cuenta, y más, se presentaba ante mí como una empresa difícil y comprometida, como una responsabilidad llamada a culminar mi trayectoria política dada mi edad madura.

Llegué a Madrid como un aventurero de provincias, a descubrir la Corte. A primera hora de la mañana, cuando el Paseo de la Castellana se despertaba, me apeteció caminar entre la estación del Metro de los Nuevos Ministerios y la Carrera de San Jerónimo. Nada me distraía de mis pensamientos que desmenuzaban todos los pasajes de mi vida política y pública desde que inicié mis primeros escarceos como concejal en el Ayuntamiento de mi pueblo. Debió ser cosa del azar, -y de los sufragios de los ciudadanos-, que llegara a ser Diputado Foral en Bizkaia y poco después Portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento provincial que, solemnemente, se llama Juntas Generales. Lo cierto es que las Cortes, ese edificio majestuoso cuyas puertas están flanqueadas por sendos leones, se mostraba en mis anhelos como una fortaleza inexpugnable a la que tendría que acceder con mucha cautela, con la discreción del inexperto y la decisión de quien se sabe elegido. Así pensaba yo que debería obrar mientras caminaba Paseo de la Castellana abajo. Hice un descanso en el Café Gijón para tomar café, aligerar la vejiga y recordar algún poema escrito allí cuando, en alguno de mis viajes a la capital acudí a ver escritores e intelectuales que solían pulular por aquel lugar. A las diez de la mañana pasé ante un Policía Nacional mostrando mi DNI y un documento que había recibido de las Cortes que certificaba mi nueva ocupación, trabajo o responsabilidad.

Acabaron mis recelos en aquel instante, porque lo demás no fue muy diferente a cualquier gestión más o menos complicada que se realice ante un Organismo Público. Luego fue el reconocimiento del espacio, el apoderamiento del cargo y la encarnación de aquella responsabilidad sublime.

Me puse en pie, se encendió la luz que anunciaba que el micrófono que tenía frente a mí funcionaba y respondí al Presidente Bono con un “sí, prometo” que me hizo temblar en el instante. Lo nuevo asusta, pensé para tranquilizarme, y aunque fingí estar por encima de las parafernalias ante los demás, no era la imagen a la que yo estaba acostumbrado la que reflejaban de mí los espejos. En varios de ellos vi aquella imagen expectante y dubitativa y me fui sintiendo cada vez mejor hasta que crucé la puerta de mi estrecho y recogido despacho y la cerré a mis espaldas. También allí había un cristal oscuro que me reflejaba. Me miré en él, giré el mentón, me mesé suavemente los cabellos y la barba y me planté con rotundidad. “Con dos cojones”, me dije, no sé si para ahuyentar el miedo o para armarme de valor, que aunque parecen significar lo mismo constituyen dos pasajes bien diferentes del mismo trance.

En los momentos más íntimos dibujaba mis pretensiones y todo, absolutamente todo, me hacía presagiar que mi nueva obligación me obligaría (valga la redundancia) a extremar mi respeto, ejercer mi educación con la máxima delicadeza y a aportar a los debates y acciones toda mi sabiduría y experiencia. La madera noble del Hemiciclo reclamaba mi nobleza. Los rostros y semblantes hieráticos de los cuadros y las estatuas me exigían seriedad. El rojo de las alfombras mullidas y el púrpura de los tapices reclamaban responsabilidad y sinceridad. A todo tenía que responder poniendo todo mi empeño en que la Democracia, conquistada tras una guerra y una dictadura, mostrara su rostro más generoso a los españoles que tenían depositada su esperanza en ella. Yo, como su representante, tenía la obligación de preservar el debate de la violencia verbal, de proteger el lenguaje de las groserías, de convertir las “verdades” que de allí saliesen en consignas comprensibles y susceptibles de ser obedecidas con mansa voluntad. Con esas premisas inicié mi andadura parlamentaria, convencido de que de ese modo me sería difícil salir en las páginas de los periódicos, pero igualmente seguro de que no podía obrar de otro modo teniendo en cuenta mi condición socialista.

En los ratos libres empecé a descubrir el entorno. En el Barrio de las Letras hay demasiados lugares que llaman la atención. Cada calle soporta su leyenda; cada casa sostiene su lápida escrita con nombres insignes y fechas; cada taberna encierra costumbres y recuerdos de quienes las visitaron, y exhiben a sus clientes más peculiares. A no más de trescientos metros lineales de mi despacho en las Cortes, en la calle Echegaray, está la Venencia. ¿Una tasca, un bar, una taberna? Dejémoslo en un lugar indefinible. Profundamente bello. Se sirven pocas cosas: vinos olorosos, mojama, embutidos, aceitunas y no muchas cosas más. ¡Para qué más!

No creo que la selecta clientela vaya solamente para comer o beber, más bien creo que va a alimentarse espiritualmente. Allí las estanterías son viejas, como los cuadros y los carteles que cubren las paredes; las botellas están cubiertas de polvo, la luz es mortecina y las paredes desprenden un color amarronado. Hay alusiones a la vieja República que Franco ahogó y hay alusiones a los viejos tiempos. No hay música para que puedan haber voces comedidas, para que las palabras sirvan para dialogar. Hay allí gentes curiosas y hay quienes curiosean, porque las gentes curiosas visten y van aviados a su manera, la mayoría alejados de las modas y los figurines, y quienes curiosean cuchichean sobre las excentricidades y particularidades de cada cual. Hay una gata negra que pasea entre los pies de los clientes, y sobre las mesas, entre las copas larguiruchas. Allí hay libertad y el ambiente tiene que ver con la variada sociedad española compuesta por gentes que filosofan mientras sufren, que encuentran soluciones a los problemas cotidianos y ahogan en vinos aromáticos las dudas y perversiones que les llegan, amenazantes, desde los centros en los que se administra el poder.

Ya han pasado tres años. Suficiente para hacer balance y sacar algunas conclusiones. Allí donde debe ser requerida u obligada una actitud responsable y constructiva se exhibe la desvergüenza de quienes se han empeñado en convertir el Congreso de los Diputados en un Patio de Monipodio. Allí son las reyertas, las voces destempladas, las puñaladas traperas y las medias verdades esgrimidas para desbancar a quienes gobiernan, con el único objetivo de invadir todas las sedes del poder para ejercerlo sin compasión ni generosidad. No es el Gobierno lo que persiguen, porque si así fuera dejarían que el gobierno socialista cayera por la ineficacia de que le acusan, y no a causa del su irresponsable asedio. Mientras se empeñan en culpabilizarle de todo, no prestan ni una sola propuesta al Gobierno porque no están dispuestos a gastar ni una sola de sus energías en la colaboración. Se han tomado tan al pie de la letra el significado del término “oposición” que hay situaciones tan grotescas que suponen un galimatías en el que las contradicciones son constantes y encadenadas entre sí. Saben bien que la sociedad que sufre los rigores de la crisis no entiende que se pasen el día derrotando contra el capote del destino, sin arrimar el hombro para llevar el paso de la miseria y los padecimientos al olvido. ¡Tal es su concepción de la democracia! Desde luego que no lograrán acabar con ella porque se ha consolidado para siempre, a su pesar, pero su actitud les delata y su estrategia es evidente: desacreditar al sistema, desvalorizar a las ideologías, -que solo pueden ser de izquierdas frente a los intereses de la derecha-, y mostrar la Política como un mero medio para que los políticos continúen viviendo. Es decir, se trata de una forma de fascismo moderno, el único que tienen al alcance de su mano.

Así que cada mediodía, salvo que el programa diario me lo impida, acudo a la Venencia como quien profesa una fe y un culto especiales. Allí me encuentro con la libertad, con el pueblo y con la democracia. Allí encuentro el silencio, la luz grisácea y los diálogos reposados, es decir, ese ambiente intimista que incita a compartir sabidurías y comprender inquietudes. Allí apoyo la cabeza en mi mano abierta para recapacitar y, de pronto, un parroquiano (que así llamaba a los clientes Cuqui la de la tasca de Charra de mi niñez) me traslada a la sociedad real, tan variada y atribulada, tan reservada y conformista, que resiste todos los avatares a los que la Política les condena. No acuden muchos, apenas uno o dos, de esa derecha retrógrada que utiliza la libertad inalienable de las Cortes para poner las instituciones públicas a su servicio y al de sus capitales. Si acudieran más a menudo tendrían un criterio  sobre la sociedad real más humano, más constructivo, más responsable. También serían más divertidos, capaces de admitir que cada persona crea su propio universo sin que ello suponga impedir otros universos diferentes. Y serían capaces de aceptar, sin inmutarse, que una gata negra deambule pacíficamente entre sus documentos y los papeles en que llevan escritas sus consignas.

Entre las Cortes y la Venencia discurro todos los mediodías que puedo. Por el camino más corto, como si tuviera prisa por llegar, y allí acomodado me pregunto por los destinatarios de tantos reproches gratuitos como se hacen en ese Foro político que, estando llamado a congraciar a los pueblos y las gentes de España, se convierte en un mercadillo de barrio en que se derrochan las palabras, las voces se convierten en ruidos y los ruidos mudan en estruendos.

Calle Echegaray adelante, no sé porqué, tarareo con Silvio Rodríguez “¿Adónde van las palabras que no se quedaron?”. Y me respondo con otras preguntas: “¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón? ¿O se acurrucan entre las rendijas buscando calor? ¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo? ¿Acaso se van? ¿Y a dónde van?”. El camino es escaso y no da para más preguntas. Me acomodo y recapacito en un rincón de la Venencia, fielmente custodiado por Lola.

La gata de la Venencia se llama Lola.

Fdo.  JOSU MONTALBAN

         Diputado de las Cortes Españolas (PSE-PSOE)   

domingo, 26 de febrero de 2012

ELOGIO DEL BOTIJO



El consejero Azkarraga nos ha acusado a los socialistas vascos de “ser más españoles que el botijo”. Es verdad que después ha añadido la coletilla “sin ser peyorativo para los españoles”. Este tipo de coletillas hacen más absurdas y torpes las aseveraciones. Recuerdo una trifulca a la que asistí, ciertamente brutal, que se inició con la frase “sin ánimo de ofender”, pero es que, sin ánimo de ofender, alguien acusó a otro de los presentes de no ser hijo de su padre. Así que la afirmación de Azkarraga, si no pretendía ser peyorativa con los españoles, -cosa que dudo-, debía pretender lo con los socialistas vascos. Y bien, el intento de ofender de Azkarraga se va a quedar en nada porque sólo algún necio, -que haberlos haylos, incluso entre sus compañeros de formación-, puede cabrearse con tamaña estupidez, toda vez que se nace donde la casualidad quiere, donde ha querido que se encontraran nuestras madres en el momento húmedo de la ruptura de aguas que antecede a los partos.

A mí lo que más me ha dolido de la frase del consejero ha sido que haya hablado del botijo con esa ligereza, porque el botijo ha formado parte del paisaje de mi infancia como lo ha sido del de todas las infancias. Su sitio, a la derecha del fogón y a la izquierda del fregadero, era uno de los lugares más exclusivos y dignos de la cocina de mis primeros años. En cualquier otro lugar podían verse objetos diversos, pero allí, justamente entre el calor y el crepitar de los leños y la vocación higiénica del fregadero, estaba el botijo. Tan humilde como majestuoso, tan imprescindible como sencillo.

Recuerdo aquellas tardes de verano, cuando el angosto camino que pasaba frente a mi casa se llenaba de niños, muchachos, jóvenes y ancianos, cada cual con su botijo, en dirección a la fuente de Castigarrero, que aún chorrea en su profunda soledad, porque un gran cartel la ha convertido en no potable. Allí, bajo dos robles gigantes, los botijos esperaban su turno hasta que el chorro de agua fresca franqueaba su invisible puerta e invadía la intimidad de su orondo vientre de paredes de arcilla. Nadie, o casi nadie, sabía cuál era el proceso que tenía lugar en el interior del botijo para que el agua conservara su frescura aunque pasara el tiempo, normalmente cálido, de la primavera y el verano. Nadie sabía que en el interior de aquel artilugio de arcilla se producía constantemente un fenómeno de filtración del agua por los poros de la arcilla hasta que se evaporaba en contacto con el exterior, lo que provocaba el enfriamiento. Ciertamente, este proceso podría ser explicado de forma más compleja, lo cual añadiría importancia al asunto, hasta tal punto de haber abortado el afán ofensivo de Azkarraga.

Pero no, no se trata de eso. Se trata de devolver al botijo la dignidad que el consejero Azkarraga ha pretendido hurtarle. El botijo, que ahora está siendo relegado como consecuencia de la proliferación infinita de neveras y frigoríficos, data de hace más de 700 años. (Yo estoy seguro de que el botijo es tan antiguo como la sed en la mente del Hombre). La “buttícula”, antecesora del botijo, aparece por aquellas fechas en la obra “Gran Conquista de Ultramar”. Entonces se usaba para llevar indistintamente el agua o los licores en los navíos. El botijo también está presente en las Crónicas de Indias del siglo XVI. Y en la Pragmática de Tasas de 1680. Y en múltiples obras literarias muy antiguas: lo nombra Agustín de Moreto en el siglo XVII, y Sebastián de Covarrubias en el año 1611, y tantos otros cronistas antiguos. Tal ha sido el devenir, siempre ilustre, del botijo, que en todas las partes de España y del Mundo ha sido utilizado del mismo modo aunque haya sido nombrado de muy diversas maneras: Botijo, barril, búcaro, cantir, piche, pipo, piporro, rayo, sillo, sillonet, botixo, botijo de relo, barrila, barril de pitón, porrón, cantarillo de pitorro, cantarilla de pipote, etc.

No sé por qué estoy aportando tantos datos cuando la presencia del botijo en nuestras vidas ha sido tan notable. Los he visto en los fogones, en las alacenas de los zaguanes, en los umbrales de las puertas. El botijo ha sido compañero leal de labradores, de pescadores que se hacen a la mar de madrugada, de peones de la construcción, de horneros, de cantores, de molineros...Recuerdo aquellos burros engalanados, cargados de paja para que los botijos, las barrilas y los barreños no rozaran entre sí y se dañaran. Llegaban al comienzo de la primavera de la mano de un botijero cantarín, de manos áridas y semblante complaciente. Aquellos hombres y aquellos burros también forman parte del bello paisaje de mi infancia.

Pero, ¿A qué viene, señor Azkarraga, conferir el carácter de español al botijo? ¿Acaso no ha visto botijos en el norte de Africa, o en todos los países mediterráneos, o en cualquier lugar del Mundo donde el calor es excesivo y la sed arrecia, y el trabajo se hace más penoso a causa de las altas temperaturas?. Pocos utensilios son tan universales y tan prácticos. ¿Ha visto acaso algún caserío vasco donde un hubiera un diligente botijo esperando saciar la sed del casero? ¿No ha visto, acaso, nunca al casero sentado sobre el poyo de piedra, a un lado de la puerta, enarbolar el botijo para beber a gollete la fresca y cristalina agua? ¿No sabe de la dulce compañía que el botijo ha dispensado a los pastores vascos? Recuerdo los rebaños de ovejas, y al pastor con el botijo colgado a la espalda, del mismo modo que recuerdo al pastor tendido al borde de los pastos, el botijo a su lado, y la mano del zagal apoyada en el vientre de arcilla, quizás pensando si aquel vientre de barro fuera como el vientre de carne de su amada.

Por eso, Señor Azkarraga, aunque no se disculpe ante los españoles ni ante los socialistas vascos, hágalo ante el botijo. Por cierto, estoy seguro de que en su casa principal, o en su casa de veraneo, o en su choco, o en la sociedad gastronómica a la que acude a comer y beber con sus amigos, hay algún botijo, ahora menos práctico quizás, pero fiel recordatorio del tiempo en que el agua sólo se conservaba fría en sus entrañas.

Fdo. JOSU MONTALBAN  

miércoles, 22 de febrero de 2012

DESIGUALDAD Y POBREZA


De un plumazo han caído en mis manos dos publicaciones de frecuencia mensual que inciden en el asunto que da título a este artículo. Una de ellas subraya que estamos inmersos en una nueva época que bien puede calificarse como la de la desigualdad. La otra tiene un título más escueto pero no menos concreto: “Los nuevos pobres”. Sin embargo, ambas contienen datos y opiniones que permiten concluir que nuestra sociedad es cada vez más injusta, y que el desarrollo y el progreso, con haber sido evidentes en las cifras globales que atestiguan ciertos avances sociales, no están siendo disfrutados en la misma medida por todos. La desigualdad es un signo claro de injusticia, la pobreza es un signo de inmoralidad para la sociedad que la provoca y la soporta. El dato esclarecedor, suministrado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es el siguiente: la renta media del grupo de 10% más rico es aproximadamente nueve veces a correspondiente a la del 10% más pobre. Esta cifra, que constituye la media entre dicha relación en Eslovenia (4,8 veces) y Chile (27,5 veces), contiene datos igualmente esclarecedores, por ejemplo que en España es de casi 12 veces la proporción, o que en EEUU es de casi 15 veces.

Esta es la realidad que soportamos, pero las alarmas que se han encendido y golpean en nuestras conciencias apenas han alertado a los Gobiernos del Mundo en pos d e nuevos tiempos más justos y saludables para todos. Peor aún, la crisis que corre pareja a este tiempo ha cegado a la gran mayoría de los gobernantes, y también a los dirigentes de las Agencias y Organismos Internacionales sometiéndoles a la voracidad de la Economía y haciendo caso omiso a las llamadas de la Ética. Porque la elite de los ricos es cada vez más rica a costa de que la franja de los más pobres es cada vez más menesterosa. Los poderes públicos se han plegado a reglas y conceptos que bien poco tienen que ver con la Democracia, y mucho menos con ninguna ideología mínimamente progresista. Los llamados Mercados han impuesto sus reglas y sus vicios con tal impiedad que no parecen dispuestos a tener en cuenta a las víctimas de sus propias fechorías, es decir, a los que se empobrecen para siempre. Los Estados, en manos ya de tecnócratas despiadados o, como mucho, de políticos sometidos al dictado de tecnócratas y plutócratas, se están apartando de su función protectora de los ciudadanos, obsesionados por conceptos como déficit o deuda, que previamente ya han sido demonizados.

Eliminar el déficit de las cifras presupuestarias debería ser una decisión vedada a quienes no tienen la función y responsabilidad de elaborarlos y ejecutarlos. Cuando los mandamases europeos, a instancias de Angela Merkel, imponen sus normas antidéficit recurriendo a la modificación de los Tratados europeos (el de Lisboa con solo dos años de rodaje: ¿no estaba ya presente la actual crisis cuando entró en vigor?) parecen estar matando moscas a cañonazos, pero sobre todo están infligiendo a la población unas dosis de miedo excesivas e insoportables. Puede ser que algunas cifras relacionadas con el déficit o la deuda relativas a los 27 países de la UE requieran análisis pormenorizados, pero leamos las correspondientes a la todopoderosa Alemania, donde el crecimiento del PIB es bastante inferior al del déficit, mientras soporta una deuda pública del 83,2% del PIB (22 puntos por encima de España), ¿a qué vienen las declaraciones de Merkel, posteriores al Consejo último, intentando airear las condiciones españolas como altamente problemáticas? A todos nos preocupa la situación española, pero ha de impacientarnos en su justa medida, y mucho más por sus repercusiones en el empleo que por otras cosas.

Pero no nos vayamos del asunto. Cada vez que se intenta relacionar desigualdad y pobreza con desarrollo económico, corremos el riesgo de escapar del meollo porque cada vez más la Economía nos somete a su regla puramente especuladora y mercantilista, obligándonos a alejarnos del auténtico objetivo suyo, que no debiera ser otro que la consecución del bienestar y la felicidad de los ciudadanos. No es necesario ser un marxista irredento, ni siquiera un tibio socialdemócrata, para darse cuenta de la amenaza que constituye el ultraliberalismo económico que nos domina. Incluso Obama ha alertado con palabras certeras: “Nuestro éxito no ha radicado en la supervivencia de los más fuertes, sino en la construcción de una sociedad en la que todos salimos ganando”. Y luego, en alusión a la desigualdad imperante en EEUU, -un 0,1% de la población tiene unos ingresos anuales de 27 millones de dólares, y el ejecutivo promedio que hace una década ganaba treinta veces más que sus trabajadores, hoy recibe 110 veces más-, ha dicho que “esa clase de desigualdad nos perjudica porque la clase media ya no es capaz de comprar los bienes que producimos,…esa desigualdad distorsiona nuestra democracia porque le da una representación desproporcionada a unos pocos,…esa clase de desigualdad viola la promesa que radica en el corazón de América: que este es el país en que, si lo intentas, puedes triunfar”. No está mal esta autoinculpación de Obama, aunque si de lo que se trata es exclusivamente de triunfar, bien pueden considerarse triunfadores (y no injustos acaparadores) los de ese 0,1% de los norteamericanos de la elite.

Otra vez nos hemos alejado del asunto. Lo cierto es que la brecha entre ricos y pobres está en el nivel más alto de los últimos 30 años, aunque no se puede decir que durante esos años no hayan tenido lugar algunas crisis como la actual. En todo caso, la actual desigualdad es la consecuencia de una economía decadente que ha corrido al lado de unas políticas de reducción de impuestos a las rentas más altas, de una moderación salarial muy excesiva para las clases más bajas, y un boom financiero especulativo que se inició con una eclosión de los créditos para los más humildes y un rigor brutal contra quienes, posteriormente, no han podido hacer frente a los pagos derivados de dichos créditos.

Sí, se han reducido impuestos a los más ricos y se han rebajado o eliminado los impuestos que constituían muestras de opulencia y riqueza de quienes anteriormente los pagaban: con un gobierno progresista España rebajó el Impuesto de Sociedades, eliminó el de Patrimonio y redujo el IRPF. (Bajar impuestos es de izquierdas, ¿recuerdan?). El impuesto que ahora se pretende imponer a las grandes fortunas tiene un carácter eminentemente recaudatorio que en modo alguno va dirigido a la redistribución de la riqueza por la vía impositiva. Hace tiempo que se renunció a ese sentido distribuidor que debe ser inherente a cualquier política impositiva. Ahora, cada vez que se anuncia un posible impuesto nuevo se sitúa al lado la cantidad de dinero que se espera recaudar con él, para justificarlo, pero como no se concreta su destino, no está garantizado que vayan a ser los ciudadanos más pobres los que se aprovechen de ello, pues bien puede ser destinado a ayudas para las propias empresas de los opulentos o a cubrir la deuda pública a mayor velocidad que la normal, en obediente respuesta a los Mercados y a Angela Merkel.

La perpetuación de la desigualdad también incide en la intensificación de la pobreza. Hay pobres en la medida que hay ricos, y viceversa. Y los hay muy pobres en la medida que los hay muy ricos. El nivel de desigualdad es el que define la riqueza y la pobreza de un lugar con mayor fidelidad que como lo hacen las medias promedio del capital acumulado. Quienes reivindicamos una menor desigualdad, que es la versión piadosa de la igualdad, estamos pidiendo una mayor justicia y, sobre todo, una dignidad más firme para todos. No nos mueven ni la envidia ni el rencor, por otra parte lógicos cuando se trata de valorar derechos básicos de las personas conculcados. De  modo que resulta abominable la teoría por la que, garantizada la supervivencia y evitada la miseria extrema, la desigualdad no tiene porqué ser juzgada como perniciosa. Resulta malvado en grado sumo que no se llegue a comprender el sentimiento de rechazo de quienes, aunque ven mejorar sus ingresos, protestan porque los ricos aumenten su riqueza de modo grosero y desmesurado. Este sentimiento, que Feldstein ha llamado de “igualitarismo rencoroso” es tan humano como el afán de superación y el ansia de triunfo, aunque mucho más ético.

Es tan grande ya la brecha entre los ricos y los pobres que urge una solución para que no llegue a aflorar el rencor. La envidia, según el catecismo de mi infancia, es un pecado capital, un pecado mundano y como tal comprensible. Al final, la desmesurada riqueza de los opulentos está basada casi siempre en la avaricia, y genera, las más de las veces, soberbia; la extrema riqueza es lujuriosa, facilita el ejercicio de la gula y llega a propiciar, con mucha frecuencia, la pereza. Para la desmesurada y excesiva pobreza solo quedan dos propensiones: la envidia ante la desventaja de la desigualdad, y la ira de quienes se sienten desheredados y defraudados por la falta de decencia y moralidad de los opulentos.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN  

lunes, 20 de febrero de 2012

LA ESTRATEGIA DEL PESIMISMO


La inoculación del pesimismo  en la conciencia colectiva es la estrategia que está siguiendo el Gobierno de Rajoy. Los tiempos que estamos viviendo no son buenos, la crisis existe, pero bien poco se diferencia de todas las crisis que hemos padecido. Es curioso, pero en los tiempos del Caudillo Franco no se hablaba nunca de crisis, peor aún, vivíamos en tal mentira que el mismo Fraga se encargó de diseñar una campaña basada en la supuesta satisfacción de todos los españoles que subrayaba con el infausto slogan “25 años de paz”. ¿Imaginan ustedes una campaña, ahora mismo, en la que celebráramos los  treinta y tantos años de democracia, es decir, de “guerra”? Porque si la dictadura fue llamada “paz” por sus adeptos con Fraga a la cabeza, la democracia será “guerra” para ellos mismos. ¡Digo yo…!

Pero ha ocurrido que quienes administran esta crisis desde los mismos centros en que se fraguó  han logrado ya poner a sus partidarios y cómplices en los gobiernos europeos. El gran poder económico y financiero de Europa ya no tiene un solo resquicio gobernado por quien pudiera enfrentarse a él y se dispone a implantar su poderío sin ninguna piedad. Es verdad que los países se han endeudado en exceso, pero es también verdad que lo han hecho respondiendo a estrategias expansionistas generalizadas que siempre parecieron lógicas e idóneas. A los europeos se les vendió una moto de la máxima cilindrada a pesar de que solo era necesario un vehículo sencillo que nos proveyera comodidad y utilidad en lugar de grandeza y boato. Las noticias que coronan las cabeceras de los periódicos se hacen eco de los desastres y muestran los rostros herméticos de quienes conocen la crisis y están dispuestos a usarla en su provecho, a última hora no van a ser ellos los que la sufran en sus carnes, ni lo serán sus familias, ni sus amigos más próximos.

Porque, ¿alguien recuerda cómo reaccionó Islandia ante la crisis? Nada se ha sabido realmente de cuanto ha ocurrido. Islandia era un país acuciado por su deuda en el año 2008 y reaccionó del mismo modo que lo han hecho otros países europeos. Tan drásticas fueron las medidas aplicadas que incluso decidió que los 3.500 millones de euros a devolver a Gran Bretaña y Holanda, sus más importantes acreedores, fueron pagados por las familias islandesas, mensualmente, durante quince años al 5,5% de interés. Salieron a la calle las familias, y no precisamente para acudir a pagar sus deudas, sino a protestar. El Gobierno modificó el interés (al 3%) y el tiempo de pago (a 37 años). No fue suficiente para tranquilizar al país ni a los islandeses. Estaba tan clara la responsabilidad de los banqueros y de los políticos que habían alimentado aquel sistema que en la nueva Constitución que fue redactada se hicieron hueco medidas punitivas para los responsables. Y por fin, tras un referendo, se optó por no pagar la deuda. ¡Qué caraduras!, dirán ustedes. Es verdad que las deudas deben ser pagadas pero ¿por qué han de ser los ciudadanos, uno a uno, los que financien los devaneos de los poderosos tras los fracasos?

Avalados por un informe del FMI los datos de Islandia que doy a continuación son esperanzadores: el PIB islandés ha crecido en el 2011, y la previsión para el 2012 es de un crecimiento del 3,1%. El desempleo está alrededor del 7%. Se ha reformado el sistema bancario y se han reducido las entidades financieras de 23 a 14 entidades. Lo curioso es que a pesar de haber optado por este tipo de actuaciones tan peculiares sigue teniendo acceso al crédito de los mercados internacionales. Según afirma el economista y pensador Guru Huky “parece claro que los mercados financieros no son rencorosos y si ven que un país a pesar de haber impagado vuelve a sentar las bases para tener un crecimiento sano en el futuro, le vuelven a prestar…Lo que sí son los mercados es temerosos, sobre todo si ven que los países siguen sin afrontar y arreglar los problemas de base”. Alguien puede advertirme que el Gobierno de Rajoy está en la fase de arreglar los problemas más básicos pero ¿a qué viene el pesimismo y la desesperanza que transmiten Rajoy y su gobierno cada vez que hablan?

En la tribuna del Congreso de los Diputados sonó la voz solemne de Rajoy para decir a todos los españoles que el año 2012 va a ser “malo”, que el PIB bajará un 1,5% y que el paro va a crecer bastante más, sin poner límite. Por su fuera poco, el portavoz del PP no solo dijo que el 2012 será muy malo sino que también será “muy largo”. Bien, esta derecha española parece capaz de alargar el tiempo para justificar sus medidas, total la herencia recibida lo justifica todo: “El Gobierno socialista ha sido el peor gobierno de la democracia…El Gobierno actual es responsable de arreglar los problemas que ha dejado el anterior; la situación en que hemos cogido el país no puede ser peor” (Alfonso Alonso, portavoz del PP). Ha sido el único toque que, bien interpretado, mueve a cierta dosis de optimismo porque, si no puede ser peor, irremediablemente será mejor todo lo que suceda. Sin embargo, ni las victorias del PP en las dos últimas Elecciones, ni las medidas drásticas tomadas desde el cambio del Gobierno, -subida de impuestos, regulación financiera, hachazo al “exceso” de libertades de los españoles, reforma laboral, promesa de solemne supeditación al Merkosy, etc…-, han detenido las caídas del PIB y el aumento del paro. Se dijo que era imprescindible un cambio de Gobierno para dar confianza a Europa y a los Mercados, pero la confianza no ha aflorado. Que Rajoy y los chicos y chicas del PP sigan cargando las culpas sobre el viejo, por excesivamente defenestrado, Gobierno de Zapatero, solo es propio de ruines y miedosos. Sí, ruines porque siguen haciendo leña del árbol caído, y miedosos porque tanto parecen temer a la herida posible que van siempre vendados.

Esta estrategia basada en el pesimismo, no obstante, persigue ser eficaz para quienes la propugnan, y lo será siempre y cuando los españoles creamos que no hay otra solución posible que la que nos proponen. En el último debate del Congreso la oposición en bloque pidió a Rajoy una reflexión en torno a su modelo de austeridad que, previsiblemente, aumentará el desempleo: en lugar de usar la Política para embridar a la Economía, poner ésta al servicio de la Política y de su fin más noble, que es resolver los problemas de TODOS los ciudadanos, y no solo  de sus partidarios. La derecha española siempre ha deseado que Zapatero viera a España intervenida, en manos (en garras más bien) de los halcones europeos tan ávidos de carroña, pero Zapatero les aguó la fiesta en aquel 10 de Mayo de 2010, cuando tomó las medidas en la dirección dictada por los atroces Mercados. La derrota electoral del PSOE era algo inevitable, e imposible de corregir, pero Zapatero optó por la responsabilidad y la decencia, frente a la indecencia del PP que usó el Congreso de los Diputados para desacreditar al Presidente en lugar de hacerlo para suavizar y arreglar los rigores de los españoles colaborando con sus políticas, sumisas a los Mercados, sí, y como ahora, “las únicas posibles”.

Las Cortes de la pasada legislatura han mostrado a las claras que la derecha española tiene aún reminiscencias de épocas pasadas y, fiel a ellas, las usa solo para llegar al poder y abusar después de su ejercicio. ¡Piensen en ello todos los españoles y españolas que les votaron por despecho a otros, y saquen consecuencias!

Fdo.  JOSU MONTALBAN 

domingo, 19 de febrero de 2012

EL GUERNICA A GERNIKA


EL  “GUERNICA” A GERNIKA?


Gernika quiere ser la capital de Euskadi. Así lo han aprobado en su Ayuntamiento siguiendo una propuesta hecha por los concejales del PNV. En la Villa Foral por antonomasia siempre se reivindican tratamientos especiales porque en ella se encuentra el Árbol de Gernika, un roble milenario que representa las libertades de los vizcaínos. A sus pies los Señores de Vizcaya, tras recibir su título de los Reyes de Castilla, juraban el respeto al fuero de Vizcaya. Igualmente bajo el Árbol tenía lugar una costumbre fuertemente arraigada entre los vascos, que era la de congregarse para discutir sobre asuntos que les inquietaban, costumbre de carácter medieval que se repetía, con diferente solemnidad en cada territorialidad administrativa de Vizcaya. El Árbol de Gernika es el alma de la Casa de Juntas en cuyo seno se reúnen actualmente las Juntas Generales de Bizkaia, el Parlamento Territorial cuyo poder ejecutivo reside en la Diputación Foral de Bizkaia que, a su vez,  recoge sus competencias de la controvertida LTH (Ley de Territorios Históricos), que el nacionalismo vasco fundamenta en algunas frases grandilocuentes, aunque complejas de explicar, como “derechos históricos” o “hecho diferencial vasco”.

Gernika se hubiera quedado en un mero pasaje de la Historia si no hubiera acontecido allí un hecho extraordinario que convulsionó al Mundo y provocó una serie de reacciones importantes. El hecho fue el bombardeo que sufrió la Villa Foral en abril de 1937, en plena Guerra Civil española, que produjo casi mil setecientos muertos y casi novecientos heridos. La reacción más importante llegó de manos del pintor surrealista Picasso, que pintó su cuadro “Guernica” como recuerdo de aquella atrocidad y homenaje a quienes la sufrieron. El cuadro, pasado el tiempo, se ha convertido en el centro de un litigio absurdo que se complica todavía más cuando, de espaldas a modo real como se produjeron los hechos en 1937, el nacionalismo vasco pretende usar la obra pictórica en su provecho sólo porque su título evoca al pueblo bombardeado.

El sucesivas ocasiones los nacionalistas han reivindicado el traslado del “Guernica” a Euskadi, pero en lugar de basar su petición en el propio valor de la obra, o en la idoneidad de acercar la obra al lugar que, circunstancialmente, provocó su título, fundamentan su empeño en que el motivo de la pintura ya es razón suficiente para que la consideren patrimonio de los vascos. Nada hay de perverso en ello salvo que al igual que Gernika, otras muchas ciudades y pueblos españoles fueron bombardeados, bien cerca de allí en algunos casos, como Eibar, Durango o Bolívar. De este modo la obra de arte ya legendaria prolonga su carácter trashumante aunque los informes elaborados por los técnicos le hayan hecho un diagnóstico que deriva en una conclusión: lo mejor para el futuro es que la obra repose en su ubicación actual en el Museo Reina Sofía, porque “el delicado estado de conservación del cuadro no permite su traslado”. ¿Será realmente así? ¿No habrá evolucionado suficientemente la tecnología como para facilitar un traslado del cuadro sin sobresaltos que lleguen a alterar las figuras en él representadas? ¿O prevalecerá el temor de que una vez expuesto en Bilbao, o en Gernika, sea imposible devolverle al Museo Reina Sofía por la misma fuerza reivindicativa de los vascos, vizcaínos y guerniqueses? Ciertamente, frente a la obcecación de los nacionalistas está la persistencia de los responsables del Reina Sofía con sus informes. Y en medio no faltan quienes opinan que el cuadro de Picasso supone una mina para el Museo en que está expuesto por el tirón que supone en el número total de visitantes.

Los hechos fueron los siguientes: era día de mercado en Gernika, precisamente el 26 de Abril de 1937, cuando la plaza y las calles centrales hervían en el trapicheo del tira y afloja de los precios. Los aldeanos, llegados con sus mercancías al amanecer querían cobrar cuanto más mientras los villanos se hacían de rogar para pagar cuanto menos. No había máquinas registradoras, ni recibos, ni listas de precios, ni facturas. La Palabra, con mayúsculas, era tan importante en aquellos contactos de compraventa que se cumplía siempre, aunque quien la hubiera dado hubiera comprobado después que se había equivocado en sus cálculos.

De pronto cundió el miedo al ver sobrevolando el pueblo a un puñado de aviones en formación. Durante tres horas y media fueron bombardeados. Al concluir la Villa Foral almacenaba escombros, casas derruidas y allí, entre tanta miseria, bajo el polvo y el humo permanecían los 1654 muertos producidos. Se escuchaban también los gemidos y los silencios de los casi 900 heridos. Gernika había sido masacrada y el Mundo entero reaccionaba tras la profunda consternación. Fueron muchos los intelectuales que hicieron llamamientos a la conciencia de la Humanidad. William Borah, un senador republicano, intervino ante la Cámara de EEUU solo nueve días después: “Guernica es el punto culminante de una larga serie de atrocidades. El bombardeo no era una necesidad militar. La villa estaba  lejos de los campos de batalla y ningún objetivo bélico justificaba este ataque…Es la estrategia fascista”.

Nadie lo dudaba salvo el Episcopado español que emitió una Carta colectiva con motivo de la Guerra de España, cuyo detonante fue el bombardeo. La carta abunda en consideraciones diversas que mitigan cualquier crítica a Franco y a sus partidarios. Dado que la carta aludida merece un comentario más extenso, expongo aquí solamente la primera consideración que hacen sobre el Alzamiento: “La sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento que, por ello, debe calificarse de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no pueden separarse si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en los campos de batalla”. Cabe pensar por tanto que la Iglesia española ayudó no poco a configurar y dar carta de naturaleza a las dos Españas irreconciliables.

Picasso había sido nombrado Director del Museo de Artes plásticas, -el que luego se convirtió en Museo del Prado-, en Julio de 1936. El Frente Popular encargó a Picasso en enero de 1937 un gran cuadro para engalanar el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París. Entre la fecha del encargo y el día del Bombardeo la inspiración del pintor no fue demasiado fructífera, quizás porque la Exposición se proponía impulsar y exaltar los últimos descubrimientos y avances tecnológicos. Las primeras intenciones llevaron a Picasso a proponer pinturas abstractas, pero aún no había dibujado un solo trazo cuando aconteció la tragedia. A partir de aquellos instantes las musas acudieron en su ayuda. El 1 de Mayo de 1937 inició los trabajos, -45 estudios previos a la obra completa-, y el cuatro de Junio presentó la obra titulada “Guernica”, un mes antes de la inauguración de la Exposición.

La interpretación del cuadro es tarea ardua, salvo que nos atengamos a las lecturas que han hecho de él algunos estudiosos, como el poeta bilbaíno Juan Larrea, que escribió su obra en inglés en 1947 para después traducirla al castellano y presentarla en España en 1977. En ella recoge la profunda consternación de los ciudadanos y cómo Picasso, que era un republicano convencido, recibía las visitas de “artistas y escritores que esperaban de él una palabra que formulase pertinentemente la angustia opresiva que padecían todos y que, por lo mismo, les procurase algún alivio.

Picasso tomó el lápiz y aguzó la conciencia, y convino con el Comisario Gaos de la Delegación española cómo llevar a cabo la obra, acordando elaborar una serie de aguafuertes tamaño postal que pudieran venderse por unas monedas y se destinaran al sostenimiento de las fuerzas populares en la guerra. “Ya que no podía incorporarse a los frentes de batalla como un miliciano más, Picasso facilitaba ayudas económicas a quien se las pedía para intervenir en la lucha”, puntualiza Juan Larrea, siguiendo la estela de las propias palabras del pintor que confesaba que él manejaba los pinceles como los milicianos el fusil. Empapado de esta vocación el cuadro viajó por Europa tras su exhibición en París, con el objetivo de recaudar fondos destinados a los refugiados españoles. Al mismo tiempo dio a conocer la tragedia y provocó opiniones, manifiestos y obras de diferentes disciplinas. En 1938 el filósofo anarquista Herbert Read dijo del “Guernica”: “Es un monumento a la destrucción, un grito de indignación y horror amplificado por el espíritu del genio. No sólo Guernica, sino España, sino Europa, están simbolizados. Es nuestro moderno calvario, la agonía, en medio de unas ruinas destruidas por bombas de la ternura y la fe humanas. Es un cuadro religioso”.

Con su “Guernica” Picasso nos dejó una alegoría a la libertad y a la exaltación de los derechos humanos, a través de nueve figuras contenidas en el cuadro, cuyo significado se abre a todas las interpretaciones. Desde una abstracción (ambigüedad) calculada, que siempre se negó a explicar, nos hablan un caballo sufriente y destripado, un guerrero tendido con el cuerpo seccionado, una mujer que se arrastra sigilosa, otra mujer que aparece en medio de las llamas destructoras, una tercera figura femenina que surge como respondiendo a una llamada misteriosa, una madre que eleva su grito a los cielos con  su hijo en los brazos, un toro con semblante apaciguado, una paloma de formas inarmónicas, y esa especie de ojo que, como la lámpara asida por un fornido brazo parecen dispensar al conjunto luz e intensidad. . Cada una de las figuras debía tener mucho más que el mero sentido estético, aunque Picasso dejara su “Guernica” como algo abierto a múltiples interpretaciones, pero él pregonaba: “No, la pintura no está hecha para decorar habitaciones, es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo”. Juan Larrea no duda en hacer conjeturas en las que el caballo herido por la lanza es la España nacionalista e insurgente, y el toro significa la continuidad de la nación española que protege a la mujer que llora con el niño en sus brazos. Conjeturas, he dicho, porque, “yo mismo le escribí en 1947 suplicándole, de miliciano a miliciano en combate, una contestación de sí o no acerca del significado del caballo que ocupa el centro del Guernica, pero prefirió no contestarme”, señala Juan Larrea.

Resulta muy esclarecedor para interpretar cual ha de ser el destino y devenir del cuadro en nuestros días, tener en cuenta algunas aseveraciones de Larrea hechas con ansias “de ordenar la verdad” respecto del “Guernica”: “(el “Guernica”) no es obra que surgiese de Picasso en cuanto individuo, sino que se produjo a través de él, como instrumento genial, por el espíritu apocalíptico que animaba a la tragedia española”. Y una segunda consideración de Juan Larrea: “Pues bien, el azar de las circunstancias dirigidas por una serie heterogénea de factores, el cuadro que lleva su nombre de “Guernica” se ha convertido en la obra de arte más universalmente admirada de nuestro siglo, proeza que Picasso no ha podido ni remotamente repetir. Las declaraciones y juegos del escondite del pintor demuestran que si un día fue arrebatado por el vértigo del sentimiento, en realidad nunca comprendió  sino las cifras exteriores de su significado. Si tanto le temía a la “paloma” ha de ser porque la obra no era suya sino del Espíritu de su pueblo. Esa es cosa que, a juicio de quien escribe, debiera quedar perfectamente aclarada”.

Esto me permite una contestación a la ya en exceso obstinada pretensión del nacionalismo vasco con respecto al “Guernica” de Picasso. ¿Debe viajar el cuadro a Euskadi aún a riesgo de su deterioro? ¿Por qué no? Pero siempre desde el convencimiento de que la obra, cuando fue pintada, respondió a una emoción, imbuida en el genio por el horrible bombardeo y no porque fuera tal su destino cuando fue encargado por el Gobierno del Frente Popular. Por eso, Madrid es, sin duda, su lugar lógico de residencia, pero no estaría de más exhibirle en la misma Casa de Juntas de Gernika, y edificios aledaños, si las posibilidades para su traslado fueran reales.

Para emocionar a los sucesores de quienes murieron tan gratuitamente, tan brutalmente, bajo las bombas fascistas. Para que el cuadro continúe siendo fiel al propio Picasso que, en 1935, antes del malvado sobresalto, había declarado a su amigo Christian Zervos: “Yo quisiera llegar a que no se supiese nunca cómo se han hecho mis cuadros. ¿Qué interés puede haber en esto? Lo que deseo es que de mis obras sólo se desprenda la emoción?”.

Fdo. JOSU MONTALBAN 

viernes, 17 de febrero de 2012

DOCTOR AREILZA, EL MEDICO DE LOS MINEROS



“Los personajes de los mejores retratos están en su mundo, 
en su tiempo, en aquellos años de nuestra amputada edad, 
pero también en este, en el ahora mismo” 

(Antonio Muñoz Molina, Diciembre 2007) 


Mientras me documentaba para escribir el libro “El Doctor Areilza: el médico de los mineros”, -que forma parte de la cuidada y bella colección “Bilbainos Recuperados”, editado por Muelle de Uribitarte Editores, bajo el patrocinio de la Fundación Bilbao 700, del Ayuntamiento de Bilbao-, Muñoz Molina publicó un artículo en un diario nacional, del que destacaba el texto con que inicio este artículo, y también el libro recientemente publicado. La acertada precisión de Muñoz Molina me lleva a una inevitable pregunta respecto del personaje de mi libro: ¿qué tipo de personaje sería el Doctor Areilza en este tiempo, ahora mismo?

No son, ciertamente, éstos como aquellos tiempos en los que el Doctor vivió, quizás porque no es posible que los tiempos se repitan, pero el bilbaino Enrique Areilza hubiera estado presente en todos los ámbitos de la ciudad y de la sociedad como lo estuvo entonces, reconduciendo la filantropía de los acaudalados patronos mineros en beneficio de quienes, llegados de todos los lugares vascos y regiones españolas, pusieron su sudor, su fuerza, su integridad y su vida incluso, al servicio de aquellas fortunas. De ese modo estaban aportando cuanto estaba en sus manos al crecimiento de Bilbao y Vizcaya en una época en que se estaban fijando las bases de la Economía vizcaína y vasca que ha sobrevivido hasta hace bien pocos años.

El periplo vital del Doctor discurrió en tiempos difíciles. Las entrañas de la tierra tintineaban entonando la sinfonía de la avaricia. A la llamada de la fortuna acudieron los acaudalados de la Villa dispuestos a trepanar la corteza de la tierra vizcaína. Era muy antigua aquella llamada. Los tomos de la Historia Natural de Plinio relataban los signos de la abundancia en aquellos montes de Triano donde iba a ser instalado el primer Hospital Minero, justo al lado de las minas, para el que fue elegido el Doctor Areilza como Director. Era el comienzo de 1981 cuando partió desde su querido Bilbao a aquella tierra roja de Triano. Le esperaban veinte años de trabajos a las órdenes de aquellos patronos que, alertados por los excesivos accidentes producidos en los tajos y por sus consecuencias, sentían perjudicadas su economía y su moral en exceso.

Enrique Areilza inició su travesía con escasa experiencia. Recién llegado de París, donde había culminado sus estudios cursados en Valladolid, los patronos mineros le eligieron entre varios aspirantes, movidos por las alabanzas de algún profesor del Doctor por la intuición de que su inexperiencia se tradujera en la práctica en un director moldeable, maleable y fácil de manejar, pero Areilza no podía caer en tales errores después de haber vencido incluso la resistencia de su madre para aceptar el cargo. Ella, que era una mujer de carácter fuerte, quería un hijo de postín, quizás un honoris causa o un doctor que platicara en las conferencias y simposios internacionales, en lugar de un médico dispuesto a calzar sus botas para bajar a las entrañas de la tierra en busca de heridos poco avezados quizás o miserables.

Le habían llamado para curar a los accidentados, intervenir quirúrgicamente a los más dañados y ayudar a vivir posteriormente a quienes quedaban impedidos para el trabajo en las minas, pero sus reivindicaciones ante ellos siempre pusieron su acento en aspectos menos científicos, mucho más humanos. “Nuestros anhelos deben dirigirse a suprimir los trabajos intensivos y a aumentar los salarios”, repetía constantemente en las mesas de los patronos. Ciertamente sus conocimientos podían atenuar los rigores y consecuencias de un accidente pero había siempre un empeño previo en su mente: conforme comprobó que aquel Hospital se quedaba pequeño por la proliferación de heridos requirió con urgencia que había que humanizar las condiciones en que trabajaban y vivían aquellas personas.

Desde la ventana de su despacho, en lo más alto del hospital, veía como se iban desarrollando las faenas: los jornaleros picaban sin descanso apenas separados por un par de metros, apresurándose en exceso en llenar los vagones quienes trabajaban a tarea, extenuados por la fatiga los que llevaban demasiadas horas trabajando, quienes trabajaban sometidos a jornada laboral rígida. Desde la distancia sentía el agotamiento de aquellos forzados y el riesgo de morir víctimas de una voladura, un desprendimiento o el golpe del pico de algún compañero despistado. Las frases del Doctor Areilza empezaron a ser lapidarias para sus patronos: “¡Estos hombres vienen aquí a trabajar y a vivir! ¡No vienen a morir!”, repetía. Y alertaba a sus acaudalados protectores: “Con lo estudiado no basta. La Medicina puede curar los males y aliviar a los accidentados, pero no curará jamás ni la codicia ni las ansias desmedidas”.

No le bastaba al Doctor con observar desde su atalaya. Con frecuencia se calzaba sus botas altas (el calzado que utilizó con más frecuencia durante su estancia en Triano) y salía a caminar por los poblados mineros. En ellos veía las carencias más básicas, las condiciones higiénicas de aquellas viviendas insalubres en las que cualquier enfermedad encontraba su mejor hábitat: falta de agua, ausencia de retretes y excusados, “camas calientes” que permanecían ocupadas durante las 24 horas del día, hacinamiento, habitaciones compartidas por adultos, ancianos y niños sin discriminación de sexos. Su misión, más allá de la específica como médico, pasaba por la humanización de aquellos lugares. Por otra parte sus acendradas convicciones morales estaban basadas en una inquietud por la formación cultural que le llevó a crear una tertulia en la Fonda Arrien en la que se hospedaba, donde se discutía sobre todos los asuntos. Desde allí procuró mejorar las condiciones de vida de aquellas familias humildes atribuladas por la escasez y, por su fuera poco, por una epidemia de cólera que se extendió con especial virulencia en aquellos núcleos en que las condiciones de vida eran las más propicias para la epidemia.

Su fama como cirujano alcanzó niveles muy importantes. Además de su experiencia en el Hospital Minero sus múltiples viajes por el extranjero no solo le sirvieron para compartir conocimientos y perfeccionar nuevas técnicas, sino también para hacerse con la tecnología más avanzada, de la que se hacía sin contar con la decisión de los patronos, determinando que si ellos no estaban dispuestos a mejorar la dotación instrumental del hospital, sería él mismo el que corriera con los gastos.

A su afán viajero unió sus dotes como organizador y su autoridad. De todos los estamentos vizcaínos era requerido para poner en funcionamiento servicios y proyectos nuevos. Dirigió los trabajos de coordinación para aislar y erradicar la peste de cólera de Vizcaya y, posteriormente, encabezó el equipo de políticos y facultativos que instauró el Hospital de Basurto. Fue más tarde la creación del Sanatorio para Niños Tuberculosos en las dunas de Górliz. No llegó a materializarse en su totalidad la Escuela para lisiados y tullidos que diseñó por mandato de Indalecio Prieto. Sí, por iniciativa exclusivamente suya la creación del Sanatorio Bilbaino que más tarde cedería a sus compañeras infatigables, las Siervas de Jesús. Su gran espina fue no conseguir una Universidad pública para Bilbao. Muchas de sus iniciativas perseguían que eso fuera una realidad. Lo hubiera logrado fácilmente si hubiera renunciado a algunos de sus principios o los hubiera transgredido siquiera temporalmente. Durante la dictadura de Primo de Ribera fue llamado a ocupar la Alcaldía de su pueblo, Portugalete, pero rechazó el ofrecimiento. Algunos meses después recibió la negativa del gobierno para la creación de la Universidad pública en Bilbao.

He preferido hacer hincapié en el aspecto en que su actividad fue más eficaz, pero Enrique Areilza fue un bilbaino comprometido con su tiempo. Nada le era ajeno de aquella sociedad compleja en la que liberales y carlistas andaban a la greña. Educado en un hogar estricto en el que la tradición era una ley inviolable, vivió su niñez en el corazón del conflicto. San Francisco, donde nació y vivió, y Bilbao la Vieja daban cobijo a gentes llegadas de muy lejos a trabajar, o a vivir de los que trabajaban. Su madre y sus familiares más directos (tras la pronta muerte de su padre) solo le dictaban sentencias de sublime religiosidad para preservarle de la epidemia maketa que llegaba a trabajar en las minas y en la prostitución. La explosión económica traía consigo riesgos porque los obreros, faltos de disciplina familiar por vivir muchos de ellos desplazados, hacían su vida en los bares, nublados por el alcohol y enfervorizados por el sexo y la prostitución. La niñez del Doctor Areilza discurrió allí, en aquel ambiente que su madre Ramona detestaba.

De aquella confusión y aquella euforia ante la abundancia surgieron comportamientos e impulsos políticos. Los patronos quisieron dirigir los destinos políticos desde una formación paternalista llamada La Piña. Compraban votos y ocupaban puestos políticos con el único objetivo de hacer medrar sus empresas. Desde sus palacetes en el borde del mar, venían a las casonas del Campo Volantín bilbaino donde habían instalado sus oficinas, para dirigir sus negocios y ver los barcos que transportaban sus mercancías, a través de la ría, hacia Francia o Inglaterra. El nacionalismo vasco emergía de la mano de Sabino Arana, hijo de carlistas, que juzgaba como un peligro la invasión de aquellos llegados de fuera, tildados como maketos. Y Pablo Iglesias ya había atisbado que Vizcaya era el lugar ideal para extender el ideario socialista del PSOE que había fundado en Madrid. Perezagua , un toledano radical en ideas y formas, fue el enviado por Iglesias con tan encomiable misión.

Eran también tiempos de esplendor cultural de Bilbao. Cuando el Doctor Areilza abandonó Triano como lugar de residencia para instalarse en Bilbao, la villa bullía. Liceos, sociedades culturales, bancos, centros de negocios, asociaciones, cámaras y centros de todo tipo de relaciones sociales afloraron por doquier. Los Cafés, ornados con señorío y elegancia, cobijaron reuniones y tertulias que convirtieron Bilbao en una ágora. El Doctor Areilza fundó y mantuvo varias tertulias en las que participaban los bilbainos más ilustres, entre ellos, el Rector Miguel de Unamuno, con el que el Doctor mantuvo siempre una relación de amistad y rivalidad basada en equilibrios hábilmente calculados.

Da para otro artículo como éste referir buena parte de esa vida pública que hizo del Doctor Areilza uno de los bilbainos más insignes de su tiempo. (Seguro que en números posteriores de este BILBAO podré extenderme en esa faceta que completa mi libro). El Doctor Areilza escribió poco, principalmente en forma de cartas, pero su escritura firme y directa, alejada de parabienes y condescendencias, hace de sus cartas auténticos legados en los que queda patente su autenticidad.

Aunque las obras literarias dejan de ser de quien las ha escrito para ser de quien las lee, me permito advertir antes de soltar amarras al libro “Doctor Areilza, el Médico de los Mineros”, que nunca ha pretendido ser una biografía. Es más bien una recreación de un personaje insigne que me ha permitido abrir mi pecho y mi mente a los lectores mediante esa especie de disección de la vida del Doctor Areilza, que es el libro.

Fdo. JOSU MONTALBAN

lunes, 13 de febrero de 2012

REFLEXIONES EN NUEZ DE ALISTE

En Nuez de Aliste reflexiono sobre los miles y miles de españoles que se vieron, y aún hoy se ven, obligados a emigrar en busca de la vida. Haciéndolo, también estoy reflexionando sobre los viejos y viejas que quedaron en tantos y tantos pueblos desparramados en España después de ver partir a sus hijos a buscarse la comida, la educación y el bienestar en las ciudades más cercanas, o en las metrópolis más alejadas, o en las zonas industrializadas, tras la llamada, en muchos casos, de quienes habían abandonado el pueblo antes que ellos.

Nuez de Aliste es un pueblo zamorano que está situado muy cerca de la frontera de Portugal. En la mañana de Abril soplaban rachas de viento que tumbaban las hierbas, rallaban los rostros y llamaban a cerrar los cuellos de las camisas, a pesar de que el sol también calentaba la testuz a nada que uno se protegiese del ímpetu del viento. Las calles estrechas estaban llenas de coches, más lujosos que el pueblo la mayoría, poco acomodados a las condiciones del pueblo, probablemente propiedad de los hijos de los escasos vecinos de Nuez, que habían acudido a la casa de sus padres a pasar la Semana Santa. En la Iglesia, -como ocurre siempre, el edificio más procaz y altivo del pueblo-, las mujeres jóvenes llegadas de visita, adornaban los altares con flores por doquier. Las imágenes habían sido desempolvadas y abrillantadas. Jesucristo, en contraste con el resto del año, refulgía desde su figura derrotada de cómplice de su propia crucifixión. Habían llegado los más jóvenes, habían dispersado a sus hijos por las callejas y se habían empeñado, como todos los años, en reconquistar y reconstruir temporalmente su pueblo. Era la Semana Santa, luego vendrán la Navidad, algún puente laboral, alguna fecha muy señalada y una pequeña dosis de las vacaciones veraniegas, igualmente tiempos de reconquista y adecentamiento.

En Nuez de Aliste apenas quedan ya casas antiguas. Nada de adobe y ya poca madera a pesar de que los montes críen árboles con profusión. La reconquista ha incluido cemento y nuevas construcciones más modernas a las que, en su momento, fueron trasladados los viejos y viejas de Nuez, a regañadientes, porque ellos ya tenían marcadas sus huellas en los bancos de madera, alrededor de las chimeneas “candongas”, y se habían acostumbrado a aquellas paredes curvas y rugosas en las que esperaban morir, al lado de sus hijos y nietos. Pero los hijos tuvieron que salir cuando las tierras dejaron de ser generosas y producir lo suficiente, y cuando las vacas dejaron de ser rentables, y cuando Europa se empeñó en regular crías y cultivos, y cuando la explosión tecnológica y la información mostraban las halagüeñas consecuencias del Progreso que llenaba las pantallas de los televisores de fábricas y coches y locales de diversión…

En Nuez de Aliste el bienestar está oculto en las casas. Los folletos turísticos la muestran como una reliquia del pasado más recóndito: sus chimeneas (que han dejado su sitio vacío de humo tras la invasión de las cocinas de última generación), sus tejas verdecidas por líquenes viejos, sus aleros de madera surcada por la lluvia del tiempo y la nieve de años y años de espera y de esperanza. Todo sirve para atraer a turistas que, además, toman la cámara fotográfica cada vez que un viejo de rostro curtido se muestra a la concurrencia sentado en el inevitable poyo de piedra, obligado centinela ante cada casa; o cada vez que una vieja de barbilla afilada sale a la calle con su bata negra, con sus medias negras de lana o tejido burdo, con su pañuelo negro protegiendo su rostro enjuto del rigor del viento o la brisa racheada. Y de allí se van los viejos y las viejas, arrebujados en las cámaras de fotos hacia lugares a los que ellos nunca viajarán, para ser mostrados en las reuniones de amigos o en las tertulias familiares, en las ciudades, en la civilización, como si fueran reliquias de un tiempo igualmente viejo que muchos añoran y desearían repetir a pesar de vivir presos y entregados a las mieles (no alcanzables para todos) del Progreso. “Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”, decía la zarzuela, pero el ocio lo empleamos, muchas veces, en buscar espacios de sosiego, recuerdos de lo que fue y ya no podrá volver a ser.

En Nuez de Aliste también se vive esa especie de nacionalismo identitario cada vez que los hijos llegados de ciudades alejadas se empeñan en proclamar las virtudes inigualables de su pueblo, que abandonaron. Y son los viejos, los resistentes, los “gritos” del mundo rural, los depositarios de la cultura vieja y las costumbres ancestrales, los que pregonan la memoria sin necesidad de voces ni palabras, sólo con su presencia. Por eso es tan necesario proteger esa memoria y convertir los recuerdos en signos indelebles que nos muestren que las vidas de los antepasados, del tiempo arcaico y viejo, en los vestigios del presente.

En Nuez de Aliste, -que muy bien puede representar al sinfín de pueblos y aldeas abandonados a lo largo y ancho de la geografía española-, recuerdo el poema de Salvador Espriu, y pongo sus versos en las manos de los viejos y viejas que reposan ante sus casas (digo en las manos y no en la voz porque, quizás, algunos de ellos tendrían dificultades para leerlos y recitarlos). Habrán de ser sus hijos los que los lean y los proclamen a los vientos: “Por eso, cuando alguien / de tarde en tarde viene / y con gesto severo / nos pregunta: / ¿Porqué os quedáis aquí, / en este país áspero y seco, / lleno de sangre? / No es ciertamente ésta / la mejor tierra que encontrabais / a lo largo del ancho / tiempo de prueba / de la Golah, / nosotros, con una leve sonrisa / que nos trae el recuerdo / de los abuelos y los padres, / respondemos sólo: / -En nuestro sueño sí.”

Quizás con un hondo respingo de pena.


Fdo. JOSU MONTALBAN