lunes, 21 de enero de 2013

PRIVATIZACIONES:  LO  MÍO  Y  LO NUESTRO
La economista Angels Martínez i Castells ha escrito en uno de sus trabajos que “existe la extendida creencia de que el dinero público no es de nadie y sí lo es: nuestro”. Esta frase encierra en sí misma una explicación para la desidia con la que muchos gobernantes han administrado los fondos públicos. Ha habido quienes, amparados por la creencia de que nadie llegara a pedirles cuentas gobernaron de forma irresponsable, y ha habido quienes han ido mucho más lejos, e igualmente amparándose en esa falta de control de la ciudadanía, no han dudado en corromperse de la forma más grosera, apropiándose del presupuesto público, trasladando los fondos que son de todos a sus cuentas particulares, sirviéndose para ello de cómplices y testaferros que han puesto sus empresas como intermediarias entre las Instituciones Públicas, la sociedad y sus intereses. Estos comportamientos llegaron a pasar desapercibidos durante mucho tiempo, no solo porque no se hubieran puesto los suficientes medios de control, sino porque nadie, -ni intelectuales ni ideólogos ni partidos políticos-, educaron suficientemente a los ciudadanos para convencerles de que lo público debe ser cuidado y administrado con el mismo celo con que se cuidan las propiedades privadas. Alguien se preguntará: ¿pero era necesario recordar esto que es tan obvio? Pues sí, como se ha visto.
La corrupción ha ido poniendo su grano de arena en el descrédito de la Política y de los políticos. Los ciudadanos consideran que la corrupción es norma y no excepción, por eso la Política  es una disciplina tan denostada, y los políticos son considerados el problema más importante de cuantos padecemos, por encima de quienes desde el ámbito económico y financiero han convertido la actual crisis en una losa que aflige en exceso a quienes tanto la padecen. Puede admitirse que los dirigentes políticos han sido demasiado condescendientes con tales excesos, que no han reaccionado a tiempo frente a quienes, para lograr sus objetivos, han requerido favores y decisiones del mundo político, de los gobernantes. El asunto no es tan reciente como pueda parecer, pero en los últimos años los ciudadanos han sido espoleados por la difícil situación: más pobreza, menos estabilidad en el empleo, mayor desigualdad social, ricos desmesurados compartiendo espacio con pobres de solemnidad, injusticias a granel, agravios comparativos, futuro oscuro… Este ambiente ha encontrado voces que denuncian a quienes tienen en sus manos las posibles soluciones, que están en manos de los políticos, de las instituciones y de los gobiernos. Pero lejos de profundizar en el debate ideológico, la discusión se está entreteniendo demasiado en determinados detalles que, siendo importantes, no son esenciales. Cierto es que se debe acabar con los privilegios excesivos que benefician al ámbito político en algunos organismos, pero el conflicto social no se queda en eso, de modo que la obsesión con la que algunos quieren arrasar a la “clase política”, llevará a convertir la Política en un aposento para que opulentos, poderosos y aristócratas acudan a él con el fin de preservar sus fortunas, su poder o su rango social.
Conviene incidir en algo fundamental para los tiempos que vivimos y sufrimos. El descrédito de los políticos se ha traducido en un convencimiento, tan erróneo y poco contrastado como gratuito, por el que se considera que en el ámbito de lo privado se gestiona con mayor eficacia y eficiencia que en el ámbito de lo público. Falso. En su misma esencia, si el descrédito de los “servidores” públicos está fundamentado en buena parte en que no se pone el rigor y dedicación suficientes a la hora de administrar lo que es de todos, habremos de convenir en que el sector privado tiene depositadas sus esperanzas y objetivos en su propio ámbito, en sus beneficios y en sus fortunas. Que su forma de ser, una ética “sui generis” más o menos arraigada, o unas prácticas acostumbradas a su concepto de decencia también “sui generis”, no parecen suficiente para garantizar el beneficio social de la propiedad privada.
El sistema capitalista, que ya no es privativo del tradicional capitalismo porque ha sido abrazado por fuerzas e ideologías que se dicen socialdemócratas o socioliberales, está dominando este Mundo en ebullición, agitado por los Mercados, en el que lo único intocable es la propiedad privada. Falsamente, se subraya que el derecho a la propiedad privada es inviolable y constituye un modo de hacer evolucionar esta sociedad con las máximas garantías. El afán de superación de los propietarios, tanto para mantener dichas propiedades como para acrecentarlas, se presenta como el medio más infalible para la prosperidad de todos. Las ideologías que se fundamentaban en el sentido social de la propiedad solo anidan en la mente de unos pocos que, empeñados en conseguir la mejoría de todos, acaban en los escalafones más bajos de la sociedad.
Las privatizaciones de empresas y servicios públicos, que vienen siendo tan frecuentes en las últimas décadas, solo son una forma de convertir en propiedad privada lo que ha sido de todos. En nuestro país las privatizaciones han venido sucediéndose al mismo tiempo que se han ido disminuyendo los impuestos, de modo que quienes se han ido adueñando de lo que era capital público a través de esas privatizaciones, a la vez han ido pagando menos al Estado. Al tiempo que los caudales públicos han ido disminuyendo , a la vez que el patrimonio público ha ido descendiendo, el capital y los beneficios de las empresas privadas se ha ido acrecentando. Para la economista Angels Martínez, y también para mí, “a lo que más se parece la privatización de empresas públicas en muchos casos es a un robo con desfalco que debería figurar en el Código Penal”. Si aplicamos la lógica más simple resulta evidente que las empresas y servicios públicos no deben supeditar su gestión a la obtención de beneficios como lo hacen las entidades privadas, luego tales beneficios han de salir de otros factores cuando tales empresas o servicios son privatizados: menores salarios de los trabajadores, ajustes de plantilla por medio de despidos, menor calidad en los servicios y las instalaciones, ratios de personal/usuario más reducidos, etc…
Cuando las privatizaciones se convirtieron en consignas políticas, lo hicieron de la mano de organismos sin ninguna vocación social. Ni el Banco Mundial, ni el Fondo Monetario Internacional (FMI), ni la Reserva Federal de EEUU, que se reunieron, entre otros, para promulgar el Consenso de Washington en 1990, como preámbulo del Consenso de Bruselas, en Europa, estaban pensando en los ciudadanos ni en el bien común. Lo triste es que tales Organismos aún siguen tutelando las políticas económicas y financieras que tanto influyen en nuestras apesadumbradas vidas. ¿Qué implicaron tales Consensos? Recorte del gasto público, recortes tributarios para que los ricos paguen menos y limitación del déficit. De esta manera los Estados aplicarían sumisamente estas medidas, tal como lo está haciendo el Gobierno español, en beneficio de sus adeptos más aventajados y de su clientela en general. Si nos atenemos a cuanto ocurrió en el momento de dictarse tales Consensos, hace más de veinte años, está aconteciendo precisamente lo mismo que ocurrió entonces: estalló con gran virulencia una crisis y las tasas de paro ascendieron de forma alarmante en toda Europa. Tal ha acontecido aquí, donde tras más de un año de Gobierno ultraconservador del PP, ningún parámetro ha evolucionado favorablemente.
Lo más grave y urgente es, hoy, atajar ese afán privatizador que amenaza con hacer lo propio de modo generalizado con la Sanidad y los Servicios Sociales. Sin olvidar que las sucesivas privatizaciones de los ferrocarriles y las autopistas, estas últimas conseguidas de forma subrepticia mediante la imposición de peajes, pueden dejar incomunicados (o insuficientemente comunicados) muchos pueblos y ámbitos rurales de la España más diseminada.
La privatización de Hospitales, Ambulatorios y Centros de Atención Social redundarán en una menor cobertura de los servicios, en una calidad inferior y, eso sí, en un trasvase de fondos públicos a bolsillos privados. Siendo, como es, así, ¿a quién debe extrañar que los profesionales de la sanidad madrileña hayan salido a la calle? No hay otro remedio para amortiguar la desvergüenza de esta derecha española que nos gobierna. Decía el Consejero de Sanidad de Madrid que la Huelga ya había supuesto la anulación de un número determinado de consultas e intervenciones. Sí, pero ¿ha calculado cuántas consultas e intervenciones van a ser disminuidas a lo largo de los años futuros, como consecuencia de las privatizaciones? Me quedo con la puntualización ya señalada antes: estas privatizaciones constituyen un auténtico robo con desfalco cuyos efectos los sufrirán la gran mayoría de los ciudadanos, y de cuyos efectos económicos se beneficiarán unos pocos capitalistas.
Y termino. El dilema es bien sencillo. Se trata de optar entre “lo mío” o “lo nuestro”. Yo pienso que el slogan podría ser: “Todo es mío porque todo es nuestro”. Por eso apuesto indefectiblemente por lo público. Pero el sistema capitalista, que a unos dirige mediante el convencimiento y otros sufrimos a pesar de su propia debilidad ideológica y ética, obliga a enfatizar “lo mío”, dejando “lo nuestro” como una sucinta participación en los beneficios que, remisamente, aporta “lo mío” a la colectividad a través de unos impuestos tan limitados que parecen mera caridad. Quizás por eso, tras estas reflexiones, cada vez me parece más abominable el concepto “propiedad privada”, al menos, tal como ahora se utiliza.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN                     

jueves, 10 de enero de 2013


UNO  DE  LOS  EFECTOS  COLATERALES  DE  LA  CRISIS
El motivo de este artículo es un retortijón de tripas causado por un titular de periódico: “Las personas sin techo superan ya las 2.000 en Euskadi”. De pronto se removieron mis cimientos, se irritaron mis neuronas de persona, de ciudadano del Mundo, y no solo de habitante de mi casa, de mi aldea, de mi pueblo, de mi región, de mi país.
La Navidad es una fecha importante para el enternecimiento, para la compasión ante los que sufren los rigores y vicisitudes propios de los tiempos que toca vivir. La crisis es una realidad tangible, además de haberse convertido en una amenaza que acecha a casi todos, pero la vaguedad e inconcreción con que nos referimos a ella impiden interpretar los matices y, claro está, influye en nuestra percepción de las causas y de los culpables, porque ni todas las causas que se esgrimen tienen el mismo peso, ni todos los culpables tienen idéntica culpabilidad.
La noticia a la que hago referencia apareció a la vez en dos versiones: relativa al ámbito estatal y relativa al ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca. En España se han contabilizado 22.900 personas sin hogar, de los que 12.400 son españoles y 10.500 son extranjeros; de los que 18.400 son hombres y 4.500 son mujeres; de los que 4.400 tienen menos de treinta años, 17.600 están entre treinta y sesenta años y 880 están ya en edad de jubilación. La tragedia de esta situación está en que la tercera parte de los contabilizados se ha quedado sin techo en el último año, luego parecen ser los más directamente afectados por esta crisis tan cacareada. Más de la mitad han perdido su techo a causa de problemas muy ajenos a ellos mismos: pérdida de empleo o desahucio de la vivienda. Sí, ajenos a ellos mismos porque la famosa crisis liquida puestos de trabajo debidamente pagados para generar, -si llega a hacerlo-, otros empleos con condiciones laborales más precarias y sueldos mucho más reducidos; y porque la crisis financiera ha puesto de moda los desahucios de sus viviendas fueron atraídos a sus oficinas en demanda de créditos halagüeños. Lo cierto es que la famosa burbuja inmobiliaria se ha saldado con un montón de viviendas vacías y un brutal crecimiento de las personas sin hogar.
A la vez los centros de acogida de las más variadas condiciones se las ven y se las desean para distribuir sus escasos servicios ante la afluencia masiva de mendicantes. Porque quienes administran dichos centros han visto mermadas en exceso las subvenciones procedentes de las Instituciones Públicas. Cierto es que hay diferencias entre unas regiones y otras, entre las áreas rurales y las áreas urbanas, pero los números son obstinados y el aumento de tales cantidades denuncia con terquedad que cada vez son más los abandonados que sufren, y que cada vez es más flagrante la inanidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que pregona el derecho a una vida digna bajo un techo, en una vivienda con las debidas condiciones mínimas.
No me quedaré en esto, porque hay matices importantes si nos acercamos a nuestro ámbito vasco. Aquí son 2090 las personas “sin techo” que vienen siendo atendidas en diferentes centros de acogida, un 14% más que las personas atendidas hace siete años. Los hombres se llevan la peor parte porque han aumentado en un 24% en el mismo tiempo, y los extranjeros también ya que han aumentado en casi un 43%. Igualmente pagan un mayor tributo los jóvenes, afectados en el 35% del total de “destechados”. Pero las cifras nos ofrecen curiosas paradojas de las que voy a destacar una que creo importante. De todos los hombres sin hogar en el País Vasco, el 63% son extranjeros, mientras que de las mujeres son el 46% las extranjeras. Y de todas las personas extranjeras sin hogar que habitan en el País Vasco el 79% son personas de origen africano. La inmigración sufre con mayor ímpetu los rigores de la crisis, entre otras cosas porque la ausencia de estructuras familiares acrecienta el desamparo. No acaban ahí sus males, sino que los nativos en situación de precariedad no dudan en culpar a los inmigrantes de sus carencias: porque compiten con ellos en la búsqueda de puestos de trabajo y porque participan en el reparto de las ayudas públicas. Una vez más la insolidaridad se hace patente también en el exclusivo ámbito de los necesitados.
Sin embargo no cabe la mezquindad, porque el crecimiento de la población inmigrante respondió a la llamada que les hicimos desde nuestras áreas de progreso. Vinieron con sus brazos, con sus rostros sonrientes y con sus aptitudes y actitudes propias para servir en estos lugares que alguien les había narrado como si fuera la Tierra prometida. Y pusieron todo lo que tenían que poner: trabajo, abnegación y disposición a aceptar sumisamente las condiciones económicas y laborales más abyectas. Si era dentro de la legalidad mejor, pero si lo era en la llamada economía sumergida propia del mercado negro también, porque la urgencia cercena las exigencias y acrecienta la permisividad. Sin embargo, E…, que llegó a nuestro País Vasco procedente del sur de Extremadura hace algo más de treinta años, a trabajar en los montes, guarecido en casetas herrumbrosas durante el tiempo libre que le dejaban las doce horas diarias de labor, me dijo que los inmigrantes podrían irse a “tomar por el…”, es decir que no precisamente a tomar un café, y lo decía porque su hija lleva casi dos años en el desempleo. Yo no le respondí porque no conviene contrariar a un enfurecido, toda vez que la furia, aunque sea pasajera, obnubila y priva de consciencia y de juicio.
Todas las personas sin techo han de mover nuestra compasión, pero más si cabe quienes no encuentran casi ninguna complicidad entre nosotros, quienes tienen que atravesar mares y océanos para encontrar a alguien de los suyos, quienes a falta de un techo compacto al que mirar mientras sueñan se ven obligados  a cerrar los ojos, y apretarlos, para maldecir el día en que prefirieron abandonar sus miserias de origen. Queridos lectores, os voy a facilitar un curioso dato: si el 79% de las personas extranjeras que habitan en el País Vasco sin un techo que les cubra son africanos, bueno será recordar que casi diez millones de hectáreas de tierras fecundas, en las riberas del Nilo, han sido compradas por multinacionales del sector agroalimentario, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros a aquellas tierras. Buena parte de las plusvalías que se obtengan serán invertidas en el Primer Mundo, irán a parar a ese mundo desarrollado que llama a los parias de la Tierra para explotarlos en pro de su casi exclusivo beneficio.
Nadie debe creer que establezco preferencias ni hago distinciones. Reclamo una vivienda para todos, pero reclamo sobre todo que las carencias de unos no se carguen sobre las responsabilidades de otros igualmente carentes. Lo cierto es que cuanto la inmigración nos ha favorecido, -a saber: crecimiento poblacional, incremento de la natalidad, rejuvenecimiento de la población, incremento de las afiliaciones a la Seguridad Social, aumento de las cotizaciones sociales, ocupación de puestos de trabajo difíciles y precarios, mayor diversidad y riqueza cultural, etc…-, se pueda ver oscurecido por acusaciones gratuitas y nada contrastadas, como es la percepción negativa de la inmigración como causante del aumento de la inseguridad ciudadana o la configuración de guetos en los que la inmigración vive autoprotegiéndose.
Frank T., el famoso rapero, proclama que “España tiene más de un color”. Y además hace una llamada al Mundo: “que el Universo vibre para que la humanidad se equilibre”. Cuando esto ocurra, cuando la vibración alcance a las conciencias, tal vez se recupere el espíritu que guió a quienes redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y todos, incluso quienes sobreviven o “sobremueren” en el Cuarto Mundo, tendrán un techo y un plato de comida. ¡Quién nos iba a decir que eso supusiera un importante avance! Cualquier paso será bienvenido: todo sirve ante la crisis social y de valores que nos atenaza y nos amenaza.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN    

miércoles, 2 de enero de 2013

DESPEDIDA DEL LEHENDAKARI  PATXI  LÓPEZ

El fértil periplo presidencial de Patxi López, entre 2009 y 2012, ha dejado engarzado el eslabón socialista  en la cadena de lehendakaris (Presidentes del Gobierno Vasco). A pesar de todo no será fácil que tal acontecimiento sea aceptado con la debida naturalidad, y mucho menos divulgado sin estridencias. En ámbitos propios de la intelectualidad el Gobierno de Patxi López solo es un pasaje de la Historia. Inesperado, en un principio, pero con el paso del tiempo un pasaje más que debe ser entendido, interpretado y valorado con la debía rectitud, pero en Euskadi vive desde hace algún tiempo, -desde hace diez años menos que el socialismo-, un nacionalismo que siempre se ha debatido en el cortante filo de la navaja, que ha fundamentado la posible legitimidad de los gobernantes vascos en rasgos etnicistas, territoriales y de pertenencia a una colectividad caracterizada por factores culturales demasiado estrictos, usos y costumbres específicos, adscripciones religiosas casi obligatorias y defensa numantina (perdón) de los “nuestros” frente a los “otros”, de los nativos frente a los llegados de otros lares. Estos principios se cimientan en una fe inquebrantable y en el tesoro inigualable que constituye su lengua, -el euskera-, que tanto diferencia como identifica a quienes vivimos en Euskadi.
Recién elegido quien va a gobernar durante los próximos cuatro años, -Iñigo Urkullu, del PNV-, los periódicos se han llenado de de reportajes elaborados para la ocasión. En todos ellos se intuyen los esfuerzos hechos por sus autores para opinar con cierto rigor, informar con la debida precisión y documentar con suficientes garantías. Aunque mi reflexión pretende únicamente recorrer la última travesía dirigida por Patxi López, será bueno hacer un sencillo inciso relativo a la Historia de los Lehendakaris vascos tomado del Diario de mayor tirada de Euskadi: “La milenaria historia de Euskadi solo ha contado con ocho presidentes que han gobernado todo el territorio: uno como cabeza del transitorio Consejo General Vasco, órgano preautonómico que encabezó el socialista Ramón Rubial, y siete lehendakaris. Seis de ellos, nacionalistas –José Antonio Aguirre, Jesús María de Leizaola, Carlos Garaikoetxea, José Antonio Ardanza, Juan José Ibarretxe e Iñigo Urkullu-, y uno del PSE, Patxi López”. Este rigor informativo contrasta sin duda con la interpretación del nacionalismo para el que Ramón Rubial nunca fue el máximo gobernante de los vascos porque el Consejo General Vasco fue un órgano preautonómico, aunque no cuestionen, ni siquiera puntualicen, que los dos primeros lehendakaris, -es decir los dos primeros eslabones de la cadena-, no fueron elegidos por las urnas y lo fueran, el uno impulsado por la urgencia del levantamiento militar que provocó la Guerra Civil, y el otro por la doble urgencia del ataque cardiaco sufrido por el Lehendakari Aguirre, con solo 56 años, y la necesidad de mantener vigente aquel Gobierno Vasco que funcionaba desde el exilio, en plena dictadura franquista. Así que, al margen de cuántos sean los eslabones que forman la cadena de lehendakaris, nadie se atreverá ya a negar que hay un eslabón socialista: Patxi López.
Si su andadura como lehendakari ha sido complicada, su balance final es mucho más que satisfactorio para Euskadi y para los vascos. Ciertamente, ha tenido que superar muchos escollos, algunos inherentes al propio cargo, pero otros han ido añadiéndose por parte de quienes, enrabietados, se han empeñado en proclamar que las circunstancias, -no ser del partido más votado en el 2009, no concurrencia de “todas las sensibilidades” a las Elecciones, etc…-, ilegitimaban su acceso al poder. Más allá de tales circunstancias los ataques personales le han llovido en los más variados formatos, a lo largo de gran parte de la Legislatura. La naturalidad del lehendakari López hizo mella en el nacionalismo destronado al que Ibarretxe había llevado al terreno del delirio con aquel Plan que ponía en riesgo la convivencia de los vascos de todas las tendencias políticas, porque ignoraba la composición ideológica de la sociedad vasca, daba la espalda al marco jurídico y convertía el autonomismo que unía a la mayoría de los vascos en un mero trámite histórico entre la falta de libertad y la quimérica independencia. Patxi López ha sido, por tanto, el eslabón que ha evitado que la cadena se quiebre. A pesar de todo Iñigo Urkullu, que es el Presidente del PNV, se permitió subrayar sobre Ibarretxe que “será difícil que haya otro Lehendakari como él”. No estaría mal preguntarle, ahora que es él el lehendakari de los vascos, si sigue pensando lo mismo.
Porque casi al tiempo que el PSE ultimaba de forma meteórica su acuerdo con el PP para gobernar, el PNV se esforzaba para hacer valer sus 30 escaños del 2009 e impedir ese eslabón socialista en medio de la cadena nacionalista. Y era tan importante ese logro, que llegó a proponer el cambio del mismísimo Ibarretxe para forzar el acuerdo que les diera la Presidencia, es decir la Lehendakaritza. No se sorprendan porque precise el término. El nacionalismo ha excluido a todos los no nacionalistas de los “honores” a ellos reservados. En el año 2009, en uno de esos artículos flamígeros del senador vasco Iñaki Anasagasti, criticaba la llegada de Patxi López al Gobierno. En su blog, en el que el senador viene almacenando su propiedad intelectual, el también nacionalista Gorka Knörr hacia la siguiente aportación: “Acabo de leer tu artículo sobre esa ridiculez que quiere hacer el futuro Presidente López con la fórmula del juramento…Ves que utilizo Presidente en lugar de Lehendakari. Ni una vez diré Lehendakari López”. Y bien, alguien pensará que siempre caben intransigencias mayores frente a las pequeñas, pues no en vano Gorka Knörr huyó del PNV junto con el primer lehendakari vasco elegido por medios puramente democráticos, Carlos Garaicoetxea. Pues no. El senador Anasagasti le respondió con este broche final: “Yo, querido Gorka, añado un nuevo argumento. El término Lehendakari solo debería ser usado por partidos de ámbito vasco, nunca por partidos de ámbito estatal español. Que le llamen Presidente como a Zapatero”.
Eso que Gorka Knörr llama “ridiculez”, sobre la fórmula del juramento del cargo de Lehendakari bajo el Árbol de Guernica no era otra cosa que modernizar los textos utilizados por los anteriores lehendakaris. Euskadi precisaba actualizarse y, en ese sentido, fue Patxi López quien arriesgó eliminando la vieja fórmula, mucho más acorde a la Edad Media que a la contemporaneidad. Esa ¡”ridiculez” consistía en eliminar el crucifijo de la mesa del Juramento y posar su mano sobre un ejemplar del Estatuto de Guernica en lugar de hacerlo sobre uno de los 252 ejemplares de la Biblia en euskera, edición que data del año 1865. Igualmente el Lehendakari López omitió una frase de la fórmula de juramento tradicional: “Humillado ante Dios”. ¿No es lógico que eliminara esa frase en el contexto que vivimos actualmente? Lo curioso es que Iñigo Urkullu también ha apartado la simbología religiosa en su juramento. ¿Seguirá siendo ridícula esa actitud para los nacionalistas?
El eslabón socialista no solo ha aportado frescura y contemporaneidad al anquilosado ritual nacionalista sino también estética. Por cierto, una estética que provocó incertidumbres a pesar de las positivas valoraciones que cosechó. Porque Patxi López, con la naturalidad e inclinación lírica que le caracteriza, utilizó dos poemas para adornar su Juramento. El crucifijo no lo fue, ni la Biblia, pero los vascos y vascas que asistimos escuchamos el poema “Maiatza” (“Mayo”) en euskera, del poeta vasco Kirmen Uribe, con alusiones constantes a la esperanza ante un nuevo tiempo: “Ven y hablaremos de las cosas de siempre/ del valor que tiene ser amable/ de la necesidad de arreglárnoslas con las dudas/ de cómo llenar los huecos que tenemos dentro/ Ven, siente en tu rostro la mañana”. Y leyó otro poema del Premio Nobel Wislawa Szymborska que consegró la diversidad de los vascos empeñados en un mismo destino, obligados a una misión compartida: “Entre sonrisas y abrazos/ verás que la paz se fragua/ aunque seamos distintos/ como dos gotas de agua”. Nada de esto pasó desapercibido, pero también saltaron las polémicas en medio de la sorpresa. El poeta vasco de quien tomó los versos lo explicó aunque no sin dudas: “…esto no significa que la genta vaya a asociar ni a mí ni a mi obra con una corriente política”. Me queda la duda de si se hubiera expresado con en los mismos términos si hubiera sido un nacionalista el que lo usara. En todo caso, ese miedo escénico del poeta vasco ante el desacostumbrado acontecimiento quedó limitado por dos frases: “Ha sido un detalle y me honra”, y “sí, ojalá sea para bien”.
Los casi cuatro años de andadura no han sido sencillos para López, por la crisis y la difícil convivencia social y política que imperaba en Euskadi, pero sobre todo por el furor de un nacionalismo que se sentía expulsado de sus dominios exclusivos, por la colonización de sus tierras y posesiones a manos de unos “extranjeros” españoles. Y así fue que se acusó al lehendakari López de “holgazán” frente a la acendrada característica vasca de la diligencia. Así fue que se le tildó de impropio por no hacerse entender en euskera, aunque todos entendiéramos lo que decía. De poco sirvió que prometiera aprender el idioma porque el nacionalismo vasco los exige ya aprendidos, lo cual excluye de poder acceder al cargo a más de la mitad de la población. Así fue que le fue criticada su afición a la música, crítica que arreció cuando apareció en la portada de una revista interpretando al saxofón. Así ha venido siendo con las arremetidas en torno a su preparación y formación, a pesar de que su actitud haya sido, con mucha diferencia, la más humana y cercana hacia los ciudadanos a los que ha gobernado. Y bien, ¿tendrá el nacionalismo algo qué decir de las características de Iñigo Urkullu, tan paralelas y semejantes a las de Patxi López: parejos en preparación, paralelos en su trayecto político militante, afiliados a sus partidos casi desde niños, los dos “euskaldunberris" (que no hablan euskera desde la cuna), los dos discretos en sus ademanes?
Pero el nacionalismo va a seguir, erre que erre, ignorando el eslabón socialista en que el terrorismo ha declinado su intransigencia y su brutalidad; ignorando que en tantos ámbitos y ambientes se ha buscado la paz y se ha auspiciado la convivencia entre iguales; ignorando que se ha normalizado la relación entre los líderes políticos, y la cámara parlamentaria vasca debate al completo; ignorando que la Autonomía ha sido preservada de cuantos ataques han sido insinuados o perpetrados por el Gobierno Central y centralista; ignorando que la crisis ha sido contrarrestada con la suficiente eficacia como para que nos afecte en cantidades mucho más llevaderas que en el resto de España; ignorando que el Estado de Bienestar y sus políticas dignificante  de la vida de las personas continúa vigente; ignorando que en la calle las gentes ya no temen que un explosivo las descuartice; ignorando que la vida de los vascos y las vascas, atribulados por el rigor de sus existencias, y nada más, es más tranquila.
Fue difícil completar el eslabón porque ETA mataba, pero también porque el compañero del PSE, elegido para cerrar el círculo del eslabón, era el PP. Los populares vascos siempre han sido oportunistas. En los dos años largos que duró su andadura a los órdenes de López no faltaron las desavenencias. No parece extraño que ocurra esto entre dos formaciones con principios y valores bien diferentes, pero tampoco faltaron las deslealtades protagonizadas por un PP que buscaba cualquier disculpa para acrecentar las contradicciones y discusiones iniciadas en Madrid. El puzle se mostró en varias ocasiones como un galimatías indescifrable: el presidente Zapatero acordando con el PNV para resolver problemas españoles, mientras los nacionalistas apoyados por el PP vasco derrotaban algunas decisiones socialistas en Euskadi. Es bien cierto que, ideológicamente, son bastantes las coincidencias entre PP y PNV, sobre todo en materia social y económica, pero si el PP vasco hubiera sido leal su andadura no habría sido tan escasamente fiable, ni habría terminado antes de la fecha estipulada, que era el final de la legislatura. También mientras duró el acuerdo PSE-PP fueron bastantes las salidas de tono.
El PP vasco, que no formó parte del Gobierno de Patxi López, aunque se haya beneficiado notablemente de él por solo estampar su firma, se encargó en varias ocasiones de intentar desacreditar al Lehendakari mediante ocurrencias y reflexiones gratuitas que Basagoiti pronunció para ocultar su más que profunda insustancialidad política. Especialmente desafortunada y ruin fue su frase recalcando que Patxi López tenía “menos títulos académicos que Homer Simpson”, como respuesta a alguna crítica del lehendakari a los ajustes perpetrados por Rajoy en el gobierno español, lo que provocó que algún seguidor suyo creara una página en Facebook encabezada por una caricatura de H. Simpson con la siguiente inscripción: “Soy más listo que Patxi López”. De modo que el debate político llegó a contemplar, a la vez, frases de este tenor y otra del nacionalista Andoni Ortúzar: “Tendremos que gobernar nosotros; mientras no volvamos a Ajuria Enea lo tendremos que hacer desde Sabin Etxea (sede del PNV en Bilbao)”. Y completa esta espiral absurda una frase pronunciada por el Presidente del PP en Bizkaia, en plena campaña electoral: “Por donde pasa un gobierno socialista la herencia es mucho peor que mala”, como si el PP vasco no tuviera nada que ver.
El resumen resulta más que evidente. Euskadi culmina el periodo más fértil de la Democracia, porque no solo se ha avanzado de modo irreversible en la solución de la brutal lacra terrorista y en la construcción de una convivencia pacífica, sino que se ha apuntalado nuestra autonomía sin necesidad de recurrir a amenazas de Planes ni consultas soberanistas, que siempre repercuten negativamente en la convivencia. Como, además, el tratamiento de las consecuencias de la crisis ha sido tan contundente como delicado y respetuoso con los más humildes, con los más afectados, bien cabe decir que Patxi López ha cumplido sobradamente sus objetivos, y el PSE ha servido con mimo y diligencia a los ciudadanos vascos. Que el nacionalismo vasco no quiera reconocerlo con rotundidad y que el nacionalismo español no ceje en su censura apuntalan más si cabe esa realidad que es constatable en muchos factores.
Ahora vienen, otra vez, nuevos tiempos. El Gobierno “débil” que encabezará Urkullu, -con solo 27 parlamentarios, de 75, y sin apoyo externo-, va a necesitar de la responsabilidad de los bien intencionados. A Patxi López no se le ha ocurrido decir que procurará gobernar desde la sede del PSE, como dijo el PNV, pero a la hora de contrastar comportamientos responsables todos los vascos conocen la irresponsabilidad manifestada por EHBildu y por el PP. ¿Será otra vez el PSE el señalado, por su inveterada decencia, para hacer funcionar Euskadi? Así deberían entenderlo también Urkullu y los suyos, porque a Euskadi siempre la han empujado hacia la convivencia y el progreso “tándemes” de innegable valor: en un principio fueron Aguirre e Indalecio Prieto, y ya en la democracia, Ardanza y Ramón Jáuregui. También Ibarretxe y Redondo se montaron en el tándem, pero eran más proclives al ciclismo desenfrenado de la pista, y el tándem se partió por la mitad. Hay que recuperarle cuanto antes…
…Porque la cadena debe estar formada por eslabones firmes para que nunca se rompa. Patxi López  ha dado fuerza al eslabón socialista que, paradójicamente, ayuda a que Ibarretxe y Urkulla tengan algún tipo de ligazón.
FDO. JOSU  MONTALBÁN