sábado, 21 de junio de 2014

TRANSICIÓN: THE END (EL PAIS, 21 - 06 - 2014)

TRANSICIÓN: THE END
La película de la Transición Española ha puesto ya en la pantalla el cartel que reza “The End”. Todo ha terminado. Con una firma en el documento que certificaba su abdicación y un beso de su esposa cuando regresaba a su asiento en el Palacio Real, el ya antiguo Rey de España Juan Carlos I ha sellado el finiquito de la Transición. ¿Cuándo ha sido esto?, me pregunto ahora que solo han pasado unos días desde el evento, pero es que me parece como si se tratara de algo acontecido hace mucho tiempo. Esto de la Transición suena a viejo, a enmohecido. Ha servido como disculpa, por ejemplo, para mantener esta Monarquía en vigor, aunque nada vigorosa, durante tanto tiempo. De la mano de un monarca maltrecho, aunque no más maltrecho físicamente que la propia monarquía, España ha dado continuidad a lo que estaba llamado a desaparecer o, al menos, a revitalizarse antes de seguir caminando.
De cuanto ha acontecido me quedo con algunos detalles a los que cada cual dará la importancia que quiera: el momento de la abdicación en tiempo de profunda mudanza en la vida política española; las escasas y poco consistentes razones dadas para motivar la abdicación; el comportamiento de los expertos, historiadores, periodistas y líderes de opinión que, llegada esta ocasión, se han deshecho en halagos hacia una Familia Real cuyos tejemanejes e irregularidades han dejado mucho que desear; y el panegírico de tantas versiones dirigido a quien ahora es el Rey –Felipe VI- por la gracia de Dios y el derecho hereditario, según el cual a partir de ahora vamos a ser dirigidos por el español mejor preparado de cuantos vivimos aquí. Pero yo me quedo con una única constatación: la Transición ha terminado.
En España no han sido pocos los que han propugnado que estábamos ante una segunda transición, como si la Historia nos pudiera adjudicar la condición de transeúntes, de pasajeros en tránsito que se dice en los aeropuertos. Pero no, en algún momento tenía que terminar ese viaje de la Dictadura franquista a la Democracia, que todos los españoles veníamos sufriendo, eso sí, en el tren gobernado por el maquinista que el dictador propuso. La coartada fue que el cambio que se pretendía, dada su rotundidad, requería de tránsitos intermedios. El Rey Juan Carlos I era el elegido, para algunos el idóneo, pero para la gran mayoría de los españoles su papel no debía exceder el tránsito hasta la Democracia. Nadie pensaba que tras él, se entronizara a su hijo, y tras su hijo se tuviera ya dispuesta a una guapa chiquilla de nombre Leonor. Es decir, que hay Monarquía para rato porque su Majestad Juan Carlos, que ya está en la Historia, le ha dicho al último Presidente de la Segunda República Española (a la que Franco destruyó) que el que fue a Sevilla perdió su silla y el que fue a Aragón perdió su sillón.
Y así, de este sencillo modo, la Familia Real, -que como familia es más bien irreal a tenor de sus inclinaciones y comportamientos-, ha culminado la Transición española y se ha metido en la Historia de España con premeditación y alevosía.

FDO.  JOSU  MONTALBAN

martes, 17 de junio de 2014

EL REY HA ABDICADO : MONARQUIA O REPÚBLICA ( DEIA, 17 - 06 - 2014 )

EL REY HA ABDICADO: MONARQUIA O REPUBLICA
Con la abdicación anunciada el Rey de España Juan Carlos I ha abierto el tarro de las esencias. Ha habido quienes se han rebelado de inmediato contra la Monarquía, en general, y los ha habido rebelados contra Juan Carlos de Borbón. Los periódicos han redactado editoriales bien diversas, la mayoría de ellas laudatorias, ensalzando su papel durante la noche de aquel infausto 23 F en que Tejero entró en el Congreso de los Diputados con una pistola en la mano. Se han escrito frases tan majestuosas, -nunca mejor dicho-, como esta: “Y en ese vértigo estamos viviendo ahora muchos millones de personas que sentimos la monarquía como el único símbolo histórico de unidad de convivencia en libertad que hemos conocido en toda nuestra vida” (Pedro José Chacón Delgado).
Las tertulias se han desbordado. Quien más y quien menos ha pretendido comparar mediante parámetros medibles esa disyuntiva para cuya solución solo caben apetencias: monarquía o república. Los micrófonos han preguntado a los líderes de los partidos políticos y ellos han optado por responder según las conveniencias del momento, de modo que el socialista Rubalcaba, por ejemplo, subrayando el toque republicano de su formación ha optado por posicionar al PSOE en el bando monárquico, mientras el PNV se ha declarado republicano pero se abstendrá en la votación correspondiente en las Cortes Generales españolas. Los famosos “jarrones chinos” también han sido consultados pero ellos, quizás movidos por los inevitables “lazos de amistad” entrelazados durante sus legislaturas de gobierno con la Familia Real, se han derretido en loas hacia el monarca, si bien mucho más basadas en la campechanía y la fluidez de su carácter que en su condición de Jefe del Estado. También han sido consultados profesores y catedráticos de Derecho Constitucional que, con la característica asepsia con que suelen pronunciarse cuando son consultados, que siempre raya la insulsez, ciñen sus respuestas al papel y cometidos del Rey sin pararse a pensar que la consulta que les han formulado no tiene que ver con el academicismo, sino que va a ser utilizada en informar a todo tipo de ciudadanos, incluidos los menos avezados, desde los periódicos. Por fin, también son consultados los ciudadanos en general, que responden al voleo expresando sus preferencias o sus corazonadas.
Pues eso, que el Rey ha abdicado, al parecer, sin que el Gobierno hubiera aprobado aún alguna ley de sucesión. Al menos eso es lo que ha trascendido a la opinión pública, lo cual contrata con las voces surgidas desde algunos mentideros que afirman que tanto Rajoy como Rubalcaba conocían las intenciones desde hace al menos cinco meses. A mí me extraña mucho que, si ambos dos lo sabían, no lo supieran también los líderes de CIU y PNV, cuya relación con el Rey Juan Carlos siempre ha sido tan cuidada como cordial. Y cabe concluir que el inminente relevo en la dirección del PSOE por medio de un Congreso Extraordinario que tendrá lugar en Julio es lo que ha precipitado la abdicación, toda vez que algunos trámites parlamentarios exigen mayorías cualificadas que solo son posibles con la actual proporción de miembros en el Congreso de los Diputados. Además, las reflexiones que se produzcan en el Congreso aludido podrán derivar, a poco que las bases socialistas reaccionen en la dirección idónea, en un posicionamiento formal a favor del republicanismo, solo con que recuperen el espíritu del fundador Pablo Iglesias del que surgieron.
Este hombre que ha abdicado a favor de su hijo es un hombre afable, de buen carácter, dicharachero, con aspecto de bonachón. Campechano, risueño y muchas más cosas buenas. Si en lugar de ser Rey hubiera sido un trabajador cualquiera, al cumplir su jornada laboral acudiría a la taberna de su pueblo a tomar algún vaso de vino, cantaría con una mano apoyada en el mostrador mientras sostendría en la otra el vaso de morapio, criticaría al rey de su nación del mismo modo que otros lo harían y llamaría chupatintas a los gobernantes de turno. Tal que así le veo, pero ha resultado ser el Rey y en ese cometido se ha comportado como un baldragas. No es fácil de comprender el comportamiento de todos los notables que se han roto en alabanzas para él. Se le ha adjudicado como un mérito exclusivo que la Transición se produjera de aquel modo tan pacífico pero, ¿cabía otro? ¿Hubiera sido posible aquello sin las importantísimas renuncias ideológicas del PSOE, del PCE, de las fuerzas nacionalistas y de los sindicatos de clase?
No se trata ahora de tirar de oportunismo y defenestrar al Rey, se trata de hacer aquello que jamás se intentó hacer, es decir, restablecer el mismo régimen de gobierno que el levantamiento franquista abolió. Franco no se levantó contra ningún monarca, lo hizo contra una República y contra su Presidente. Lo más doloroso fueron la Guerra Civil y la subsiguiente Dictadura, pero además se produjo un tocomocho al final de la Dictadura, porque donde había estado un presidente republicano se puso un rey. Por cierto, el Rey Juan Carlos, en julio de 1969 pronunció estas palabras en la  ceremonia en que aceptó suceder a Franco: “Quiero expresar en primer lugar que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes pero necesarios para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino. España ha recorrido un importante camino bajo la dirección de Vuestra Excelencia. La paz que hemos vivido, los grandes progresos que en todos los órdenes se han realizado, el establecimiento de los fundamentos de una política social, son cimientos para nuestro futuro…” Me dirán algunos que no podía hacer otra cosa en aquel momento que leer aquel texto que le habían preparado. De acuerdo, pero pasado el temporal y finiquitada la famosa Transición, ¿por qué no darle una oportunidad de elegir república o monarquía a los ciudadanos?
Las razones de la abdicación están contenidas en su discurso anunciador. Recojo algunas frases: “En mi proclamación como Rey asumí el firme compromiso de servir a los intereses generales de España con el afán de que llegaran a ser los ciudadanos los protagonistas de su propio destino… Mi hijo Felipe, heredero de la Corona, encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica… El Príncipe de Asturias tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado… Contará para ello con el apoyo que siempre tendrá de la princesa Leticia… Guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón”. Se trata de un discurso sencillo y esperado, pero su empeño de que los españoles sean protagonistas de su propio destino contrasta con la condición hereditaria de la Corona. En todo caso la condición hereditaria es siempre menos democrática que la derivada de un proceso electoral al que puedan concurrir todos los ciudadanos, ya sea como electores o como elegibles. En ese sentido, en contra de la tajante opinión del catedrático López Basaguren, - “las monarquías parlamentarias son sistemas plenamente democráticos, y estaríamos tirando por la borda la historia de algunos de los países más democráticos de Europa si dijéramos lo contrario”-, me permito afirmar que la Monarquía española se ha convertido en la última reminiscencia de la dictadura franquista, aunque obre a años luz de aquella.
Tal como subrayó el Juan Carlos de Borbón en la ceremonia de aceptación de su cargo en 1969, “recibió de Franco la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936”, por tanto debería haber constituido una de las reliquias a eliminar en aplicación de la famosa y controvertida Memoria Histórica. La Monarquía española ha tenido tiempo suficiente para condenar de forma solemne y categórica la dictadura franquista, lo cual solo es posible nombrando a Franco y tildándole de lo que fue, un abominable dictador y un cruel asesino. No lo ha hecho. ¿Por qué no dar una oportunidad a quienes creemos que una República daría mejor respuesta a la convivencia y necesidades ciudadanas, que esta Monarquía tan salpicada de corrupción, de dudas y de actividades censurables?
Fdo. JOSU  MONTALBAN       

domingo, 15 de junio de 2014

YO TAMPOCO HICE LA MILI (EL DIARIO NORTE, 15 - 06 - 2014)

YO  TAMPOCO  HICE  LA  MILI
Sí, aunque por razones diferentes, yo tampoco hice la mili, como el Rey Felipe VI, pero en mi caso fue por una incapacidad manifiesta para el ejercicio de la milicia: tengo los pies planos. Según parece yo podría ser un gran pisador de uvas en esos lugares donde se hace el vino, pero nunca un buen soldado. En realidad nadie me hizo las debidas pruebas, como mucho un brigada me miró los pies apoyados sobre una placa de mármol, y luego miró con detalle la huella que mis pies habían dejado en ella. Hubo un gesto de aprobación, una inclinación de la cabeza, que fue interpretada como positiva por un escribiente de letras deformes que también vestía de caqui.
¿A qué viene esto? Ah, sí, acabo de ver unas imágenes en que Juan Carlos I y Felipe, su hijo, exhiben sus trajes militares, relucientes y hechos a medida, no como los pantalones que daban a los soldados cuando iban a servir a la patria. No me imagino a Felipe VI dirigiendo maniobras militares, ni tirándose colgado de un paracaídas, ni desembarcando frente a la costa escarpada de Marruecos, ni siquiera disparando al blanco, que es una maniobra tan limpia. Entonces, ¿a qué viene eso del traje militar, impoluto, que tanto puede servirle para pilotar un avión, capitanear una fragata o mandar a un batallón de tierra, porque es el mandamás militar más importante en la tierra, el mar y el aire? No voy a ponerme puntilloso porque, al fin y al cabo, el futuro Felipe VI no se ha metido directamente conmigo, como mucho, es la Constitución la que le tiene reservados todos los lugares preferentes. La Constitución es una señora con muy malas pulgas que tiene sojuzgados bajo sus textos y sus caprichos a todos los españoles, ¿a todos?, ¡no!, el Rey y su familia están por encima porque a ellos les protege en exceso.
Ahora le ha dado a todo el mundo por decir que Felipe VI está muy bien formado y preparado, y que será por tanto una garantía para el futuro de los españoles. No diré yo lo contrario, pero de ahí a reafirmar esa tontería va un abismo. Lo dicen quienes apuestan por la Monarquía como sistema de gobierno, y lo repiten porque saben que el carácter hereditario de la Corona es algo tan anticuado y clasista como absurdo. Creer en un Rey es tanto como creer en un santo cualquiera, a sabiendas de que si su imagen cae al suelo y se rompe hay otras imágenes del mismo santo esperando en el almacén. Por eso se empeñan en subrayar la preparación y formación de Felipe VI que, si es tal, bien podría servirle para competir en unas elecciones para Jefe del Estado español democráticamente frente a otros españoles dispuestos a ello. Pero no será así, nunca será así, porque así lo prevé la Constitución. La farsa es la farsa, y no admite apósitos. Felipe VI está ahí, en el pórtico, esperando que el “santo” Juan Carlos I sea descolgado del retablo para ocupar él la vacía hornacina.
Pertenece a una familia ejemplar en la que sus miembros más cercanos o andan de caería o son cazados con las manos en la masa. No es eso lo peor, porque se trata de algo extraordinario, y si tales irregularidades no se dieran podría parecer que la Monarquía hereditaria es una infalible garantía para el sistema democrático. La Familia Real española ha demostrado que no lo es. Además, Felipe VI será una especie de diminutivo de su nombre real: Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos (de Borbón y Grecia). Cada uno de sus nombres tiene una razón de ser. Siguiendo su mismo esquema nominativo yo me hubiera llamado Jesús María Venancio Jesús Pedro de la Ascensión, que no es moco de pavo. Es decir, que para recoger mi nombre en el DNI serían necesarias dos o tres líneas del mismo. Eso sí, en mi vida cotidiana seguiría siendo Josu.
No voy a entrar en su alcoba, ni siquiera en su vivienda, donde su vida ha discurrido como la de la gran mayoría de los españoles, aunque holgada en medios y sobrada en economías. Pero sí hay que detenerse en eso que se subraya con excesivo énfasis, para contrarrestar a quienes opinan que un Jefe de Estado ha de ser elegido de forma democrática. Ha estudiado Derecho en Madrid y lo ha adornado con un Máster de dos años en Georgetown, tal como ahora hacen muchos jóvenes cuando al terminar sus estudios superiores no encuentran un empleo, claro está que él por diferentes razones. Su meteórica carrera militar no augura mucha eficacia en caso de que sea precisa su intervención, aunque la leyenda relativa a su padre se explaye en considerar sublime aquella comparecencia de la madrugada del 24 de Febrero en que, vestido de General de los Tres Ejércitos, abocó al fracaso el Golpe de Estado que había iniciado Tejero.
Sin embargo, lo importante son los adornos. Diplomas como Príncipe de Asturias, de Gerona y de Viana, Dique de Montblanc, Conde de Cervera y Señor de Balaguer. Eso sí, para llevar encima todas las condecoraciones que le han sido otorgadas necesita varios trajes, como esos militares rusos jubilados que se pasean por la Plaza Roja de Moscú inclinados hacia delante por el excesivo peso de las medallas. A Felipe VI le adornan ocho solemnes condecoraciones españolas, -dos Collares, cinco Grandes Cruces y una Medalla de Comendador-, y le adornan treinta condecoraciones extranjeras procedentes de todos los confines del Mundo. En este punto surge una pregunta: ¿cuándo ha tenido tiempo suficiente nuestro inminente Rey para hacer tantos méritos? Por tanto, teniendo en cuenta que a partir de este momento tan señalado le van a llover premios, condecoraciones y títulos, no sabemos bien si tales distinciones serán acordes a sus méritos, o si sus méritos se verán acrecentados después de haber comprobado la gran profusión de distinciones que ostente.
Bien sé que el debate “monarquía o república” es de mucho más calado, pero es que me resulta de un papanatismo horrendo la nueva moda de ensalzar la Monarquía por parte de periodistas, tertulianos y demás expertos, dejando para nadie sabe cuándo el análisis de tantos años en los que la Familia Real ha campado a su aire, entre la holgazanería y el placer desbocado. La Tercera República tendrá que esperar porque la Monarquía posfranquista no puede esperar ni hacerse a un lado.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN