martes, 30 de septiembre de 2014

VER PASAR LA VIDA ( DEIA, 30 de Septiembre de 2014 )

VER  PASAR  LA  VIDA  o LA IRRESISTIBLE  PASIÓN  DE  LOS  POETAS
(En torno al libro de Joan Margarit “Nuevas cartas a un joven poeta”)

Me gusta releer algunos libros. Incluso me gusta “rereleerlos”,… y más prefijos “re” encadenados aún.
Muchas veces he leído, -por tanto, tantas menos una le he releído-, el libro de Joan Magarit “Nuevas cartas a un joven poeta”. En él Joan rememora y revisa un libro anterior al suyo, “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke. Yo no había leído el libro de Rilke cuando compré el libro de Joan Margarit, pero recién terminé de leer el libro de Margarit compré el de Rilke y lo leí. Ahora resulta que tengo un dulce recuerdo e impresión de los dos y, aunque no sé bien cómo relatarlos, debo afirmar que han confirmado mi condición de poeta: una condición sencilla aplicable a quien escribe poesía.
Me une a la poesía un vínculo difícil de explicar pero fácil de vivir en él una vez que le he percibido y aceptado. Dice Joan que “el límite de la poesía es el de la emoción”. Sí, yo también siento una fuerza interior, una especie de satisfacción cuando leo la poesía que he escrito unos instantes antes y, una vez sosegada la mente, me balanceo en sus contenidos. Porque, como a Joan Margarit, “no me interesa el poema que no contribuya a hacerme mejor persona, a procurarme un mayor equilibrio interior, a consolarme, a dejarme un poco más cerca de la felicidad”.
Cuando me apresto a escribir un poema la idea ya ha anidado en mi mente, ya es imposible que el poema no surja como un polluelo que surge del huevo, y no sé bien si es el poema el que rompe la cáscara desde el interior o soy yo el que, aprisionado en mi inquietud y ávido de libertad y de libertinaje, la rompo para que surja mi hijo del alma. Ya no me importa que a los ociosos se les tache de modo despectivo de “vivir de la poesía”. Frente a quien lo diga yo le contrarresto con esos versos de Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
Mucho se ha dicho de la poesía y más se ha dicho de los poetas. No todo bueno, incluso en algún tiempo a los que llevaban los cabellos largos y desgreñados se les confundía con arruinados poetas. Tal ha sido considerada la poesía, una práctica común y sencilla, asequible para todos. ¿Quién no es capaz de escribir un poema? Sin embargo, ser poeta es una manera de ser o de estar en el mundo, como decía Heidegger. Si “poeta” fuera una profesión o un oficio habría escuelas en las que aprendieran los jóvenes a escribir los poemas, manuales en los que se enseñara a completar un soneto o una décima, una poesía épica o una lírica, un romance o una fábula. Y los poetas se especializarían en alguna de las disciplinas; tal vez dejarían de ser escuetamente poetas para adornar su currículo con la pertinente especialidad.
Hay quien se empeña en minusvalorar la poesía, o más bien en despreciar la obra de los poetas como algo inservible. Hay quien siempre tiene un verso en la punta de la lengua, o un poema en la punta de los dedos, pero nunca tienen tiempo suficiente para declamar o escribir versos porque “no tienen tiempo para perder” o “no tienen tiempo para nada”, como si la poesía fuera nada y el tiempo empleado en crearla fuera perdido. Al poeta le distingue, siguiendo a Rilke, el inevitable destino de manar versos, de verter el agua que calma la sed continuamente, como si de un manantial se tratara.
El poeta dice, pregunta, calla, exhorta, duda,… pero siempre estalla y siembra en el ambiente cuanto le sobresalta y le oprime la conciencia, sea alegre o triste, sea bello u horrendo. Eso sí, busca que la palabra escrita o escuchada golpee en lo más íntimo. Atrae hacia el universo, casi siempre poco convencional, en que se provocan debates internos, es decir, atrae hacia universos abigarrados, profundamente interiores. Mueve el ánimo y determina comportamientos. Excita e incita. Recluye para provocar la reflexión, pero luego se expande sin medida y sin discreción.
Dice Joan Margarit que quien escribe poesía se conoce bien a sí mismo. Dice también que “a veces el poeta no se da cuenta de que vive su propio engaño”. Y bien, ¿cuántos, de vida prosaica, se sienten orgullosos de virtudes que no poseen y las vocean con estrépito sin apercibirse de que quizás no sean tan virtuosos o quizás no posean tales virtudes? Y sin embargo el poeta ha de ser valiente porque cada verso del poema ha de tener vida propia, ha de decir incluso cuando se muestre desamparado de los otros versos del poema.
Cuando escribo un poema ni siquiera imagino cómo será quien se decida a leerlo, no sé si acariciará las pastas del libro mientras lo lee ni sé si su predisposición vendrá determinada por las impresiones que yo les haya podido causar. El poema tiene vida y tiene vocación. Puede ser que tenga ansias de posteridad pero siempre lleva implícita su vocación de servicio: servicio a la ética y servicio a la estética.
El poeta es valiente porque la sociedad sigue denostando a la Poesía. Siempre ha sido despreciado lo difícil cuando es enjuiciado por la gente común. Margarit dice que “hay que ser osado a la hora de escribir el poema”. Osado porque hay que decir todo lo que se quiere decir, con un límite de palabras y con el límite que imponen las reglas poéticas, pero dice también Joan que “(hay que ser) humilde antes y después de escribirlo”, porque la búsqueda de la palabra precisa en su significado tal vez no coincida con la precisa en su métrica y acentuación. Hay que evitar que la humildad y la osadía del poeta se conviertan en soberbia e ignorancia que, como afirma Margarit, conforman una mezcla que da los peores poemas imaginables.
Decía Fernando Pessoa que “el poeta es un fingidor”. Tal vez tuviera razón, pero se finge lo que se desea fingir, aquello que no se tiene pero se persigue con denuedo. Porque el poeta sueña con un mundo mejor y más justo, e imprime amor en casi todo lo que escribe. No sólo los poemas de amor contienen ternura. Lo mismo que el amor se convierte en un territorio casi místico en el que se mueven los enamorados, el poema se constituye en la fortaleza que defiende ese territorio. La poesía ha de ser ambiciosa: con poco, solo con las palabras, ha de invadir todo el espacio, “buscar con la palabra la verdad sin caer en el engaño que siempre espera dentro del brillo más verdadero” (Margarit). Esa es su misión, a ese empeño sirve.
La poesía no es un hobby. A veces se desacredita a la poesía a partir de la marginación de los poetas: “Un poeta da miedo por la verdad que busca y por al soledad que trae” (J.M.). El poeta no es un trabajador que produce poemas, no administra una máquina (ni siquiera de escribir, pues escribe en cualquier lado, en lo que tiene a mano en cada momento), no elabora tablas ni audita cuentas para saber la prosperidad de su negocio. Más bien, a la vista de los demás, vive en el ocio, como dejando pasar el tiempo, pero su entrega a los sentimientos más exigentes, que le hace buscar la soledad para recluirse en ella, le exige una responsabilidad especial, le obliga a soportar el dolor y el sufrimiento como pasajes ineluctables de quienes buscan la soledad para sobrellevar el suplicio de vivir en sociedad. También para esto, considera Joan Margarit, es necesaria la poesía, “porque ni siquiera el amor se entiende sin la experiencia del sufrimiento”.
He dejado lo anecdótico para el final. Compré el libro de Joan Margarit en una caseta ubicada en la calle Recoletos, en Madrid. Conocía al autor porque había sido Premio Nacional de Poesía en el 2008, y había aparecido muchas veces en los diarios. Pero compré el libro como quien compra un armario, abrí sus pastas y vi que era de fácil lectura. Calculé cuánto tiempo tardaría el leerle y lo contrasté con el tiempo que tenía libre en aquel momento. Me salió la cuenta. Fui al Café Gijón, que estaba al lado, y me senté al lado de una jarra de cerveza que no se separó de mí hasta que no llegué a la última página del libro.
Desde entonces, entero o a trozos, le he leído bastantes veces. Empiezo a pensar que es este libro, -junto a algunos otros que conservo con especial mimo-, el que sigue empujándome hacia la poesía como instrumento solidario, ético y estético. Tampoco renuncio a ella como entretenimiento o como mera manera de ocupar el tiempo, pero la siento tan íntima como útil. Al salir del Café Gijón vi el armario, aún lleno de los más variados artículos, que fue digno acompañante de Alfonso, el “cerillero del Café”, ya fallecido. En sus anaqueles de madera rezaba sobre un cartel blanco y escrito con escuetas letras negras: “Aquí vendió tabaco, y vio pasar la vida, Alfonso, cerillero y anarquista”.
Como poco, la poesía es una forma muy saludable, útil y comprometida de “ver pasar la vida”.
FDO.  JOSU  MONTALBAN        

domingo, 28 de septiembre de 2014

EL RETO DE PABLO IGLESIAS TURRIÓN (El País, 27 de Septiembre de 2014)

EL  RETO  DE  PABLO  IGLESIAS  TURRIÓN

¿Qué quiere realmente Pablo Iglesias Turrión? Su desafío a Pedro Sánchez, mediante llamada telefónica al programa televisivo LA SEXTA NOCHE, puede ser interpretado de muy diferentes modos pero, en todo caso, deja en el aire algunas preguntas. ¿Sólo desea debatir con el líder del PSOE? ¿Por qué? ¿No le interesa debatir con Cayo Lara o con Alberto Garzón, que pertenecen a IU, una fuerza consolidada de la izquierda, como lo es el PSOE? ¿Tampoco desea discutir con Rosa Díez ni con los líderes de fuerzas políticas surgidas, como Podemos, a la sombra de la crisis económica y del deterioro progresivo de los partidos e ideologías clásicos? En una sola pregunta: ¿qué persigue realmente, el poder o la transformación social, el dominio o el abnegado servicio destinado a lograr mayores cotas de bienestar para los ciudadanos?
Hay quien cree que lo más conveniente es dejar que Podemos se sazone en su propio jugo, dejando sus acciones y pronunciamientos sin valorar, escuchando sus premoniciones en silencio, haciendo oídos sordos a sus bravatas descalificadoras y siguiendo la estela de la Política más tradicional. Pero resulta que Pablo I. Turrión es un atrevido debatiente que antes de mostrar sus intenciones se abrió las puertas de los platós televisivos participando en tertulias en las que nunca anunció que sus auténticas intenciones eran una sola: asaltar el poder por lo civil o lo militar (entiéndase la metáfora).
Jamás una opción política se ha constituido de forma tan sibilina. Primero solo fue una especie de asesoría de diagnósticos socioeconómicos, eso sí, una brillante asesoría. Pero sorprendentemente, encabezando las listas de Podemos acudió a las Elecciones Europeas y obtuvo un buen resultado, auspiciado por su brillante dialéctica y por el hartazgo ciudadano, siempre dispuesto a encumbrar al dedo acusador. Oportunismo y populismo han bastado para poner en entredicho a las opciones clásicas. Sin otro catálogo ideológico que un ramillete de críticas despiadadas a los hecho por los últimos Gobiernos, y un puñado de calificativos peyorativos destinados a descalificar a todos los demás líderes políticos, -de los cuales el término “casta” es el que más ha trascendido-, ha conquistado un espacio que, al parecer, sólo a Podemos le pertenece. Por eso su hinchada altanería ha incitado a P. Iglesias Turrión a desafiar a quien ha llegado al PSOE con la encomienda y la ilusión de recuperarlo y hacerlo útil para los ciudadanos.
La perversión de P.I.T. está en su escasa generosidad y la crecida desvergüenza de pretender desacreditar a Pedro Sánchez cuando aún apenas ha comenzado a andar. Pero el atrevimiento de Pablo oculta otras estrategias y algunas contradicciones. Resulta contradictorio que su formación, que publicitó con euforia que en un par de días hiciera más de cien mil afiliados y simpatizantes, haya anunciado ahora que no va a concurrir con su nombre a las Elecciones municipales. Pero lo más curioso han sido sus justificaciones, por ejemplo, “tendríamos dificultades para presentar candidaturas confiables y con plenas garantías de representar el espíritu de Podemos”. De modo que P.I.T. no se fía de sus propios afiliados. En otro pasaje apuesta por ser “cauto”, -la cautela es loable-, y “astuto”, -¿en qué acepción, en la de pícaro y taimado?, eso no es tan loable-. Y además ya teme que “las actuaciones impropias de dos o tres concejales serían un icono contra Podemos”, pero usa su temor como muestra de su virtuosa responsabilidad, que por cierto se la niega a esos de la “casta” a los que tacha de totalmente corrompidos y corruptos.
Nada más. Como P. I. Turrión enseguida lanza el guante, también lo lanzará si lee este artículo que es solamente un comentario y una reflexión. No es un reto.

Fdo.  JOSU  MONTALBÁN        

jueves, 18 de septiembre de 2014

¿A DÓNDE VA EL SOCIALISMO EUROPEO?

A DÓNDE VA EL SOCIALISMO EUROPEO
Inicio este escrito sumido en la profunda tristeza que me producen las sucesivas crisis que vienen sucediéndose en los diferentes socialismos europeos. Los socialistas europeos nunca tuvieron una sola voz, ni sus voces expresaron ideas y pronunciamientos unánimes, pero su nivel de influencia en la opinión pública y su capacidad para civilizar a los partidos conservadores y a sus líderes, siempre fue importante. Los carismáticos líderes socialistas de la década de los ochenta, es decir hace solo treinta años, han sido asesinados (Olof Palme), han muerto (Francois Mitterrand, Willy Brandt), han desaparecido por las cloacas nauseabundas (Bettino Craxi), o se han convertido en políticos eméritos, -“jarrones chinos” que diría Felipe González-, cuyos consejos resultan desajustados en el lugar y en el tiempo. Entre aquel tiempo y el actual también ha habido líderes en los partidos socialistas europeos, pero no se puede decir que sus aportaciones hayan resultado fructíferas para el socialismo, peor aún, porque sus afanes innovadores no se han limitado a una actualización de las ideas o conceptos y a una modernización de los instrumentos usados para trasladarlos a la calle, hacerlos útiles para los ciudadanos y ayudar en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, sino que se han empeñado en el descrédito de los viejos principios socialistas antes de haberlos sometido a una revisión crítica.
La actual sociedad, tal como está conformada, es bien parecida a aquella que hizo saltar las alarmas para que las primeras inquietudes e ideas socialistas se abrieran paso. Las viejas clases sociales están hoy presentes en nuestra sociedad desigual del mismo modo, y con iguales comportamientos que entonces. Los ricos de entonces son los riquísimos de ahora, y los pobres de entonces son los pobres y los menesterosos de hoy. En la clase media se agolpan hoy amplias franjas de asalariados y cuadros técnicos directivos que porfían unos con otros, o contra otros, por una supervivencia más o menos holgada. En verdad estamos ante una estructura social enrevesada pero, a la vez, sencilla. Si el socialismo surgió en gran medida aguijoneado por la flagrante desigualdad entre las clases sociales tenemos que convenir que la desigualdad actual es tan evidente que bastaría con aplicar las mismas medidas “revolucionarias” de entonces para hacer vigente y útil el socialismo actual, que deambula por Europa tan desnortado como desorientado.
La discusión permanece a pesar del tiempo transcurrido. Capital y Trabajo son dos tertulianos que andan continuamente a la gresca. Uno dice ser imprescindible para que exista el otro, y el otro dice que es gracias a él como el uno obtiene sus beneficios. Y en medio de la discusión las personas, organizadas socialmente de un modo variado, endemoniadamente variado, que bien poco facilita la convivencia. El socialismo surgió como una posible solución para un entramado social muy parecido a este, pero los líderes socialistas actuales parecen no verlo de este modo. No son capaces de equiparar el viejo pico y la pala de los obreros con la nueva excavadora, es decir, que no son capaces de ver claramente que el pico y la pala, como la excavadora, solo funcionan manejados por personas que, como otros seres vivos nacen, crecen, se multiplican y mueren, pero que a diferencia de la mayoría de los seres vivos tienen inteligencia, sentimientos y voluntad, lo que les convierte en guías y responsables de su propio destino, tanto en el aspecto individual como colectivo. Si el socialismo moderno no pone sus pulsiones en un humanismo que convierta al Hombre en su fin y su principio debe dejar de llamarse de ese modo, porque deja de ser un honesto heredero del viejo Socialismo.
La Izquierda en general, y también el socialismo en particular, han mostrado demasiados síntomas de debilidad. Se avergonzó de su nombre y de su condición. Cada vez son más los que habiéndose ubicado en la izquierda no paran de decir que las diferencias entre la derecha y la izquierda son inapreciables. Se trata de una sublime estupidez porque, a poco que nos fijemos, cada vez que la derecha alcanza el gobierno usa sus instituciones como meros petimetres a su servicio: liberaliza para mercadear con los derechos que asisten a los ciudadanos y convierte lo que deben ser servicios públicos en materias sometidas a las brutales leyes de la oferta y la demanda, en las que siempre pierden las personas, sobre todo las más desfavorecidas en la escala económica y social. Pues bien, también en eso la izquierda se muestra remisa y asustada: no contenta con haber convertido el término “comunismo” en una mera reliquia, o con hacer del “anarquismo” un término abominable que solo se usa para el descrédito político y social, ha convertido el “socialismo” en socialdemocracia o en mero liberalismo, mientras la derecha campa a sus anchas enarbolando sus ideas clásicas y usan sin ningún rubor sus viejos diccionarios y nomenclaturas. Y por si fuera poco, surgen nuevas formaciones con nombres más sugerentes que definitorios, que prefieren proclamar que no están en ninguno de los lugares clásicos, ni en la izquierda ni en la derecha.
Bajemos a pie de calle. El laborismo británico, apadrinado por Tony Blair, optó por la Tercera Vía de Giddens, que no pasa de ser una política de derechas atenuada con algunas medidas socializadoras. El socialismo portugués y el griego se han ido por el conducto de desagüe de la crisis económica que no pudieron soportar, probablemente por falta de audacia o por haber situado su europeísmo indefinido demasiado por delante de su socialismo. El socialismo italiano se ha quedado en una definición tan escueta como “partido democrático”, y marcha desbocado de la mano de Renzi en esa jungla política que tanto crea “berlusconis” como “bepegrillos”; pero lo hace con una audacia tan desmedida como falta de dirección y sentido: sus promesas se diluyen no solo porque el tiempo se hace escaso para su consecución, sino porque eran ya aceleradas en el momento en que fueron formuladas. El socialismo alemán (perdón, la socialdemocracia) se ha convertido en la muleta de Angela Merkel, aunque alguna de las condiciones aceptadas por la canciller al formar el Gobierno de coalición, impuestas por el SPD alemán, tuvieran un cariz social y reformista. Pero a nadie se le ha de escapar que esta Europa entregada a las políticas de austeridad, que acogota y atosiga a millones de europeos sometidos a dichos rigores, cuenta con el apoyo del SPD del “socialista” Gabriel, mucho más entregado a la fatua deriva de Schroder que a las posturas clásicas de Brandt. Y el socialismo francés acosado por todos los demonios…
El Presidente Hollande ganó las elecciones francesas porque sus promesas se oponían frontalmente a las tesis que defendían la austeridad. Incluso, no exenta de cierto populismo, su propuesta de cargar con más de un 70% los impuestos a las grandes fortunas y los grandísimos beneficios, facilitó su victoria. ¿Qué ha pasado después? Que en algo se había equivocado al hacer sus números, pero además el tiempo y las vicisitudes más extrañas le han desarmado. Primero fue desacreditado por sus devaneos amorosos y, ya desguarnecido, ha quedado a merced de su deficiente popularidad y de propia situación económica de Francia. Ahora mismo su sumisión a Bruselas y Berlín es manifiesta, a pesar de que su situación económica, aún siendo mala, no alcanza la perversión del resto de Europa. Como expresa Krugman, “Hollande podría haber liderado un bloque de naciones que exigiesen un cambio de rumbo (frente a las políticas de austeridad), pero se doblegó rápidamente y cedió por completo a las exigencias de una austeridad aún mayor”.
Los cambios experimentados en el Gobierno francés, que han arrastrado hacia brutales turbulencias en el seno del socialismo de Francia, muestran una deriva peligrosa que muy bien podría acabar en la fractura del PSF. Primero fue la entrada de Valls como Primer Ministro, y después lo ha sido la remodelación del primer gobierno de Valls del que han salido los ministros ubicados ideológicamente más a la izquierda, entre ellos Montebourg, el Ministro de Economía, que había criticado públicamente las políticas de austeridad. ¿Quién ha ocupado su lugar? Sujétense bien: ¡un banquero!. Han leído bien, un tal Macron, liberal como mucho y socio de la Banca Rotchschild, que ha venido de propiciar operaciones bancarias de compra por valor de bastante más de 9000 millones de euros. En sí misma esta procedencia no define nada, pero sí lo hacen otros detalles: “Habrá momentos difíciles en la Historia de la izquierda, porque habrá que repensar certidumbres del pasado que ya son estrellas muertas”. Para él el motor de la economía es la empresa pero “hay que repensar uno de los principios de la izquierda según el cual la empresa es el lugar de la lucha de clases”. Por tanto, para Macron, el Trabajo ha de rendirse ante el Capital, y por eso se muestra ya partidario de revisar la Ley que en el año 2000 redujo la jornada laboral a 35 horas semanales.
No es extraño, por tanto, que la cúpula empresarial francesa aplaudiese incluso con las orejas a Valls cuando se expresó en estos términos en una reunión con empresarios. Ni lo es que en la Universidad de Verano de los socialistas franceses, en La Rochelle, muchos de los asistentes respondieran con abucheos a las mismas palabras. Precisamente ahí se ha presentado la corriente Vva la Izquierda, que constituye una amenaza de fractura en el PSF. La reunión de La Rochelle partía de un slogan falso: “reinventémonos”. Falso, porque el socialismo se inventó hace mucho, porque sus ideas y principios continúan vigentes y porque lo que se tambalea es el capitalismo, que ya no sirve para mantener, a la vez, el desarrollo económico y un nivel de dignidad razonable para la vida de todas las personas.
Y acabo, queridos lectores, permitidme que deje al socialismo español para la próxima ocasión. Comprenderéis que es lo que más me inquieta.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN         

domingo, 14 de septiembre de 2014

LAS RAMBLAS, 10-N DE 2014 ( EL PAIS, 13-09-2014)

LAS RAMBLAS, 10 DE NOVIEMBRE DE 2014
¿Qué pasará en la barcelonesa calle de Las Ramblas el próximo 10 de Noviembre? ¿Estará tomada por alguien, sea por el Ejército español, o por el pueblo catalán comandado por Artur Mas y Oriol Junqueras? Dos meses antes de la fecha todo amenaza ruina después de que ambos se siguen mostrando como irreductibles, cada uno en su torre defensiva. Puede parecer que ambos ocupan la misma torre, que los dos miran hacia el campo de batalla a través de la misma aspillera, pero Artur Mas tiene que estar muy preocupado por su futuro, mientras Oriol Junqueras se regodea en su suerte, sabedor de que en este empeño con tan escasas posibilidades de éxito va a ser él y su partido el que obtenga los mejores beneficios.
¿Cuánto tiempo lleva perdido Cataluña en esta empresa soberanista? ¿Qué es realmente lo que se propusieron al principio: resolver el desequilibrio de las balanzas fiscales o conseguir que Cataluña no fuera España? Porque lo primero era resoluble con solo una mesa redonda y un puñado de gentes diversas, de Madrid y de Barcelona, dotadas de buena voluntad; pero lo segundo resulta casi imposible y, sobre todo, no tiene ningún sentido en el Mundo moderno y civilizado. Vístase como derecho a decidir o como ejercicio democrático, la secesión es una ruptura de vínculos que genera resabios y traerá fatales consecuencias económicas y sociales. Esto lo saben muy bien todos, pero unos parecen dispuestos a la barbarie y los otros solo al uso estratégico de las amenazas para conseguir otros fines.
Conforme se aproxima la fecha las lenguas se van desatando. Mas dice que todo está preparado para poder desarrollar la consulta pero a partir de ahí se calle, incluso admite que nada se hará de modo ilegal. A Mas le interesa, -lo busca, incluso-, que el Gobierno de Rajoy lo impida aunque sea mediante el ejército para salir del trance con un débil hálito de vida. A Oriol Junqueras nada le frena en ese impulso brutal que le va a llevar al Gobierno Catalán, si bien su delirio de recurrir incluso a la “desobediencia civil” para garantizar la consulta puede sobresaltar en exceso a la sociedad catalana, mucho más cobarde y remisa que lo que sus líderes piensan.
De momento cabe sacar una conclusión: que quien manipula el fuego puede terminar quemado. Artur Mas puede convertir a CDC en un montón de cenizas, mientras Oriol Junqueras recoge los frutos de la masacre y administra el futuro a su antojo. ERC tiene claro su objetivo, por eso ahora utiliza el trazo corto y contundente. Bosch ha dicho que “entre el Constitucional y Catalunya está claro a quien obedeceremos”; y Tardá, igualmente, ha proclamado que “votaremos porque la democracia es imbatible”. Es decir, que la frase de Mas advirtiendo que todo está preparado para que el 9 de Noviembre las urnas estén en la calle, le convierten en el cabo furriel de Oriol Junqueras.
El refranero español suele atinar. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Artur Mas no se ha dado cuenta de que va con un cántaro resquebrajado, y que las hendiduras de su cántaro no las ha provocado la corrupción de Pujol, sino su obcecación obtusa.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN    

martes, 9 de septiembre de 2014

LA CLASE MEDIA (Deia, 9 de Septiembre de 2014)

LA  CLASE  MEDIA
Ved, queridos lectores, lo que ha dicho un importantísimo líder político español, de izquierdas para más señas: “La clase media es casi toda la sociedad: los trabajadores, los desempleados, los jóvenes que han creído en el sistema y se ven desamparados y obligados a exiliarse, los mayores de 45 años, que son los damnificados por la quiebra del modelo de crecimiento económico. Esta clase media que sufre la fuerte presión fiscal y que exige a los partidos más transparencia, participación y democracia. Los partidos tenemos que defenderla creando un sistema fiscal mucho más justo y garantizando un Estado de Bienestar que haga que todos los hijos puedan ir a un colegio público con las garantías de aprender inglés, de tener las herramientas necesarias para triunfar en la sociedad del siglo XXI. Para eso tenemos que crecer y garantizar empleo, pero lo que hay es una transformación  de contratos fijos en temporales y la reducción de la protección de los trabajadores”.
No puede decir otra cosa quien, en la misma entrevista, había hecho este dibujo de su procedencia y evolución: “Soy hijo y padre de clase media, creo en el socialismo como la principal ideología transformadora y de progreso de la sociedad”.
La conclusión es que la Política que debe desarrollar la izquierda más numerosa, es decir la socialdemocracia, deberá estar dirigida a la protección de las llamadas clases medias. Puede ser que tenga razón, pero de repente surge la gran duda: “¿cómo definimos a la clase media actual?”. Y, para saber qué tratamiento debemos darla, ¿a qué Tratado tenemos que recurrir: al de Política, al de Economía, al de Sociología, o al de Filosofía…? Yo no soy capaz de armar una definición de la clase media, o de las clases medias, pues hay quienes recurren a embarullar aún más el paisaje viendo varias capas o estratos que todos ellos, yuxtapuestos, conforman la auténtica clase media. Puesto a reducir el campo para facilitar el tratamiento idóneo creo que la clase media es la que está entre la clase alta y la clase baja. Estoy seguro de que no me equivoco. Es cierto que se trata de la más numerosa, porque la clase alta se reparte entre unos pocos pues la codicia es patrimonio de osados y gentes dispuestas al cambalache, el fraude y la apropiación de lo ajeno, y la clase baja, a causa de la vergüenza que produce pertenecer a ella, igualmente parece poco numerosa porque son pocos los que admiten pertenecer a ella.
Las clases medias, -o la clase media-, ha adquirido la dimensión que tiene porque su misión más importante es correr un extenso velo sobre el debate relativo a la lucha de clases. Ya casi nadie admite que existan las clases sociales, y mucho menos aún que haya algún conflicto entre ellas. Muchos términos han desaparecido del Diccionario socio-económico, por ejemplo, burguesía, o aristocracia, o clase trabajadora. Son bastantes los líderes de las izquierdas que no aceptan que entre capitalistas y trabajadores es preciso dilucidar la gran incógnita social que, ahora mismo, empujada por una desigualdad económica insoportable entre las personas, y por una pobreza instalada en las familias que produce pavor, está convirtiendo nuestra sociedad en un hábitat dañino para el Hombre. Si la izquierda no habla ya de clases sociales, con menos razón va a hablar de ellas la derecha que se ampara, precisamente, en su existencia.
Los partidos políticos y las ideologías de izquierdas no se inventaron para defender a las clases medias. Sí, es cierto que es en el mercado electoral de la clase media donde se consiguen los votos que acercan al poder y a los gobiernos, pero las teorías que ha defendido la izquierda, con el socialismo a la cabeza, surgieron de las inquietudes que siempre enarboló la clase trabajadora. Fue ella la que reclamó derechos preocupada por el futuro de sus hijos tanto como por su propio futuro cuando abandonaran sus trabajos en las vísperas de su vejez. Allí donde la clase trabajadora estuvo mejor estructurada el Estado de Bienestar es más completo. Aún hoy, los países escandinavos, en los que los representantes de los trabajadores siempre fueron más numerosos, y donde son más los trabajadores que no dudan en nombrarse de ese modo, las políticas sociales están más desarrolladas porque el gasto social per cápita es en estos lugares mucho más alto que en los otros.
La caída en desuso de las ideologías más extremas ha puesto de moda a las clases medias, integradas por personas más o menos acomodadas, que disfrutan de empleos en condiciones admisibles y remuneraciones no mínimas, cuya seguridad  garantiza la continuidad como trabajadores en el futuro. Ahora mismo, tanto se adscribe a la clase media al trabajador de una empresa administrativa que perciba 2.500 euros cada mes como se adscribe a un trabajador manual mileurista que trabaja en una empresa multinacional. Así se hace, en contraposición a aquellas primeras clases medias surgidas de la mano de las revoluciones industriales que tuvieron lugar a principios del siglo XIX.
La burbuja inmobiliaria y el alarde desmesurado con que el capital, tan ficticio como inexistente, favoreció la visualización de las más modernas clases medias, han dado volquete en el contenedor de los residuos a unas clases medias nuevas y desideologizadas que no conocen otra sociedad, en términos económicos, que no sea la especulativa. Las clases medias son producto de la especulación económica. Ideológicamente solo piensan en que cada amanecer aparezca con una nueva burbuja como aquella que les enriqueció un poco y les hizo creerse como el rey Midas. Económicamente su estrategia es resistir y, mientras el cuerpo y sus circunstancias resistan, mitigar las deudas almacenadas en los tiempos de bonanza. Socialmente no encuentran sino escollos a la hora de competir con escasos instrumentos y gran profusión de competidores. Así se conforma y se comporta nuestra sociedad.
La clase media es variopinta. Es verdad que, aunque las grandes riquezas se sigan almacenando en esas grandísimas fortunas que hacen el agosto navegando de un paraíso fiscal a otro paraíso fiscal, es esa amplia clase media la que mantiene vigente y activa la economía mediante el ahorro y el consumo. Ahorra para prevenir los riesgos que pueden presentarse en el futuro, y consume a pie de calle porque sus posibilidades son algo limitadas. Las clases bajas, es decir, sin eufemismos, los pobres, no conocen los paraísos fiscales salvo para defecar sobre ellos, ni conocen lo que es ahorra ni consumir. Las clases bajas, tan empobrecidas como desacreditadas, encuentran en los integrantes de las clases medias auténticos bastiones que les impiden abandonar la pobreza porque según ellos, según afirman los de la franja media, son pobres por sus propios méritos. En el fondo buena parte de los de la clase media son pobres que se sienten avergonzados y no quieren pregonar su condición.
De modo que esas clases medias que con tanto mimo cuidan los líderes de los partidos políticos, tanto de derechas como de izquierdas, son las que deben ser volteadas, re-ideologizadas, y recuperadas de su inocente culpabilidad. La clase media es tan numerosa  que en ella cabe de todo, pero convertida en un objetivo para la transformación política y económica de nuestra sociedad, no es buena compañera. La izquierda hará muy bien si se olvida de ella y recupera a la clase trabajadora, actualmente englobada en ella, y enmudecida e inhabilitada por la acción de la misma clase media.
Se puede proceder, querido Pedro, de la clase media, pero entender la política de la izquierda desde las premisas de la clase trabajadora y de la utilísima lucha de clases.
FDO.  JOSU  MONTALBAN