LOS
JUBILADOS Y EL GOBERNADOR DEL BANCO DE ESPAÑA
Otro sobresalto para los jubilados y pensionistas. El
Gobernador DEL Banco De España Luis María Linde ha propuesto en la Comisión del
Pacto de Toledo, que se ocupa del presente y futuro del Sistema de Pensiones,
que hay que retrasar la edad de jubilación hasta los 67 años. De modo que he
recurrido a un Diccionario normal y corriente para ver qué significa la palabra
“jubilación”… y significa esto, “es el nombre que recibe el acto administrativo
por el que un trabajador en activo pasa a una situación pasiva o de inactividad
laboral, después de alcanzar una determinada edad máxima legal para trabajar, o
edad a partir de la cual se le permite abandonar la vida laboral y obtener una
retribución para el resto de su visa… Se entiende por “jubilación” la
prestación de garantizar al trabajador y a su familia su tranquilidad económica
o mental, otorgando a los empleados las mismas prestaciones de que gozan como
trabajadores activos”. El Señor Linde no ha leído nunca esta definición, o no
la ha interpretado debidamente, porque su intervención fue un jarro de agua muy
fría para los jubilados que le pudieron escuchar. Fue un jarro de agua fría o
solamente una displicencia pronunciada desde el descaro de un “todopoderoso”
falto de toda humildad ni indulgencia.
Linde aseguró que los actuales trabajadores tendrán que
alargar su vida laboral hasta los 67 años, o más lejos aún, porque si no se
hace así no van a poder cobrar lo suficiente. Pero dijo más cosas, y más
sobrecogedoras para los actuales trabajadores en activo, a los que intentó
condenar irremisiblemente a trabajar hasta los 67 años, ni una hora menos, o
percibir unas pensiones más escuetas, y a no poder aprovecharse de ninguna
medida bonificadora por parte de las empresas: “cualquier medida encaminada a
desincentivar la jubilación anticipada y permitir la ampliación de la vida
laboral por encima de los 67 años tendría efectos positivos sobre la
sostenibilidad financiera del sistema”. ¿Cuál era el destino de sus
reflexiones? ¿Cuáles eran sus intenciones? Las mostró después, cuando defendió
el fomento de “planes complementarios de ahorro”, es decir las pensiones
privadas, a las que consideró “razonables, sensatas y útiles”. Yo le
preguntaría si también lo son para quien no se las puede proveer por la escasez
de sus salarios cuando permanecen en activo. En todo caso, ¿a qué viene su
reflexión si luego se permitió afirmar que los actuales planes de pensiones
privados no son eficientes y, además, tienen un elevado costo?
El Pacto de Toledo inició su andadura a mitad de la década de
los noventa del siglo pasado. En aquel momento todos los partidos políticos estuvieron
de acuerdo en que el sistema de protección social de los trabajadores debía
sacarse del debate político partidista porque su sostenibilidad era una
prioridad que trascendía a las ideologías y estrategias de las formaciones
políticas. Desde esa profesión de fe de que todos los grupos defendían “el
mantenimiento y mejora del sistema público de pensiones basado en el reparto y
la solidaridad”, en dicha Comisión se han venido debatiendo todos los apartados
y aspectos que pueden llegar a incidir o influir en ese primer empeño: el poder
adquisitivo de los pensionistas, la constitución de un fondo de reserva durante
el tiempo de bonanza económica, la simplificación de los regímenes especiales
que proliferaban entonces, la gestión del propio sistema, la lucha contra el
fraude, el tratamiento a colectivos que no habían sido tenidos en cuenta
suficientemente (inmigrantes, personas con discapacidad, mujeres que no habían
cotizado, viudas, etc…), la clarificación de las fuentes de financiación, etc…
Todo estaba, y todo está previsto en el Pacto de Toledo, como
para que lo que trascienda a los ciudadanos sean los acuerdos y no los
desacuerdos, como para que lo que sea público de sus debates sean las
conclusiones definitivas, precisamente porque las pensiones constituyen el
soporte económico de las vidas de quienes ya han dejado de competir en el mundo
laboral, de quienes reciben su “salario” (pensión o prestación) para sostener
sus vidas y no para pagar los servicios que prestan sino los que prestaron
durante su vida activa. Teniéndolo en cuenta, la intervención del Gobernador
Linde debería haber sido algo más discreta y haberse quedado en el mero
diagnóstico, dejando las terapias definitivas, las que deben ser aplicadas,
para después de que intervengan otros agentes implicados en el asunto.
Aún deben pasar por la Comisión del Pacto de Toledo los
economistas, sociólogos y demás técnicos propuestos por los partidos políticos;
pasarán los representantes sindicales y los de la organizaciones empresariales;
pasarán los representantes de las asociaciones de mayores, jubilados o
pensionistas; pasarán ONGs, que tanto tienen que aportar a este “problema” del
envejecimiento de la población, que está en el corazón del problema… Y pasarán
gentes de todas las disciplinas y especialidades que pondrán sobre la mesa su
sabiduría y sus inquietudes, pues no en vano todos aspiramos a convertirnos en
jubilados y pasar nuestros últimos veinte años, -que va a ser el tiempo
previsto según los estudios sobre la evolución de la esperanza de vida-, con
suficiencia económica.
Cuando todos ellos hayan pasado, y hayan hecho sus
aportaciones intelectuales, será el momento de sacar conclusiones. Por eso, lo
dicho por el Señor Linde resulta inoportuno y atrevido. No tanto en lo que se
refiere al diagnóstico pero sí en lo que se refiere a la terapia que ha
propuesto. Debería haberse documentado previamente, pero más allá de lo
meramente cuantitativo, para lo cual contaba con datos económicos, debería
haber profundizado en lo cualitativo, si bien para ello no cuenta con datos
suficientes, porque estoy seguro de que su vida y costumbres tendrá muy poco
que ver con las de quienes, humildemente, se sientan al sol en las plazas y
plazuelas españolas a contarse sus cuitas. El Señor Linde no sube a los andamios,
ni conduce un camión durante ocho horas diarias, ni abre zanjas con un pico y
una pala para aposentar edificios, ni distribuye bombonas de butano por las
casas, ni corta árboles con una motosierra que pesa veinte kilos; ni pastorea
ganados en las dehesas y duerme en las cárcavas, ni extrae carbón o mineral del
subsuelo, ni hace otras tantas labores o trabajos que requieren fuerza física y
atención a partes iguales. El Señor Linde viste traje y corbata mientras
trabaja y, aunque es seguro que leerá los papeles más lentamente, no se le
notará tanto la decrepitud en que sumerge la edad a quienes viven del trabajo
físico mucho más que del intelectual.
El Señor Linde, además, sabe que las empresas prescinden de
los más longevos por dos razones: por la dificultad que tienen para ejercer sus
funciones y producir lo suficiente, y porque sus salarios son más elevados y
abundantes que los de quienes se incorporan al mercado laboral, de modo que no
me extrañará que dé una vuelta de tuerca más y plantee nuevas medidas para que
los trabajadores no almacenen ningún tipo de beneficio o bonificación por su
fidelidad a la empresa o su antigüedad en el puesto de trabajo, de forma que el
trabajo experimentado tenga la misma asignación económica que el de los
trabajadores nuevos e inexpertos.
Al Señor Linde apenas le preocupan los trabajadores. Lo suyo
es el dinero, el capital y las empresas, siempre empezando por la suya… Eso se
desprende de sus palabras.
Fdo. JOSU MONTALBÁN