RAMON RUBIAL LEHENDAKARI
El poeta Senghor dijo a Sabato, refiriéndose a los viejos abuelos de las tribus de su Dakar africana: “La muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas”. La muerte de Ramón Rubial ha supuesto algo parecido. Con él, se ha ido un archivo viviente, un anecdotario extenso y diverso en el que cabía todo un siglo de historia y una pléyade de hechos y vivencias que, oídas de su boca, sonaban con ternura, sin rabia, pero preñadas de sapiencia y didactismo. Sí, sin rabia, a pesar de que su dilatada vida hubiera pasado por vicisitudes penosas, años de cárcel, exilios y esos tiempos de congoja que deben ser las dictaduras para quien, como él, sólo entendía de libertad.
A su muerte se desataron las alabanzas y los homenajes públicos. Fue despedido con honores de lehendakari, pero en vida, jamás fue tratado como tal, a pesar de que de su mano se abrió paso la democracia postfranquista en Euskadi. Durante mucho tiempo le ha sido negada su condición de lehendakari de todos los vascos, sin duda, por no haber sido nacionalista. Y ello, también a pesar de su grito “¡Gora Euskadi Askatuta!” en el momento de resultar elegido lehendakari de aquel primer Consejo General Vasco que dirigió con tanto tino. Claro que su grito de libertad no tenía el sentido que los nacionalistas le dan. ¿Cómo no iba a desear la libertad quien tanto tiempo la había deseado por no sentirla?. ¿Cómo no iba a vocearla también para su pueblo quien había vivido varios años desterrado de su casa, de sus amigos, de sus gentes?.
Ramón Rubial no ha sido un personaje cualquiera. Su inveterada costumbre de hablar lo justo y en el tono adecuado, nunca demasiado alto, le alejó de la notoriedad que otros han conseguido pregonando boutades y verdades a medias. Ramón Rubial fue un tornero con capacidad para pensar y extraer enseñanzas y eso, en nuestra Bizkaia clasista de otros tiempos, era un hándicap, mucho más que una virtud.
Y Ramón Rubial ha sido un socialista consecuente que ha proclamado, como máximos, valores tan sencillos como el trabajo, la humanidad, la tolerancia y la sencillez. Si a ello unimos su justo sentido de la medida y su ejemplo, Rubial era un hombre “peligros” para tanto charlatán como hay en la vida pública, intentando dirigir el destino de todos.
Con Ramón Rubial se ha ido el preso vasco que más tiempo ha pasado en la cárcel. Más de veinte años oscuros por defender la dignidad de las personas frente a la brutalidad de un régimen de gobierno brutal. De él he oído decir, -a Alfonso Guerra, al teólogo Díaz Salazar, entre otros-, y con razón que comparto, que era el Mandela vasco. Bien mirados, algo tenían en común: sus sonrisas placenteras, sus manos arrugadas y abiertas, su hablar pausado, como reminiscencias de tantos años de espera y de esperanza.
Me pregunto ahora si los vascos no hemos perdido demasiado tiempo buscando interlocutores en otras partes del Mundo para la consecución de la paz, cuando le teníamos entre nosotros. Me pregunto ahora si nuestro Ramón Rubial no hubiera sido la persona idónea para resolver eso que algunos llaman el “problema vasco”. Porque Ramón era casi tan “viejo” como ese problema y, además, llevaba en su pecho una ideología y un sentimiento humanista fundado muchos años antes. Por si fuera poco representaba para muchísimos vascos, de su partido y de otros, la vieja memoria que ayuda a interpretar los tiempos. Todo lo tenía menos el ser nacionalista. O tal vez le sobraba ser socialista enamorado de la causa de la emancipación de los hombres, uno por uno, hacia la ansiada felicidad.
Con la muerte de Ramón ha ardido una biblioteca y ha desaparecido un pensador. Necesitó morir para escuchar el “Gora ta gora” en su honor, como lehendakari. Nunca es tarde. Ahora hay que buscar la plaza o el espacio más bello (de Abandoibarra, por ejemplo) para rendir tributo al primer lehendakari de la democracia. La merece ese hombre de quien bien pudo haberse inspirado Blas de Otero: “y volví a recomenzar mi vida/por el poder de una palabra/escrita en silencio/Libertad”.
JOSU MONTALBAN
El poeta Senghor dijo a Sabato, refiriéndose a los viejos abuelos de las tribus de su Dakar africana: “La muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas”. La muerte de Ramón Rubial ha supuesto algo parecido. Con él, se ha ido un archivo viviente, un anecdotario extenso y diverso en el que cabía todo un siglo de historia y una pléyade de hechos y vivencias que, oídas de su boca, sonaban con ternura, sin rabia, pero preñadas de sapiencia y didactismo. Sí, sin rabia, a pesar de que su dilatada vida hubiera pasado por vicisitudes penosas, años de cárcel, exilios y esos tiempos de congoja que deben ser las dictaduras para quien, como él, sólo entendía de libertad.
A su muerte se desataron las alabanzas y los homenajes públicos. Fue despedido con honores de lehendakari, pero en vida, jamás fue tratado como tal, a pesar de que de su mano se abrió paso la democracia postfranquista en Euskadi. Durante mucho tiempo le ha sido negada su condición de lehendakari de todos los vascos, sin duda, por no haber sido nacionalista. Y ello, también a pesar de su grito “¡Gora Euskadi Askatuta!” en el momento de resultar elegido lehendakari de aquel primer Consejo General Vasco que dirigió con tanto tino. Claro que su grito de libertad no tenía el sentido que los nacionalistas le dan. ¿Cómo no iba a desear la libertad quien tanto tiempo la había deseado por no sentirla?. ¿Cómo no iba a vocearla también para su pueblo quien había vivido varios años desterrado de su casa, de sus amigos, de sus gentes?.
Ramón Rubial no ha sido un personaje cualquiera. Su inveterada costumbre de hablar lo justo y en el tono adecuado, nunca demasiado alto, le alejó de la notoriedad que otros han conseguido pregonando boutades y verdades a medias. Ramón Rubial fue un tornero con capacidad para pensar y extraer enseñanzas y eso, en nuestra Bizkaia clasista de otros tiempos, era un hándicap, mucho más que una virtud.
Y Ramón Rubial ha sido un socialista consecuente que ha proclamado, como máximos, valores tan sencillos como el trabajo, la humanidad, la tolerancia y la sencillez. Si a ello unimos su justo sentido de la medida y su ejemplo, Rubial era un hombre “peligros” para tanto charlatán como hay en la vida pública, intentando dirigir el destino de todos.
Con Ramón Rubial se ha ido el preso vasco que más tiempo ha pasado en la cárcel. Más de veinte años oscuros por defender la dignidad de las personas frente a la brutalidad de un régimen de gobierno brutal. De él he oído decir, -a Alfonso Guerra, al teólogo Díaz Salazar, entre otros-, y con razón que comparto, que era el Mandela vasco. Bien mirados, algo tenían en común: sus sonrisas placenteras, sus manos arrugadas y abiertas, su hablar pausado, como reminiscencias de tantos años de espera y de esperanza.
Me pregunto ahora si los vascos no hemos perdido demasiado tiempo buscando interlocutores en otras partes del Mundo para la consecución de la paz, cuando le teníamos entre nosotros. Me pregunto ahora si nuestro Ramón Rubial no hubiera sido la persona idónea para resolver eso que algunos llaman el “problema vasco”. Porque Ramón era casi tan “viejo” como ese problema y, además, llevaba en su pecho una ideología y un sentimiento humanista fundado muchos años antes. Por si fuera poco representaba para muchísimos vascos, de su partido y de otros, la vieja memoria que ayuda a interpretar los tiempos. Todo lo tenía menos el ser nacionalista. O tal vez le sobraba ser socialista enamorado de la causa de la emancipación de los hombres, uno por uno, hacia la ansiada felicidad.
Con la muerte de Ramón ha ardido una biblioteca y ha desaparecido un pensador. Necesitó morir para escuchar el “Gora ta gora” en su honor, como lehendakari. Nunca es tarde. Ahora hay que buscar la plaza o el espacio más bello (de Abandoibarra, por ejemplo) para rendir tributo al primer lehendakari de la democracia. La merece ese hombre de quien bien pudo haberse inspirado Blas de Otero: “y volví a recomenzar mi vida/por el poder de una palabra/escrita en silencio/Libertad”.
JOSU MONTALBAN