LA DESAFECCIÓN POR LA POLÍTICA
Andan los tertulianos devanándose los sesos para explicar porqué ocurren las cosas, porqué la Política atraviesa un periodo de descrédito tan absoluto, porqué los políticos son los proscritos de esta sociedad, a los que se les niega cualquier credibilidad cuando se trata de explicar los difíciles tiempos que padecemos. Peor aún, los juicios esgrimidos por los políticos son cubiertos de inmediato por un halo de duda que encierra, precisamente, una forma de descalificación automática. De poco sirve que el político opinante haya sido un “intelectual” antes de ser llamado a ejercer su cargo político, porque igualmente se le desacredita, como si el acceso a la Política llevase aparejado una degradación en las neuronas de su cerebro. Sin embargo, son muchos los opinantes y tertulianos “apolíticos” o “neutrales” que solo son capaces de fundamentar sus criterios en las penurias y miserias que siempre achacan a la escasa base ética o moral de los políticos. ¿Sería suficiente que los opinantes ocuparan el lugar de los políticos para que la Política recuperase su eficacia y su honorabilidad? ¿Qué ocurriría si los opinantes actuales gobernaran y los políticos se dedicaran a opinar? Probablemente el resultado final sería el mismo, aunque con los protagonistas cambiados. No obstante, este proceso de reflexión no debe apartarnos del recto camino de hacer de la Política algo útil, imprescindible, para que el Mundo y la sociedad no sean un galimatías inexplicable.
Empiezan a serlo. La última encuesta de Metroscopia ofrece datos muy difíciles de interpretar. No es necesario practicar una especie de autopsia, -término que uso a sabiendas de que la Política, si no está agonizante, sí está en la UVI-, pero cabe sacar una conclusión: la desorientación de la gran mayoría de los ciudadanos ante los comportamientos de los partidos y de los líderes políticos. Si llegaran a consumarse algunas premoniciones derivadas de los resultados de esa encuesta, cabría admitir que el próximo Gobierno de España no fuera del PP ni del PSOE, pues entre ambos solo alcanzan un 44,6% de expectativa de voto. El deterioro de estas dos grandes formaciones, que han venido consolidando un bipartidismo no pretendido ni fomentado, aunque gratamente aceptado, tiene su correspondencia en el deterioro de la credibilidad de otros partidos que han gobernado en algunas Comunidades Autónomas y han resultado manchados por ineficacias en la gestión y por casos de corrupción. De estos dos conceptos, -ineficacia y corrupción-, está pesando bastante más el segundo que el primero a la hora de formar opinión en los ciudadanos, pero ambos están encadenados entre sí, porque los ciudadanos contrastan la ineficacia de los gobernantes para resolver los problemas que les afectan con la eficacia con que se encubren las corrupciones y se protege a los corruptos.
El debate político resulta, como poco, defraudador. Los grandes partidos se enmarañan en una red de imputaciones diversas. A una trama corrupta le sucede otra en el bando contrario. Los jueces respectivos se convierten en figuras mediáticas y siempre, en algún despacho recóndito de las sedes de los partidos, hay quien urde guiones y argumentos cuyo objetivo, lejos de buscar la aclaración de los hechos y la futura aplicación de disciplinas a los considerados responsables más directos, es la defensa a ultranza de la honorabilidad, el desplazamiento de los jueces de los casos que han emprendido y el ataque a los otros partidos mediante comparaciones entre unas corrupciones y otras.
Lo cierto es que todos sabemos distinguir entre corrupción y corruptela; que todos sabemos que los episodios corruptos que han venido sucediendo no son iguales ni en su forma ni en su fondo; que unas corrupciones son mucho más graves que otras; que la sucesión de “veniales” corruptelas terminan por configurar un clima que favorece las más flagrantes corrupciones. Además, los partidos políticos afectados (que son todos, en mayor o menor medida) responden al mismo manual de respuesta, lo cual termina por configurar un campo de batalla en el que las opiniones y las comparecencias de los diferentes portavoces se cruzan de modo tan brutal como arbitrario. La encuesta de Metroscopia muestra de modo contundente como los ciudadanos tienen claro en un 92% que el PP tiene una gran responsabilidad en las fechorías multimillonarias de Bárcenas; y como el PSOE (87%) tiene una gran responsabilidad en el caso de los EREs de Andalucía. Curiosamente se trata de dos casos bien diferentes tanto en la configuración de sus tramas como en sus objetivos, pero ya se han equiparado, y ya se han convertido en las carnazas que ambos partidos ponen en los platillos de la balanza que utilizan para desacreditar al otro.
Resulta casi patético que los ciudadanos consideren más grave la corrupción imperante que el paro desolador que nos aqueja. Es muy esclarecedor que UPyD, un partido surgido del más profundo reaccionarismo, de la mano de una “ex socialista” despechada, haya alcanzado una expectativa de voto del 13%, sin otra estrategia política y parlamentaria que colarse por las grietas que dejan los partidos tradicionales que se deben a ideologías e intereses considerados mayoritarios. Y resulta igualmente esclarecedor que IU esté recuperando votos y posiciones con la sencilla estrategia de ir acogiendo en su red oportunista a quienes van desprendiéndose de la piña socialista por causa de su flojera ideológica y sus luchas intestinas. Hay quien juzga que el hecho de que sean más los que compiten en la lucha electoral favorece la calidad de los resultados, pero yo pienso que , en Política, la calidad ha de ser anterior a la competitividad, y que nunca la calidad de unos se acrecienta con la desidia de los otros. Porque, si nos ceñimos a nuestra Comunidad Autónoma, cabe sacar alguna conclusión similar. ¿Entiende alguien que, siendo aún tan reciente el terrorismo brutal de ETA, haya sido la Izquierda Abertzale la más favorecida en la distribución de los votos en las últimas elecciones? Será bueno, por tanto, que las formaciones políticas entiendan que combatir la desafección de los ciudadanos ante la Política tiene que ser su empeño más importante.
No basta con elaborar leyes de transparencia, ni con publicar códigos éticos aplicables a los cargos políticos, ni con componer guías de comportamiento de los políticos. Habrá que hacerlo: también eso habrá que hacer para atemperar a esta ciudadanía enrabietada pero ¿acaso no sabía Bárcenas que es un delito apropiarse de dinero, procedente de comisiones irregulares, y llevarlo a Suiza o a otros paraísos fiscales? ¿Acaso los involucrados en los EREs de Andalucía no sabían que lo que estaban haciendo era, cuando menos, extraño? ¿Acaso a todos los corruptos que en España han sido les han pillado de sorpresa sus imputaciones y posteriores condenas? Del mismo modo que yo sé, cuando obro, si me atengo a la Ley o no, si sigo los usos y costumbres generalizados o no, si es ética y estéticamente admisible o no, lo saben casi todos.
En resumen, la Política se tambalea. Los políticos se parecen cada vez más a dominguillos que se balancean buscando la posición vertical que les confiera la magnanimidad necesaria para volver a hacer de la Política un instrumento útil para la vida de las personas.
Fdo. JOSU MONTALBAN