DE MEMORIAS Y OLVIDOS
Se ha generalizado la costumbre
de que quienes han presidido o formado parte de gobiernos e instituciones
importantes escriban sus Memorias después de que abandonan sus cargos. Esto es
posible porque hay importantes editoriales que han visto en ello a la gallina
de los huevos de oro. Principalmente son los protagonistas de tales Memorias
los que más se benefician de los huevos de oro, al menos según las noticias de
los periódicos que informan de cantidades casi millonarias de euros, que
traducidas a la moneda española más moderna se convertirían en cantidades
multimillonarias de pesetas.
Se produce un hecho curioso en
buena parte de los casos, pues algunos de los que escriben unos tochos
abultados como Memorias, jamás se mostraron prolíficos en escribir artículos de
opinión para explicar sus propuestas y decisiones mientras estaban en sus
despachos institucionales. Peor aún, porque sus nuevas ocupaciones suelen
someterles a obligaciones mucho más regladas y herméticas que precisan más
tiempo para el trabajo y, por tanto, menos para lo accesorio. Y por fin, ocurre
que cuando ocupan sus puestos en gobiernos e instituciones aún no han firmado
sus contratos con las editoriales y mucho me temo que, por tal motivo, no
cumplan su cometido a la vez que almacenan los documentos, de forma
cronológica, pensando en sus futuros libros de Memorias. Estos tres factores
negativos, que en algunos casos han llevado a pensar que muchas Memorias han
sido escritas por “negros” a sueldo, solo pueden ser contrarrestados por lo
suculento del montante de dinero que las editoriales pagan a los “memorables”.
¿Para qué sirven los libros de
Memorias? Para bien poco cuando lo que se relata es lo que cada cual hizo
cuando estuvo ocupando el cargo oficial. Porque en el tiempo ese su acción fue
pública y, por tanto, suficientemente conocida para quien lee y escucha los
diarios de noticias de forma habitual, y porque los secretos seguirán siendo
tal a pesar del paso del tiempo, por lo que no aparecerán en las Memorias.
Vean, por ejemplo, esta frase del ex Ministro Solbes, que ha publicado
recientemente sus Memorias: “He intentado siempre no mentir,… y creo que lo he
logrado en general”. “No mentir” no significa lo mismo que “decir la verdad”,
porque quien dice una media verdad no está mintiendo, pero está omitiendo o
añadiendo detalles que tergiversan las expresiones. Además cabe la posibilidad
de que lograr no mentir “en general”, -como ha expresado el ex Ministro-, no
suministre como información ni el más mínimo atisbo de verdad. Curiosamente su
libro se titula “Recuerdos”. Es una pena que nunca podamos leer un segundo tomo
que se titule “Olvidos”. ¿Cuál de los dos tomos resultaría más interesante? No
tengo ninguna duda de que lo sería el de “olvidos”. Siempre se muestra como más
halagüeño lo que no se llega a conocer completamente.
¿Por qué se empeñan en explicar
hoy, lo cual solo sirve para alimentar el buche de las curiosidades, en buena
medida arteras, lo que no se atrevieron a explicar cuando sus actuaciones eran
trascendentales para la vida de los ciudadanos? ¿Les dio vergüenza entonces?
¿No estaban suficientemente convencidos de lo que hacían? Admito que la acción
pública de los gobernantes es harto complicada, y que a lo largo de una
legislatura son muchas las ocasiones en que un trabajo, una nota de aviso o una
reflexión escrita en un folio, se quedan en el cesto de los papeles arrugados
porque de entre varias ideas posibles solo hay una que culmina su misión, pero
el cesto de los papeles es un sumidero tan definitivo que de nada sirve
reverdecer esas ideas si sucumbieron a la reflexión de quien tenía que usarlas
(por su mayor responsabilidad), y quien las aportó no tomó medidas drásticas
cuando fueron aportadas y rechazadas.
Siento que este artículo está
incidiendo más en un pasaje concreto de la Historia más reciente que en el
hecho de que la promiscuidad excesiva de los “memorables” esté convirtiendo el
género en una especie de patio de vecindad en el que cada cual dice aquello que
le deja en mejor lugar ante sus vecinos, pero espero que sirva precisamente de
ejemplo esclarecedor. Hasta tal punto es bueno el ejemplo que debe ser
completado tras interpretar, desde los mismos criterios, las Memorias del
Presidente que ya se anuncian, en las que no aparece ese pasaje según el cual
Solbes anunció la crisis y sus fatales consecuencias para los españoles con la
suficiente antelación. El Presidente Zapatero declinó tales consejos.
En todo caso las grandes
librerías han habilitado ya estanterías específicas en las que exhiben todos
los libros de Memorias, desde cuyas pastas los protagonistas nos miran con su
mejor semblante. En las escuetas y arrinconadas secciones de librería de las
grandes superficies comerciales también hay hueco para estos libros de Memorias,
al lado de alguna novela de moda y de otros libros biográficos de personajes a
los que la Historia les ha hecho un espacio imperecedero. Se trata de Memorias
expuestas que no se pueden sumar para conformar una Memoria compartida, porque
han sido escritas con cierto afán divulgativo, pero sobre todo con intención
redentora. Siguiendo a Machado bien cabe concluir que cada libro contiene una
verdad, la de su autor y protagonista, porque la Verdad sobrevuela las
estanterías y se va formando conforme cada uno de nosotros disecciona y analiza
las anatomías de los libros.
Sin embargo no seré yo quien
defenestre al género. Los libros de Memorias han llegado a constituir un género
literario con personalidad propia mediante el cual el lector se ha inmiscuido
en la vida del autor, que ha hecho de cicerone a lo largo de las páginas del
libro. Leído con espíritu constructivo mueven a reflexiones bien productivas;
leídos con espíritu crítico suscitan debates difíciles de controlar pero, en
todo caso, útiles; leídos desde la anuencia incondicional se convierten en lo
que haya querido su autor: si sólo se trata de un relato, el lector se sentirá
escuetamente informado, pero si se trata de un texto panfletario el lector no
pasará de convertirse en un adepto (y adicto incluso) a la causa del autor.
Cuando las Memorias se
circunscriben a un periodo concreto y limitado de la vida del autor, que haya
estado marcado por una misión o trabajo concretos, la tentación de convertir el
libro en un pliego de descargo sobre los hechos relatados suele ser muy alta.
Por eso, cuando surgen a la vez dos libros de Memorias que relatan lo
acontecido en el mismo tiempo, con dos protagonistas que compartieron espacios,
misiones y objetivos, pueden surgir contradicciones como las que se vienen
aireando tras comparar lo escrito por Solbes y Zapatero en sus respectivas
Memorias. ¿Con qué versión tenemos que quedarnos, con el dato redentor
publicado por Solbes o con la omisión de Zapatero? Yo me quedo con el sencillo
hecho de que Solbes y Zapatero porfiaran por algo concreto. ¿Alguien cree que
Solbes y Zapatero eran iguales en sus matices ideológicos y en las
responsabilidades que pesaban sobre cada uno de ellos? Las diferencias que
pudieron mantener en aquel momento constituyen, en sí mismas, una riqueza para
el socialismo español.
Lo ya dicho, queridos lectores,
pero conviene añadir mi convicción personal de que lo que convertiría a las
Memorias (a cualquier Memoria) en documentos valiosísimos serían precisamente
los olvidos que, por pudor o por vergüenza, no aparecen en ellas. Y si son los
olvidos (que si son voluntarios son omisiones) los que aportan la mayoría de su
valor a las Memorias, justo es decir que las añadiduras no aportan ningún valor
si su única intención es buscar la redención del protagonista. Más bien, creo
que una añadidura únicamente redentora devalúa a cualquier texto de Memorias.
Fdo. JOSU
MONTALBAN