SOBRECOGEDOR RAJOY
Sobrecogedoras han resultado las palabras del Presidente de Gobierno en la rueda de prensa en que ha hecho balance del año 2013, al que ha puesto el apelativo de “año de las reformas” y ha situado entre el “año del ajuste” (2012) y el “año de la recuperación” (2014). Lo más sobrecogedor de todo ha sido la frase redonda que nos ha regalado: “Tenemos un fundado derecho a la esperanza”. Cabe concluir que los españoles, una vez perdida la fe y cada vez más convencidos de que sólo la caridad podrá sacar de sus miserias y problemas a los más humildes, aún tenemos derecho a la esperanza. Pero la esperanza se define en base a lo que se espera y nunca ha sido un derecho sino un estado, incluso una virtud, teologal para más señas. Y, ¿qué es lo que define a esta esperanza que Rajoy ha anunciado?
Antes de hacernos partícipes a todos de “su” esperanza ha dicho otras frases que hay que interpretar. “Lo peor ha quedado atrás”, ha dicho el Presidente, es decir que aún puede quedar lo malo, y que esa esperanza no debe ser depositada en un tiempo y una vida irremediablemente halagüeños. Produce miedo esta frase, porque habiendo sido “lo peor” tan terriblemente malo, el espacio que media entre lo peor y lo normal aún nos puede deparar cosas bastante malas, y nuestra capacidad para resistir las adversidades se va debilitando y deteriorando.
También se dio la razón a sí mismo: “…dije que 2013 iba a ser muy duro, pero dije que mejoraría en la segunda mitad”. ¿Alguien es capaz de atestiguar que realmente fue así? Pero es verdad que el 2013, “año de las reformas”, ha sido muy duro para muchos españoles. No solo para los millones de desempleados que han padecido al escasez con el estoicismo de los patriotas más responsables, sino también para los trabajadores en activo a los que primero se les ha atemorizado convenciéndoles interesadamente de que estábamos en u túnel negro sin orificio luminoso al fondo, para después cambiarles sus condiciones laborales a peores y disminuirles sus salarios, con la coartada de que tal medida era imprescindible para mantener los empleos. Estas artimañas solo serían exitosas si el Gobierno echaba una mano opresora, y así fue que la Reforma Laboral vino a amedrentar a tantos trabajadores a los que se dejó pendientes de un hilo, y dependientes de unos sindicatos a los que no solo se desacreditó como parásitos e inservibles, sino que se les alejó de la intermediación entre los obreros y sus empresas.
Si los “ajustes” del 2012 cercenaron derechos y convirtieron el Estado de Bienestar en un leve capítulo para los libros de Historia, las “reformas” de 2013 siguieron incidiendo en lo mismo, pero para prevenir las inevitables protestas de los afectados en las calles y espacios públicos (que son de todos), el Gobierno legisló en contra de la libertad ciudadana con un objetivo: acallar las voces, ahogar los gemidos y evitar que se viera de manera ostensible el caos que ellos mismos han provocado con sus “reformas”. A tenor de tales reformas las calles se han ido llenando de reatas de españoles desempleados, de funcionarios congelados en sus salarios, de estudiantes desprovistos de sus becas, de pensionistas con sus pensiones esquilmadas por copagos farmacéuticos y demás descuentos, de intelectuales amparados por sus musas pero desamparados por el Estado al que desean servir, de profesores arrinconados en el rincón de sus aulas, de pobres y menesterosos a los que se les desarma el techo de sus casas sin el más mínimo pudor, de discapacitados a los que se les acrecienta la discapacidad retirándoles las ayudas a la Dependencia. Por eso se ha hecho una Ley de Seguridad Ciudadana que confunde interesadamente al cuitado con el violento y al cabreado con el delincuente común.
El nexo que une, según Rajoy, este “año de las reformas” con el “año de la recuperación” parece estar conformado por una mezcla de obediencia y buena voluntad. En realidad, la actitud del Presidente debería ser más comedida porque si “el plan para evitar el hundimiento y el rescate se han cumplido”, ha sido porque lo han dicho los famosos “hombres de negro” que estuvieron por España hace poco más de un mes, que no porque Rajoy y su Gobierno tengan autonomía para decirlo. Y lo de que “el 2014 será un año mucho mejor, con más actividad y crecimiento”, está por ver, porque esos mismos señores tétricos del traje negro, que no representan realmente a los europeos sino a determinadas instituciones de marcado cariz capitalista muy influyentes, ya han propuesto que deberán continuar algunas reformas, exactamente cinco, entre las que se cuentan una reforma fiscal, un nuevo empellón a la reforma laboral y alguna otra, que pueden incidir directa y negativamente en la vida de los ciudadanos.
Poco más queda para comentar de cuanto ha adelantado Rajoy, pero hay dos frases especialmente dolorosas. Una de ellas, -“el año que viene dejaremos atrás el miedo”-, exige una explicación. ¿Qué miedo? ¿Miedo, a qué o a quién? ¿Quién tiene miedo? No parece que el Gobierno haya tomado sus decisiones empujado por ningún miedo, más bien le han movido la soberbia y la altanería derivados de su mayoría absoluta muy mal entendida. A quien temen los españoles es, precisamente, al Gobierno que debiera representarles dignamente y velar pos sus derechos. A quien temen los españoles es al Gobierno que ha conseguido, sin sonrojarse, que los pobres se hayan duplicado, que el hambre haya reaparecido a pesar de que estamos en el siglo XXI. A quien temen los españoles es a este Gobierno intransigente que pone sordina a los que piden justicia e igualdad de trato en las calles de las ciudades españolas. A quien temen los españoles es a este Gobierno desmemoriado que ha hecho que el confort y el bienestar de sus ciudadanos haya llevado sus vidas a los tiempos de la Transición, solo que entonces todos estábamos por la labor de superar aquella situación, mientras que ahora el Gobierno parece dispuesto a llevarnos incluso a tiempos anteriores, más cerrados y antidemocráticos.
Y por fin la frase lapidaria: “Tenemos un fundado derecho a la esperanza”. Bella frase que contrasta con el rostro hermético de De Guindos, o con el semblante irrespetuoso de Montoro, o con el autosuficiente rostro de Wert, o con el hierático rictus de Gallardón, o con la anodinia que muestra la ministra Báñez cuando anuncia reformas contra los obreros, o con la atmósfera de intransigencia que sobrevuela el Consejo de Ministros. En este tiempo en que los derechos de las personas han sido cercenados sin un mínimo de generosidad, reivindicar el derecho a la esperanza para todos los españoles es propio de osados: siempre quedan algunas migajas en la mesa de los epulones para que las cojan los pobres que merodean por los alrededores.
FDO. JOSU MONTALBAN