LOS SINDICATOS IMPRESCINDIBLES
No es fácil, hoy, escribir a favor de los Sindicatos. Ahora que están sobre la mesa asuntos tan escabrosos como los ya famosos EREs de Andalucía, ahora que la Comisión Europea ha abierto una investigación para controlar los fondos venidos de Europa con destino a la UGT andaluza, ahora que… Podría poner algunos casos más, no muchos más, pero no es esa mi intención porque mi deseo de que se esclarezcan todos los casos de corrupción no me lleva a desear no me lleva a desear que se mueran los perros para combatir la rabia. Sí, las organizaciones sindicales han cometido errores y han protagonizado fechorías, pero siguen siendo tan necesarios como cuando surgieron. Las campañas de descrédito que vienen sufriendo, provenientes de la derecha española, retrógrada y avasalladora, requieren una respuesta contundente.
En España sólo alrededor del 15% de los trabajadores está afiliado a algún sindicato. Escasa proporción comparada con los países más desarrollados del Norte de Europa (Suecia, Dinamarca o Finlandia) donde la afiliación alcanza al 70% de los trabajadores. La razón más importante para explicar esta baja afiliación es precisamente la altísima temporalidad en los empleos, que ha sido incrementada al entrar en vigor la Reforma Laboral última. En Europa la media de afiliación alcanza el 25% aproximadamente, si bien viene disminuyendo en los últimos años. En contraste con estos datos de afiliación sindical en España tres de cada cuatro empresarios pertenecen a alguna organización patronal, por encima de la media europea que solo llega al 60%. Esta debilidad de las organizaciones sindicales constituye una amenaza por cuanto su mantenimiento resulta complicado mediante las estrictas vías de financiación con que cuentan.
Sin embargo resultan hoy tan necesarias o más que en el momento en que surgieron. Los sindicatos actuales continúan resolviendo problemas muy parecidos a los que les hicieron surgir, en suma, tienen que responder del modo más útil posible al poder monolítico de los empresarios, del mismo modo a cuando surgieron en aquellos lugares donde el trabajo por cuenta ajena tenía tanto que ver con la esclavitud. Cuando aún no existían las grandes fábricas, las asociaciones que surgieron para defender a los trabajadores manuales y artesanos diversos actuaban en la clandestinidad. Los primeros pasos datan de finales del siglo XVIII en el sector textil. Curiosamente la Ley Chapelier estableció en 1791 la prohibición de las asociaciones de defensa de los trabajadores pero, a la vez, autorizó las asociaciones patronales. Esgrimían como razón el miedo a que llegaran a gobernar los trabajadores. La Ley fue derogada apenas un siglo después. En España tales asociaciones de trabajadores se prohibieron también en el año 1813, y nueve años después fueron consideradas como constitutivas de delito.
Hasta finales del siglo XIX no comenzaron a darse los pasos definitivos para la creación de los sindicatos actuales. El primero, la UGT, se creó hacia el año 1888 de la mano de Pablo Iglesias, pocos años antes de que se creara el partido político PSOE. Es el sindicato más antiguo junto a la CNT. Sin embargo el 9 de Marzo de 1938 el Fuero del Trabajo prohibió el sindicalismo, al mismo tiempo que prohibía ejercer el derecho de huelga. En sustitución se creó el famoso Sindicato Vertical, mediante el cual el Estado franquista proveía la defensa “sui generis” de los trabajadores bajo el lema “Patria, Pan y Justicia”. La democracia volvió a activar a las organizaciones sindicales, si bien con nuevos ingredientes y formaciones, aflorando CCOO, de tendencia comunista, USO de inclinación demócrata cristiana, o los nacionalistas ELA y LAB, así como otros mucho más reducidos en su militancia, de carácter profesional o gremial.
Con esta evolución durante los tiempos difíciles no resulta lógico que sea en democracia cuando los sindicatos vienen sufriendo la merma de crédito que, surgida de los dominios del poder del capital y la derecha más reaccionaria, encuentra demasiados adeptos en la propia clase trabajadora. No son solamente los episodios de corrupción los que se airean enarbolando una beligerancia inusitada, que no se usa cuando se cometen parecidas corrupciones (pero mucho más frecuentes) en el ámbito empresarial, también se desprestigian los logros de los sindicatos en beneficio de los trabajadores argumentando que la productividad no justifica las mejoras, o repitiendo hasta la saciedad que los representantes de los trabajadores (liberados sindicales) holgazanean en exceso mientras discuten con la Patronal. Esta batalla, que por ser incruenta pasa casi desapercibida, es fundamental en este tiempo en que los trabajadores sienten constantemente que el suelo de sus fábricas tiembla bajo sus pies, que sus puestos de trabajo son cada vez más penosos y menos duraderos, que sus jornadas son más interminables y sus jornales son menos copiosos, que sus vidas laborales pesan tan poco a la hora de confeccionar su listado de derechos sociales… Sí, ciertamente fundamental, porque la baja afiliación a los sindicatos de clase, que son los auténticos defensores de los derechos y condiciones laborales, resta fuerza a quienes se sientan a negociar en las mesas en las que se deciden las condiciones en que se ha de desenvolver el trabajador.
Si en España sólo el 15% de los trabajadores está afiliado a un sindicato, eso quiere decir que el representante sindical que acude a la mesa negociadora apenas puede considerarse apoyado por la quinta parte de los trabajadores, que serán a la postre los que apoyen las medidas de fuerza que proponga en caso de que sus negociaciones no prosperen lo suficiente. A sensu contrario, aunque la aritmética no pueda ser usada de forma automática, el empresario contará con el hecho a su favor de que el ochenta por ciento en modo alguno se sentirán involucrados realmente en la negociación. Más aún, empresarios astutos y taimados no dudarán en articular listas “independientes” que contrarresten a los sindicatos amparándose en ese descrédito hacia los sindicalistas, que previamente han alimentado.
Pero el resultado final, es decir, aquello que los representantes sindicales consiguen en sus negociaciones, se aplica a todos los trabajadores, con independencia de que estén afiliados a algún sindicato o no lo estén.
El sindicalista francés, de origen español, Edouard Martin, ha escrito un pequeño libro “contra la economía caníbal” que titula “NO PASARAN”, y en él relata las negociaciones que llevó a efecto representando a su sindicato (CFDT) para mantener abiertas de Arcelor Mittal en Francia. En uno de sus pasajes, soliviantado quizás por los sucesivos fracasos en sus empeños, relata: “Los franceses, charlatanes consagrados y siempre dispuestos a dar lecciones al prójimo, se pasan el tiempo preguntándose: ¿qué hace la policía? ¿qué hace el gobierno? ¿qué hacen los parlamentarios? ¿qué hacen los sindicatos? Pero no parecen muy dispuestos a preguntarse a sí mismos qué es lo que hacen para cambiar el mundo. ¿Qué es lo más importante en nuestra vida laboral? Estar sindicado es participar en el desarrollo de tu vida. Muchos indolentes ciudadanos tienen tendencia a olvidar que si hay convenios colectivos, aumentos salariales y demás lindezas, es gracias a los sindicatos”. Y añade un ejemplo: “Siempre empleo el siguiente ejemplo: vais al cine y hay dos filas de butacas. Una para ver la película gratis y otra para los que pagan. Si el 92 % de la gente se sienta en la primera fila (gratis), no habrá más industria cinematográfica porque no habrá medios para realizar películas”.
Es importante que no nos dejemos llevar por la marea desacreditadora de las organizaciones sindicales, con la que intentan desproteger, más si cabe, a los trabajadores. Limpiar los sindicatos sí, pero aniquilarlos, como nos proponen las voces interesadas, no, porque son ahora más necesarios que nunca: ¡imprescindibles!
Fdo. JOSU MONTALBAN