Mediada la segunda legislatura del Presidente Rodríguez Zapatero saltaron todas las alarmas, se desencadenó un tsunami que ha durado hasta ahora. Tanto ha durado que incluso es ahora cuando algunos medios de comunicación se hacen eco de noticias que corresponden a aquel tiempo. Hace apenas dos semanas un diario nacional de gran tirada ofrecía como “primicia” que en el año 2009 el Presidente español pidió al Presidente del FMI que no anunciase de forma demasiado drástica cuál era entonces la difícil situación de la banca española ni los importantes riesgos que la amenazaban. Es verdad que para entonces ya habían caído bancos muy importantes en todo el Mundo. La redacción de la noticia recoge como el Gobierno español enfatizó ente el FMI que podría adelantar la necesidad, incluso urgencia, de hacer reformas estructurales en el sector financiero, pero no remarcar las importantes flaquezas de la Banca, que para entonces ya habían sido suficientemente detectadas. Se trataba, al parecer, de evitar una influencia negativa en el marcado financiero. ¿No es realmente absurdo que esta noticia haya ocupado, casi cinco años después, la portada de un gran diario? ¿A quién sirve esta noticia? ¿Con qué finalidad ha sido divulgada?
Las noticias salen a las páginas de los diarios y las gentes salen a las calles de nuestras ciudades a vocear consignas en medio de una sociedad convulsionada a la que se la torpedea con noticias que asustan con futuros negros y, lo que es peor, con adjudicaciones gratuitas de culpabilidad. Si todo depende del comportamiento del sector financiero, que es el que debe dar crédito para facilitar el consumo doméstico, para facilitar el funcionamiento de las pequeñas empresas que son las que más empleo generan, y para hacer de la Economía algo útil para el desarrollo social, me cuesta mucho entender que las medidas drásticas de retroalimentación del sector económico-financiero no se tomaran mucho antes. Incluso, si como he escuchado decir a Rajoy, España está saliendo de la crisis sin haber tenido que recurrir a ningún sistema de rescate, los ciudadanos españoles deberíamos sentirnos doblemente estafados: por las noticias con que se nos amedrentó y por los recortes que nos han sido aplicados desde hace demasiado tiempo con la única razón de la inevitabilidad.
El Gobierno de Rajoy no para de patalear. Incluso ahora que la recuperación “ya está aquí”, toda previsión de futuro queda supeditada a que se sigan impulsando las medidas. (Medidas, en el argot PP, son recortes y pérdidas de derechos). El ataque que el gobierno del PP viene dirigiendo a los españoles no se para en ningún lado. En algo más de media legislatura ha aprobado leyes de todos los tenores que van en contra de los derechos y de las carteras de los más humildes. Nunca como ahora han quedado tan patentes quienes son los destinatarios de los perjuicios o beneficios de sus leyes. Es una pena que esta forma de hacer la Política que practica el PP esté llevando a los ciudadanos o a la rabia o a la apatía. Porque primero es la reacción, la respuesta inmediata que saca a las gentes a la calle a gritar y, como mucho, a desfogarse. Pero el fulgor del primer chispazo se va quedando en un potente resplandor hasta que desaparece. ¿Qué queda después? Reuniones del grupo de afectados directos, marchas reivindicativas, columnas de la dignidad (que deberían llamarse “contra la indignidad), concentraciones y poco más, porque a estos actos de protesta cada vez acuden menos, o porque alguno ha encontrado algún trabajo miserable o porque la apatía le ha conminado en un salón de su casa frente a una televisión eternamente encendida.
Tal es la perversión del Gobierno del PP que no ha dudado en desacreditar todo tipo de manifestación de protesta solo por el hecho de que tengan lugar situaciones violentas durante su celebración. En la actual sociedad, en la que el precio es más importante que el valor de las cosas, llega antes a la mente de los ciudadanos la tasación de los destrozos producidos que el auténtico objetivo de la manifestación o las opiniones expresadas por quienes hayan liderado las protestas. Serían necesarias muchas páginas de periódico para enumerar los ejemplos en este sentido. ¿Creen acaso que los despedidos de sus empleos mediante EREs caprichosos (como demuestran muchas veces las sentencias definitivas), que sufren después situaciones vulnerables, van a salir a la calle a doblar la cerviz? Muchos de los que van a esas manifestaciones llevan intenciones inmejorables, pero siempre hay alguna orden oficial inoportuna, algún miembro de las fuerzas del orden que siente como su miedo se antepone a su responsabilidad, algún manifestante que se excede en la palabra o en el gesto y, por qué no, algún infiltrado “antisistema”. Ahí surge el conflicto, o sea, la reyerta que se repite en los medios de comunicación como relato de cotorra hasta que la ven todos, debidamente comentada, poniendo el énfasis en los costos de los daños ocasionados. En las cloacas del Gobierno hay quienes solo se dedican a sacar réditos de la manipulación de las noticias.
Las últimas eclosiones de las cloacas han sido la Ley de Participación Ciudadana anunciada y ese globo sonda lanzado por la Alcaldesa de Madrid que pretende fijar los itinerarios de las manifestaciones alejándolas del centro de Madrid. Ninguna de ambas tendrá el éxito que pretenden, pero debe sugerir alguna reflexión. ¿Qué idea de participación ciudadana tiene la derecha? Recuerdo aquellas formas de participación del franquismo, basadas en la pura exaltación: de muy niño, junto a todos los niños de mi pueblo fuimos trasladados a Bilbao para manifestarnos en loor de la Virgen de Fátima. Tuve que asistir igualmente a aquella manifestación gigante que festejaba o exaltaba los “25 años de Paz” con que Franco nos había premiado… Pero la Democracia también trajo apertura que fue aprovechada por la derecha española en su conquista del poder. Quienes acudían a las manifestaciones convocadas por diferentes Asociaciones, y siempre apoyadas por el tardofranquista Rouco Varela, durante los gobiernos socialistas no discurrían con la misma placidez y serenidad porque su objetivo no era solamente reivindicar detrás del correspondiente slogan, sino echar al Gobierno socialista de la Moncloa.
Para los ciudadanos lo importante es no desfallecer aunque estemos convencidos de que los resultados, cuando llegan, lo hacen de a poquitos. Lo importante es no apresurarse y, para ello, hacer demasiado violenta la pelea. Sí, Amigos, una manifestación es una pelea en la que, curiosamente, se hace más patente y estruendoso el menos poderoso, porque es él el que sufre, el que se lamenta, el que gime. El auténtico agresor no suele estar presente en las manifestaciones porque suele ser algo intangible que vive en un bunker inaccesible. Y cuando el manifestante, salido de sí, hace lo que no debería nunca hacer, -destroza efectos de terceros tan humildes como él, convierte en cenizas vehículos y propiedades de otros que pueden sufrir fatalmente las consecuencias-, devalúa en alguna medida al acto completo. Sin embarga nada es tan cínico e ignominioso como tachar de “anti sistema” a quien acude a una manifestación y protagoniza actuaciones de este tipo. Da la impresión de que el Sistema solo acepta a los pusilánimes y a los pacatos, y que aquel que responde, soliviantado y excitado, corre el riesgo de salirse del sistema. ¡Curioso contraste!
Porque las calles españolas cada vez están más llenas de hombre y mujeres, jóvenes o ancianos, a los que el Sistema los está echando fuera de sí por la vía de los hechos. Sí, es cierto que las manifestaciones contienen en su seno a algunos impostores que gozan en el desorden pero ¿se han parado a pensar de qué modo el Sistema (el Gobierno) desordena las vidas de quienes deciden acudir a una manifestación y provocar sus voces de protesta? Una vez más resulta esclarecedor el refrán “muerto el perro se acabó la rabia”, pero precisamente para criticar a esta derecha ramplona e inhumana que nos rodea, que hace ver que la relación amistosa o violenta de los manifestantes con las fuerzas de seguridad es más importante, a la hora de evaluar los acontecimientos, qque las mismas reivindicaciones y propuestas.
¡Qué nos quede la rabia! ¡Huid de la apatía!
Fdo. JOSU MONTALBAN