¡DE QUÉ SE DEBATE EN EUSKADI (con más ahinco)!
Quien haya participado en discusiones callejeras sobre la actualidad política, tanto en Euskadi como en otras regiones del resto de España, -supongo que a excepción de Cataluña-, habrá podido comprobar que el argot, las palabras, la temática y los modos de expresión son muy diferentes. La crisis y los recortes impuestos por el PP, que se sufren como en otros lugares de España, ceden ante ese otro aspecto mucho menos social y más pre-democrático que es el territorial, es decir, el modo de relación de Euskadi con el Estado al que pertenece.
Aunque ya haya sido anunciado, y esté prácticamente consolidado el cese de la violencia de ETA, se sigue hablando de la violencia y, sobre todo, se sigue hablando en todos los ámbitos con importantes dosis de violencia larvada. Continúan vigentes los mismos enfrentamientos. De la vida pública solo ha desaparecido aquel lenguaje brusco con que la mayoría de los vascos, -los decentes-, reaccionábamos ante los asesinatos etarras. Todo lo demás permanece con las mismas características e ingredientes. El debate territorial prevalece sobre el social. Se habla mucho más de soberanía que de bienestar. La política socioeconómica parece supeditada a la búsqueda de un estatus nuevo para Euskadi porque el nacionalismo, tanto el más democrático como el radical, sabe que es en ese debate en el que cosecha los votos que le mantendrán en el poder o en sus aledaños.
Cuando ETA anunció el cese de la acción armada los políticos vascos también quedaron desarmados. Algunos, los no nacionalistas, quedaron desarmados porque mientras imperaron las pistolas se hartaron de proclamar que se podría hablar de todo en el mismo momento en que el fuego desapareciese. ¿Y qué pasó? Que la llamada Izquierda Abertzale (IA) siguió diciendo las mismas insensateces, aunque ahora sin que estuvieran respaldadas, y a la vez desacreditadas, por su miserable y forzudo primo de zumosol. La IA encontró todo a su favor en cuanto desapareció lo que siempre había obrado en su contra: ETA. Volvía a las Instituciones democráticas sin haber hecho la pertinente reválida que certificara su “democraticidad” (perdón por el palabro). Y lo hacía en buena medida amparada por la ineptitud del resto de los partidos políticos vascos, que habían mantenido comportamientos democráticos mientras la IA practicaba la brutalidad del modo más arbitrario. Ninguno de los otros, -ni PNV, ni PSE, ni PP-, se atrevieron a proponer un gobierno de coalición entre ellos, de tantos como era posible, para instalar un cortafuegos entre la IA antidemocrática y la Democracia. Porque la IA, con los dirigentes que actualmente la gobiernan aún no se comporta de forma decente. Sí, de vez en cuando amaga pidiendo a ETA que se desarme definitivamente, pero lo hace con tanta desgana mientras pone toda la carne en el asador en la defensa de los etarras presos, que su empeño siempre suena a hueco.
Por si fuera poco, siguiendo un símil futbolístico, su banquillo es abundante. Tiene en la cárcel a su “mandela” (Arnaldo Otegi) que, a pesar de haber sufrido como “preso político”, -si es que se le puede llamar así, que lo dudo-, menos de la quinta parte del tiempo que sufrió el socialista vasco Ramón Rubial, ya parece superarle en crédito y valoración ciudadanos. Resulta espeluznante escuchar a tantos líderes vascos, de todos los partidos e ideologías, que Arnaldo Otegi debería estar en la calle. Curiosamente quienes se desgañitan pidiendo que Otegi salga se han olvidado del líder sindical Díaz Usabiaga, que entró en la penitenciaría a la vez y por la misma causa. Espeluznante y absurdo, porque si les asiste tal seguridad jurídica deberían buscar por todos los medios a su alcance esa libertad que reclaman con tanta insistencia por vía oral. Da la impresión de que tratan de quedar bien ante una ciudadanía pacata, como la vasca, que ya ha perdonado, aunque lo haya hecho de modo tácito, y casi se ha olvidado de los muertos que ETA produjo.
El nacionalismo tranquilo, es decir el PNV, se ha escorado hacia el soberanismo tenuemente, de manera que parezca que lo desea, aunque en su fuero interno no contempla que su nuevo estatus sea realmente la independencia. Pero no le cabe otra estrategia porque la IA le va comiendo terreno electoral aprovechándose de que muchos vascos procedentes de la emigración española del pasado siglo, y sus descendientes, son más proclives a votar a los animosos abertzales que a los “carcas” nacionalistas. Las hordas a las que el nacionalismo tildó de “maketas”, formadas por gentes que tanto sudaron para que Euskadi fuera una tierra próspera, se desarraigaron de la España de sus ancestros, y hoy les da igual arraigarse en las tierras vascas a cambio de cualquier promesa fatua. El nacionalismo siempre valoró como una señal de pedigree los “ocho apellidos vascos” con que los maketos no cuentan. En ese sentido la IA ha sido mucho más condescendiente, de hecho ETA ha dado labor y cobijo a un buen número de activistas y simpatizantes de procedencia maketa.
Y, ¿qué decir de las fuerzas no nacionalistas? Mientras existía ETA, y la IA estaba ilegalizada reinó la tranquilidad, únicamente alterada por el hecho bárbaro de que ETA mataba sin piedad a los militantes del PSE y del PP, y amedrentaba a todos sus cargos públicos, que tenían que salir escoltados a la calle. Fueron el PP y el PSE quienes soportaron la gran responsabilidad porque el nacionalismo nunca se opuso con suficiente contundencia a la violencia, tanto en el fondo como en la forma. El Gobierno del Lehendakari Patxi López, formado con la confluencia de ambos partidos, fue la respuesta más acertada ante la desidia del nacionalismo, que condenaba los actos violentos pero guardaba una equidistancia sospechosa cuando se pronunciaba en contra del Estado que la combatía. Tal fue la evolución durante los años previos al abandono de la acción violenta por parte de ETA.
Pero, volvamos atrás. El debate político, que la violencia etarra había eclipsado, ha despertado con especial virulencia ahora porque, tal como se dijo, sin violencia iba a poderse hablar de todo. Sin embargo, la violencia siempre fue la coartada para no hablar de un solo asunto: el de la soberanía, la autodeterminación y la independencia. De modo que ahora solo importa hablar del nuevo estatus, es decir, de esos tres asuntos que ya se han reducido a uno solo: el derecho a decidir. ¿No hubiera sido más juicioso haber resuelto hace tiempo el tema pendiente de la soberanía, de la independencia? Los nacionalistas, y también la IA, coinciden cuando reclaman que los ciudadanos decidan, y los no nacionalistas recelan porque pudieran decidir que es preciso cambiar la situación o relación actual. Pero la balanza está desequilibrada. Los nacionalistas no se juegan nada porque, en una supuesta consulta, si se decide que no hay que decidir nada nuevo, seguirán igual: reivindicando sus derechos soberanistas en base a pasajes históricos. Pero los no nacionalistas, que son y se sienten tan vascos como españoles, se la juegan, porque en caso de perder en la consulta ellos sí dejarán de ser una cosa que sienten: dejarán de ser españoles.
Y este es el debate que entretiene a los vascos. Bien diferente al que se discute en cualquier otro rincón de España, en cuyas casas se exhiben tantas reliquias vascas enviadas por quienes engrosaron la emigración hacia Euskadi de otras regiones del Estado. . Este es el debate, aunque quizás un poco más enrevesado.
Fdo. JOSU MONTALBAN