NUESTRO ESTADO DE BIENESTAR EN PELIGRO
El Estado de Bienestar (E. de B.) que hemos venido disfrutando atraviesa una crisis inexplicable. Los ajustes infligidos por el Gobierno del PP a los españoles han desmantelado los servicios básicos: la Sanidad requiere copagos; la Educación ha visto decrecer las becas con que se ayudaba a la formación de los más desfavorecidos; los desempleados, que no hallan empleo porque la Economía ha sido fiel a las políticas de austeridad en lugar de propiciar un crecimiento que favorezca el consumo, cada vez cobran menos y durante menos tiempo; las pensiones, cada vez más inamovibles y congeladas, han convertido a los pensionistas en unos nuevos pobres; los funcionarios tienen sus sueldos congelados ya durante cuatro años; los servicios sociales han recortado su gasto en un 13,3% en los dos últimos años, precisamente cuando la pobreza más ha aflorado; las ayudas económicas han caído de tal modo que quienes las han venido percibiendo encuentran grandes obstáculos para mantener su dignidad, continuamente puesta en entredicho cuando los más aventajados económicamente les tildan de tramposos y estafadores; los inmigrantes que llegaron huyendo de la miseria de sus países subdesarrollados, empiezan a ser cuestionados y desacreditados como una rémora que hay que extirpar porque, al parecer, lo que ellos perciben va en detrimento de los deben percibir “los de aquí”.
Da la impresión de que el E. de B. constituye la seña de identidad de una izquierda “ultracomunista” que cercena a la iniciativa privada e intenta controlar el mercado con una meticulosidad extrema. Es tal la ignorancia con que muchos ciudadanos escuchan el término (Estado de Bienestar), e interpretan las consecuencias de su desarrollo, que cualquier osadía de cualquier derechoso con escasa conciencia, como el ex diputado del PP Manuel Pizarro, -“hay que repensar el E. de B. porque lo gratis no funciona en ningún sitio”-, es tenida en cuenta y llena las páginas de los periódicos. Pizarro utilizó un ejemplo para explicar lo dicho, porque a él no le resulta lógico que “los universitarios paguen 1.500 euros por una plaza universitaria que le cuesta 12.000 euros al Estado”. No sé cómo interpretar estas palabras pero, de ser aplicadas en la práctica las intenciones que esconden, parece que los hijos de los hogares más pobres no podrán estudiar por muy alto que tengan su coeficiente intelectual. Si ya es injusto que el hijo de un rico pueda culminar sus estudios universitarios en más años que el hijo de un pobre que esté disfrutando de una beca, la injusticia se sublimaría si, como ya viene ocurriendo, las becas se convirtieran en un hecho puramente anecdótico.
Sí, he hablado de ignorancia, aunque no lo haya hecho con intención meramente peyorativa. No, solo es una constatación, porque son muchos los ciudadanos pertenecientes a las clases más bajas, o a las clases medias tan amenazadas por la crisis, que se empeñan en mostrar reticencias ante las respuestas que son ahora mismo imprescindibles para que nuestra sociedad siga siendo un hábitat humano. Hagamos recuento, repensemos, que diría Pizarro. El E. de B. (Welfare State, para darle mayor realce) no ha constituido jamás un principio ideológico exclusivo de la izquierda. Tras la Segunda Guerra Mundial emerge un debate social que va configurando ese E. de B. en base a un acuerdo de síntesis en el que convergen el reformismo socialdemócrata, el socialismo cristiano, las élites conservadoras ilustradas y las representaciones de los trabajadores agrupadas en los grandes sindicatos industriales. En buena medida respondiendo a los requerimientos de los movimientos sociales y obreros que reclamaban un gran pacto social. La derecha más ilustrada se mostró dispuesta a llegar a tal pacto, aunque ello les supusiera ceder alguna parte de sus beneficios entre la población para evitar el malestar social y abortar todos los brotes de inseguridad pública que amenazaban a la clase más alta.
Alrededor de mesas de discusión se definieron los derechos sociales, siempre siguiendo la estela de los derechos humanos. Lo que el E. de B. persigue es auspiciar una buenísima relación entre la Democracia, el capitalismo y la vida digna de todas las personas. En base a ello propugnan las políticas de Sanidad y Educación para todos provistas por la iniciativa pública, las pensiones de vejez e invalidez suficientes, los subsidios de desempleo orientados a la reinserción socio-laboral, el acceso a la cultura y la potenciación de los servicios públicos para todos, y no solo para los trabajadores. Fueron varios los ensayos previos que culminaron en las actuales políticas del E. de B.: la asistencia social de Inglaterra basada en las “leyes de los pobres”, o el Estado Providencia francés que atendió a los más menesterosos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, o las políticas “bismarckianas” de Alemania, que tenían su arraigo en la Ilustración. Lo cierto es que aquellos avances que desembocaron en el E. de B. no solo pretendían atenuar los rigores de las carencias, sino conformar una sociedad más equilibrada, de ese modo se estaba luchando contra la pobreza, sí, pero también contra los peligros derivados de ella: la inseguridad social y ciudadana, la esclavitud y las servidumbres, la crueldad penal, la discriminación racial, la falta de oportunidades e, incluso, las diferencias rígidas entre las clases sociales.
Europa es el ámbito en que el E. de B. se instaló con mayor fuerza, aunque lo hiciera en diferentes formatos que se acomodaron a los diferentes tipos de sociedad en unos países o áreas sociales u otros. Curiosamente España, que llegó demasiado tarde a él como consecuencia de las sucesivas inestabilidades políticas y la escasísima profundización de la democracia, empieza a ser la primera que le cuestiona. La ya famosa “crisis” no es motivo suficiente para que se produzca dicho cuestionamiento. En todo caso, la democracia española es demasiado reciente, y aún no ha dado tiempo a que la derecha, -que engloba en la misma formación a moderados y ultras-, asimile que el espíritu democrático ha de alcanzar más allá del mero sufragio universal y el imperio de las Leyes fundamentales.
Dice nuestra derecha montaraz y aprovechada que el E. de B. español no es sostenible, pero lejos de actuar sobre su financiación buscando las fuentes que lo hagan posible, prefieren adelgazarlo para que sea menos costoso. Lejos de empeñarse en su sostenibilidad se han empeñado en su crítica y cuestionamiento, sabedores de que la solidaridad es una virtud de los pobres y no una actitud de los ricos. Quienes viven con poco, aún pueden vivir con menos, al parecer. Eso sí, de vez en cuando se les echan unas migajas para tranquilizar las conciencias y se les conmina a extremar su prudencia advirtiéndoles que el fraude en las ayudas sociales (limosnas) puede arruinar a nuestro sistema social, mientras se corre un tupido velo sobre el más que escandaloso fraude fiscal.
Recientemente Juan Manuel de Prada recurría a un texto de Chesterton que también yo deseo usar como colofón de este artículo. Criticaba la supuesta infalibilidad de los gobernantes de su tiempo, que habían regido a sus pueblos “haciendo de su nación una eterna deudora de unos pocos hombres ricos; a apilar la propiedad privada en montones que fueron confiados a los financieros; a permitir que los ricos se hicieran cada vez más ricos y menos numerosos, y los pobres más pobres y más numerosos; a dejar que el mundo entero se partiera en dos, hasta que no hubo independencia sin lujo ni trabajo sin opresión; a dejar a millones de hombres sujetos a una disciplina distante e indirecta y dependientes de un sustento indirecto y distante, matándose a trabajar sin saber por quién y tomando los medios de vida sin saber por dónde”. Cabría advertirle a esta derecha española, y a los ricos de hoy, lo que Chesterton advirtió a aquellos: “No os precipitéis ciegamente a decirles que no hay otra salida de la trampa a la cual los condujo vuestra necedad; que no hay otro camino más que aquel por el cual vosotros los habéis llevado a la ruina; que no hay progreso fuera del progreso que nos ha conducido hasta aquí. No estéis tan impacientes por demostrar a vuestras desventuradas víctimas que lo que carece de ventura carece también de esperanza,… Y un tiempo después … la masa de los hombres tal vez conozca de pronto el callejón sin salida donde los ha conducido vuestro progreso. Entonces tal vez se vuelva contra vosotros en la trapa. Y si bien han aguantado todo lo demás, quizás no aguanten la ofensa final de que no podáis hacer nada ya por evitarlo”.
¡Qué tengan presente todo esto los que, actualmente, cuestionan el Estado de Bienestar!
Fdo. JOSU MONTALBAN