jueves, 10 de enero de 2013


UNO  DE  LOS  EFECTOS  COLATERALES  DE  LA  CRISIS
El motivo de este artículo es un retortijón de tripas causado por un titular de periódico: “Las personas sin techo superan ya las 2.000 en Euskadi”. De pronto se removieron mis cimientos, se irritaron mis neuronas de persona, de ciudadano del Mundo, y no solo de habitante de mi casa, de mi aldea, de mi pueblo, de mi región, de mi país.
La Navidad es una fecha importante para el enternecimiento, para la compasión ante los que sufren los rigores y vicisitudes propios de los tiempos que toca vivir. La crisis es una realidad tangible, además de haberse convertido en una amenaza que acecha a casi todos, pero la vaguedad e inconcreción con que nos referimos a ella impiden interpretar los matices y, claro está, influye en nuestra percepción de las causas y de los culpables, porque ni todas las causas que se esgrimen tienen el mismo peso, ni todos los culpables tienen idéntica culpabilidad.
La noticia a la que hago referencia apareció a la vez en dos versiones: relativa al ámbito estatal y relativa al ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca. En España se han contabilizado 22.900 personas sin hogar, de los que 12.400 son españoles y 10.500 son extranjeros; de los que 18.400 son hombres y 4.500 son mujeres; de los que 4.400 tienen menos de treinta años, 17.600 están entre treinta y sesenta años y 880 están ya en edad de jubilación. La tragedia de esta situación está en que la tercera parte de los contabilizados se ha quedado sin techo en el último año, luego parecen ser los más directamente afectados por esta crisis tan cacareada. Más de la mitad han perdido su techo a causa de problemas muy ajenos a ellos mismos: pérdida de empleo o desahucio de la vivienda. Sí, ajenos a ellos mismos porque la famosa crisis liquida puestos de trabajo debidamente pagados para generar, -si llega a hacerlo-, otros empleos con condiciones laborales más precarias y sueldos mucho más reducidos; y porque la crisis financiera ha puesto de moda los desahucios de sus viviendas fueron atraídos a sus oficinas en demanda de créditos halagüeños. Lo cierto es que la famosa burbuja inmobiliaria se ha saldado con un montón de viviendas vacías y un brutal crecimiento de las personas sin hogar.
A la vez los centros de acogida de las más variadas condiciones se las ven y se las desean para distribuir sus escasos servicios ante la afluencia masiva de mendicantes. Porque quienes administran dichos centros han visto mermadas en exceso las subvenciones procedentes de las Instituciones Públicas. Cierto es que hay diferencias entre unas regiones y otras, entre las áreas rurales y las áreas urbanas, pero los números son obstinados y el aumento de tales cantidades denuncia con terquedad que cada vez son más los abandonados que sufren, y que cada vez es más flagrante la inanidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que pregona el derecho a una vida digna bajo un techo, en una vivienda con las debidas condiciones mínimas.
No me quedaré en esto, porque hay matices importantes si nos acercamos a nuestro ámbito vasco. Aquí son 2090 las personas “sin techo” que vienen siendo atendidas en diferentes centros de acogida, un 14% más que las personas atendidas hace siete años. Los hombres se llevan la peor parte porque han aumentado en un 24% en el mismo tiempo, y los extranjeros también ya que han aumentado en casi un 43%. Igualmente pagan un mayor tributo los jóvenes, afectados en el 35% del total de “destechados”. Pero las cifras nos ofrecen curiosas paradojas de las que voy a destacar una que creo importante. De todos los hombres sin hogar en el País Vasco, el 63% son extranjeros, mientras que de las mujeres son el 46% las extranjeras. Y de todas las personas extranjeras sin hogar que habitan en el País Vasco el 79% son personas de origen africano. La inmigración sufre con mayor ímpetu los rigores de la crisis, entre otras cosas porque la ausencia de estructuras familiares acrecienta el desamparo. No acaban ahí sus males, sino que los nativos en situación de precariedad no dudan en culpar a los inmigrantes de sus carencias: porque compiten con ellos en la búsqueda de puestos de trabajo y porque participan en el reparto de las ayudas públicas. Una vez más la insolidaridad se hace patente también en el exclusivo ámbito de los necesitados.
Sin embargo no cabe la mezquindad, porque el crecimiento de la población inmigrante respondió a la llamada que les hicimos desde nuestras áreas de progreso. Vinieron con sus brazos, con sus rostros sonrientes y con sus aptitudes y actitudes propias para servir en estos lugares que alguien les había narrado como si fuera la Tierra prometida. Y pusieron todo lo que tenían que poner: trabajo, abnegación y disposición a aceptar sumisamente las condiciones económicas y laborales más abyectas. Si era dentro de la legalidad mejor, pero si lo era en la llamada economía sumergida propia del mercado negro también, porque la urgencia cercena las exigencias y acrecienta la permisividad. Sin embargo, E…, que llegó a nuestro País Vasco procedente del sur de Extremadura hace algo más de treinta años, a trabajar en los montes, guarecido en casetas herrumbrosas durante el tiempo libre que le dejaban las doce horas diarias de labor, me dijo que los inmigrantes podrían irse a “tomar por el…”, es decir que no precisamente a tomar un café, y lo decía porque su hija lleva casi dos años en el desempleo. Yo no le respondí porque no conviene contrariar a un enfurecido, toda vez que la furia, aunque sea pasajera, obnubila y priva de consciencia y de juicio.
Todas las personas sin techo han de mover nuestra compasión, pero más si cabe quienes no encuentran casi ninguna complicidad entre nosotros, quienes tienen que atravesar mares y océanos para encontrar a alguien de los suyos, quienes a falta de un techo compacto al que mirar mientras sueñan se ven obligados  a cerrar los ojos, y apretarlos, para maldecir el día en que prefirieron abandonar sus miserias de origen. Queridos lectores, os voy a facilitar un curioso dato: si el 79% de las personas extranjeras que habitan en el País Vasco sin un techo que les cubra son africanos, bueno será recordar que casi diez millones de hectáreas de tierras fecundas, en las riberas del Nilo, han sido compradas por multinacionales del sector agroalimentario, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros a aquellas tierras. Buena parte de las plusvalías que se obtengan serán invertidas en el Primer Mundo, irán a parar a ese mundo desarrollado que llama a los parias de la Tierra para explotarlos en pro de su casi exclusivo beneficio.
Nadie debe creer que establezco preferencias ni hago distinciones. Reclamo una vivienda para todos, pero reclamo sobre todo que las carencias de unos no se carguen sobre las responsabilidades de otros igualmente carentes. Lo cierto es que cuanto la inmigración nos ha favorecido, -a saber: crecimiento poblacional, incremento de la natalidad, rejuvenecimiento de la población, incremento de las afiliaciones a la Seguridad Social, aumento de las cotizaciones sociales, ocupación de puestos de trabajo difíciles y precarios, mayor diversidad y riqueza cultural, etc…-, se pueda ver oscurecido por acusaciones gratuitas y nada contrastadas, como es la percepción negativa de la inmigración como causante del aumento de la inseguridad ciudadana o la configuración de guetos en los que la inmigración vive autoprotegiéndose.
Frank T., el famoso rapero, proclama que “España tiene más de un color”. Y además hace una llamada al Mundo: “que el Universo vibre para que la humanidad se equilibre”. Cuando esto ocurra, cuando la vibración alcance a las conciencias, tal vez se recupere el espíritu que guió a quienes redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y todos, incluso quienes sobreviven o “sobremueren” en el Cuarto Mundo, tendrán un techo y un plato de comida. ¡Quién nos iba a decir que eso supusiera un importante avance! Cualquier paso será bienvenido: todo sirve ante la crisis social y de valores que nos atenaza y nos amenaza.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN