EL REY HA ABDICADO: MONARQUIA O REPUBLICA
Con la abdicación anunciada el Rey de España Juan Carlos I ha abierto el tarro de las esencias. Ha habido quienes se han rebelado de inmediato contra la Monarquía, en general, y los ha habido rebelados contra Juan Carlos de Borbón. Los periódicos han redactado editoriales bien diversas, la mayoría de ellas laudatorias, ensalzando su papel durante la noche de aquel infausto 23 F en que Tejero entró en el Congreso de los Diputados con una pistola en la mano. Se han escrito frases tan majestuosas, -nunca mejor dicho-, como esta: “Y en ese vértigo estamos viviendo ahora muchos millones de personas que sentimos la monarquía como el único símbolo histórico de unidad de convivencia en libertad que hemos conocido en toda nuestra vida” (Pedro José Chacón Delgado).
Las tertulias se han desbordado. Quien más y quien menos ha pretendido comparar mediante parámetros medibles esa disyuntiva para cuya solución solo caben apetencias: monarquía o república. Los micrófonos han preguntado a los líderes de los partidos políticos y ellos han optado por responder según las conveniencias del momento, de modo que el socialista Rubalcaba, por ejemplo, subrayando el toque republicano de su formación ha optado por posicionar al PSOE en el bando monárquico, mientras el PNV se ha declarado republicano pero se abstendrá en la votación correspondiente en las Cortes Generales españolas. Los famosos “jarrones chinos” también han sido consultados pero ellos, quizás movidos por los inevitables “lazos de amistad” entrelazados durante sus legislaturas de gobierno con la Familia Real, se han derretido en loas hacia el monarca, si bien mucho más basadas en la campechanía y la fluidez de su carácter que en su condición de Jefe del Estado. También han sido consultados profesores y catedráticos de Derecho Constitucional que, con la característica asepsia con que suelen pronunciarse cuando son consultados, que siempre raya la insulsez, ciñen sus respuestas al papel y cometidos del Rey sin pararse a pensar que la consulta que les han formulado no tiene que ver con el academicismo, sino que va a ser utilizada en informar a todo tipo de ciudadanos, incluidos los menos avezados, desde los periódicos. Por fin, también son consultados los ciudadanos en general, que responden al voleo expresando sus preferencias o sus corazonadas.
Pues eso, que el Rey ha abdicado, al parecer, sin que el Gobierno hubiera aprobado aún alguna ley de sucesión. Al menos eso es lo que ha trascendido a la opinión pública, lo cual contrata con las voces surgidas desde algunos mentideros que afirman que tanto Rajoy como Rubalcaba conocían las intenciones desde hace al menos cinco meses. A mí me extraña mucho que, si ambos dos lo sabían, no lo supieran también los líderes de CIU y PNV, cuya relación con el Rey Juan Carlos siempre ha sido tan cuidada como cordial. Y cabe concluir que el inminente relevo en la dirección del PSOE por medio de un Congreso Extraordinario que tendrá lugar en Julio es lo que ha precipitado la abdicación, toda vez que algunos trámites parlamentarios exigen mayorías cualificadas que solo son posibles con la actual proporción de miembros en el Congreso de los Diputados. Además, las reflexiones que se produzcan en el Congreso aludido podrán derivar, a poco que las bases socialistas reaccionen en la dirección idónea, en un posicionamiento formal a favor del republicanismo, solo con que recuperen el espíritu del fundador Pablo Iglesias del que surgieron.
Este hombre que ha abdicado a favor de su hijo es un hombre afable, de buen carácter, dicharachero, con aspecto de bonachón. Campechano, risueño y muchas más cosas buenas. Si en lugar de ser Rey hubiera sido un trabajador cualquiera, al cumplir su jornada laboral acudiría a la taberna de su pueblo a tomar algún vaso de vino, cantaría con una mano apoyada en el mostrador mientras sostendría en la otra el vaso de morapio, criticaría al rey de su nación del mismo modo que otros lo harían y llamaría chupatintas a los gobernantes de turno. Tal que así le veo, pero ha resultado ser el Rey y en ese cometido se ha comportado como un baldragas. No es fácil de comprender el comportamiento de todos los notables que se han roto en alabanzas para él. Se le ha adjudicado como un mérito exclusivo que la Transición se produjera de aquel modo tan pacífico pero, ¿cabía otro? ¿Hubiera sido posible aquello sin las importantísimas renuncias ideológicas del PSOE, del PCE, de las fuerzas nacionalistas y de los sindicatos de clase?
No se trata ahora de tirar de oportunismo y defenestrar al Rey, se trata de hacer aquello que jamás se intentó hacer, es decir, restablecer el mismo régimen de gobierno que el levantamiento franquista abolió. Franco no se levantó contra ningún monarca, lo hizo contra una República y contra su Presidente. Lo más doloroso fueron la Guerra Civil y la subsiguiente Dictadura, pero además se produjo un tocomocho al final de la Dictadura, porque donde había estado un presidente republicano se puso un rey. Por cierto, el Rey Juan Carlos, en julio de 1969 pronunció estas palabras en la ceremonia en que aceptó suceder a Franco: “Quiero expresar en primer lugar que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes pero necesarios para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino. España ha recorrido un importante camino bajo la dirección de Vuestra Excelencia. La paz que hemos vivido, los grandes progresos que en todos los órdenes se han realizado, el establecimiento de los fundamentos de una política social, son cimientos para nuestro futuro…” Me dirán algunos que no podía hacer otra cosa en aquel momento que leer aquel texto que le habían preparado. De acuerdo, pero pasado el temporal y finiquitada la famosa Transición, ¿por qué no darle una oportunidad de elegir república o monarquía a los ciudadanos?
Las razones de la abdicación están contenidas en su discurso anunciador. Recojo algunas frases: “En mi proclamación como Rey asumí el firme compromiso de servir a los intereses generales de España con el afán de que llegaran a ser los ciudadanos los protagonistas de su propio destino… Mi hijo Felipe, heredero de la Corona, encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica… El Príncipe de Asturias tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado… Contará para ello con el apoyo que siempre tendrá de la princesa Leticia… Guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón”. Se trata de un discurso sencillo y esperado, pero su empeño de que los españoles sean protagonistas de su propio destino contrasta con la condición hereditaria de la Corona. En todo caso la condición hereditaria es siempre menos democrática que la derivada de un proceso electoral al que puedan concurrir todos los ciudadanos, ya sea como electores o como elegibles. En ese sentido, en contra de la tajante opinión del catedrático López Basaguren, - “las monarquías parlamentarias son sistemas plenamente democráticos, y estaríamos tirando por la borda la historia de algunos de los países más democráticos de Europa si dijéramos lo contrario”-, me permito afirmar que la Monarquía española se ha convertido en la última reminiscencia de la dictadura franquista, aunque obre a años luz de aquella.
Tal como subrayó el Juan Carlos de Borbón en la ceremonia de aceptación de su cargo en 1969, “recibió de Franco la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936”, por tanto debería haber constituido una de las reliquias a eliminar en aplicación de la famosa y controvertida Memoria Histórica. La Monarquía española ha tenido tiempo suficiente para condenar de forma solemne y categórica la dictadura franquista, lo cual solo es posible nombrando a Franco y tildándole de lo que fue, un abominable dictador y un cruel asesino. No lo ha hecho. ¿Por qué no dar una oportunidad a quienes creemos que una República daría mejor respuesta a la convivencia y necesidades ciudadanas, que esta Monarquía tan salpicada de corrupción, de dudas y de actividades censurables?
Fdo. JOSU MONTALBAN