OTRO CONCEPTO: DESIGUALDAD
¿De qué estamos hablando cuando pronunciamos la palabra “desigualdad”? En realidad sólo estamos hablando de pobreza, porque ese fatal distanciamiento que se está acentuando entre el 10% de los más ricos y el 10% de los más pobres afecta a estos últimos de tal manera que sume sus vidas en la más atroz de las miserias y, además, hace que esa miseria sea insuperable.
Los datos estadísticos son cada vez más alarmantes, tanto que incluso quienes ocupan el vértice superior de la pirámide, es decir los riquísimos, consideran arriesgado que la desigualdad siga creciendo, aunque tal desequilibrio les lleve aparejado aumentar su riqueza. En el fondo de esa preocupación subyace no tanto el afán solidario, ni siquiera un brote de magnanimidad caritativa, sino el atisbo de que la desesperación de los pobres pudiera desembocar en un ambiente de inseguridad social y pública que pusiera en riesgo sus propias vidas. Coincidiendo con el rescate de Grecia, cuando el país estaba sumido en una brutal convulsión social, el novelista griego Petros Márkaris ha escrito una Trilogía de la Crisis que relata diferentes pasajes en los que el comisario Kostas Jaritos (personaje de ficción) se encuentra con personas asesinadas, o muertas en extrañas circunstancias, que lo han sido por causas relacionadas con la crisis que azotó a Grecia desde hace unos pocos de años.
Se produce la curiosa paradoja de que sea precisamente cuando el comisario Jaritos más está criticando la decisión del Gobierno griego de rebajar los salarios de los empleados públicos, que a él le afecta directamente, aumente considerablemente su trabajo porque aumentan la conflictividad social y la inseguridad ciudadana. La Editorial que publica los libros dedica toda una página, al inicio de la novela, para advertir a los lectores: “Se desaconseja cualquier imitación de los hechos narrados en esta novela”. ¿Por qué tal advertencia? Son muchas las novelas, incluso clásicas, que relatan asesinatos y demás barbaridades sin que adviertan al lector, que debe acudir a su lectura sin resabios ni cargas adversas pero ahora, llegada esta situación, parece que la advertencia puede ser pertinente. Lo es, por eso quienes opinan al respecto consideran que el riesgo de que lleguen a producirse situaciones extrañas que pongan en peligro las vidas de banqueros, gobernantes, opulentos, etc… es evidente.
¿Quién fomenta la desigualdad? La cacareada crisis, que no ha sido definida con minuciosidad aún por nadie, es una razón más, pero el origen de la desigualdad está en el mismo sistema económico capitalista que se asienta en unos comportamientos, ahora mismo, que difieren mucho de aquel pacto social propugnado por Keynes, que preveía que el sistema capitalista, desarrollado sin miramientos ni factores rectificadores, llevaba a una sociedad dual en la que los pobres responderían con todo detalle al término “parias de la Tierra” que recogían los textos socialistas y comunistas. No hay duda de que el número de parias va en aumento: si en el año 2012 el número de hambrientos en el Mundo era de 870 millones, ahora ese número no ha descendido a pesar de los llamados Compromisos del Milenio que habían anunciado a bombo y platillo los grandes líderes mundiales predijeran que en el año 2015 los hambrientos iban a ser solo 420 millones. Según los estudios más avanzados las tendencias han ido creciendo: “en el siglo XIX las diferencias económicas se multiplicaron por tres veces y media, en el siglo XX por siete veces, mientras que los primeros años del siglo XXI perfilan una auténtica ´década horrorosa´ en lo que a desigualdades económicas se refiere (Revista TEMAS para el Debate).
Estos datos de ámbito mundial tienen también una lectura nacional, autonómica y local. Sobre todo debemos interpretar el concepto “desigualdad” desde la diferente repercusión que tiene en los grupos sociales, pues lo perverso de la desigualdad se produce en las capas más pobres de la sociedad, y no es casual que aumente en España, justamente, como consecuencia de los recortes sociales, de una fiscalidad regresiva que protege a las rentas más altas, del aumento de las necesidades y de las vivencias de situaciones límites de personas y familias, y del número de parados que incide con muy especial virulencia en los más jóvenes (un 46% de los parados españoles tiene menos de 35 años). Mientras ocurre todo esto las privatizaciones de servicios e infraestructuras públicas trasladan plusvalías y beneficios de las arcas públicas a los bolsillos privados, es decir, que mientras el Estado se debilita y pierde influencia y presencia públicas, la desigualdad aumenta como consecuencia de decisiones y medidas arbitrarias tan desatinadas y mal intencionadas como introducir en la misma reforma fiscal (la última) una rebaja para las rentas más altas y un nuevo impuesto para que las liquidaciones que reciben los trabajadores justamente antes de ir al paro paguen su correspondiente impuesto.
Del aumento de la desigualdad lo más trágico es la pobreza, que también aumenta en su dimensión y en el número de afectados que la padecen. El porcentaje de los trabajadores que cobran un salario igual o menor que el SMI (Salario Mínimo Interprofesional), que alcanza actualmente 753 euros al mes se ha duplicado en los últimos ocho años y ya afecta al 12% de los trabajadores. Solo Rumania y Grecia superan esta proporción. El aumento de la desigualdad se debe a que el peso de los trabajadores en el otro extremo, los que cobran ocho veces el SMI o más ha aumentado del 1,55% al 1,74% en el mismo periodo, como consecuencia de que la destrucción del empleo y su pérdida de calidad se ha producido en los puestos de peor calidad y con condiciones laborales y salariales más leoninas. La primera conclusión que debemos sacar es que al SMI hay que cambiarle el nombre, porque como “salario” más parece una limosna; desde luego que no es “mínimo” porque aún hay quienes cobran menos que su cuantía; y no es “interprofesional” porque afecta con mucha mayor incidencia a unas profesiones o empleos que a otros.
Al sistema capitalista no le interesa demasiado resolver los desajustes y desequilibrios actuales. La desigualdad es concomitante al capitalismo imperante y solo cuando es excesivamente pronunciada, como ahora, se convierte en una amenaza en todos los terrenos. Porque produce sufrimientos personales inadmisibles; porque divide a la opinión pública y pone en duda que vivamos en una sociedad constituida por “iguales”; porque impide que se den equilibrios económicos a través del mantenimiento de un consumo serio y consistente; porque provoca tensiones sociales innecesarias e invalida a las personas en su empeño de volver a enrolarse en el mercado tras la crisis; porque da pie a regresiones democráticas en el plano político que se intensifican con la irrupción de la corrupción, la codicio y el desprestigio; porque tales tensiones, llevadas a extremos excesivos, puedan provocar desórdenes e inseguridad ciudadana como los que relata Petros Márkaris en su Trilogía de la Crisis a la que he aludido antes.
El problema es la desigualdad rampante, pero la tragedia reside principalmente en la pobreza, tan excesiva como creciente. A quienes dirigen el sistema capitalista actual les preocupa la pobreza en la medida en que puede poner en peligro al propio sistema que a ellos les ha proporcionado riqueza y bienestar, sin embargo hacen oídos sordos a la petición de los más pobres, que reclaman dignidad y poco más. Hay un debate social que supera a todos los demás, una disyuntiva que es preciso resolver con justicia y con generosidad. El ejercicio de la solidaridad ha de ser impuesto cuando no surja de forma espontánea desde la conciencias. El Estado es el único que tiene el deber y el derecho a imponer la solidaridad mediante políticas públicas que redistribuyan realmente lo que el Mercado nunca distribuye, porque ni es su misión ni siquiera lo desea. Las izquierdas políticas e ideológicas han de velar por ello: si no lo hacen perderán toda su razón de ser. Frente a la desigualdad, el anhelo de igualdad ha de llenar la estrategia de las izquierdas, como dijo Bobbio.
Fdo. JOSU MONTALBAN