SEGURIDAD Y LIBERTAD. SEGURIDAD O LIBERTAD
Empecé a escribir este artículo en el día en que se produjeron los hechos, cuando los hermanos Kouachi entraron en la redacción del diario satírico “Charlie Hebdo” y mataron a 12 personas entre los que se contaba el Director y buena parte de sus dibujantes. ¿Cómo interpretar esta matanza? Casi a la vez otro secuestrador se encerró en un supermercado con varias decenas de rehenes, de los cuales murieron al menos cinco cuando las fuerzas del orden francesas entraron al establecimiento y mataron al secuestrador Coulibaly. Quienes asaltaron las oficinas del diario satírico, los hermanos Kouachi, pudieron huir y se refugiaron en la región de Picardia, donde fueron rodeados y abatidos por la Policía francesa. Entonces empecé a escribir este artículo, pero desde entonces hasta hoy el asunto ha dado múltiples vueltas, de manera que lo que ha quedado en la superficie ha sido el debate en torno a la seguridad y la libertad: ¿el exceso de celo en garantizar la seguridad pone en riesgo nuestra libertad?, o lo que es lo mismo, ¿la libertad completa y bien entendida supone un riesgo añadido para nuestra seguridad?
Varias han sido las reacciones ante el atentado de París que ha sido imputado al yihadismo, -rama violenta y radical del Islam-, y posteriormente reivindicado por la rama yemení de Al Qaeda. Los diarios recogieron todas las reacciones de las que algunas, lejos de obedecer a un ejercicio de reflexión obedecieron a la más tosca inclinación a la venganza.
No tengo dudas de que la reacción de las autoridades francesas fue la apropiada, porque fue rápida y contundente, aún cuando la eficacia no fuera la mayor teniendo en cuenta que murieron algunos inocentes, pero se pueden, y se deben, sacar muchas conclusiones de todo ello. Una primera y muy elemental: Europa ha fracasado en su estrategia de integración de quienes han emigrado hasta ella, pertenecientes a etnias, costumbres y credos religiosos ajenos a los suyos. Probablemente no tanto por algunos gestos de intransigencia hacia sus costumbres diferentes, que implican incluso formas de vestir y alimentación diversas, sino porque Europa no se ha preocupado de introducir en los sistemas educativos prácticas de acogida y de divulgación de una laicidad que nos convierta a todos los que vivimos en ella, nativos e inmigrantes, en ciudadanos capaces de convivir y respetarse.
Cuando unos días después del atentado el primer ministro francés Vallas dijo que “Francia está en guerra contra el yihadismo y el islamismo radical”, estableciendo de este modo una triple clasificación en el islamismo, -yihadismo e islamismos radical y moderado-, la canciller alemana Merkel encabezaba una concentración en la Puerta de Brandeburgo contra la islamofobia. Y casi a la vez el Presidente turco Erdogan acusaba a Europa de hipocresía por no haber hecho nada para frenar el odio hacia los musulmanes. En Alemania se ha constituido la Plataforma Pegida, que ha amenazado con constituir un movimiento contra la “islamización de Occidente”. Nadie, o casi nadie, se ha quedado quieto. Las medidas excepcionales van a ser aplicadas con todo el rigor, y no solo van afectar a aquellos cuya relación con el yihadismo esté probada, sino a todos en general, pues solo de ese modo la seguridad completa puede estar garantizada.
Todos sabemos que el 99% de los musulmanes que habitan entre nosotros no tienen nada que ver con el terrorismo islamista, pero cualquier atrevido se aventura a afirmar, sin rubor alguno, que una túnica o un pañuelo en la cabeza de un musulmán pueden ocultar armas o identidades, como si nosotros los occidentales no pudiéramos hacerlo recurriendo a cirugías estéticas u otras artes. ¿Por qué aplicar medidas tan excepcionales cuando lo acontecido debería haberse combatido con métodos convencionales? ¿Acaso si la matanza en Charlie Hebdo hubiese sido perpetrada por un francés perturbado mental habría actuado la Policía francesa con más miramientos?
Lo cierto es que Hollande ha recuperado buena parte de la consideración de los votantes franceses, que había perdido, mediante pronunciamientos patrióticos que parecen más declaraciones de guerra: “Si Francia está de pie, es porque hay policías que han caído. Han muerto para que podamos ser libres. Francia no se rompe jamás, no cede jamás, no se somete jamás”. Sin embargo, las autoridades francesas que así se pronunciaron excluyeron del “consenso nacional patriótico” a Marine Le Pen, cuyo “patriotismo”, rayano al patrioterismo, siempre se ha mostrado como el más contundente.
La realidad nos dibuja un panorama complejo. En Europa residen 20 millones de europeos que son musulmanes, mientras el 70% de la UE los rechaza, a pesar de que ya haya musulmanes con tanta responsabilidad como, por ejemplo, la alcaldía de Rotterdam; a pesar de que haya barrios y áreas en algunas ciudades donde el 80% de la población es islamista. Igualmente, en Euskadi, donde la inmigración de carácter islamista es tan importante, el grado de aceptación es escaso. A los ciudadanos se les ha imbuido un concepto de seguridad fundamentado exclusivamente en la represión.
El atentado de París ha despertado muchos instintos y ha ofrecido algunas oportunidades para que las ideologías más intransigentes disculpen sus propios excesos: “El yihadismo endurece el discurso del PP” (titular de periódico español). Y ya, incluso el lenguaje se convierte en hosco y agrio, pronunciado en tono mayor, como cuando Rajoy ha afirmado en Francia: “Lucha sin cuartel al yihadismo… Los terroristas han podido asesinar cobardemente a uno de los nuestros, pero nunca lograrán acabar con nuestras ideas, principios y valores”. Ante esta afirmación cabe una pregunta: ¿Cuáles son esos principios y valores que les permiten proclamar declaraciones de guerra? ¿En qué principio o valor sustenta el PP su nueva pena de prisión permanente revocable, que ha aprobado con el voto contrario de toda la oposición? ¿En qué principio o valor sustenta el PP las famosas “devoluciones en caliente” de inmigrantes en las alambradas de Ceuta y Melilla? Desde luego que como principios parecen surgidos de la más profunda inhumanidad; y como valor sirve para muy poco en ese empeño por construir una sociedad más justa e integrada.
Matar por razones religiosas constituye una aberración y una ignominia. La Inquisición fue una forma de yihadismo cristiano, no fue nada más leve. El pensador Castiello escribió en “Contra el libelo de Calvino”: “No se afirma la propia fe quemando a un hombre, sino más bien haciéndose quemar por ella… Matar a un hombre no es defender a una doctrina; es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos mataron a Servet no defendieron una doctrina: mataron a un hombre”. El terror que los hermanos Kouachi pretendieron sembrar al arremeter contra la revista satírica, no ha servido para fortalecer a su Islam, ni siquiera para prevenirle de ningún riesgo exterior. Tampoco servirán de mucho las bravatas lanzadas por los líderes europeos, a pesar de que en la manifestación de protesta ante el atentado por las calles de París marcharán tomados sus brazos férreamente como si fueran un solo elemento poderosísimo. Pero no, no era real aquella demostración de fuerza, pero no de razón ni de credibilidad. Europa, como espacio de civilización y como lugar de acogida, ha de extremar su comprensión para que quienes lleguen hasta aquí se sientan también europeos. El Mundo es grande, casi infinito, Oriente y Occidente son zonas de la esfera terráquea que cuando giran intercambian sus espacios.
Cuando el acogedor impone condiciones drásticas al acogido está pareciéndose más a un carcelero que a un ciudadano. Seguridad y libertad no se completan sino que se complementan, de modo que no hay seguridad sin libertad ni hay libertad sin seguridad.
Fdo. JOSU MONTALBAN