lunes, 23 de marzo de 2015

CAPITAL Y TRABAJO ( DEIA, 24 de Marzo de 2015 )

CAPITAL Y TRABAJO
Desde que fuimos condenados al trabajo, siguiendo aquel veredicto divino de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, los Hombres venimos soportando la terrible obligación de tener que alimentarnos para poder soportar los esfuerzos, de tener que formarnos y educarnos para que el trabajo que elijamos sea el más aproximado a nuestros deseos y cualidades, de tener que buscar aquí y allá en busca del lugar en que haya un hueco en el que trabajar, porque muchos de esos huecos han venido siendo ocupados por las máquinas, de tener que competir con el trabajador de al lado porque cada jornada de trabajo se convierte en un empeño en el que gana el que produce más pero al más bajo coste, de tener, en suma, que supeditarnos a unas condiciones no siempre lógicas que nos convierten en auténticos esclavos de esa obligación. Nos regalan el oído con frases halagüeñas y bien sonantes, pero a la postre el trabajo es una condena que convierte nuestras vidas, en muchos casos, en auténticos infiernos.
Al trabajo le acompañan muchas frases hechas: que se trata de un bien escaso, que el trabajo ennoblece, que el ocio es el padre de todos los vicios, que… Sin embargo el trabajo, y las circunstancias que le rodean y acompañan, apenas tiene utilidades: si es por cuenta propia el trabajo surge de una ilusión y, al desarrollarlo, no se calculan ni los riesgos ni los rigores ni los costos, pero si es por cuenta ajena todo es tenido en cuenta porque, dado que se trabaja para percibir un salario, la cuantía del sueldo debe calcularse de modo que lo producido por el trabajo y lo percibido por el trabajador sean cantidades compatibles entre sí y dejen a su vez beneficios al dueño del capital. Ya sé que esto que acabo de escribir es tan elemental que muy bien pudiera haberlo omitido, pero soy de la opinión de que el trabajo no pertenece realmente a la condición humana sino que se trata de un apósito que tiene que ver más con el inhumano sistema capitalista –sí, he dicho inhumano- que valora a las personas en la medida que ayudan a que los capitales económicos perduren y crezcan.
Tal es así que relataré una vivencia de mi niñez que corría de boca en boca por las calles de mi pueblo. En Aranguren había una fábrica de papel que daba trabajo a más de quinientas personas, de las que la mayoría vivían en los alrededores de la fábrica. Dado que en aquellos alrededores siempre hubo grandes huertas y praderas en las que las gentes cultivaban y criaban ganados de las diferentes categorías, en las épocas de cosecha el tiempo y las fuerzas debían ser repartidos para que el esfuerzo en la fábrica no impidiera que las labores en sus haciendas pudieran realizarse, y así ocurría que en ese tiempo la producción en la fábrica disminuyese porque los trabajadores debían salir de ella en buenas condiciones para cultivar y sacar provecho a sus posesiones. Quienes no poseían hacienda dejaban su esfuerzo y sudor fabricando papel, pero los que tenían tierras y ganado en cantidades considerables escatimaban esfuerzo y sudor precisamente allí donde su trabajo era por cuenta ajena.
En realidad el trabajo siempre ha estado supeditado a los caprichos del capital, de modo que si no sirve para que el capital aumente y se muestre cada vez más vigoroso, se prescinde de él (del trabajo, claro está) dejando a los trabajadores en la estacada. A veces se escuchan alabanzas desmesuradas dirigidas a quienes se han enriquecido mediante prácticas de dumping y explotación laboral, basadas en el hecho de que están “dando” trabajo a miles, incluso millones, de trabajadores de todo el mundo. Más que como empresarios se les trata como filántropos, como personas que están ayudando a quienes trabajan para ellos, y da la impresión de que lo hacen de forma desinteresada. Esa visión resulta no solo absurda sino sobre todo perversa. La lista Forbes, que clasifica a quienes ostentan las mayores fortunas del Mundo, está llena de este tipo de personas, de ricos epulones que, con sus migajas, alimentan y mantienen a tantos y tantos obreros y parias de la Tierra, mal pagados en muchos casos, que quizás están convencidos de que el trabajo, lejos de ser un castigo, es un ejercicio que ennoblece.
La evolución del Trabajo muestra bien a las claras que se ha convertido en un instrumento al servicio de la Economía. No hay ningún concepto de significado más “económico” que “capital”. Puede ser estable o especulativo, pero seguirá siendo capital. Tal es la importancia que tiene el “capital” en nuestras vidas que la propia palabra (“capital”) forma parte ya del lenguaje humano en casi todos los ámbitos. Lo “capital” es lo fundamental y más importante, tal como reza el diccionario. La pena más definitiva que se aplicaba a los reos, la pena de muerte, era la pena capital. La cabeza o ciudad principal de un Estado, donde tiene su sede el Gobierno, es la capital del Estado. El pueblo más céntrico y principal de una zona en que se produce una materia determinada, suele nombrarse como la capital de dicha producción o materia. El patrimonio, cuyo término procede de algo tan noble como son los padres, también se conoce como capital. Incluso entre los cristianos, aquellos pecados que son origen de otros, considerados más graves, son llamados capitales. No es extraño por tanto que lo noble se supedite a lo fundamental, que el trabajo se supedite al capital, y sea el capital el que marque las reglas a sus esclavos. La palabra “capital” inflige miedo de tal manera que convierte a los ciudadanos en súbditos a su servicio.
Volvamos al ejemplo de antes. El comportamiento de una parte importante de los trabajadores de la fábrica de papel de mi pueblo, de los que poseían o explotaban tierras, es igualmente esclarecedor, porque ellos eran obreros en la fábrica pero eran los dueños del capital cuando regresaban a sus casas y a sus haciendas, aunque en ellas no tuvieran obreros a los que administrar. Pero en la fábrica percibían un salario más o menos abundante mientras que en sus haciendas eran los dueños del patrimonio o capital, y serían dueños también de los bienes producidos en él. ¿Dónde escatimaban el esfuerzo? La elección para ellos estaba bien clara, es decir allí donde la percepción del dinero –el salario- era fija e invariable, es decir en la fábrica. En sus haciendas, más o menos grandes y productivas, todo debía ser extremado. Bien caben aquí como cita los atinados versos de las Coplas del Payador Perseguido, de Atahualpa Yupanqui: “El trabajo es cosa buena, es lo mejor de la vida, pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno: unos trabajan de trueno y es para otros la llovida. El estanciero presume de gauchismo y arrogancia, él cree que es extravagancia que su peón viva mejor, mas no sabe ese señor que por su peón tiene estancia. El que tenga sus reales hace muy bien en cuidarlos, pero si quiere aumentarlos que a la ley no se haga el sordo, que en todo puchero gordo los choclos* se vuelven marlos**”.
Ciertamente, capital y trabajo no van de la mano, es decir, no congenian demasiado bien. El capital crece más y más conforme el trabajo es más escaso o se ejerce en peores condiciones para el obrero. La máquina ha irrumpido en nuestra sociedad a favor del capital, y no solo ocupa el lugar que ocupaban antes los obreros sin dejarles a ellos la más mínima plusvalía económica, sino que les ha condenado a mayores cotas de inactividad y, por ende, de miseria. Los casi cinco millones de españoles desempleados se defienden como gato panza arriba entre trabajos en negro, economías sumergidas, ayudas sociales cada vez más escasas y limosnas caritativas. El sistema capitalista no da más de sí. El capital crece más conforme el trabajo menos ennoblece al trabajador. Los obreros son el último eslabón de la Economía, para la que solo cuentan como consumidores, pero ¿qué han de consumir si previamente sus salarios ya han sido consumidos por los patronos?
*”choclos”: espigas de maíz.
**”marlos”: espigas de maíz ya desgranadas.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN