GRECIA Y EUROPA: ¿QUÉ BUSCA CADA CUAL?
Por fin voy a escribir sobre Grecia. Sobre Grecia y los griegos. Y también sobre Europa y los europeos. Lo hago después de que Europa – y esa troika que la “inhabilitada” Grecia ha querido invalidar- haya aceptado prorrogar durante unos meses el rescate (el segundo), a cambio del anuncio por parte del Gobierno griego de Syriza de una serie de medidas que pondrá en vigor a partir de ahora, que no se diferencian en nada de las que dicha troika le impuso al anterior gobierno griego.
Si no he escrito antes sobre este asunto ha sido por dos razones: porque las noticias al respecto han revoloteado tanto y han cambiado con tanta ligereza y frecuencia que todas mis conclusiones al respecto iban tornándose inservibles conforme las noticias nuevas iban apareciendo; pero la segunda razón es aún más contundente: porque me ha costado mucho llegar a entender las razones que cada cual aducía para mantener sus inflexibles posturas. De pronto Europa me ha parecido un cancerbero – nunca mejor empleada la palabra en atención a su significado: perro de tres cabezas (¿troika?), guardián de los Infiernos -, mientras que en el Gobierno griego se dejaba ver la taimada influencia de algún sigiloso trilero, hábil manipulador de las cifras y las palabras, para hacer ver a tantos europeos humildes y de buena voluntad que eran ellos los atropellados por el rigor y la austeridad en lugar de admitir que habían sido ellos mismos, en buena medida, responsables de su estrecha y difícil situación.
Conocido el provisional desenlace cabe analizar lo acontecido desde distintos puntos de vista, porque han ocurrido cosas curiosas que han sido interpretadas desde diferentes posiciones: desde el rincón de la austeridad o desde el de los partidarios del crecimiento económico, el expansionismo y el fomento del consumo; desde la izquierda o desde la derecha; desde el europeísmo entregado y servil o desde el euroescepticismo; desde el conocimiento minucioso del problema o desde la ignorancia, aunque voluntarista; desde el realismo riguroso o desde un idealismo servil y populista. Pero de todo lo ocurrido lo más notable ha sido el cambio de gobierno en Grecia: de un gobierno conservador y acrítico con Angela Merkel (y la troika), a otro mucho más populista, de izquierdas, como es el de Syriza, que ha basado su estrategia en subrayar que cuanto fue firmado por sus compatriotas de los anteriores gobiernos griegos –Papandreu o Samaras, tanto da-, ya no sirve. Por eso su Ministro Varoufakis no ha parado de viajar, de un lado para otro, con una consigna de su superior Tsipras: “¡Consigue algo diferente a lo que había, cambia las palabras y los términos!”. Y cuando Varoufakis le ha preguntado: “¿Mejor o peor?”, Tsipras no ha dudado al responder: “¡Qué más nos da, que sea diferente!”.
Y así ha sido. No podía terminar el conflicto de otro modo. El acuerdo era imposible, por la intransigencia alemana y por la tozudez griega. Pero el acuerdo ya se ha producido, a través de un cambalache que permite a cada cual decir que ha triunfado. Grecia ha conseguido unas condiciones, -una prórroga del rescate que le llevará en volandas hasta su tercer rescate-, que le permiten decir a Tsipras que ha tenido éxito. (Curiosamente también Pablo Iglesias (Podemos, España) lo voceó desmesuradamente en una entrevista televisiva en Tele 5). El Eurogrupo, es decir Europa, con la troika incluida, también ha tenido éxito, porque no ha sido doblegada por las propuestas griegas. Pero el conflicto no ha concluido; lejos de demostrar que el futuro será esperanzador nos muestra que Europa no es una madre condescendiente sino un juez muy inflexible en el que los hijos pródigos y rebeldes no van a encontrar comprensión sino implacabilidad. No cabe otra actitud, porque Europa está formada por Estados que se han asociado movidos por su propia voluntad, pero aceptando unas reglas, tratados y estatutos cuya inviolabilidad constituye una garantía para su idóneo funcionamiento.
Syriza, primero, y un importante grupo de formaciones políticas en diferentes países europeos, algunas de ellas claramente posicionadas en contra de la Unión Europea, y otras formaciones de corte ultranacionalista, están muy reconfortadas con el posible fracaso europeo. En España es Podemos el partido con mayor euroescepticismo, no porque lo declare de forma explícita sino porque su cuestionamiento de la UE, tal como está concebida, incita a pensar que así es.
Desde que Varoufakis emprendió su singladura europea, los diarios han concedido a Grecia un espacio que nunca antes le habían reservado. Estratégicamente Grecia nunca inquietó a nadie, a pesar de su situación geográfica fronteriza con Asia, con África, con el Oriente, con el Mediterráneo, pero su posible salida del euro y la incidencia e influencia que los cambios políticos experimentados allí pudieran tener en otros procesos electorales, la han convertido en esencial. Pasaron desapercibidas las primeras decisiones de Tsipras, de modo que importó muy poco a la opinión pública que no incluyera ni una sola mujer en su equipo de gobierno, o que completara tal equipo con un acuerdo con ultranacionalistas de derechas, pero el espectáculo se ha iniciado después, precisamente ha tenido lugar en un escenario bien alejado de las fronteras griegas. El resultado que se dio en las elecciones griegas levantaba el telón en el gran escenario europeo.
Veamos algunas aportaciones de los protagonistas durante este tiempo. El alemán Schauble advirtió a Varoufakis que “las promesas electorales a costa de terceros no son realistas”, en alusión a las promesas hechas a los griegos para de ese modo ganar las elecciones. Varoufakis, osado, apeló al pasado nazi de Alemania para pedirle comprensión, compensaciones y dinero que remediara el mal hecho a Grecia en la Guerra Mundial. Los capitalistas griegos han anunciado, con la huida de su dinero, que una gran debacle económica sería la consecuencia de su obstinación euroescéptica. A las primeras y débiles propuestas adelantadas por Grecia respondieron Francia e Italia desde una serena esperanza de acuerdo, pero la intransigencia alemana se impuso con contundencia. En ese marco Varoufakis ha oscilado entre unas exigencias cada vez más débiles y unas concesiones cada vez más fuertes. No cabía otra evolución. Daba la impresión de que el triunfo de Grecia sería la disolución de la troika, sí, pero los tres organismos que la forman se han pronunciado individualmente con la misma firmeza que si lo hubieran hecho al unísono. Sin embargo Alemania es, por ahora, mucho más fuerte que la troika, incluso es la que se impuso y decidió que la troika siguiese en sus trece por más que Grecia propusiera su disolución.
Tsipras ganó las elecciones griegas y, apresuradamente, anunció las primeras medidas. Al populismo esgrimido durante su campaña electoral le sumó más populismo: abrir una t revisión pública que había sido cerrada por caer en una profunda quiebra, elevar el salario mínimo poniéndolo casi un 20% por encima del español, lo cual sería contrarrestado con una escueta rebaja en gastos institucionales y una mayor vigilancia en la evasión de capitales y el fraude fiscal… Tsipras sabía que su batalla tendría lugar en Europa y para ella nada mejor que un gladiador como Varoufakis quien, sin ocultar ni una brizna el hieratismo de su rostro y carácter, ha insistido ante los líderes alemanes.
El desenlace final ha sido el esperado porque “si hay algo que descompone a la mentalidad sajona es la presunta picaresca latina o mediterránea, el digo y no hago, la trampa sibilina, la cosmética maliciosa, el juego de palabras, la semántica para sostener una posición en público y otra antagónica en privado” (Manfred Nolte). Tsipras no engañó a Europa ni a los europeos, pero sí ha engañado a los griegos, tratándolos como combatientes en una batalla –inexistente pero real- en lugar de tratarles como ciudadanos. Quien quiera seguir siendo “europeo”, con cuanto ello supone, tiene que cumplir las normas establecidas…
… Lo cual no es óbice para afirmar que el capitalismo neoliberal del que se impregnan las normas y decisiones de los dirigentes europeos, incluida esa troika implacable, puede acabar con el humanismo, la generosidad y la solidaridad que, según nos dijeron, inspiraban a la Unión Europea cuando nos llamaron a formar parte de ella.
Fdo. JOSU MONTALBAN