LOS REFUGIADOS: AL GARETE…
Curiosa contradicción: se les llama “refugiados” pero viven a
la intemperie…
… Tienen patria, pero la abandonan porque previamente ha sido
ella la que les ha abandonado. Sus patrias se han convertido en lugares
inhóspitos en los que vivir constituye una condena. Por eso huyen, y cuando
alguien les pregunta adónde van no saben qué responder, porque para ellos es
más importante de dónde vienen que adónde van: van a cualquier lugar en el que
puedan vivir sin que los peligros y la muerte les pisen los talones. Dejan todo
entre las ruinas de ciudades desbastadas y arruinadas por guerras, inhabitables
porque los desiertos avanzan con crueldad sepultando las áreas cultivables,
víctimas por tanto de un cambio climático que obedece al desmesurado
desarrollo, mucho más preocupado por general dinero que por servir a la
Humanidad. Dejan atrás los lugares en que nacieron y vivieron porque se han
convertido en infiernos administrados y gobernados por sátrapas y dictadores
que lo someten todo a sus caprichos. Van a otros lugares del Planeta Tierra, en
que habitan, con la esperanza de que nadie les cierre ninguna puerta, con la
ilusión de que haya personas, como ellas, que les acojan con las manos
abiertas, los brazos extendidos y sonrisas en los semblantes. El hambre
corporal que les aqueja se mezcla con el miedo que les llevó a huir, y con el
hambre de afecto y de complicidad.
Víctimas de nuestra propia vergüenza los humanos de los
países desarrollados hemos articulado medidas y hemos firmado Tratados que
muestran nuestra hospitalidad hacia quienes huyen de las barbaries de todo tipo
y golpean con los nudillos en nuestras puertas. No fueron pocos los que
firmaron el Tratado de Schengen que suprimía los controles en las fronteras
interiores del espacio europeo. 26 países llegaron a firmarle, y algunos otros
lo firmaron tras añadir algunas condiciones. Europa se convirtió entonces
(1995, año de vigencia) en un lugar de acogida, pero nadie profetizó que el
riesgo no estaba en que los europeos se movieran libremente por Europa, sino en
que llegaran los parias de la Tierra procedentes de todos los rincones del
planeta. Los europeos nos sentíamos felices, protegidos por una frontera
natural que parecía inexpugnable: el mar y los océanos.
El Schengenland (Espacio de Schengen), sin embargo, era un
espacio seguro cuya garantía era que sus fronteras exteriores ejercieran un
control riguroso de las entradas en dicho Espacio: se acompañó de medidas de
cooperación y colaboración entre los servicios de policía y las autoridades
judiciales de los 26 países para luchar, principalmente, contra la delincuencia
organizada. No es necesario profundizar demasiado en lo que fue el acuerdo que
gestó la creación del Espacio Schengen, porque el fracaso resulta ya evidente.
¿Qué ha fallado? Probablemente todo, porque partió de unos supuestos que nunca
han llegado a ser reales. Parecía que la reestructuración de Europa supondría
un cierto éxodo de quienes, procedentes de la Europa pobre, querrían
aposentarse en la desarrollada y rica, pero el éxodo de africanos que han huido
de las guerras, del hambre y de la explotación brutal de sus recursos naturales
ha superado incluso a las más pesimistas previsiones. Ningún mar ni océano ha
detenido a los hambrientos. Han sido muchos los que se han arriesgado a la
muerte para proteger sus vidas, convencidos de que una muerte mientras se lucha
por ennoblecer la vida es más digna que una vida rendida ante el constante
lamento de la muerte.
Todo debería haber estado previsto por el propio Tratado que
establece que toda persona que haya entrado regularmente por una frontera
exterior al Espacio Schengen tendrá derecho a circular libremente por dicho
espacio, al menos durante tres meses, que es tiempo suficiente para regular
algunas situaciones y alargarlas sin límite ninguno. A este acuerdo hay que
añadir los acuerdos puntuales entre países pertenecientes a Schengen y otros
países americanos y asiáticos, mediante los cuales basta con la presentación de
sus respectivos carnets de identificación para que la entrada en el país pueda
realizarse. Pero el propio Tratado se ha visto respondido, y combatido, desde
los gobiernos de los mismos países que se adhirieron a él. La razón hay que
buscarla en el hecho de que el posicionamiento ante la realidad de los pobres,
de los que sufren las consecuencias de guerras injustas, de quienes ven
arruinadas sus casas por las catástrofes naturales que provoca el cambio
climático, de los parias de la Tierra, tiene que ver con la Ética y con la
Ideología de quien gobierna cada país, mucho más que con la visión que puedan
tener las Instituciones europeas.
La Política se ha supeditado a la Economía. El poder que
enarbolan las Instituciones económicas, o las grandes multinacionales, se ha
impuesto al dictamen de las conciencias justas y rectas, y es eso lo que ha
llevado a que los gobiernos nacionales se hayan impuesto a los Tratados
trasnacionales. Las fronteras han vuelto a imponer sus costumbres. Italia ha
recuperado el control de su frontera con Eslovenia. Hungría ha levantado
cientos de kilómetros de alambradas. En Lesbos, Grecia, se han habilitado
campamentos en los que viven y conviven muchos miles de refugiados procedentes
del norte de África. Bruselas ha citado a los responsables de Suecia, Alemania
y Dinamarca para recordarles una sola palabra, “Schengen”, que ya ha perdido
casi todo su significado. Porque esos tres países han cerrado sus fronteras
intensificando sus controles. Suecia exige documentaciones formales que los
refugiados casi nunca pueden presentar en las ventanillas pertinentes, por lo
que son expulsados. Alemania ha mostrado su disposición a controlar
meticulosamente los expedientes de cada uno de los refugiados que llega.
Dinamarca va a confiscar los bienes de los refugiados que lleguen a sus
fronteras para financiar su manutención. Y Grecia ha empezado a arrestar a
quienes auxilien a los refugiados, empezando por los tres españoles de la ONG Proem-aid,
y los dos daneses de la ONG Team Humanity, en Lesbos.
Este comportamiento de los gobiernos europeos ha provocado
las críticas de la CE. Jean Claude Juncker ha acusado a los países por no
cumplir lo acordado. Las cifras son concluyentes: de los 160.000 refugiados que
deberían haber sido acogidos en Europa según el acuerdo suscrito, solo 272
refugiados han sido acogidos. La pregunta es: ¿dónde se encuentran ahora mismo
los 159.728 restantes? La afirmación de Juncker (“No hemos resuelto nada”) ha
adolecido de inconsistencia (“Nos hemos quedado en buenas intenciones, pero los
países no cumplen sus compromisos, y es hora de empezar a hacerlo”). La
respuesta del país en que pivota la política europea, -Alemania-, ha sido poco
esperanzadora: desde su silla de ruedas Schauble ha pedido dinero a los otros
países europeos, y ha adelantado que cabe que se cierren las fronteras alemanas
a los refugiados, por cierto, en la misma línea del ex canciller
socialdemócrata Schröder.
Esto es lo que hay. A la crisis de los inmigrantes ha
sucedido la crisis de los refugiados, después vendrá en final del Espacio
Schengen. Como si se tratara de una premonición Juncker ha llegado a decir que
“sin Schengen no tiene sentido el euro; quien acabe con Schengen enterrará el
mercado interior (europeo)”, advirtiendo del peligro de desintegración de la
UE. Del mismo modo pienso yo. Las guerras de las que huyen los refugiados que
llegan a Europa son participadas por países desarrollados que defienden
intereses trasnacionales. Europa, que pergeñó en Luxemburgo el “Schengenland”,
debe abandonar el testimonialismo y volver a mostrar su rostro más humano, su
vertiente más solidaria.
¡Que viva, y perviva, Schengen!
Fdo. JOSU MONTALBAN