REFORMA DEL
ESTATUTO VASCO: UN MOMENTO CRUCIAL
Los líderes políticos vascos han decido reformar el Estatuto,
pero no ya de forma puntual abordando aquellos aspectos o puntos en los que se
hayan presentado fricciones y desencuentros, sino cuestionando lo más esencial,
como es el estatus de Euskadi en relación con el Estado al que pertenece, es
decir España.
Dado que venimos de tiempos convulsos y peligrosos en los que
se mataba a algunos vascos por no serlo conforme a cánones marcados por
“tribunales” secretos y terroristas, el abordaje de la reforma del Estatuto
debería ser acometido con la debida precaución y sobre todo tras haber fijado
prevenciones importantes. Una “ley” tan importante como nuestro Estatuto de
Autonomía (que quizás no deba ser considerada “ley” sino “tratado” o alguna
otra figura más estable en el tiempo y más solemne en su significado) no puede
balancearse al albur de las agitaciones impulsadas por una formación política
que acaba de incorporarse a la Democracia, como Sortu, que ni siquiera ha
mostrado el convencimiento suficiente para pedir a ETA que se disuelva, lo cual
denota que aún profesa un cierto reconocimiento a la organización terrorista, o
que sus miembros la temen aún. En todo caso, que están dispuestos a hacer valer
aún la importante carga de temor que inspira la existencia de un “padre
padrone” (en versión más doméstica un “primo de Zumosol”).
Conviene aportar a esta reflexión una alusión a las recientes
declaraciones del dirigente etarra David Pla, encarcelado en Francia, que se ha
atrevido a decir que “no lamentamos lo que hicimos en el pasado, no hubo
consideraciones morales en la decisión de dejar la lucha armada”. Estas
abominables declaraciones no han merecido ni una sola crítica de Arnaldo Otegi,
o de los demás dirigentes de la mal llamada “izquierda abertzale”, que es poco
abertzale precisamente porque no responde a esas barbaridades, y nada
“izquierda” porque antepone su cruzada de liberación a la lucha social tan
necesaria en nuestros días. Y digo que es necesario traer a colación al
dirigente etarra porque sus afirmaciones resultan hirientes para quienes
sufrieron con mayor intensidad la acción terrorista. Su arrojo es desmesurado:
“ETA seguía teniendo capacidad considerable de golpear… No es nuestra
pretendida debilidad, como han querido hacer creer muchos, lo que nos llevó a
dejar las armas, sino nuestra voluntad de mostrar nuestra disposición a iniciar
un diálogo político”. Y culmina su bravata idiota afirmando que la violencia
cesó para “salir de la espiral impuesta por el Estado español”. Estas palabras
han pasado desapercibidas, mientras sus amigos Otegi y Cia. Han ido presentando
cosas (que no ideas) al debate indefinido sobre la reforma del Estatuto actual.
No me cabe ninguna duda de que el Estatuto Vasco puede ser
revisado y reformado, pero con naturalidad, después de elaborar un diagnóstico
profundo que descubra las carencias y puntos débiles del actual. Sin embargo,
ya desde el primer instante ha quedado claro que una patraña, absolutamente
interesada y quimérica, va a capitalizar las reuniones y los debates: el famoso
y tan escuchado “derecho a decidir”, del que nadie se atreve a señalar ni su
alcance ni el modo de ejercerlo ni sus consecuencias formales. Recurren,
quienes lo esgrimen con devoción, a una comparación tan interesada como ociosa
al “derecho de autodeterminación”. Este, el de autodeterminación, viene
recogido en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos de la ONU incidiendo
en las circunstancias que deben ser cumplidas para su aplicación, no así ese
“derecho a decidir” que solo se escucha en debates partidistas en los que los
líderes echan el resto subiendo el tono de sus voces, pero no haciendo énfasis
en los fundamentos de sus afirmaciones.
Lo cierto, y fundamental, es que cabe la posibilidad de que
lo que debiera ser un proceso prudente que culminara en un marco aceptable para
todos, va a ser una pelea de gallos en la que primarán las dimensiones de los
espolones por encima de los discernimientos de los cerebros o los deseos de las
voluntades, siempre prudentes. Como he dicho, no voy a afirmar con contundencia
que no debe modificarse el Estatuto porque creo que si debe serlo, pero afirmo
que los prolegómenos están siendo muy poco alentadores, principalmente porque EHBildu acude a las reuniones con escaso afán
constructivo, descolocada, y buscando sobre todo descolocar al PNV llevándole a
un espacio en el cual combatirle con garantías. En la “guerra de guerrillas”,
dialéctica, nadie va a derrotar a los dirigentes de SORTU porque utilizan términos
indefinidos que pretenden liquidar cualquier debate alimentando o provocando un
nuevo debate. Como tal debe ser interpretada esa iluminada (que no lúcida) idea
de inventar una nueva denominación para nuestra Comunidad Autónoma: “Comunidad
Estatal Vasca”. Con esta nueva aportación el nomenclátor de nuestro espacio
vital se embarulla más y más: región,
comunidad autónoma, nación, nación sin estado, nación-estado, y ahora
“comunidad estatal”. Habrá que esperar, a poder ser sentados para no
fatigarnos, de qué modo se define el término inventado por EHBildu.
En esta conflagración de intereses nadie dispara salvas
gratuitas, aunque depende de quién sea el detonador las repercusiones han de
ser más importantes o menos. Por si fuera poco el “procés catalán” está
poniendo sobre el tablero, de forma gratuita, posibilidades para que cualquiera
se pronuncie sobre lo que ocurre allí, aunque con la perversa intención de
posicionarse aquí. Todos somos conscientes de que lo que acontece en Cataluña
se parece a lo que pudiera ocurrir en Euskadi como un huevo a una castaña, pero
se atizan las brasas de la lejana hoguera para intentar lograr chispazos y
resplandores que nos sobresalten. Por todo esto creo que estamos en un momento
crucial en Euskadi. Una vez más habrá que tirar de manual, sobre todo para
distinguir entre quien construye y quien destruye, quien piensa en los
ciudadanos o quien los usa y los convierte en sus rehenes. Aún el proceso de
reforma estatutaria solo ha dado los primeros pasos, pero en esta marcha o excursión
comunitaria que hemos emprendido caben muchas interpretaciones. No se trata de
pergeñar ninguna revuelta o revolución. Se trata de actualizar y convertir en
algo útil para todos los vascos lo que a lo largo del tiempo ha sido
interpretado de forma diversa, errónea según unos o interesada según otros.
El trabajo va a ser arduo y complicado. Además se va a ver
influido o mediatizado por las opiniones de líderes políticos y de opinión que
no pueden ni deben ser evitadas. La denominada “clase política” debe
enfrascarse en el debate cubierta de responsabilidad, dejando a un lado sus
delirios de poder y su representatividad, a sabiendas de que ambos son
cambiantes a voluntad de los votos y de las urnas. Han de cuidar sus modos
porque no se trata de plasmar supremacías, y lo mejor es en muchas ocasiones
enemigo de lo bueno.
Termino. Me voy a permitir avanzar algunos de mis puntos de
vista iniciales sobre el asunto que nos ocupa, pero siempre desde el deseo de
que el éxito y la mesura nos acompañen a todos. EHBildu debe definirse usando
la misma nomenclatura que los demás: su velada intención de minar y
desacreditar al PNV (al que intentará descapitalizar) debe quedar en un segundo
término, supeditado a todo lo demás. ¡Ah, eso sí, deberá conseguir que ETA anuncie
su disolución definitiva como “padrino” de ella que ha sido hasta hoy! El PP
debe avenirse a la revisión estatutaria, que ahora no juzga conveniente ni
necesaria, aunque solo sea en su dimensión diagnóstica. PODEMOS, que ha hecho
una notable y positiva aportación proponiendo sacar el derecho a decidir (que
no niega) del texto estatutario, puede y debe suministrar novedades e ideas si
las tuviera. El PNV, como fuerza mayoritaria, y el PSE que comparte Gobierno
con él, han de ser los garantes del éxito, y no echar leña en una fogata que no
ha sido encendida con la mesura suficiente y necesaria.
Seguiremos… Como decía un famoso comentarista deportivo
cuando comentaba en los prolegómenos de los partidos del Athletic la
actualidad, “¡que Dios reparta suerte!”.
Fdo. JOSU MONTALBAN