¿DE QUÉ HUYEN LOS INMIGRANTES
SUBSAHARIANOS?
La inmigración es ya un
“problema” para el mundo civilizado y rico. La importante oleada migratoria que
ha afectado en primer lugar a España, ha hecho saltar todas las alarmas. Según
dictan las cifras, en el mes de Agosto llegaron a las costas españolas más
inmigrantes que en todo el año anterior. Las páginas de los periódicos amanecen
llenas de noticias nada esperanzadoras al respecto. La Unión Europea no parece
dispuesta a dedicar muchos fondos ni medios técnicos, a pesar de las peticiones
del Gobierno español. La inmigración se ha convertido en un problema político,
lo que entorpece considerablemente su solución, toda vez que se trata de un
problema humano, hasta tal punto que son muchos los africanos que llegan
muertos a nuestras costas, o son arrojados al océano desde los cayucos por sus
propios compañeros de viaje, o incluso son abandonados en pleno desierto sin
más avituallamiento que una garrafa con agua contaminada. Si estos ingredientes
no son suficientes para provocar la búsqueda de una solución compartida es
porque la Humanidad ha dejado de serlo, y ha desheredado a sus hijos más
pobres.
Se trata de resolver las
causas adversas que mueven a los africanos a arriesgar sus vidas para facilitar
su supervivencia lejos de sus países, sus familias y sus aldeas. Occidente
considera que la llegada incontrolada de estos pobres es un problema. Y punto.
Sin embargo, el auténtico problema son las condiciones en que viven los futuros
inmigrantes, la miseria que aqueja a los africanos subsaharianos por causas
estructurales y, además, por la pérdida de valores de la humanidad.
Ciertamente, las personas seguimos siendo sensibles al sufrimiento de los
otros, pero el colectivo universal que es la Humanidad, no parece dispuesto a
funcionar como un ente solidario en que no quepan las exclusiones. Cuando los
cayucos cargados de negros famélicos y ateridos de frío han llegado a las
playas canarias, los veraneantes no han dudado en auxiliarles. Hay valores como
el sentido del socorro o la compasión que aún están vigentes.
La pregunta bien sencilla: ¿de
qué huyen los inmigrantes africanos? La respuesta también es sencilla: de la
miseria. Se trata de definir y dimensionar esa miseria para intentar
combatirla. Pero el diagnóstico exige sinceridad y amplitud de miras. África es
un continente que hasta finales del siglo XIX estuvo colonizado. Tuvo mucha más
importancia en las mesas de los despachos de los gobernantes de los países
colonizadores que en su misma geografía. Sus tierras fueron divididas,
siguiendo intereses económicos, con absoluta arbitrariedad, sobre un mapa, a
golpe de regla y cartabón. Antes de la dominación colonial África había sufrido
tres siglos en los que el comercio de esclavos había interferido de forma brutal
su crecimiento y configuración social. Ya en periodo más moderno las fronteras
creadas artificialmente no tuvieron en cuenta ni la implantación de muchos
grupos étnicos, ni ecosistemas, ni cuencas fluviales, ni las posibles reservas
de recursos naturales, de modo que el conglomerado resultante era casi
imposible de gobernar.
Por eso, resulta sobrecogedor
este rasgamiento de vestiduras ante el hecho migratorio, que algunos llaman
“problema” sin ruborizarse. Porque lo que, en todo caso, es un problema es la
situación que pueden provocar en el lugar de acogida. Sin embargo, aún no se ha
producido ni un solo pronunciamiento, -ni de la ONU, ni del Banco Mundial, ni
del FMI, ni de otros organismos internacionales-, que justifique y muestre su
comprensión ante el proceder de quienes dejan la miseria para buscar la vida.
Sería procedente, como mínimo, evitar el término “ilegales” para nombrarles e
inventar otro que les eximiera de culpabilidad.
África ha sido excluida de
todos los procesos de desarrollo. Es cierto que arrastra una herencia pesada y
brutal desde los tiempos de la colonización, en los que las potencias
dominantes la utilizaron como banco de pruebas. Ni la colonización ni la guerra
fría que se cebó en varios países tras ella, han conseguido acelerar el proceso
de desarrollo del continente. Y es de eso de lo que huyen los africanos, porque
hasta ellos llegan las imágenes y noticias relacionadas con nuestro primer
mundo. ¿Cómo evitar que quieran vivir en él? Debiéramos coincidir en un
principio básico del diagnóstico, y deberíamos coincidir en un plan básico de
desarrollo.
PESTES, ENFERMEDADES...
La
malaria y el Sida, principalmente, constituyen un verdadero azote para los
africanos del sur del Sahara. En el libro de Jeffrey Sachs, “El fin de la Pobreza”,
se relata de qué modo brutal el economista descubrió que el Sida no solo
afectaba a las capas más pobres de la población sino que incluso quienes habían
acudido, como él, a hacer estudios y elaborar propuestas al continente, caían
en la enfermedad porque no se llevaba a efecto ninguna medida preventiva ni
paliativa con la suficiente intensidad.
Sachs
lo expresa de este modo: “El Sida era ya implacable a mediados de la década de
1990, pero lo peor estaba todavía por llegar. La muerte esperaba en la puerta.
El Sida no era el único que producía un efecto devastador en la sociedad
africana. Enseguida fui consciente de que había otro asesino insidioso: la
malaria...Lo que más me sorprendía era, sin embargo, el ensañamiento de la
malaria con los niños. Los hijos de todo el Edmundo, -ricos y pobres por
igual-, contraían la malaria. Y todos se exponían a graves complicaciones”. Si
el Sida es el monstruo de nuestro tiempo por su importante impacto también en
las sociedades más avanzadas, la malaria es una gran amenaza que no debe pasar
desapercibida, porque aunque tiene tratamiento, que es menos costoso que el del
Sida, todavía causa tres millones de muertes al año en el Mundo, la mayoría de
ellas en el continente africano.
El
Sida, crece en progresión geométrica. Tienen que ver con las formas de vida y
las costumbres de los africanos, pero tiene que ver sobre todo con el abandono
del mundo civilizado y rico que no se muestra dispuesto a intervenir
solidariamente para remediarlo. A finales de la década de 1990, en los países
ricos, la lucha contra el Sida había abierto grandes esperanzas a los
afectados. Se habían diseñado tratamientos que, poco a poco, iban demostrando
su eficacia. Sin embargo, aquella esperanza no se abrió para los países de
renta baja. En aquel tiempo, según datos suministrados por Jeffrey Sachs, el
mundo estaba aportando solo 70 millones de dólares para que toda África luchara
contra el Sida.
Es
cierto que el Banco Mundial y el FMI han estado presentes en África, pero sus
créditos no han incidido directamente en la lucha contra la malaria y el Sida.
Y es preciso establecer correspondencias evidentes entre la enfermedad y la
pobreza. Hay preguntas que nunca han sido respondidas. ¿Es la enfermedad una
causa de la pobreza, una consecuencia de ella, o ambas cosas? ¿Por qué en los
países pobres la esperanza de vida es mucho más baja que en los países ricos?
(La esperanza de vida en África es de 48 años, más de 30 años más baja que la
de los países ricos) Se han identificado ocho razones que ilustran este dato y
todas ellas tienen nombre de enfermedad o síndrome: Sida, malaria,
tuberculosis, disentería, infecciones respiratorias agudas, enfermedades
vacunables, deficiencias nutritivas y partos sin las condiciones adecuadas.
Parece lógico concluir que los inmigrantes huyen también de todo esto, porque
quieren vivir más de cuarenta y ocho años.
De
cualquier manera, surge inevitablemente la más importante pregunta: ¿cuánto
debería aportar el mundo rico al mundo pobre para invertir en la lucha contra
las enfermedades? Una Comisión dirigida por el propio Sachs concluyó que la
ayuda de los llamados donantes debería aumentar de aproximadamente 6000
millones anuales en el año 2000 hasta alcanzar los 27.000 millones anuales en
el año 2007. No fue un cálculo a la ligera porque “la suma del PNB de los
países donantes ascendía a unos 25 billones de dólares en el 2001, de modo que
la comisión propugnó una inversión anual de aproximadamente una milésima parte
de la renta del mundo rico. De este modo la comisión mostraba con pruebas
epidemiológicas de primera magnitud, que semejante inversión podía evitar ocho
millones de muertes al año”. El informe tuvo un eco importante y fue presentado
en foros notables, incluida la Conferencia Internacional sobre el Sida celebrada
en Durban en julio del 2000, pero los donantes no acogieron el informe con
entusiasmo. Puntualiza Sachs: “La afirmación más habitual era que el
tratamiento contra el Sida no funcionaría porque los pacientes pobres y
analfabetos no serían capaces de cumplir con los complicados regímenes de
medicación”.
De
estas demoras, de la desconfianza, de la burocratización excesiva, de la
desesperanza, de la insolidaridad de los ricos para con los pobres y del
abandono también huyen los africanos.
ESCLAVITUD, COLONIZACION,
DESCOLONIZACION....
He oído a un tertuliano de
nuestra televisión, -por cierto, un hombre que hace ostentación de su título
universitario-, que los negros que llegan a nuestras costas deben ser
trasladados inmediatamente a África porque “son responsables exclusivos de su
situación de pobreza”. Y lo justificó llamándoles cobardes y desidiosos por no
haber luchado resueltamente contra la corrupción que asola sus países, dirigida
y protagonizada por sátrapas y gobiernos totalitarios. Auxiliado por otra
tertuliana que esgrimía que no se puede desarrollar ningún programa de ayuda
humanitaria porque los dirigentes corruptos impiden la llegada a su destino, el
tertuliano se permitió una broma macabra al afirmar que lo que está ocurriendo
en África es una auténtica “merienda de negros”. ¿No es de un atrevimiento
obsceno culpabilizar exclusivamente a las auténticas víctimas de la injusticia,
de la propia injusticia? La Historia de África es larga y complicada, tan larga
como el tiempo, pero el anecdotario y la lectura de los hechos trascendentales
que han motivado la situación actual no puede sustraerse al papel que ha jugado
la esclavitud que esquilmó a los pueblos africanos llevando a sus hombres y
mujeres más “útiles” a trabajar y servir en las sociedades desarrolladas, ni al
papel que ha jugado el colonialismo apropiándose de los recursos naturales,
desnaturalizando las estructuras sociales y culturales africanas y abandonando
los despojos.
Entre 1956 y 1961 alcanzaron
la independencia más de la mitad de las antiguas colonias del continente. La
historia de la colonización tiene su precedente en las primeras exploraciones,
dirigidas por aventureros y navegantes europeos, estimuladas por la búsqueda de
las nuevas rutas hacia Asia. El Reino Unido ocupó una gran franja desde Egipto
hasta Sudáfrica así como algunas zonas del golfo de Guinea; Francia se asentó
en el África noroccidental y ecuatorial así como en Madagascar; Portugal lo
hizo en Angola, Mozambique, Guinea y algunas islas estratégicas; Alemania en Togo,
Tanganica y Camerún; Bélgica en el Congo; Italia en Libia, Etiopía y Somalia; y
España en Marruecos, Sahara y Guinea. La voluntad de tutelar África y adueñarse
de sus riquezas tuvo su colofón en 1885 cuando la Conferencia de Berlín estableció el principio de la ocupación
efectiva como forma legitimadora de la ocupación de colonias.
La independencia de aquellas
colonias ha tenido lugar hace solo cincuenta años. Y se hizo de forma tan
arbitraria, que puso en evidencia todas las miserias y egoísmos en que se
fundamentó la colonización. Se produjeron grandes problemas de integración
nacional como consecuencia de fronteras implantadas por caprichos que obedecían
a los intereses especulativos de los colonizadores. Faltos de unas estructuras
geopolíticas y sociales firmes, quedaron patentes importantes déficits
estructurales: la población empezó a crecer a ritmos mucho más acelerados que
la producción de alimentos. A todo esto hay que añadir la abundancia de
gobernantes de carácter militar y de corte dictatorial en cuyas manos cayó la
mayoría de África. ¿Qué responsabilidad tuvieron las naciones europeas
colonizadoras en todo ello? No es lógico poner la descolonización como un
ejemplo de la lucha por la libertad de los pueblos y los estados africanos
porque, si bien la Conferencia de Berlín reguló e intentó legitimar la
colonización, la descolonización no se regularizó ni se planificó en ninguna
conferencia.
Los colonizadores iban
abandonando los territorios, si bien dejando al frente de los gobiernos a
compinches fieles a la consigna de favorecer intereses de empresas y
organizaciones afines a los colonizadores retirados. En muy pocos casos hubo
procesos independentistas sin condiciones previas y, en algunos casos, se
produjeron conflictos bélicos que llevaron a auténticos genocidios. Tal se
produjo, por ejemplo, en Kenia. En Rhodesia del Sur y Sudáfrica la
independencia proclamada por colonos blancos propició bastantes años de
apartheid y mucha sangre derramada. La desestabilización de Argelia fue
consecuencia, entre otras cosas, del intento de Francia de mantener su
supremacía en un lugar estratégico del norte de África. Las condiciones que
Francia pretendió imponer a sus ex colonias motivaron también tensión y
conflictos, por ejemplo, en Somalia. Algo semejante cabe subrayar en el Congo
belga, donde se produjeron importantes enfrentamientos étnicos y la secesión de
Katanga, que obligaron a la intervención de la ONU.
El poscolonialismo se
caracterizó por la inestabilidad política, la fragmentación social y el
subdesarrollo económico. Quienes les
recibimos aquí somos los herederos de quienes les infligieron el brutal castigo
de la colonización desordenada hasta hace solo 50 años.
GUERRAS, REFUGIADOS,
DESPLAZADOS, SIN HOGAR...
África es un continente en guerra.
Múltiples conflictos, de diversas características, tienen lugar en todo el
continente. Angola, Burundi, Chad, Congo Brazaville, Liberia, República
Democrática del Congo (Zaire), Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Costa de
Marfil, Kenia, Nigeria o Uganda se han visto seriamente afectados por
conflictos violentos que han tenido un coste importante en forma de vidas
humanas, destrucción de infraestructuras, costes económicos y pérdida de
patrimonio, además de desarraigo de los africanos que se ven obligados a vivir
en grandes campos de refugiados, o en países en los que ni han nacido ni han
vivido antes. Mak Duffield considera que las guerras en África responden a tres
razones fundamentales: la economía política derivada de las guerras, el
subdesarrollo como causa de los conflictos y el comportamiento bárbaro
inherente a ciertas civilizaciones presentes en el continente.
Hay datos alarmantes que
ilustran la vinculación de los conflictos con la economía. En Angola, la UNITA
consiguió gracias al comercio de los diamantes más de 4,2 billones de dólares
entre 1992 y 2001. En Sierra Leona, tanto los señores de la guerra liberianos
como los rebeldes del RUF, obtuvieron más de 120 millones de dólares con el
mismo producto. Un panel de expertos creado por el Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas denunció la explotación
ilegal de los recursos naturales y otras formas de riqueza en la República
Democrática del Congo, en cuyo conflicto bélico se vieron involucrados siete
países africanos. Al menos tres importantes redes político-económicas han
estado involucradas en el conflicto, además de 85 compañías internacionales
conectadas, de uno u otro modo, con dichas redes.
Esta situación de conflictos
generalizados ha provocado importantes dosis de desarraigo. Los africanos han
huido de los lugares de conflicto y se han reunido en grandes campos de
refugiados donde son atendidos por organizaciones humanitarias. A veces, dichos
campos se encuentran en áreas extensas y despobladas situadas a grandes
distancias de las ciudades de las que proceden los refugiados. En un continente
tan atiborrado de conflictos es difícil encontrar asentamientos idóneos y
suficientemente seguros. Hay campos de refugiados en los que viven varios
cientos de miles de personas, es decir, tantas como en muchas capitales
españolas. Por eso, no pueden asentarse en lugares montañosos o rocosos, ni en
zonas inundables, ni en lugares donde no hay agua, ni en tierras infestadas por
insectos peligrosos, animales salvajes o minas antipersona. Igualmente se
encuentran importantes obstáculos sociales porque los refugiados no gustan de
asentarse en lugares en los que no encuentran ningún tipo de afinidad con la
población local o más cercana.
Si a estas personas
desplazadas a causa de las guerras sumamos los desplazados por desastres
naturales, el mapa de personas que viven en condiciones ínfimas, lejos de sus
lugares de origen, es muy nutrido. De los 22 millones de refugiados que hay en
el Mundo la gran mayoría viven en África. De los 30 millones de desplazados a
causa de catástrofes naturales que hay en el Mundo, una parte muy importante de
ellos viven en campos de desplazados de África. Pues bien, también de este modo
de vida desarraigado y precario huyen los inmigrantes subsaharianos que llegan
a nuestros litorales.
LA INVASION DE LOS INVADIDOS
Tomo prestado el subtítulo de
una intervención del escritor Eduardo Galeano. Nuestros invasores solo quieren
vivir. Están dispuestos a trabajar en cualquier función. No les importa que los
ricos de la sociedad rica, -que sólo son unos pocos de dicha sociedad-, se
hagan aún más ricos a costa de su sudor y de su esfuerzo. Cuando salieron de
la miseria lo hicieron convencidos de
que viviendo de los desperdicios del primer mundo, estarían mejor que en sus
países de origen. Son gentes con escasos pertrechos, cuya arma más poderosa es
la esperanza.
El Mundo, al que ellos también
pertenecen, les ha asignado un papel, el de los que huyen. Ellos son las hordas
sordas que buscan su supervivencia lejos. Para ellos la palabra “lejos” no es
sinónimo ni de fracaso ni de tristeza, porque están dispuestos a todo. El nuevo
orden mundial quitaría a África de los mapas y dejaría la superficie que
actualmente ocupa en las cartas y documentos geográficos como una gran
superficie azul, un mar inmenso que no tuviera nombre, para que ningún
aventurero se sintiera tentado a surcarlo y descubriera el engaño.
La coartada de los poderosos
no puede ser más miserable ni más vergonzante. Europa guarda silencio y no
responde a las llamadas de socorro de los inmigrantes africanos. El gobierno
español ha alertado a los gobernantes europeos porque es consciente de que los
africanos no buscan las costas españolas sino como una primera escala que les
instala ya en Europa.
Los gobiernos de los países
desarrollados están dispuesto a cerrar sus puertas. España abrió su frontera
con Francia, pero ha construido kilómetros y kilómetros de alambradas entre
Ceuta, Melilla y Marruecos. La ex ministra de Costa de Marfil, Aminata Traoré,
afirmaba recientemente que los asaltos de los subsaharianos a esas alambradas
son el resultado del fracaso de eso que se llama en los países europeos
“Cooperación al Desarrollo”. Los gobiernos del Mundo desarrollado no se atreven
a admitir que en el fondo solo son gendarmes al servicio del neoliberalismo,
que valiéndose de eufemismos como “economía de mercado” o “globalización”, da
una vuelta de tuerca más al capitalismo. Ya no se atisban diferencias notables
entre la izquierda y la derecha en este asunto. Unos y otros gobiernan a golpe
de encuestas, y han dejado que los ciudadanos lleguen a pensar que los
inmigrantes son un problema. No es de extrañar que la derecha piense de ese
modo, pero produce dolor que lo haga la izquierda. La izquierda no debe
renunciar al didactismo inherente a su compromiso e ideología: debe educar a
los humanos en pos de una idea tan simple como fundamental cual es que el
destino de cualquier humano ha de ser el mismo destino de toda la Humanidad.
Pero la realidad es sobrecogedora. Aminata Traoré puntualiza en el documental “Los Amos del
Mundo”, cuando aborda el comportamiento perverso de la globalización económica,
que permite que deslocalizaciones de empresas ubicadas en Europa dejen sin
trabajo a los europeos: “Si Europa está dispuesta a dejar en el paro a sus
ciudadanos (por mantener y apuntalar el sistema), ¿qué espera para África?”.
UN TUNEL EN EL ESTRECHO DE GIBRALTAR
La solución es posible. La
inmigración que preocupa no debe convertirse en el virus que endurezca nuestras
voluntades. África necesita de Europa, del mismo modo que Europa pierde su
honor y su dignidad si da la espalda a África. La distancia que separa a España
de África es menor que la que separa a Europa de Gran Bretaña. Si entre éstas
dos últimas fue posible y necesario construir un suntuoso túnel para
comunicarlas, ¿por qué no construir otro por debajo del estrecho de Gibraltar
con el mismo objetivo? Tal vez no resuelva totalmente las dudas pero sería un
buen comienzo para sentir a los africanos algo más unidos y cercanos a los
españoles y a los europeos.
Fdo JOSU MONTALBAN