EL ESPEJO
Una vez obtenido cuanto precisamos para garantizar nuestra
supervivencia, lo más necesario es disponer de un espejo. En cualquiera de sus
muchas formas y modelos, pero un espejo, porque a través de él podemos tener
una idea clara de nuestro aspecto, de nuestro semblante e, incluso, de nuestras
intenciones.
Nuestras vidas están llenas de encuentros en los que compartimos
requiebros y adulaciones, frases dulces y aquiescencias dulzonas surgidas de
manuales del “saber estar”, mucho más que de los impulsos del “saber ser”. Por
eso resulta tan importante que seamos capaces de autointerpretarnos, de
mirarnos al espejo, clavando nuestros ojos en nuestros ojos, para espetarnos y
obligarnos a desterrar las intenciones perversas que, casi siempre llevamos
latentes en el fondo de nuestras miradas.
¿Creen acaso que los asesinos seguirían matando si se miraran a
los ojos instantes antes del momento fatal? . ¿Es posible, acaso, resistir una
mirada de odio sin tornarla en bondadosa, cuando tal posibilidad está en
nuestras manos?. A través del espejo no sólo verá el asesino el odio que le
empuja a la vileza, sino también la bondad que le puede llevar a la vida y a la
templanza de ánimo..
¿Creen acaso que los violadores podrían resistirse a sí mismos, si
vieran dibujado sobre el bruñido brillo del espejo el rostro de su propia
miseria humana?. ¿No verían incluso el rostro azorado de sus víctimas
preguntándoles “porque”?.
Porque lo cierto es que la maldad rehúye los espejos y desea la
soledad para favorecer el anonimato. Lo certero es que la perversión se oculta
de todo y de todos, y a quien más teme es a sí misma. Lo verdadero es que sólo
la bondad busca las multitudes para mostrarse y conseguir el beneplácito de
cuantos más, sólo la bondad acepta de buen grado el efecto multiplicador de los
espejos. Y, si esto es así, ¿porqué no admitir el efecto contrario, es decir,
que el espejo puede disuadir al malvado de sus perversiones?. No aceptarlo
sería admitir la maldad como una de las posibles condiciones del hombre.
¡Oh, los espejos eternizando los instantes!. ¡Oh, los espejos
dibujando los instantes sucesivos como perpetuadores de ese instante algo mas
duradero que es la vida!. ¡Oh, los espejos como flecha que nos ayuda a mirarnos
hacia dentro a través de nuestras propias pupilas!. ¡Oh, los espejos como
dictadores que son capaces de reinventar el tiempo!.
La imagen de un espejo es la narración de un instante. Si como
dice Omar Jayyam: “Un instante separa devoción de blasfemia,/un instante divide
lo cierto de lo incierto;/disfruta de este instante y tenlo en mucho aprecio,/
que el total de la vida suma lo que este instante”, bien puede ser la fugaz
imagen del espejo la que nos aleje de la blasfemia o de lo falso y nos haga
devotos de los verdadero. Basta una mirada a nuestros propios ojos para
encontrar en ellos la secuencia continuada de nuestra vida. En ella estará
plasmado cuanto nos inquiete y cuanto nos agrade, los pasos que dimos con
seguridad de triunfadores y los que dimos calzados en nuestras propias limitaciones
y miserias.
JOSU MONTALBAN