“HABLAR CALLANDITO”
Cuando era niño, apenas un mocoso de cinco años, en días fríos y lluviosos solía jugar con mis amigos en el portal de la casa de vecinos en que vivía. Éramos niños y gritábamos en exceso, por eso Felipa nos reconvenía para que no despertáramos a su hijo que dormía por las tardes ya que trabajaba siempre en turno de noche. Solía decirnos: “hablar callandito”. Ambas palabras, contradictorias por separado, tenían un significado concreto: “no haced ruido”, es decir, “callaos”. Viene a mi memoria aquella vivencia repetida, precisamente ahora que son tantas las reuniones entre líderes políticos que tienen lugar en secreto, a escondidas, con disimulo, con sigilo, a la chita callando, yo qué sé cuántas palabras o locuciones verbales más podrían ser utilizadas.
Los líderes políticos demuestran con esas actitudes que tienen miedo a la luz y a los taquígrafos. Tanto miedo tienen que incluso cuando coinciden en un acto solemne, -un aniversario, una inauguración, la entrega de un premio, etc-, optan por hablar sobre la climatología y, por si alguien pudiera interpretar algunas de sus palabras (tormenta, aguacero, tempestad, etc) relacionándola con los tiempos que nos toca vivir, ponen la mano ante la boca para protegerse de esos lectores de gestos, capaces de traducir a la escritura una conversación de confesionario.
En los últimos tiempos no paran de producirse reuniones secretas, al menos no anunciadas, a pesar de que vayan a ser tratados asuntos de la máxima actualidad, que vienen siendo desarrollados en las páginas de los periódicos. Rajoy con Mas. Mas con Rubalcaba y Navarro. Rajoy con López. López con la Izquierda Abertzale. Rubalcaba con Rajoy. Toda reunión “clandestina” es posible. ¿Clandestina? Pues sí, clandestina, aunque no se haga con intención de transgredir ninguna ley. En todo caso, estas reuniones rezuman un secretismo que no va con los tiempos que vivimos. Cuando más evidente es la crisis de la democracia representativa, porque los ciudadanos quieren participar, ante la ineficacia de quienes fueron elegidos para representarles, éstos se atrincheran y ocultan para que no les califiquen con minuciosidad.
Hay un término que se ha venido utilizando con ligereza para definir estas labores de carácter clandestino: “mover la cocina”. Al parecer la toma de decisiones políticas exige acciones como las que se desarrollan en las cocinas: confección de salsas para acrecentar sabores y mejorar aspectos, añadido de especias, dosificación de tiempos de sofrito o cocción…, pero ¿es algo parecido a eso lo que se hace en esas reuniones clandestinas? Creo que no, en todo caso los líderes acuden a estas reuniones secretas y clandestinas después de que el debate se ha convertido en conflicto y, a veces, después de que el conflicto ya ha desembocado en un caos irresoluble. Hasta que tales reuniones tienen lugar, los líderes y sus adláteres han enardecido a sus huestes y han encolerizado a sus adversarios con proclamas que, aunque se supieran irrealizables y por ende quiméricas, tuvieran el tirón propagandístico suficiente para cimentar su propio liderazgo. Solo cuando ese proceso flaquea, y ven tambalearse sus liderazgos, acuden a estas estrategias basadas en el compartimiento de los riesgos. Si no se hubieran adentrado en sus exclusivos desiertos, si no se hubieran conminado en las torres de marfil de sus liderazgos “tan almenados como frágiles”, no se sentirían tan solos y no tendrían que ocultar sus propias palabras.
Decía recientemente Caballero Bonald que el silencio “es también una buena palabra”. Puede ser que el ejercicio de la Política necesite de más silencios, pero estoy seguro de que necesita muchas menos reuniones clandestinas entre líderes. Porque los ciudadanos reclaman participación y entendimiento. Participación que vaya más allá del mero ejercicio electoral, porque los ciudadanos se han sentido burlados por los políticos y por sus promesas. Entendimiento porque tanto secretismo pactista ejercido en recovecos, cuevas o cloacas, solo denota miseria intelectual. La Democracia ha de exigir esfuerzos para que los liderazgos se cimenten en la participación social y no al revés, porque los ciudadanos siempre están presentes, mientras que los líderes mueren algún día.
Caballero Bonald, tras denunciar el hartazgo que sintió en el periodo abominable del Gobierno Aznar en España, disecciona el momento actual: “Estamos en un momento peor si cabe; la gente ya no cree en nada ni en nadie, hay mucho gregario y mucho sumiso, los corruptos se alían con los corruptos, las ideologías se fueron al carajo, los políticos andan todo el día diciendo cosas que ellos mismos saben que son mentira. Ya solo sobreviven las manipulaciones del poder financiero”.
Fdo. JOSU MONTALBAN