domingo, 11 de agosto de 2013

CRONICA  DE  VIAJE:  EL  PAPA  FRANCISCO,  EL  INDIGNADO
Es indiscutible el alcance ilimitado del mensaje papal. Su primer viaje importante, con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ha resultado sorprendente. En anteriores ocasiones el protagonismo de los Papas no pasaba de sus presencias, las suntuosidades que les rodeaban, el Papamóvil y poco más. Siempre acontecía alguna vicisitud que los informadores aprovechaban para llenar las consabidas páginas de los diarios o los minutos que previamente habían reservado en los espacios de noticias de las radios y las televisiones. Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI provocaron gran estruendo porque sus presencias siempre respondieron a un guión hermético en el que ellos no eran los auténticos protagonistas sino meros actores de reparto, eso sí, los más importantes del elenco. La grandeza y la majestuosidad siempre estuvieron presentes para rodear a los Papas, que besaban el suelo en las llegadas a los aeropuertos como única novedad, o saludaban con brazo de autómatas ofreciendo bendiciones desde los estrados. Y es por eso que a quien, como yo, no le asiste la fe, aquello se quedaba en una parafernalia con escaso significado  a pesar de su aparatosidad. Pero esta vez, en Brasil, el Papa Francisco ha gesticulado mucho menos y ha hablado mucho más, lo suficiente como para despertar, primero curiosidad y por fin complicidad en quien, como yo, no creo en Dios pero creo en el Hombre. Será muy difícil provocar el retorno de los no creyentes, -imposible, porque la vida no da para tantas idas y venidas-, pero cabe la colaboración mutua. Exhortaba Bergoglio a sus gentes: “¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de los que se han marchado, de escucharlos, de participar en su conversación”.
Ciertamente, conversar siempre es conveniente. La Cultura, la Religión y la Política pueden salvar a la Humanidad. El Hombre precisa de las tres en este mundo complejo en que las tres están amenazadas por un mismo virus: la Economía. “El futuro nos exige una visión humanista de la Economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza; que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad”, dijo el Papa. La Iglesia siempre ha hablado de la pobreza, pero los Papas no han acudido en muchas ocasiones a los lugares en que viven los miserables, los parias, los pobres. En la favela Varginha habló poco de caridad, pero llamó a la solidaridad y puso un énfasis especial en la insoportable desigualdad que abre una brutal brecha entre los ricos y los pobres. El abrazo entre el Papa Francisco y el joven de 28 años, Walmir Junior, producto de la miseria de las favelas sirvió de preámbulo para la llamada lastimera a corregir las pautas erróneas de la Política: “El futuro nos exige la rehabilitación de la Política, que es una de las formas más altas de la caridad”. En estos tiempos en que la política apenas ofrece respuestas y soluciones ante los problemas, se la reclama al menos como un acto caritativo, como un servicio al Hombre, como la ayuda desinteresada que los gobernantes han de administrar hacia los gobernados, principalmente hacia los más humildes y sencillos.
El Papa Francisco habló con frases lapidarias y tono de voz familiar. Sembró con su palabra, por eso ahora habrá que comprobar si florece el trigo. Reclamó la laicidad, lo cual en boca de un Papa es ejercer el laicismo. Fue lapidaria la frase: “La Iglesia tenía respuesta para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta”. Y lo fue esta otra: “No es una época de cambios, sino un cambio de época”. O esta: “No basta un líder nacional, sino una red de testimonios que aseguren no la unanimidad, sino la verdadera unidad”. Es de agradecer esta huida del dogmatismo para acercarse al Hombre, a las múltiples culturas, a las depauperadas políticas que provocan desasosiego por inservibles. Las calles de Brasil habían estado llenas de jóvenes indignados, quizás  no violentos pero sí violentados ante las injusticias afloradas por una economía que cree en lo material y denuesta lo espiritual, que persigue el crecimiento  y olvida la redistribución, en suma, que genera ricos y pobres. No solo en Brasil, porque la indignación social ha sacado a los jóvenes a las calles a protestar, a lanzar piedras, a pronunciar palabras tan bellas como justicia, igualdad, fraternidad, solidaridad… También en otras partes del Mundo: en Siria, en Egipto, en las capitales europeas, en Perú, en Turquía… La indignación es una reacción inevitable de los ciudadanos dignos y libres cuando sienten su dignidad carcomida y su libertad diezmada. La indignación no solo es legítima, sino inevitable. Es más propia de los jóvenes, pero los mayores de hoy también fueron jóvenes, y han ido viendo como el Mundo ha ido empeorando, cómo el hábitat del Hombre se ha hecho cada vez más inhóspito. ¿Cómo podremos seguir viviendo en este Mundo tan poco acogedor? Sólo la indignación alimenta nuestros deseos vitales.
El Papa Francisco no lo dudó un instante: se convirtió en un indignado más. Copacabana se convirtió en una acampada de disconformes, de contestatarios, alentados por un “caudillo” vestido de blanco que dijo lo que nadie esperaba escuchar. Empezó con una exhortación de raíz casi teológica: “Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo”. Pero bajó al terreno de inmediato para llamar a las cosas por su nombre: “Les pido (a ustedes, los jóvenes indignados) que sean revolucionarios, que vayan a contracorriente”. He trasladado su figura a la Puerta del Sol de Madrid, o la Plaza del Arriaga, donde yo viví las movilizaciones de los indignados con la ilusión del adolescente que quiere sentirse útil. Urgió a los jóvenes movilizados como si fuera otro más. Desde su “autoridad” les conminó: “Quiero que salgan a la calle a armar lío,…, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el clericalismo,…, no dejen (dijo a los jóvenes) que otros sean los protagonistas de los cambios, ustedes son el futuro,…, no sean cobardes, no balconeen la vida, no se queden mirando en el balcón sin participar, entrad en ella como hizo Jesús, y construid un mundo mejor y más justo”.
¿Qué más se puede pedir a un acontecimiento como éste? Lo que parecía responder exclusivamente a la liturgia y la cultura de los católicos, de los cristianos, o de quienes muestran una disposición a profundizar en la historia de las religiones, ha trascendido esos ámbitos y se ha convertido en una llamada útil para que se produzca un despertar colectivo. Rouco Varela debe estar indignado, en contra de la indignación mostrada por el Papa Francisco. Rouco nunca ha incitado a los jóvenes españoles a armar lío, ni a ser revolucionarios, ni a caminar a contracorriente. A él le gustan más los sumisos: sumisos a él, a sus órdenes que administra como si se tratara de dogmas de creencia ineludible. Los quiere sumisos para convertirlos en sus huestes bienmandadas y obedientes. También para él habló el Papa Francisco: “El obispo debe amar la pobreza interior y la exterior; y no ser ambicioso; quiero una Iglesia facilitadora de la fe, no controladora de la fe; el obispo debe conducir, que no es lo mismo que mangonear; los obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos”. Tal vez se estaba dirigiendo también a él, lo cierto es que no le estaba retratando.
Y debo apostillar para quienes piensan que me meto en camisa de once varas. Dejé la fe (o ella me dejó a mí) porque no era capaz de discernir los misterios inherentes a la religión. Ya no me creo capaz de hacer esfuerzos excesivos pero el “indignado” Papa Francisco me ha hecho pensar que por encima de los credos y de las culturas está el Hombre, y que todos debemos estar dispuestos a rescatarle (rescatarnos) de las garras de esta Economía huraña y mezquina que devalúa la Política, que es la forma más alta de la caridad. Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco, dixit.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN