SUMAK KAWSAY: BUEN VIVIR
¿De qué hablamos cuando nombramos el término “sistema”? Cada vez que recurrimos a él nos sentimos liberados de gran parte de nuestras responsabilidades. El sistema que impera en el Mundo, -salvo en algunos rarísimos países-, es el capitalismo. Hay varios capitalismos sin embargo, aunque algunos sean administrados por gobiernos socialdemócratas, teóricamente de izquierdas. La verdadera denuncia de este sistema imperante, que ahora mismo ha sido invadido por las ideas más neoliberales, parte de proyectos ambiciosos que, sin salirse de él, pretenden atenuar sus consecuencias negativas para la Humanidad. La coartada es eso que se llama “progreso”, que en los últimos tiempos constituye en buena parte de sus facetas una amenaza constante para aquellas regiones en las que la Naturaleza y quienes la habitan comparten la mayor armonía.
En el año 2007 el Presidente de Ecuador expuso ante la Asamblea General de Naciones Unidas un importante proyecto para preservar una amplia región de la Amazonia, en el Parque Yasuní, en tres términos (Ishpingo, Tambococha y Tiputini). En esa región se ubica un importante tesoro escondido bajo el suelo: alrededor de 846 millones de barriles de petróleo. El Presidente propuso ante Naciones Unidas que ese petróleo no fuera explotado, evitando de ese modo que la hipotética explotación provocara una emisión de 407 millones de Toneladas de CO2, con el consabido deterioro medioambiental, a sabiendas de que el CO2 es un claro provocador del cambio climático. A cambio, para compensar económicamente tal renuncia Ecuador debería percibir una compensación de 2.710 millones de euros en los próximos trece años, que apenas llegarían al 40% de los recursos que obtendría el Estado en caso de que decidiera la explotación de la reserva petrolífera. Este proceso se canalizaría a través del Plan para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD).
Y ha ocurrido que, pasado tanto tiempo, el PNUD solo ha recaudado poco más de 10 millones de euros, lo cual ha llevado al Gobierno ecuatoriano a dejar vía libre a las compañías petrolíferas para que exploten el yacimiento. Ciertamente, hay multinacionales y multimillonarios que se están frotando las manos alborozados porque están viendo en medio del excelso Parque de Yasuní a la gallina de los huevos de oro. Ellos, que podrían haber preservado el Parque aportando fondos al PNUD con esa finalidad han preferido cargarse el Parque natural para que se convierta el el hábitat de una sola especie: la gallina de los huevos de oro.
Cuando invadan Yasuní las primeras máquinas huirán despavoridas las 100.000 especies de insectos, las 150 especies de anfibios, las 121 de reptiles y las 200 especies de mamíferos que allí viven; alzarán el vuelo a la búsqueda de nuevos paraísos las 596 especies de aves que merodean por allí; las aguas de los cinco afluentes del Napo que cruzan el Parque irán viendo como sucumben las 500 especies de peces que pueblan sus aguas; e irán, poco a poco, desapareciendo las más de 4000 especies de plantas contabilizadas allí. Y algo aún peor, porque el Yasuní viven dos de los escasos pueblos indígenas que viven en aislamiento voluntario en la Amazonia: los tagaeri y los taromenane. El fracaso de la propuesta ha llevado al Presidente ecuatoriano Rafael Correa a incorporar tal explotación petrolífera a su Plan del Buen Vivir (Sumak Kawsay) que inspiró, entre otras ideas, buena parte de la Constitución ecuatoriana del año 2008.
Por tanto, tiene razón Correa al afirmar que “el Mundo nos ha fallado”. Es verdad, ahí como en otros lados el mundo ha fallado y “el factor más fundamental en el fracaso ha sido que el mundo es una hipocresía y la lógica que prevalece no es la de la justicia sino la del poder (económico)”. El Plan de Buen Vivir, para los ecuatorianos, precisa fondos, pero el Gobierno nunca miró hacia ese subsuelo tan rico con las lentes del dólar, sin embargo, producido el fracaso de Naciones Unidas, se ha pronunciado con contundencia: “No me gusta la minería, no me gusta el petróleo, pero mucho menos me gusta la pobreza y la miseria”. Una vez más el sistema se impone brutalmente. Siempre se imponen las implacables reglas del sistema imperante, que llama desarrollo a lo que solo es productivismo a ultranza para dar cobertura al consumismo en que se fundamenta la economía.
El “Buen Vivir” constituye la respuesta al modelo desarrollista propio de las civilizaciones capitalistas europeas y yanquis, basadas en el “vivir mejor”. El Buen Vivir está basado en “tomar solo lo necesario” para que la riqueza que la Naturaleza nos provee llegue para cuantos más. Frente a la constante superación a cualquier precio, frente al desarrollo sin límites que exige el “vivir mejor”, el Buen Vivir tiene en cuenta la sostenibilidad constante para que el desarrollo sea más justo, más sustentable, más ecológico y más humano. Los recursos naturales son finitos, por eso el Buen Vivir mide la riqueza de su población no por posesiones sino por los servicios básicos atendidos, poniendo el mayor énfasis en los derechos. El Buen Vivir que la Constitución ecuatoriana promulga refuerza la solidaridad y considera el desarrollo desmesurado como una amenaza para la armonía que debe imperar entre el Hombre y la Naturaleza, entre el habitante y el hábitat.
Se trata de procurar una vida buena para todos desde el convencimiento irrenunciable de que si no alcanza a todos no es buena para nadie. Este empeño no es posible si el sistema capitalista imperante esquilma y deteriora el medio natural, si no es capaz de advertir que el consumo sin medida termina por dejar en la estacada a quienes no tienen suficiente, al mismo tiempo que consume todos los recursos, tan imprescindibles como incuantificables. El desarrollismo capitalista requiera, como mínimo, de un socialismo que tense las bridas para que no se desboque el caballo del productivismo. El mundo más desarrollado es el que vive supeditado al mayor número de riesgos, porque no hay riqueza para todos, peor aún, la riqueza de los pocos ricos se sustenta en la pobreza de los muchos pobres.
Lo acontecido en Ecuador, en el Parque Yasuní, no es un relato de ficción. Sí, es verdad que parece de ficción esa región de la Amazonia tan bella y tan rica en recursos naturales. Lo allí acontecido es la versión más primaria del atroz capitalismo que no aspira a ese concepto solidario del Buen Vivir contenido en aquella Constitución. Tal vez buena parte de dicho Plan del Buen Vivir quede sin ser cumplido pero la propuesta (fracasada) de preservar Yasuní, es una buena muestra de que las buenas ideas e intenciones de la izquierda suelen estrellarse contra el muro del insaciable capital de la derecha.
La Naturaleza también tiene su catálogo de derechos. En la medida que constituye el hábitat de la humanidad, su hogar infinito y compartido, ha de ser cuidada porque de ese modo el planeta Tierra protege y ampara a sus hijos. Los ecuatorianos, y sus vecinos peruanos y bolivianos, llaman a la Tierra con un término al que conceden una amplia dimensión: Pachamama. Realmente la Naturaleza de que hablamos los españoles, como europeos y occidentales, es la Pachamama suya, que significa el lugar “donde se reproduce y realiza la vida”. La vida, como concepto más amplio, “se reproduce” constantemente en ese divino concepto y nombre que es Pachamama. Y es precisamente ahí, en esa reproducción constante de la vida, “tanto en una perspectiva ecológica como en otra evolutiva, donde debe ser respetada, y constituye un derecho en sí misma”, como apunta Eduardo Gudyaus, del Centro Latino Americano de Ecología Social. Deberíamos aprender nosotros, los que habitamos el mundo más desarrollado (¿?), de los indígenas tagaeri y de los taromenane, que se aposentaron en Yasuní para evitar su eliminación a cambio de dólares y euros. Y deberíamos aprender del Gobierno de Ecuador (y también del de Bolivia) que introdujo los Derechos de la Tierra en su Constitución, al lado de los derechos de sus ciudadanos ecuatorianos, para que la Pachamama fuera como un útero complaciente e infinito para ellos.
No se trata del término “buena vida” con que los “desarrollados” nombramos a la que llevan los adinerados que no precisan poner coto a su desenfrenado consumo. Se trata del Buen Vivir que irrumpe para contradecir la lógica capitalista, su individualismo inherente, la monetarización de la vida en todas sus esferas, su deshumanización. El mensaje institucional que se muestra tras el slogan “Salva al Yasuní” es bello: “Despertar entre los árboles, recorrer el suelo húmedo de la Amazonia, alzar la mirada y ver cintos de árboles, cientos de colores. Sentirse vivo entre aquel ambiente nuevo y diferente es como hacer realidad un sueño natural que evoca la paz que todos necesitamos, tranquilidad de una rutina que nos encierra día a día y aprender a vivir entre cientos de seres que cuidan con celo de su entorno”. Con él acabo.
FDO. JOSU MONTALBAN