POPULISMO: “El espacio político del cambio”
Es tal el batiburrillo que forman las diferentes versiones
que confluyen en PODEMOS que su líder Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse) ha
tenido que entronizar un nuevo apelativo para identificar el espacio, -físico y
síquico-, en el cual pueda reunirse con ellas. Ese espacio se va a llamar
“espacio político del cambio”. Es un nombre curioso, y nada nuevo, porque
diferentes variaciones de este apelativo ya han sido utilizadas anteriormente y
se pueden considerar ya caducadas. En todo caso me imagino ese nuevo espacio al
que han sido citados En Comú Podem, En Marea y otros tan folklóricos y variados
como ellos, como un espacio multiusos, tan izquierdista como populista, en que
cabe casi todo con la única condición de que atraiga papeletas a las urnas en
las convocatorias electorales.
El asunto me ha recordado a un amigo, de exquisito gusto, que
decoró el salón de su casa con muebles y enseres muy cuidados para garantizar
su belleza y su estética. El último día de cada mes nos invitaba a un grupo de
amigos a su casa y nos servía una copa de vino, -cada vez un vino diferente, y
siempre famoso, o porque había conseguido algún premio o porque había recibido
alguna distinción-, para hablar hasta altas horas de la madrugada. Lo
importante no era aquella degustación de vinos sino la sorpresa que nos
deparaba cada vez, pues disponía los muebles de modo diferente, lo cual daba al
salón un aspecto nuevo y original. Los mismos muebles, enseres y adornos
configuraban un nuevo espacio, que siempre era el mismo, con las mismas
dimensiones y con las mismas vistas desde sus ventanas que permanecían
constantemente en los lugares habituales. Mi amigo se empeñaba en inventar el
espacio nuevo que pasaba a ocupar completamente el viejo espacio, sin embargo
quienes acudíamos a su llamada siempre tomábamos el mismo autobús para llegar,
entrábamos en el mismo portal, subíamos por las mismas escaleras y disfrutábamos
mirando a las estrellas a través de los mismos cristales de las mismas
ventanas. Eso sí, el salón mostraba una nueva distribución que no pasaba de la
sorpresa que producía el primer y rápido vistazo.
Pues bien, Pablo Iglesias se empeña en pregonar un “espacio”,
al que llama “del cambio”, que no ofrece otro aliciente que el del vistazo
inicial. Cambia los muebles pero no cambia el espacio. Su empeño en demostrar
la cuadratura del círculo le tiene obsesionado en tal medida que cada vez que
se pronuncia lo primero que propone es cambiar las ideas y propósitos que había
proclamado como incuestionables el día anterior. Es el gran riesgo de reunirse
constantemente en el mismo salón con “gente” que precisa cambios en la
decoración en cada una de las ocasiones. Es el gran riesgo de proclamarse “de
izquierdas” un minuto antes de afirmar solemnemente que no existen las
izquierdas ni las derechas. Es el gran riesgo de poner el máximo interés en ser
“popular” en lugar de ser “útil”. Es el gran riesgo de utilizar golpes de
efecto impactantes en lugar de poner al servicio de las personas propuestas que
no solo solucionen sus problemas sino que las hagan pensar que han de ser
solidarias y que no todo es factible. Es el gran riesgo de haber puesto el
objetivo prioritario de sus políticas en la “gente” en lugar de ponerle en las
personas o en los ciudadanos.
El flamante Presidente de los EEUU, Donald John Trump, ha
pronunciado un discurso esclarecedor. Para ser el primer discurso como
Presidente ha dejado claro que su futuro no va a ir por otro camino que por el
que le dicten sus caprichos. Ha hecho un discurso, sobre todo, populista. Él
también parece empeñado en pergeñar un “espacio político del cambio” que se
caracterizará en principio por ser opuesto a de su antecesor Obama, pero sobre
todo por obedecer principalmente a sus obsesiones. Muchas de las frases que ha
pronunciado son intercambiables con las de otros populistas, ya sean de
izquierdas o de derechas. Pongan esta frase en la boca de Pablo Iglesias
(Turrión, que no Posse) y no se extrañarán lo más mínimo: “Los ciudadanos de
EEUU nos hemos unido en un esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y
para devolver nuestras promesas a toda nuestra gente”. ¡La gente, oh, la gente!
Observad esta otra frase: “Los hombres y mujeres olvidados de este país no
serán olvidados nunca más”. ¿Quién la ha pronunciado, Trump o Pablo Iglesias?
La ha dicho Trump, pero podría haberla dicho el líder de Podemos, porque en
ambos dos confluye ese fantasma llamado “pueblo” o “gente”, que cualquier
ideología social debidamente estructurada llamaría “ciudadanía” o “personas”.
Es cierto que Trump se ha expresado como si fuera el
Emperador del Mundo y Pablo Iglesias lo suele hacer al amparo de la voluntad
del periodista de turno que pone ante él un micrófono y toma notas en un
cuaderno, pero los discursos presentan similitudes que denotan la falta de un
entramado ideológico y de un proyecto político y social concreto. Los
populismos de uno u otro signo son iguales en su forma de actuar. Nunca definen
el futuro con minuciosidad porque no están dispuestos a rendir cuentas a la
Historia cuando haya pasado el tiempo. Los populistas trabajan para sí mismos,
aunque digan plantear medidas universales. Ansían el poder en tal medida que no
lo comparten con nadie. En el caso de Trump resulta muy evidente porque el
sistema electoral americano se lo permite y facilita, aunque se haya erigido en
Presidente de EEUU tras conseguir casi tres millones de votos menos que su
opositora. En el caso de Pablo Iglesias, en España, también quedó patente
cuando negó y dificultó cualquier tipo de acuerdo con el PSOE, o con Pedro
Sánchez al que ahora ensalza, para formar un gobierno de izquierdas.
Los populismos confluyen. “Los políticos han prosperado, pero
los puestos de trabajo han desaparecido y las fábricas han cerrado. El
establishment se ha protegido a sí mismo, pero no a los ciudadanos del país”,
ha pontificado Trump. ¿No les parece más propia de Pablo Iglesias que de Trump?
¿Acaso Trump no pertenece al establishment americano? ¿Acaso Pablo Iglesias,
que dice denostar a las elites españolas, no se sitúa constantemente en ellas
mediante gestos y ademanes extravagantes que quieren subrayar su superioridad
intelectual toda vez que no puede enarbolar su superioridad económica? Si Trump
se ha mostrado como un cerrado nacionalista (“Seguiremos dos simples reglas:
comprar productos de EEUU y contratar a estadounidenses”), a Pablo Iglesias y a
su formación le persigue el perjuicio de haber estructurado su Podemos
alrededor (o en el centro) de confluencias y círculos que, cada una por su
lado, pretenden hacer políticas diferentes en cada región o comunidad autónoma.
Sí Amigos. Alguien dirá que Trump e Iglesias no tienen nada
que ver. De acuerdo, Trump es una persona “malvada”, y esa maldad, ahora que se
ha convertido en todopoderoso, le convierte en alguien tan abominable como
peligroso. Pablo Iglesias no es tal, es una persona más normal, con sus
virtudes y sus vicios (que yo no conozco), que dirige una formación política
llena de “cabezas de ratón” (válgame el simil), con aspiraciones de convertirse
en el único “león”. Y es esto lo que le lleva a tener que improvisar términos
impactantes, incluso inventar “espacios políticos de cambio”, donde solo cabe
reordenar los muebles de otro modo en el mismo salón que comparte con otros
líderes políticos españoles.
Fdo. JOSU MONTALBÁN