Nunca he sido partidario del
término “cambio”, sin más aditamentos, ni en Política ni en ninguna otra
disciplina. El cambio, cualquier cambio, siempre supone un tránsito con un
punto de salida u origen y un punto de llegada o destino. El PP eligió como
slogan para las elecciones andaluzas una frase tan ambigua como “El cambio
andaluz”, como si hubiera diferencias en la interpretación del término según la
comunidad autónoma española que se tratase. Lo mismo debió pensar en Asturias,
donde el cambio no se presentaba tan fácil de conseguir. Lo cierto es que en
ninguno de los dos lugares ha tenido lugar el cambio. En Andalucía han ganado
las izquierdas, y en Asturias no se sabe quién porque ese famoso Foro creado
por Álvarez Cascos más parece una asociación de resentidos que un grupo
compacto dispuesto a gobernar; lo parece tanto que Cascos no dudó en provocar
estas nuevas elecciones en cuanto el Gobierno asturiano, por él presidido, dio
el primer traspié. Por eso, a la hora de interpretar los resultados del 25-M,
lo acontecido en Andalucía tiene una dimensión tan esencial que trasciende su
propio ámbito y permite interpretarlo relacionándolo con lo ocurrido en el
Estado en las Elecciones Generales de Noviembre de 2011.
Lógico. Tanto que el propio PP
afrontó las elecciones andaluzas como si fueran una réplica de las Generales: el
PP conseguiría la mayoría absoluta, Arenas sería el nuevo Presidente andaluz y
el PSOE se vería, de nuevo, desposeído de una parte importante del escaso poder
que aún le queda. Pero la sencillez y escasa consistencia de tal razonamiento
les ha llevado, primero a la sobreactuación y la desidia, y después al fracaso.
La ansiedad con que el PP abordó estas Elecciones le han llevado a menospreciar
a los andaluces, interfiriendo el proceso electoral con acusaciones de todo
tipo, -presuntamente ciertas, aunque engordadas y reiteradas en exceso-,
esperando un nuevo y flagrante castigo al PSOE, rememorando el triunfo de
Noviembre. Sin embargo, sumergidos en la euforia, olvidaron medir las
consecuencias que podrían llegar a tener las primeras medidas tomadas por el
Gobierno de Rajoy: hachazo fiscal, recortes sociales, reforma laboral, y ese
silencio tan delatador en torno al Presupuesto para este año ya iniciado. En
suma, han minusvalorado a los andaluces, a quienes han considerado fácilmente
comprables a cambio de un plato de lentejas.
Los andaluces han sabido actuar.
Los resultados son esclarecedores, porque tanto han castigado las corrupciones
y corruptelas del PSOE, aireadas durante las campañas electorales, como han
castigado las falsas expectativas del Gobierno del PP que, si a alguien
amenazan es precisamente a las clases más humildes, a las gentes más sencillas
y a quienes sufren el azote del brutal desempleo con mayor rotundidad. ¿Quién mejor que los jornaleros andaluces ( y
por proximidad a ellos sus familiares y amigos) sabe lo que es la precariedad y
el rigor de la pobreza? ¿Quién mejor que ellos sabe lo que ha representado
históricamente el señorito andaluz subido a un caballo de pelaje brillante, que
ha sido y aún es prototipo en la sociedad andaluza? Me perdonará el lector que
recurra a estas figuras que algunos consideran tópicos pasados de moda, pero la
comparación no es baladí, porque estas gentes existen y tienen a gala mostrarse
de esas maneras tan agresivas en medio de una sociedad atribulada por más de un
30% de paro y unos salarios y ayudas económicas claramente insuficientes.
Quizás sea por eso, -y por la rabia acumulada tras leer los resultados-, que un
periodista de la caverna derechota ha calificado a Andalucía de “estercolero”:
vamos, como cuando un miembro del actual gobierno se atrevió a tildar de “poco
preparados” a los andaluces, en general.
La lección que explican muy bien
estos resultados es que los ciudadanos quieren ser tenidos en cuenta,
precisamente ahora que la mayoría de las decisiones las dictan dioses sin
rostro a los que se les llama Mercados. La lección que desprenden estos
resultados es que la Política ha de ser ejercida por personas comprometidas
socialmente, que no sucumban ante las tentaciones del dinero fácil y el poder
todopoderoso del Capital. La lección derivada de la escasa participación alerta
ante la perversidad de una mal llamada clase política que se muestra mucho más
dispuesta a la holganza que al trabajo. La lección que ha surgido de los
resultados es que la izquierda ha de estar al servicio de los ciudadanos, y
dentro de la amplia ciudadanía, volcarse con quienes más dificultades
encuentran para proveer dignidad a sus vidas. De tal modo han encarnado la
lección los andaluces que han hecho retroceder a los socialistas (de 56 a 47 diputados), y han
dejado a la derecha del PP lejos de su enfermizo sueño que era la mayoría
absoluta.
¡Qué nos va a deparar el futuro?
Que el resto de los españoles se disponga a reflexionar con rigor ante el
aluvión de medidas antisociales con que nos agasajará el Gobierno de Rajoy. Que
el PSOE acabe de convencerse a sí mismo de que es un partido de izquierdas y,
por serlo, ha de huir de las políticas conformistas de la derecha. Que se ha
perdido demasiado tiempo en la izquierda en oponer a las políticas
conservadoras las necesarias medidas tendentes a conseguir el objetivo
inalienable e irrenunciable de la izquierda: la igualdad. Que las personas
quieren armarse de dignidad y no de dinero, porque saben que el dinero es
principalmente el sustrato material que sustenta la avaricia de los codiciosos
e insolidarios. Que la vida de TODOS merece ser protegida y alimentada con suficiencia
y decencia. Que un jornalero andaluz constituye un voto igual que el del
señorito: traducido al ámbito de España entera, que la democracia tiene
instrumentos para favorecer la igualdad y la libertad de todos, de quienes
acuden a colaborar con los suyos, y solamente con los suyos, y de quienes ni
siquiera acuden a votar porque los “suyos” se han corrompido en exceso.
Tras estas Elecciones el PP y el
PSOE deben aprender a rectificar: los unos por altaneros y soberbios, y los
otros por haber ejercido durante algún tiempo de impostores. ¡Albricias, la
Izquierda ha comenzado a resucitar!.
Fdo. JOSU
MONTALBAN