jueves, 18 de septiembre de 2014

¿A DÓNDE VA EL SOCIALISMO EUROPEO?

A DÓNDE VA EL SOCIALISMO EUROPEO
Inicio este escrito sumido en la profunda tristeza que me producen las sucesivas crisis que vienen sucediéndose en los diferentes socialismos europeos. Los socialistas europeos nunca tuvieron una sola voz, ni sus voces expresaron ideas y pronunciamientos unánimes, pero su nivel de influencia en la opinión pública y su capacidad para civilizar a los partidos conservadores y a sus líderes, siempre fue importante. Los carismáticos líderes socialistas de la década de los ochenta, es decir hace solo treinta años, han sido asesinados (Olof Palme), han muerto (Francois Mitterrand, Willy Brandt), han desaparecido por las cloacas nauseabundas (Bettino Craxi), o se han convertido en políticos eméritos, -“jarrones chinos” que diría Felipe González-, cuyos consejos resultan desajustados en el lugar y en el tiempo. Entre aquel tiempo y el actual también ha habido líderes en los partidos socialistas europeos, pero no se puede decir que sus aportaciones hayan resultado fructíferas para el socialismo, peor aún, porque sus afanes innovadores no se han limitado a una actualización de las ideas o conceptos y a una modernización de los instrumentos usados para trasladarlos a la calle, hacerlos útiles para los ciudadanos y ayudar en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, sino que se han empeñado en el descrédito de los viejos principios socialistas antes de haberlos sometido a una revisión crítica.
La actual sociedad, tal como está conformada, es bien parecida a aquella que hizo saltar las alarmas para que las primeras inquietudes e ideas socialistas se abrieran paso. Las viejas clases sociales están hoy presentes en nuestra sociedad desigual del mismo modo, y con iguales comportamientos que entonces. Los ricos de entonces son los riquísimos de ahora, y los pobres de entonces son los pobres y los menesterosos de hoy. En la clase media se agolpan hoy amplias franjas de asalariados y cuadros técnicos directivos que porfían unos con otros, o contra otros, por una supervivencia más o menos holgada. En verdad estamos ante una estructura social enrevesada pero, a la vez, sencilla. Si el socialismo surgió en gran medida aguijoneado por la flagrante desigualdad entre las clases sociales tenemos que convenir que la desigualdad actual es tan evidente que bastaría con aplicar las mismas medidas “revolucionarias” de entonces para hacer vigente y útil el socialismo actual, que deambula por Europa tan desnortado como desorientado.
La discusión permanece a pesar del tiempo transcurrido. Capital y Trabajo son dos tertulianos que andan continuamente a la gresca. Uno dice ser imprescindible para que exista el otro, y el otro dice que es gracias a él como el uno obtiene sus beneficios. Y en medio de la discusión las personas, organizadas socialmente de un modo variado, endemoniadamente variado, que bien poco facilita la convivencia. El socialismo surgió como una posible solución para un entramado social muy parecido a este, pero los líderes socialistas actuales parecen no verlo de este modo. No son capaces de equiparar el viejo pico y la pala de los obreros con la nueva excavadora, es decir, que no son capaces de ver claramente que el pico y la pala, como la excavadora, solo funcionan manejados por personas que, como otros seres vivos nacen, crecen, se multiplican y mueren, pero que a diferencia de la mayoría de los seres vivos tienen inteligencia, sentimientos y voluntad, lo que les convierte en guías y responsables de su propio destino, tanto en el aspecto individual como colectivo. Si el socialismo moderno no pone sus pulsiones en un humanismo que convierta al Hombre en su fin y su principio debe dejar de llamarse de ese modo, porque deja de ser un honesto heredero del viejo Socialismo.
La Izquierda en general, y también el socialismo en particular, han mostrado demasiados síntomas de debilidad. Se avergonzó de su nombre y de su condición. Cada vez son más los que habiéndose ubicado en la izquierda no paran de decir que las diferencias entre la derecha y la izquierda son inapreciables. Se trata de una sublime estupidez porque, a poco que nos fijemos, cada vez que la derecha alcanza el gobierno usa sus instituciones como meros petimetres a su servicio: liberaliza para mercadear con los derechos que asisten a los ciudadanos y convierte lo que deben ser servicios públicos en materias sometidas a las brutales leyes de la oferta y la demanda, en las que siempre pierden las personas, sobre todo las más desfavorecidas en la escala económica y social. Pues bien, también en eso la izquierda se muestra remisa y asustada: no contenta con haber convertido el término “comunismo” en una mera reliquia, o con hacer del “anarquismo” un término abominable que solo se usa para el descrédito político y social, ha convertido el “socialismo” en socialdemocracia o en mero liberalismo, mientras la derecha campa a sus anchas enarbolando sus ideas clásicas y usan sin ningún rubor sus viejos diccionarios y nomenclaturas. Y por si fuera poco, surgen nuevas formaciones con nombres más sugerentes que definitorios, que prefieren proclamar que no están en ninguno de los lugares clásicos, ni en la izquierda ni en la derecha.
Bajemos a pie de calle. El laborismo británico, apadrinado por Tony Blair, optó por la Tercera Vía de Giddens, que no pasa de ser una política de derechas atenuada con algunas medidas socializadoras. El socialismo portugués y el griego se han ido por el conducto de desagüe de la crisis económica que no pudieron soportar, probablemente por falta de audacia o por haber situado su europeísmo indefinido demasiado por delante de su socialismo. El socialismo italiano se ha quedado en una definición tan escueta como “partido democrático”, y marcha desbocado de la mano de Renzi en esa jungla política que tanto crea “berlusconis” como “bepegrillos”; pero lo hace con una audacia tan desmedida como falta de dirección y sentido: sus promesas se diluyen no solo porque el tiempo se hace escaso para su consecución, sino porque eran ya aceleradas en el momento en que fueron formuladas. El socialismo alemán (perdón, la socialdemocracia) se ha convertido en la muleta de Angela Merkel, aunque alguna de las condiciones aceptadas por la canciller al formar el Gobierno de coalición, impuestas por el SPD alemán, tuvieran un cariz social y reformista. Pero a nadie se le ha de escapar que esta Europa entregada a las políticas de austeridad, que acogota y atosiga a millones de europeos sometidos a dichos rigores, cuenta con el apoyo del SPD del “socialista” Gabriel, mucho más entregado a la fatua deriva de Schroder que a las posturas clásicas de Brandt. Y el socialismo francés acosado por todos los demonios…
El Presidente Hollande ganó las elecciones francesas porque sus promesas se oponían frontalmente a las tesis que defendían la austeridad. Incluso, no exenta de cierto populismo, su propuesta de cargar con más de un 70% los impuestos a las grandes fortunas y los grandísimos beneficios, facilitó su victoria. ¿Qué ha pasado después? Que en algo se había equivocado al hacer sus números, pero además el tiempo y las vicisitudes más extrañas le han desarmado. Primero fue desacreditado por sus devaneos amorosos y, ya desguarnecido, ha quedado a merced de su deficiente popularidad y de propia situación económica de Francia. Ahora mismo su sumisión a Bruselas y Berlín es manifiesta, a pesar de que su situación económica, aún siendo mala, no alcanza la perversión del resto de Europa. Como expresa Krugman, “Hollande podría haber liderado un bloque de naciones que exigiesen un cambio de rumbo (frente a las políticas de austeridad), pero se doblegó rápidamente y cedió por completo a las exigencias de una austeridad aún mayor”.
Los cambios experimentados en el Gobierno francés, que han arrastrado hacia brutales turbulencias en el seno del socialismo de Francia, muestran una deriva peligrosa que muy bien podría acabar en la fractura del PSF. Primero fue la entrada de Valls como Primer Ministro, y después lo ha sido la remodelación del primer gobierno de Valls del que han salido los ministros ubicados ideológicamente más a la izquierda, entre ellos Montebourg, el Ministro de Economía, que había criticado públicamente las políticas de austeridad. ¿Quién ha ocupado su lugar? Sujétense bien: ¡un banquero!. Han leído bien, un tal Macron, liberal como mucho y socio de la Banca Rotchschild, que ha venido de propiciar operaciones bancarias de compra por valor de bastante más de 9000 millones de euros. En sí misma esta procedencia no define nada, pero sí lo hacen otros detalles: “Habrá momentos difíciles en la Historia de la izquierda, porque habrá que repensar certidumbres del pasado que ya son estrellas muertas”. Para él el motor de la economía es la empresa pero “hay que repensar uno de los principios de la izquierda según el cual la empresa es el lugar de la lucha de clases”. Por tanto, para Macron, el Trabajo ha de rendirse ante el Capital, y por eso se muestra ya partidario de revisar la Ley que en el año 2000 redujo la jornada laboral a 35 horas semanales.
No es extraño, por tanto, que la cúpula empresarial francesa aplaudiese incluso con las orejas a Valls cuando se expresó en estos términos en una reunión con empresarios. Ni lo es que en la Universidad de Verano de los socialistas franceses, en La Rochelle, muchos de los asistentes respondieran con abucheos a las mismas palabras. Precisamente ahí se ha presentado la corriente Vva la Izquierda, que constituye una amenaza de fractura en el PSF. La reunión de La Rochelle partía de un slogan falso: “reinventémonos”. Falso, porque el socialismo se inventó hace mucho, porque sus ideas y principios continúan vigentes y porque lo que se tambalea es el capitalismo, que ya no sirve para mantener, a la vez, el desarrollo económico y un nivel de dignidad razonable para la vida de todas las personas.
Y acabo, queridos lectores, permitidme que deje al socialismo español para la próxima ocasión. Comprenderéis que es lo que más me inquieta.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN