miércoles, 18 de febrero de 2015

LA IZQUIERDA, EN EL ATOLLADERO ( El SIGLO, Febrero, 2016)

LA IZQUIERDA, EN UN ATOLLADERO

El debate político actual tiene más tumulto desordenado que de reflexión contrastada. El problema no es precisamente el bipartidismo PP-PSOE que, con más o menos acierto ha construido esta sociedad, imperfecta y mejorable pero consistente. Tampoco lo ha sido la irrupción de partidos como UPyD o CIUDADANOS, que surgieron de la mano de “pseudolíderes” que salieron rebotados de los partidos tradicionales y quisieron aprovechar electoralmente a la clientela que habían hecho en sus anteriores partidos, dando la impresión de que les moviera más la fobia a sus viejos patronos que las adhesiones al nuevo. Y por fin, tampoco lo ha sido la irrupción del último “monstruo” político que reúne en una amalgama ciertamente extraña a grupos de afectados por los casos más variopintos, plataformas reivindicadoras de la más variada condición, gentes que apostaron a las finanzas más inestables siguiendo promesas mal cuantificadas en lo concerniente a los riesgos que contenían, a descontentos, a contrariados o enrabietados, a los que todo les vale. En suma gente que a falta de cualquier formación política e ideológica, ha optado por lo de “cuanto peor, mejor”.
Entraré rápido en el asunto: asistimos a la más flagrante muestra del fracaso de la izquierda, o de las izquierdas. Ojalá que la situación a la que hemos llegado no sea irreversible, es decir, que no calen en la opinión de los ciudadanos algunas frases que ya han empezado a ser acuñadas. Por ejemplo, que un mismo término (“casta”) sirva para nombrar a dos partidos, como PP o PSOE, cuyas ideas trayectorias e historias han sido tan diferentes y, durante la mayoría del tiempo que han compartido, enfrentadas. Por ejemplo, que la percepción de lo que ha de ser el poder cambie, porque da la impresión de que es considerado mucho más un objetivo que un instrumento. Por ejemplo, que nadie pueda estar convencido de que hablar en términos “derecha-izquierda” en el debate político partidista sea cosa de trileros, porque distinga bien el tesoro que encierra la bolita que el hábil estafador mueve hacia un lado u otro… Y ha de ser la izquierda, en sus variadas facetas e intensidades, la que revierta esta situación.
El advenimiento de la Democracia, a últimos de la década de los setenta, trajo la libertad a los españoles, pero trajo también a muchas personas que habían tenido que vivir miserablemente, a escondidas, porque el régimen dictatorial así lo había impuesto. Otros muchos vinieron de los más alejados lugares del Mundo, adónde habían tenido que huir amenazados por Franco. Aunque llegaron antes, hasta el 1982 no pudieron cantar victoria, ni siquiera para sus adentros. Desde entonces, es verdad que solo han sido dos los partidos que han gobernado en España, y también lo es que se han mostrado fieles a un europeísmo que ha venido imponiendo a todos sus integrantes un sistema capitalista, acrecentado por la caída brutal del comunismo, que tuvo su figura representativa más espectacular en la caída del Muro de Berlín y el desgajamiento del Bloque soviético. La aceptación del libre mercado, casi sin condiciones, nunca hizo presagiar que constituyera un riesgo para las izquierdas que comenzaban a temblar: el comunismo estacionó en el eurocomunismo antes de desaparecer incluso de las siglas de sus formaciones, y el socialismo pasaba a ser socialdemocracia, con predominio en muchos casos del carácter democrático sobre la condición social, que quedaba supeditada a la otra.
Si este era el guión que estábamos siguiendo, el riesgo de terminar ideológicamente en un terreno neutro, lleno de indefiniciones o, al menos, vacío de definiciones concretas, era más que evidente. La adhesión o simpatía a un partido político tanto puede obedecer a una elección responsable como, solamente, interesada; tanto puede responder a una inquietud solidaria y global, como a los deseos del grupo social al que uno pertenezca; tanto puede partir de una concepción previa de que todos somos iguales, como de que todos somos tan diferentes  en nuestras condiciones humanas, que dichas diferencias provocan desigualdades que no tienen por qué ser atenuadas; tanto puede ser debido a un slogan acertado e impactante, como al atractivo de un líder, o el tono de su voz, o sus ademanes… Pero la izquierda no es solo una posición en el espacio.
Ser de izquierdas significa, lo primero de todo, oponerse a las derechas. Ahí, en ese espacio, no caben las incertidumbres, ni ocupar esos espacios intermedios y ambiguos en los que siempre están más a gusto los grises y los que no distinguen los rotos de los descosidos. En esto las izquierdas no han sido suficientemente exigentes consigo mismas. El hecho de que para ganar unas Elecciones se requieran siempre algunos votos prestados y circunstanciales pertenecientes a otras formaciones, ha influido en exceso en quienes han ostentado el poder en el PSOE, que han puesto un empeño mayor en conseguir los votos necesarios que en convencer a cuantos más de que sus votos serían los más adecuados a cada situación. Eso mismo es lo que guía los pasos y los planes de quienes acaban de llegar a la Política con el peregrino y único objetivo de conquistar el poder. Lo urgente es conseguir el poder, y aunque luego prometan, usando las palabras bíblicas, que “lo demás vendrá por añadidura”, se olvidan de que antes “hay que buscar el reino de Dios y su justicia”.
La izquierda, o las izquierdas, se parecen demasiado a la derecha en sus formas, aunque en el fondo sus diferencias sean profundas. De eso se aprovechan los advenedizos, cuya obsesión pasa por negar legitimidad a todos los que les han precedido. En realidad las preocupaciones deben ser las mismas: el empleo, la desigualdad, la economía, lo social, las pensiones… En el fracaso en estos apartados fundamentan su presencia los que llegan de nuevos, pero los análisis que realizan son muy someros. Porque los ciudadanos necesitan un empleo, suficientemente seguro y aceptablemente remunerado; un nivel de vida y económico equiparable al de los demás, es decir igualitario; y poco más, porque lo demás serían capaces de renunciar a ello si el libre mercado les garantizase un nivel económico alto para proveerse la vivienda, la sanidad, la educación de sus hijos y el ocio. Ahí precisamente tiene la izquierda su campo de trabajo.
La izquierda tiene que recuperar su espacio. Mucho mejor que evitar este o aquel desahucio es articular y defender una política de vivienda que no permita los desahucios, ni se necesite nunca de recurrir a ellos. Mucho mejor que luchar contra la desigualdad es luchar a favor de la igualdad. Mucho mejor que la generación ilimitada de riqueza, es su reparto equitativo e igualitario. Mucho mejor que la estigmatización de los pobres, obligándoles a acudir a los centros que conceden ayudas sociales basadas siempre en la caridad, es luchar contra la pobreza, que nunca llegaría a producirse en una sociedad compuesta por ciudadanos iguales.
¿Hablan de esto las izquierdas? Poco. ¿Lo hace la derecha? Tampoco, pero es que no les interesa ni les preocupa. ¿Y los advenedizos, de qué hablan? Ellos sí hablan de los pobres, de la desigualdad, porque saben que de ese modo forman legión con los descontentos, pero no ofrecen solución ninguna. No voy a redimir a la izquierda, ni voy a disculpar su desidia ante el tiempo que nos toca vivir. Lo más grave es que un camino mal trazado y difuso no suele llevar a feliz término. Si la izquierda no recupera su espacio, la derecha se sentirá más libre para avasallar a los ciudadanos. Y los advenedizos no dudarán en ocupar ese sitio en que tanto se ponen velas a Dios como al Diablo.
Tal como dicen las encuestas, podemos estar en esta tesitura.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN