martes, 7 de julio de 2015

CAMBIO: ¿PALABRA MÁGICA? (DEIA, 6 de Junio de 2015)

CAMBIO: ¿PALABRA MÁGICA?
“Cambio” es la palabra mágica. Cuando, en 1982, el PSOE eligió como slogan para su campaña electoral “Por el Cambio” no imaginaba cuánto iba a durar y perdurar su invento. Desde entonces en todas las convocatorias electorales alguna de las formaciones políticas concurrentes ha utilizado la misma añagaza: “cambio”. Y el significado mágico de la palabra ha llevado a la paradoja de que incluso los partidos instalados en el poder, en los Gobiernos, también la han usado, eso sí, explicando muy bien que dicho término tanto puede referirse a las personas como a sus comportamientos y actitudes. En Política no rigen los usos y costumbres que los místicos nos legaron. “En tiempos de tribulaciones no hay que hacer mudanzas”, decían aquellos, apoyándose en el convencimiento de que las mentes excesivamente preocupadas no suelen ser las mejor dispuestas para propiciar cambios. Sin embargo los líderes políticos siempre parecen dispuestos para impulsar cambios, porque de lo que se trata es de atraer adeptos, de modo que los cambios que se proponen siempre van en esa dirección. Ocurre algunas veces que, empeñados en traer a quienes no están, hay cambios que alejan a quienes ya estaban.
Cuando los partidos políticos actuaban desde la fidelidad a principios e ideologías concretos, los cambios que se proponían eran fácilmente comprensibles. Conforme los principios han ido perdiendo vigencia, porque los líderes políticos prefieren perseguir objetivos tangibles que someterse a normas morales, las ideologías han perdido consistencia y, dado que solo son aplicables desde el poder de las Instituciones, la estrategia se ha ceñido a la conquista del poder por medio del domino de los gobiernos y de sus instituciones.
Esta reflexión nos lleva, inevitablemente, a una conclusión cuasi definitiva: las promesas electorales basadas en el “cambio” inexplicado mediante luz y taquígrafos, sólo persiguen pescar en río revuelto, cosechar frutos en gran cantidad sin reparar en la calidad de tales frutos. Desde aquella convocatoria del 1982, en la que el “cambio” no solo era deseado sino que era inevitable si queríamos construir un futuro que derrotara (incruentamente) a los cuarenta años de dictadura franquista, las sucesivas veces que se ha hablado de “cambio” se ha hecho con diferente intención. Es bien cierto que la crisis económica, pareja a la crisis social y política, ha dado un mazazo en las conciencias de los ciudadanos, afectados en sus modos de vida con una violencia casi inhumana, pero los líderes deberían dejar de lado la exclusividad de sus recetas, porque dicha exclusividad es falsa y porque un exceso de celo en su defensa lleva al ejercicio de un mesianismo grosero como el que vienen ejerciendo los dos líderes de los partidos actualmente emergentes: Pablo Iglesias Turrión y Albert Rivera.
Ellos también reclaman un cambio profundo. Les resulta fácil porque los partidos tradicionales, que han venido dirigiendo la batalla política e institucional, han errado en exceso, y por si fuera poco no han sido escasos los casos de corrupción que han dado al traste con su credibilidad y con la de las ideologías en que se han sustentado. Pero el cambio que pregonan los líderes de los países emergentes no están sustentados en principios ideológicos reales. Sus programas electorales que, como sus líderes anuncian, no son de izquierdas ni de derechas, proponen medidas puntuales que inciden sobre las más variadas afecciones, pero no diseñan con detalle un modelo social concreto, ni fijan los límites que atemperen la desigualdad, ni señalan los criterios que definen los comportamientos éticos, ni plantean con minuciosidad las leyes que han de delimitar la acción de la justicia. Denuncian pero apenas anuncian; alarman pero no arman moralmente a los ciudadanos. Y sin embargo ya se ha visto que son necesarios en este momento. ¿Lo serán en el futuro? Desde luego que serán útiles pero, aunque no lo digan ellos, han llegado con un ansia de poder inusitado a sustituir a los partidos clásicos, y no a ayudarlos en sus cometidos.
Pablo Iglesias ha declarado públicamente que su estrategia de su partido Podemos tiene mucho más que ver con la pretensión personal de ser Presidente del Gobierno español que con colaborar en un proyecto de izquierdas que englobe al PSOE y a IU. Más aún, su formación ha dejado ya a IU en una delicada situación, para lo cual no ha escatimado medios: primero en colaboración con su ex pareja Tania Sánchez como cómplice, y después ayudando a destruir lo que aún queda de IU en Madrid. Lo siguiente puede ser actuar con cicatería en los gobiernos municipales y regionales que ha conformado (o conformará dentro de muy poco) con el PSOE. Su estrategia de ayudar al PSOE, aunque sin comprometerse en los futuros gobiernos, va a permitirle jugar al bastardo juego de la traición. El PSOE deberá tener en cuenta que muchos de los pactos y acuerdos a los que ha llegado responden a contactos propiciados en base a contactos personales, a veces alejados de la decisión de la dirección de Podemos. Los líderes de esta formación saben adónde acudir a hacerse la foto: con Carmena sí, con Colau algo menos, poco con Ribó y casi nada con los triunfantes gallegos a los que han propuesto las “mareas anarquistas”, eso sí, Iglesias se ha volcado en Cádiz, dónde el espectáculo mediático está garantizado. Y así todo…
Con Ciudadanos la estrategia es diferente. Ellos también hablan de “cambio”, pero se han obsesionado con imponer condiciones. Ellos son derechas, lo de que les tachen de “marca blanca” del PP les importa poco. Y son justicieros, imponen incluso comportamientos, pero luego aceptan acuerdos que sólo están basados en lo deseable, aunque no en lo real. Sus condiciones obligan a los demás a modificar los estatutos internos de sus formaciones, a obligar a hacer Primarias a quienes no están obligados a ello por orden estatutaria. No tienen ideología social (una de las razones por las que son de derechas), ni tienen un pasado que les agobie. Ellos, -como Podemos-, están viendo como sus representantes y partidarios, procedentes de los más variados ambientes, se ven salpicados por faltas y por viejos comportamientos impropios de gente intachable, que es la condición que reclaman a los demás.
Así que ellos reclaman “cambio” aludiendo a que Podemos sustituya y ocupe el lugar del PSOE (más IU), y que Ciudadanos ocupe el lugar del PP (más UPyD). También el PP dice que va a cambiar, incluso pregona que el ambiente social y económico que generó la crisis ya está cambiando gracias a sus esfuerzos en el Gobierno de la nación. El PSOE lo ha expresado por boca de su Secretario General, y ya candidato a la Moncloa, en su solemne presentación como tal celebrada en el Teatro Circo Price de Madrid. Lo dijo delante de la enseña nacional y cogido de la mano de su esposa y señora: a ninguna de ambas debe traicionar, a una por lealtad y a la otra por fidelidad. Él también ha prometido “cambio seguro”, como lo hizo Felipe González en 1982.
Entre el “por el cambio” de 1982 y este “cambio seguro” del 2015 han pasado treinta y tres años que, según dicta la leyenda es el mismo tiempo (toda la vida) que necesitó Jesucristo para redimir al Hombre. Durante estos 33 años ha habido muchos redentores, pero aún seguimos condenados.
Fdo.  JOSU  MONTALBÁN