LO QUE DENUNCIA EL ÉXODO SIRIO A EUROPA
¿Cuántos bebés han muerto ya en las rudimentarias canoas de
los inmigrantes que se han atrevido a hacerse a la mar en las costas del norte
de África? ¿Cuántos bebés yacen en el fondo del Mediterráneo? ¿Cuántos bebés
han muerto en las aldeas africanas, víctimas de la miseria y de las hambrunas
en que han vivido? Estas preguntas me atormentan, me obligan a sentir una
vergüenza muy especial porque, no teniendo en mis manos ningún instrumento
suficientemente útil para evitar la brutal tragedia solo me queda la palabra,
que es un arma concienciadora, pero que además sirve para el combate. Se nos
exige ser pacíficos, incluso pacifistas, como si esta inquietud pudiera ser
expresada desde la serenidad.
Quienes mueren en esas condiciones no pueden esperar a que
nos pongamos de acuerdo en cuales han de ser las medidas a tomar, porque la
vida se les va, el hambre les acecha, las guerras (siempre injustas) les
arruinan las casas y les dejan a la intemperie, no solo desamparados sino
desesperanzados. Los inmigrantes ya no saben cómo llamarse a sí mismos:
hambrientos, refugiados, asilados, exiliados…, en cualquier caso aceptan el
apelativo que les ponen las autoridades europeas y los dirigentes de las ONGs a
las que reclaman ayuda.
En el drama actual, que se caracteriza por los éxodos masivos
de sirios hacia Europa, hay factores que requieren ser tratados de forma
paralela al hecho de las migraciones. Los sirios huyen de la guerra que les
asola desde hace demasiado tiempo. En Siria gobierna un dictador llamado Bachar
el Asad. Cuando EEUU ordenó al Alto Tribunal Iraquí que matará a Sadam Husein,
tras acusarle de “crímenes contra la Humanidad”, no estaba solucionando nada,
apenas defender los intereses suyos y de Occidente. Poco después fue asesinado
Muamar el Gadafi, sin que ello sirviera para nada, porque la región se
convirtió en un hervidero en el que las sucesivas guerras y conflictos no
mostraron ningún viso de cambio. Poco antes la famosa Primavera Árabe
constituyó una masiva manifestación de cordura que protagonizaron las bases de
aquella sociedad dirigida por s´trapas de las más diversas hechuras.
El último capítulo es este de la guerra (¿civil?) que tiene
lugar en Siria y ya va por los cuatro años. Los dirimentes en este conflicto son
el sátrapa Bachar el Asad y el Estado Islámico (IA), que constituye una fuerza
de claro cariz terrorista, desordenada en sus medios y terriblemente confusa en
sus fines. El EI está siendo respetado en exceso, cuando no apoyado mediante
ayudas económicas, por EEUU y por el Occidente europeo, que dicen enfrentarse
así a Rusia, que se muestra cómplice de Bachar el Asad en este conflicto civil.
Este es el panorama que ha provocado el importante éxodo que está teniendo
lugar y está inquietando a la mayoría de los gobiernos europeos, pues no en vano
han elegido Europa como territorio de acogida. ¿A quién puede extrañar que el
éxodo sea, incluso, propiciado por las autoridades sirias?
Una vez más Europa y EEUU protagonizan los efectos
colaterales de un conflicto, esta vez lo hacen por omisión interesada, en que
han sido a la vez actores y espectadores. El auxilio que reclaman quienes han
venido a Europa huyendo de la destrucción provocada por la guerra, ha de ser
correspondido con un esfuerzo importante por parte de Europa. Los bebés que
llenan las fotos del exilio no huyen del hambre y la miseria. (Algunos
también). Huyen de una guerra que empezó, y aún lo parece, como una contienda
civil, pero que se ha convertido en una brutal masacre. Cuando Angela Merkel,
Cameron y Rajoy prometen centros de acogida y servicios de tal, solo están
respondiendo a lo que es una obligación moral y ética de quienes han asistido a
la guerra injusta que tiene lugar en Siria, en silencio, sabiendo que de ese
modo están ayudando a una organización terrorista (EI). Que Bachar el Asad sea
un sátrapa no puede servir de disculpa para dejar hacer lo que le plazca al EI
que, por su carácter terrorista, no servirá para liberar a los sirios de la
dictadura de Bachar el Asad. Como se ve, está siendo mucho peor el remedio que
la enfermedad.
Fdo. JOSU MONTALBAN