LOS TOROS A DEBATE
En la tarde de ayer estuve en Vista Alegre presenciando una
corrida de toros. Esto no hubiera podido hacerlo en Cataluña, ni en Canarias,
donde tales festejos están prohibidos por Ley, ni en aquellos lugares en los
que las Instituciones han decidido impedir la celebración de espectáculos
taurinos. En los últimos meses no han sido pocos los alcaldes y corporaciones,
sobre todo los dirigidos por algunas formaciones “emergentes” que se han
pronunciado en contra, quizás empujados por el ensañamiento que ha producido el
hecho de que el Gobierno de Rajoy y del PP haya convertido los toros en una
Fiesta de interés cultural. ¿Son Cultura los Toros? Y si lo son, ¿lo son en tan
importante medida como para ocupar todo un debate parlamentario?
Yo no puedo considerarme un mero opinante al respecto porque
me gustan las corridas de toros. Tienen ciertos paralelismos con la vida de los
humanos. Resulta curioso que el rey del espectáculo, es decir el toro, siempre
salga del ruedo muerto y arrastrado. De la vida también, todos salimos muertos
y para el arrastre, aunque hayamos vividos unos como reyes y otros como
vasallos. En el coso taurino el rey es el toro, pero una faena arriesgada y
aguerrida, vistosa y artísticamente bella, encumbra al torero y destrona al
toro. Por todo esto, no soy un mero opinante frente a tantos contrarios a la
Tauromaquia que únicamente esgrimen como sinrazón ese cajón de sastre llamado
“maltrato animal” que, curiosamente, no incluye tantas otras formas de maltrato
de todo tipo, de animales a los que se les priva de desarrollar sus instintos
para adquirir habilidades que les alejan de su condición vital, ni incluye la
caza o la pesca practicadas como cio y divertimiento que también terminan con
la muerte de los animales. Y ya no digamos del uso de animales en explotaciones
productivas que, para que lleguen a ser rentables en grado sumo, son sometidos
a condiciones de vida, en cautividad, que reducen su tiempo de vida a aquel en
que su producción es óptima y rentable económicamente.
A pesar de todo esto no tengo ninguna duda de que en una
corrida de toros hay crueldad y violencia, como expresan los auténticos
antitaurinos, aunque tales se camuflen tras la vistosidad, el colorido de las
vestimentas, el arte y la audacia que los lidiadores exhiben. Tendría muchas
puntualizaciones que hacer a otros aspectos de la denominada “fiesta nacional”,
para la que habría que encontrar otro nombre, pues malamente compagina con el
sentido del término “fiesta” lo que acaba en muerte; y con lo “nacional”, en
esta España de todos los demonios, lo que se usa en sentido puramente
“nacionalista” pero de la peor calaña. En buena medida es esto lo que se ha
suscitado en los últimos tiempos. Allí donde hay afanes secesionistas
evidentes, la fiesta nacional (española) es abominada y despreciada, como poco
ignorada, para desproveerla de las posibles connotaciones positivas que pudiera
tener. Y allí donde no hay tales afanes secesionistas los detractores utilizan
una estrategia tan eficaz como absurda: vincular los Toros al franquismo y a
esa derecha, -que algunos llaman “derechona”-, que rezuma ranciedad por todos
los poros. Este es el conflicto.
Si los antitaurinos se avinieran a ello mediante un debate
sosegado se podrían racionalizar, e incluso eliminar, algunos divertimientos
taurinos que, aún teniendo gran arraigo en muchos lugares por tradición y por
historia, han podido ser superados por el tiempo y la evolución humana, pero de
ahí a satanizar el espectáculo va un abismo. Negar lo innegable es propio de necios
y de interesados. Una corrida de toros es un espectáculo en que se juntan un
poco de arte (mucho en Morante y menos en Urdiales), y mucho de entereza y
valentía (muchísima en Urdiales y menos en Morante), y bastante glamour en los graderíos. Los Toros, que
han estado presentes en la Mitología y en la Leyenda, han provocado inspiración
en los pintores, en los artistas, en los escritores, en los poetas… Hay pasión,
hay sobresaltos, hay pensamientos ocultos, hay sensualidad y sexualidad, hay
belleza y hay disciplina, por eso pienso que los antitaurinos solo expresan con
sus acciones la violencia que tiene lugar en la plaza, aunque me parece una
exageración hablar sobre los derechos de los animales en los términos que ellos
lo hacen teniendo en cuenta las condiciones de desigualdad e injusticia en que
vivimos los humanos.
En la Historia de los Toros en España hay momentos que deben
ser tenidos en cuenta. Más allá de la pataleta catalana, los Borbones, a su
llegada a España en el siglo XVIII, denostaban los espectáculos taurinos, por
lo que Felipe V los prohibió en 1723. Sin embargo, los aceptó como medio para
sufragar obras benéficas: hospitales, hospicios, asilos… Las prohibiciones no
fueron aceptadas por el pueblo, que siguió con sus aficiones. En 1771, en 1805
y en 1877, fueron propuestas sucesivas prohibiciones. Los Toros han sobrevivido
rodeados de dificultades y ningún régimen las ha evitado: Primo de Rivera, la
Segunda República, el franquismo incluso. Probablemente han sido estos avatares
adversos los que han venido alentando la continuidad de las corridas de toros.
Así lo expresó Jovellanos en uno de los textos más atinados sobre la Fiesta:
“(…) El clamor de sus censores, lejos de templar, irritó la afición de sus
apasionados, y parecía empeñarlos más y más en sostenerle cuando el celo del
piadoso Carlos III lo proscribió generalmente, con tanto consuelo de los
espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por meras apariencias”.
Jovellanos respondió cada vez que alguien pretendió prohibir
la Fiesta alegando que se trataba de una diversión poco recomendable: “Pero si
tal quiere llamarse (diversión nacional) ¿quién podrá negar esta gloria a los
españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una
docena de hombres, criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con
sus riesgos, y que al cabo perecen o salen estropeados en él, se pueden
presentar a la misma Europa como un argumento de valor y de bizarría española
es un absurdo. Y sostener que en la proscripción de estas fiestas hay el riesgo
de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el
civil, es ciertamente un delirio de la preocupación”. Como se ve fue el mismo
Jovellanos el que sugirió un debate que, hoy mismo, podría ser útil para desbrozar
el campo en el que se está desarrollando esta absurda discusión. Ni son
acertados los principios en que dice sustentarse, ni están claros los objetivos
reales. Bueno será que los ciudadanos superen la quimera del sí y del no sin
tener que recurrir a la disquisición vieja y absurda que siempre acompañó a las
luchas banderizas y a algunos delirios ultranacionalistas relacionados con los
territorios y no con las personas, con las historias bélicas y no con la
Historia con mayúsculas. Hay que simplificar los términos del debate. Toros sí,
toros no, es el debate. España sí, España no, es la falsa discusión de quienes
solo desean aprovecharse del río revuelto.
En resumen, que las corridas de toros desaparecerán, junto al
negocio taurino, cuando dejen de ser rentables o cuando las generaciones
venideras lleguen a encarnar que constituyen una inhumanidad insoportable. Es
cierto que los aficionados taurinos lo tienen algo difícil, porque los más
jóvenes parecen sentirse mejor en otro tipo de corridas y correrías que no en
las de toros. Sin ánimo de revisar las cuentas de los taurómacos, también ellos
deberían repensarse porque las gradas de los cosos se han convertido en
pasarelas de moda, exhibiciones de elitistas sociales y clasismo a raudales, en
lugar de ser un foro de encuentro, de reunión social. En los cosos taurinos
parece más importante la exhibición pública que el hecho de estar presentes en
un acto cultural. Y para ello resultará primordial que los precios sean
asequibles para todos, en todo tipo de localidades. Esa es la estrategia más
acertada: es sin duda un error, que también se paga, mandar a los pobres a las
galerías de los altos suburbios de la plaza mientras se reservan los espacios
más cercanos al ruedo para que los ricos disfruten de su habano grueso y
aromático en los asientos de la barrera. ¿A ver si lo de la supervivencia de la
Tauromaquia va a tener también relación con la lucha de clases?
Fdo. JOSU MONTALBAN