LA POLÍTICA, HOY. ÁGORAS Y SICOFANTES
Siempre me ha parecido que los ciudadanos hablan y discuten
sobre aspectos y disposiciones que tienen que ver con la Política diaria sin
conocer las más básicas nociones de tal. Peor aún, tanto la Política como los políticos
pasan por tal nivel de descrédito social que los ciudadanos nombran la fatídica
palabra –“política”- cada vez que conversan sobre hechos deleznables que tienen
que ver con negocios abusivos y corruptos en los que, siquiera tangencialmente,
sea por acción o por omisión, hay algún político involucrado. No les falta
razón, porque quienes ejercen la política esgrimieron para provocar su elección
y la de su formación sus comportamientos morales, intachables, éticos… Pero
nunca se habla ni se critica con la misma saña a quienes ofrecen
gratificaciones para dichos políticos que, en muchos casos, pasan por ser
personas de conductas también intachables. La “Política” se ha convertido en
una palabra sucia, maldita, en lugar de ser la noble “ciencia o actividad de
quienes gobiernan y aspiran a gobernar los asuntos que afectan a una sociedad o
un país”. ¿Quién es el culpable de tal descrédito? Antes de que la corrupción
invadiese las Instituciones gobernadas por los políticos ya se había convertido
el ámbito social en una especie de Patio de Monipodio en el que los trueques y los cambios propios del
comercio habían dejado de ser trámites ordenados y limpios para dejar paso a la
codicia y las trampas: el cambio se había convertido en cambalache.
Sin embargo no intento en este artículo eximir de ninguna
culpa ni responsabilidad a los políticos, ni siquiera subrayar la altísima
nobleza de la Política. Eso sí, lo que no debemos admitir es esa tendencia
generalizada a cargar todas las responsabilidades sobre los hombros de quienes,
en la gran mayoría de los casos, ejercen la Política con diligencia,
convencidos de que su acción debe ser productiva y beneficiosa para los demás,
mucho más que para ellos mismos, y convencidos de que el beneficio que pueden
obtener tras cumplir con su compromiso social y político, nunca debe ser
superior al que reciben el resto de los ciudadanos, es decir, que han de creer
en el bien común por encima del bien propio o exclusivo suyo.
Desgraciadamente la Política se ha convertido en una gran
pared a la que los ciudadanos arrojan piedras, descargando sus rabias y
furores, mientras ocultan sus propias debilidades y vergüenzas. Los políticos,
uno por uno, van siendo colocados ante esa pared ignominiosa de modo que los
afrentados puedan dirigir su piedra en una u otra dirección, con uno u otro
destino. De poco sirve que quienes arrojan las piedras contra los responsables
políticos sepan que ellos procuraron eludir sus responsabilidades, ocultar
datos o relatar las circunstancias tergiversándolas para que nada se
interpusiera entre sus intenciones y sus objetivos. En realidad lo que importa,
lo que persiguen, es encontrar resquicios o armar subterfugios para conseguir
beneficios que no les hubiesen correspondido tras una narración limpia de las situaciones.
Lo malo es que, en muchos casos, ha aparecido algún político que les ha
incitado a ocultar detalles, a tergiversar algunos datos o, en el peor de los
casos, ha aportado informaciones a sus posibles beneficiados que, una vez
conseguidos sus frutos, los ha llevado a convertirse en benefactores. Es
entonces cuando los políticos se hacen prisioneros de sus propias
irregularidades, y la Política se convierte en rehén de quienes la secuestran
para convertirla en un truco a su servicio.
La acción política ha perdido consistencia porque las
ideologías han perdido su vigencia. La vida de los humanos discurre de forma
vertiginosa. Las decisiones individuales no suelen desarrollarse cuando son
realmente requeridas, sino cuando ya ha pasado la oportunidad que las hacía
necesarias. Las personas reclaman la solución inmediata de carencias puntuales,
y rara vez reivindican el marco en que las necesidades puntuales pudieran
llegar a consumarse. Se reivindica lo inmediato para volver a reivindicar lo
que en cada momento surge, a veces como un capricho más que como una necesidad
real. Es esto lo que hace que el populismo haya eclipsado a las ideologías, lo
que hace que se hable de la “gente” en lugar de hablar de la “ciudadanía” o de
las personas, lo que convierte las plazas públicas en mercados en los que, a
modo de “verduleros/as” los vocingleros vocean sus ofertas y sus consignas
mostrando ramilletes verdes, frescos y vistosos que ocultan en su interior
principios de podredumbre.
Alguien debe encarnar estas críticas y buscar las soluciones
más óptimas. Cuando no existían las Redes Sociales, ni Internet, ni siquiera la
telefonía sin hilos, ni la radiodifusión, el debate político y social tenía
lugar en las calles y plazas, a las que acudían los debatientes dispuestos a
aportar lo mejor. No se puede decir que nuestras Redes Sociales actuales sean
un ámbito tan apreciable como aquel. Los griegos, en la culta Atenas,
convertían sus plazas y sus espacios públicos en lugares en los que los
“sabios” peroraban sin desmayo y ponían su sabiduría y conocimientos al
servicio de los ciudadanos. No solo eso, sino que su sabiduría se veían
acrecentada por las dudas que mostraban quienes les escuchaban con la debida
atención. En aquellas plazas o ágoras se debatía constantemente de comercio, de
cultura y de política, de modo parecido aunque menos hermético a como se hace
en los actuales parlamentos políticos, pero las ágoras recogían también las
voces y aportaciones de los atenienses “vulgares” que acudían con auténtica
ansiedad a aportar sus experiencias. En las ágoras se formaban grupos que
debatían sobre los asuntos más diversos, de modo que bien pudieron ser
comparadas con un foro o exposición de enseñanzas y discusiones, abierto a todo
tipo de aportaciones. A aquellos lugares acudían los curiosos y los ociosos,
los sabios y los diletantes de la sabiduría, los obstinados por sus propias
teorías y los desidiosos. Las ágoras venían a ser los parlamentos actuales,
pero los parlamentos actuales bien poco tienen que ver, en su modo de obrar y
proceder, con aquellas ágoras, ni siquiera con los foros en los que se decidían
las políticas en aquellos tiempos.
Nuestros parlamentos debaten de modo harto defectuoso, una
vez que las ideologías han caído en entredicho vapuleadas por el poder económico
(capitalismo voraz) y por los populismos, que siempre obran a favor de quienes
esgrimen lo espectacular y engañoso por encima de lo sencillo y eficaz, es
decir de lo útil. Pero no es oro todo lo que reluce, ni ahora ni en el tiempo
de las ágoras atenienses. Haciendo una comparación con aquel tiempo cabe hablar
de los actuales “sicofantes”. En aquel tiempo los sicofantes eran calumniadores
y delatores profesionales que acudían a las ágoras y foros pagados por quienes
pretendían desacreditar a los sabios que allí exponían sus ideas recurriendo a
infamias y falsedades.
Los sicofantes actuales actúan desde el poderoso foro de las
Redes Sociales con las mismas intenciones que aquellos, persiguiendo hacer de
la sabiduría algo residual y supeditado a los comentarios de aduladores sin
fundamento y calumniadores sin ninguna base denigratoria. De todos estos
también tienen que protegerse actualmente la Política y los políticos.
FDO. JOSU MONTALBAN