LAS HORNACINAS NACIONALISTAS
La discusión, ya tan pública como
indisimulada, entre el Lehendakari y el Diputado General de Bizkaia en torno a
la necesidad de retocar los impuestos al alza, está adquiriendo unas
dimensiones extraordinarias. Desde luego que ha influido negativamente en las
maneras de relacionarse entre ellos. Hasta tal punto que en un acto tan solemne
como la asamblea anual de la patronal vizcaína el destemplado José Luis Bilbao
se ha permitido un desplante con el Lehendakari de corte muy poco caballeroso.
En un País como el nuestro, cuyo entramado institucional es tan imbricado, es
imprescindible que las responsabilidades de gobierno se ejerciten con mesura,
evitando conflictos gratuitos que puedan alimentar, aún más, la percepción
ciudadana de que cada político y cada partido se dedican únicamente a cultivar
su huerta privada a pesar de que su responsabilidad sea pública. La premonición
incluida en la respuesta a una pregunta de los asistentes, sobre la ausencia
del Lehendakari en la asamblea del año próximo, ha sido tan grosera como
inadecuada. A cualquiera que se la hubiera dirigido lo hubiera sido, pero más
aún a un Lehendakari como Patxi López, cuyo comedimiento y respetuosas formas
de expresión nunca incitan al desafuero salvo que se trate de un desaforado.
Cierto es que el Diputado General quiso apagar el fuego previamente encendido
con un “no me lo tomes en cuenta…”, pero la cuenta en contra ya estaba sobre la
mesa.
Más allá de la anécdota, resulta poco
constructivo el enrocamiento de la Diputación de Bizkaia frente al Gobierno Vasco,
amparado en una LTH sacralizada por el nacionalismo, y también por el PP vasco,
que les resulta más intocable que el Estatuto o la Constitución. Una
sencilla alusión a unos “derechos históricos” inconcretos e indefinidos en el
texto constitucional han entronizado con una fuerza invencible la LTH , sobre todo en lo
concerniente a la fiscalidad. De poco sirve que el Gobierno Vasco esté obligado
a suministrar servicios básicos para los vascos y las vascas, realmente
costosos, para los que son necesarios fondos suficientes que, en buena medida,
proceden de los impuestos recaudados por las Diputaciones. De poco sirve que
haya un Órgano de Coordinación Tributaria en previsión de la posible
descoordinación entre las tres Diputaciones y el Gobierno vascos, pensado para
mejorar constantemente la eficacia en la gestión de los tributos. De poco sirve
que la actual crisis se muestre de un modo tan implacable como una amenaza a
las tres recaudaciones de los tres Territorios Históricos. A las insinuaciones
del Lehendakari, que solo alertan de las consecuencias nefastas para los
ciudadanos vascos, y solo convocan a la discusión compartida, se ha venido
respondiendo con las más absurdas displicencias. ¡Las Diputaciones se enfrentan
al Gobierno! ¡La LTH
no se supedita al Estatuto de Autonomía, sino todo lo contrario! ¡El Concierto
Económico se usa como un dogma con una sola interpretación posible, la
nacionalista! ¿No cabe en Euskadi una cordura razonable o habrá de ser ésta también
supeditada a la tradición y la historia (con minúsculas)?
El marco elegido era el más apropiado para
aprovechar la dimensión propagandística de la reyerta. Los empresarios
vizcaínos constituyen una organización tan potente que cualquier dicho proclamado
en la asamblea anual trasciende todos los límites convencionales. Empieza a ser
tan histórico como los propios “derechos históricos” de los vascos asistir al
debate que puede llegar a generarse en la reunión con la curiosidad a flor de
piel, esperando el gazapo correspondiente. Pero lo es ahora porque el
nacionalismo no ha aprendido aún que la democracia está por encima de los
Derechos Históricos, y que entre estos últimos no está la garantía de que el
Lehendakari de los vascos y las vascas tenga que ser irremisiblemente un
nacionalista. Ahora mismo es Patxi López el Lehendakari, y lo es en nombre de la Democracia , y gracias a
ella. Ni es un arrendado ni es un impostor. Han sido los votos, como lo serán
cuando las próximas Elecciones lo reclamen.
En el templo de las reivindicaciones
nacionalistas hay hornacinas intocables: lo son la de los Derechos Históricos,
la de la LTH , la
del Concierto Económico. En esas tres hornacinas está siendo venerada una
foralidad que requiere ser revisada y modernizada porque no puede llegar a
convertirse ni en un fin en sí misma, ni en un instrumento usado para señalar
quién es el que más manda e influye, ni en un tributo que se paga a la Historia. En esa santificación
de la foralidad el nacionalismo cuenta con un aliado importante, el PP, hasta
tal punto de que fueron el PNV y el PP quienes impidieron a finales del
anterior año la creación de una Comisión sobre Fiscalidad en el Parlamento
Vasco. Aquella actitud del PNV y el PP concuerda con el momento actual y con la actitud tan renuente del Diputado de
Bizkaia, pues no en vano el discurso de Patxi López ante los empresarios
incidió una vez más en profundizar que los impuestos han de ser equilibrados y
justos, no excesivos pero, sobre todo, suficientes para posibilitar que los
vascos y las vascas puedan disfrutar de una Educación, Sanidad, Seguridad y
Servicios Sociales adecuados para que puedan vivir con dignidad. Y dado que
bastantes de tales servicios dependen del Gobierno Vasco, justo es que el
Lehendakari reclame lo suyo. En realidad, la actitud del Lehendakari está
siendo demasiado comedida, pues únicamente está teorizando y sugiriendo que,
puesto que el Concierto nos permite establecer una imposición tributaria cuanto
más eficiente, se haga después de un acuerdo compartido. Negarse a esto, como
han hecho el PNV y el PP, es poner en tela de juicio la eficiencia real del
entramado institucional que todos deberíamos defender con orgullo pero sin
estridencias.
Nadie sabe aún quién será el que vaya a
ocupar la silla presidencial en la referida celebración anual del año que
viene. Tampoco lo sabe José Luis Bilbao, que solo se ha atrevido a anunciar que
no será el actual lehendakari. Da la impresión de que sus desatinadas palabras
sólo pretendieron molestar o impacientar desde la inoportunidad, lo cual no es
ni halagüeño ni saludable. Mejor hubiera sido que, a la vista de las
inevitables incertidumbres inherentes a los tiempos nuevos, hubiera aprovechado
su turno para infundir esperanzas y acercar posiciones con aquellos con los que
histórica y socialmente debería sentirse más cercano. Para andar por un camino
salpicado de escollos es mejor irlos eliminando previamente para dejar expedito
el camino de aproximación, que aprender a caminar sobre los mismos escollos con
el riesgo que ello comporta. El Diputado General se equivocó gratuitamente, y
bien que lo siento porque le tengo por un buen amigo (y compañero de Gabinete
Foral), y un nacionalista “progresista”.