COMO ACÉMILAS EN LA NORIA
¿Por qué se da la condición, nada paradójica, de que los
líderes políticos de las formaciones vascas utilizan enfoques y jergas tan
disímiles cuando hablan del mal llamado “conflicto vasco”? ¿Será acaso que esta
profusión de jergas obedece precisamente a la estrategia de añadir complejidad
al ya de por sí enrevesado conflicto? No negaré que existe un problema o
conflicto, pero resulta preocupante que los líderes políticos no lleguen a
ponerse de acuerdo ni siquiera en sus dimensiones ni en sus características más
elementales, es decir, en el diagnóstico del mal que nos ha venido aquejando:
el terrorismo de ETA. Porque el virus ha sido la existencia de ETA, aunque
luego los síntomas se hayan extendido por diferentes áreas del organismo vasco,
de la sociedad vasca principalmente, si bien la invasión se extendió a todo el
territorio del Estado español.
El virus bautizado como ETA pretendió contagiar a formaciones
políticas, entonces clandestinas, durante la década de los sesenta. La
dictadura franquista ponía un caldo de cultivo inmejorable porque las
formaciones políticas estaban ávidas de venganza tras treinta años de opresión
y falta de libertad. Sin embargo ni una solo, de las más importantes, optó por
apadrinar al terrorismo etarra. No lo hicieron las fuerzas españolas de la
izquierda social (comunistas y socialistas), ni lo hicieron los nacionalistas
vascos, a pesar de que los fundadores de ETA provinieran de sus filas. El PNV
renunció a apoyarles, más aún, expulsó de sus filas a los terroristas. Que
mientras duró el franquismo la beligerancia de los demócratas ante ETA fuera
escasa sólo obedeció al “miramiento” de los propios terroristas que elegían a
sus víctimas en los aledaños de la misma Dictadura, y al rechazo que anidaba en
las mentes de los ciudadanos hacia quienes ejercían el poder de forma
inmisericorde, utilizando a las Fuerzas del Orden para oprimir y coartar
libertades y convivencia, o aplicando la pena de muerte como método coercitivo
y amenazante.
De modo que todo lo que ETA ha protagonizado a partir de los
años ochenta, en que la Democracia se asentó en la sociedad vasca y española,
ha sido terrorismo brutal y gratuito, sólo achacable al capricho abominable de
quienes empuñaban las pistolas y aderezaban las bombas. Y sí, cabe tener en
cuenta que mientras ETA mataba hubo quienes pretendieron contrarrestarla de
malos modos, recurriendo a prácticas ilegales que, en todo caso, sólo
aterrorizaron a los propios terroristas o a sus cómplices, lo cual no es
justificante ni atenuante de nada.
Mientras ETA mataba y extorsionaba nos obsesionamos todos en
reclamar que los líderes políticos y los gobernantes no debían sacar provecho
de la violencia, ni los unos amedrentando ni los otros poniéndose como ejemplo
de recta conducta ante el terror. El terrorismo, como la tuberculosis o el
cáncer, era una lacra que atacaba igualmente a unos o a otros, no formalmente
porque las víctimas siempre eran del mismo lado, pero sí como enfermedad o como
práctica de conducta tan inhumana como abominable. Se pedía constantemente un
comportamiento ético de repulsa y rechazo al terrorismo etarra, pero los
líderes políticos no fueron capaces de uniformizar su lenguaje para que el
terrorismo y ETA se sintieran realmente arrinconados. La sociedad vasca, y la
española, necesitaron de un asesinato tan brutal como el de Miguel Ángel Blanco
para empezar a gritar con una sola voz y un solo eslogan. Fue necesario
demasiado tiempo, y sangre, y dolor, que siendo tan indiscriminados en su
condición y procedencia, auspiciaron que el grito se convirtiera en unánime.
Cuando ETA anunció su cese hace cuatro años, todos (sobre
todo los más directamente amenazados) respiramos. Pero ETA anunció su cese
porque su derrota había sido muy clara: la sufriente y pacífica sociedad le
había ganado la batalla que ETA había emprendido sin que hubiera ninguna
“Bastilla” que conquistar. Ese anuncio de ETA debería haberse culminado con un
proyecto de paz y convivencia normal, de comprensión sencilla, que no se basara
en un relato tan engañoso e interesado como el que ahora utilizan algunos
líderes políticos. Hay terroristas y hay víctimas. ¿Hay algo más? Para los
primeros, de momento, sólo cabe la aplicación de la Ley, porque han matado a
personas, han extorsionado y han perjudicado sin piedad. Y hay víctimas, de
diferente grado y condición, a los que se ha de tratar cuidadosamente,
procurando que se sientan resarcidos de sus perjuicios.
Lo perverso es que los terroristas no se arrepientan
realmente de sus fechorías, con la cerviz debidamente humillada. Lo brutal es
que sus cómplices se quieran justificar con disculpas tan poco consistentes
como las de la existencia de un conflicto que responde a una discusión propia
de enajenados mentales. Lo ruin es que los protagonistas del terror estén
jugando a aparecer y desaparecer en los actos y memoriales que se celebran como
si fueran funambulistas. Lo miserable es que quienes fueron cómplices
incondicionales del terror renieguen de buscar la concordia con los cercanos, y
llamen a “expertos” internacionales, despreciando la opinión de quienes fuimos
el blanco de las balas. Lo imperdonable es que no lleguemos a comprender que
ETA no consumó ni un solo acto encomiable. Lo incomprensible es que sigamos
dando vueltas a la noria, como acémilas adiestradas, buscándole razones a un
acontecimiento tan irracional y bárbaro como el terrorismo de ETA y sus
secuelas.
FDO. JOSU MONTALBAN