LLORARÉ ANTE
LAS LÁPIDAS BLANCAS
Las fotografías que ilustran
las noticias relacionadas con las migraciones muestran rostros
atribulados y sufrientes, sin embargo, dichos rostros deberían mostrarse
risueños y esperanzados por varias razones. Quienes aparecen en las imágenes
han alcanzado su destino o en todo caso han sido rescatados de las fauces de
los mares o los océanos cuando un inminente naufragio los hubiera llevado al
fondo de dichos mares. Hay veces que vienen pertrechados y protegidos por
chalecos salvavidas, pero son más las que muestran condiciones muy precarias
que solo protegidas por los dioses, o por una Providencia extraordinaria,
auguran el éxito. El estrecho de Gibraltar puede quedar taponado por los
cuerpos sin vida de los africanos que se empeñan en llegar a las costas del Sur
de Europa.
Las cifras son escalofriantes. Aunque el proceso migratorio
se produce de todas las formas posibles, es decir, por tierra, mar y aire,
protagonizado principalmente por los más pobres, por los parias de la Tierra,
también se producen migraciones de quienes, pertenecientes a clases medias o
acomodadas, sufren las precariedades que los gobiernos, principalmente los
conservadores, imponen en los empleos en sus países. Europa se ha convertido en
una tierra de promisión para los africanos, pero a su vez el trasiego de
europeos del Este hacia la Europa del Oeste o los países escandinavos, hace que
sea necesario cuestionar ya si el espíritu europeo actual responde a aquel que
auguraba una Europa más humana y solidaria.
Es evidente que no, que los caminos se han obturado y las
personas encuentran fronteras físicas insuperables donde antes solo había
fronteras culturales. Por todos los lados se alzan alambradas y se levantan
muros insuperables que sirven para cortar en seco las travesías de los menesterosos.
Al parecer, los gobiernos se muestran incapaces de resolver los problemas que
afectan al Mundo y a la Humanidad: matan a los perros (perdón por el término)
para combatir y erradicar la rabia. Las carreteras europeas, que quedaron en un
segundo término conforme se fueron construyendo las amplias autopistas, se han
abierto a las reatas de europeos del sur y africanos del norte que buscan el
futuro venturoso junto a sus mujeres y sus niños esperanzados. La Humanidad,
¡asombraos!, se ha vuelto “inhumana”… Porque el término “humanidad” no solo
refiere al conjunto de los humanos, entendidos como una colectividad, sino a la
bondad que han de ejercer entre ellos, a la compasión que han de sentir y a la
solidaridad que han de ejercer unos con otros, los poderosos y acomodados con
los más humildes y menesterosos.
Un falso y procaz impulso de supervivencia está provocando
reacciones abominables. Las Agencias que intentan mediar en las migraciones
encuentran dificultades insalvables para reconvertir las mentes de los
gobernantes de los países más ricos en mentes abiertas y solidarias. El
conservadurismo más selectivo se está adueñando de Europa, pero no solo eso,
porque en dicho conservadurismo cada vez brotan con mayor intensidad el racismo
y la xenofobia auspiciados en buena medida por los delirios de los yihadistas
que atentan sin control ni medida en todos los rincones europeos. A perro flaco
todo son pulgas. Los pobres que llegan en busca de un trozo de pan, de un techo
siquiera herrumbroso o de una escuela para sus hijos, encuentran vallas y
alambres con púas y, si no tales, los rostros dubitativos e inciertos de los
acogedores que quizás los ven como adversarios o enemigos, cuando no como un
riesgo definitivo para sus vidas.
No tienen prisa por llegar. Mucho menos por instalarse en un
lugar determinado, aunque la desesperación nunca les ciegue en suficiente
medida como para que no sepan qué destino buscan. Saben cuáles son los caminos
abiertos y cuáles los amurallados, saben en qué lugares les respetan y les tratan
como personas y en qué lugares les reciben con acritud y violencia, saben en
qué casa les abren la puerta aunque a continuación les despachen y saben en
cual les echan los perros para que antes de llegar ya inicien su retirada, su
huida. Sí, la Humanidad reside en el Mundo entero, que constituye su hábitat,
pero hay lugares en el Mundo en los que triunfa la inhumanidad, lugares
inhóspitos en los que las fronteras constituyen barreras infranqueables para
los más pobres.
Muchas han sido las fórmulas ensayadas y muchas han sido las
medidas adoptadas, incluso se ha especulado con el nombre que debe darse a
quienes solo son ciudadanos pobres que buscan una vida digna (emigrantes,
refugiados, exiliados, etc…). Los poderosos se han reunido muchas veces para intentar
dar soluciones humanas para ese problema tan humano como es el derivado de la
emigración. Pero las posibles soluciones han agravado el problema y le han
convertido en irresoluble. En un alarde de originalidad ha cabido todo, desde
poner al zorro a cuidar gallinas, como tal ha sido querer convertir a Turquía
en una especie de administrador de los flujos de emigrantes procedentes del
norte de África, hasta cerrar a cal y canto las fronteras. Países de marcado
carácter democrático como Dinamarca, han legislado para que se convierta en
delito el simple hecho de transportar o dar refugio a los inmigrantes sin
papeles. Más aún, Dinamarca aprobó una Ley que permite a su policía requisar a
los refugiados los bienes que superen los 1.340 euros, dicen que para
contribuir a su mantenimiento, pero a su vez los emigrantes son expulsados si
no cuentan con un trabajo regulado y remunerado. Tal hace Dinamarca ahora,
cuando antaño fue capaz de rescatar y acoger a muchos miles de judíos durante
la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué queda de aquel espíritu?
Que se haya resentido el espíritu escandinavo, siempre
respetuoso con los derechos humanos, debe constituir una llamada de alarma.
Recientemente el gobierno noruego advertía a las hordas emigrantes que tocaban
a su puerta: “No vengan por el Ártico, los echaremos a Rusia, sí a Rusia, a ese
país aliado del régimen sirio”. Las fronteras de Noruega se han cerrado
herméticamente. Nadie puede cruzarlas a pie, que es como llegan quienes acuden
en largas hileras, cabizbajos y meditabundos. La Política contra los emigrantes
ha llegado a límites supremos en Noruega de la mano de un partido político que
se denomina “del Progreso”, curiosa paradoja. Sus diputados debaten cómo
limitar los procedimientos de reagrupación familiar y la reducción, cuando no
suspensión, de todos los derechos y prestaciones que les han venido prestando
hasta ahora.
Si Dinamarca y Noruega obran de este modo, no les ha ido a la
zaga España, que dejó sin tarjeta sanitaria a los inmigrantes que no tenían
permiso de residencia en el país. Lo hizo con un Real Decreto de “Medidas
Urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones”. El título del Real Decreto
rebosa cinismo y desvergüenza, porque da la impresión de que han sido los
inmigrantes los que han provocado que la Salud no haya llegado a todos los
ciudadanos españoles. Por eso el Gobierno del PP dejó para los inmigrantes
solamente los servicios de urgencia, los partos y los cuidados posparto.
¡Desvergonzados!
Y bien, la Organización Internacional para las Migraciones
(OIM) ha anunciado recientemente que al menos 3.000 personas que huían de
África, fuera por hambre o por guerras, han muerto en el Mediterráneo en lo que
va de año –seis meses- mientras en todo el año 2015 los fallecidos fueron
3.700. Este es un adelanto de las negras cifras de la tragedia. Los emigrantes
buscan la dignidad para engalanar sus vidas tan miserables. A los migrantes
muertos los entierran en cementerios bajo lápidas anónimas, de mármol quizás, o
de cemento, blancas. Ni un solo nombre figura en dichas lápidas, pero ellas
anuncian la existencia de cuerpos sin vida que lloran constantemente, y
reclaman justicia y solidaridad. En todo caso esas lápidas abogan y exigen que
la Humanidad sea más humana.
Si un día llego a esos lugares tétricos y sin nombres lloraré
ante las lápidas blancas.
FDO. JOSU MONTALBÁN