VOY A ESCRIBIR SOBRE FIDEL CASTRO
Fidel Castro ha muerto… ¡Viva Fidel!
He dejado pasar tiempo suficiente para que mis opiniones
aparezcan algo más mesuradas. Veamos: en la mañana del 26 de Noviembre, el día
en que conocí la noticia de su muerte, escribí en Facebook: “Hay algo
ineludible en mi vida: si no hubiera existido Fidel Castro, y si Fidel no
hubiera dado su vida por la Revolución, y si Fidel no hubiera conseguido el
respeto internacional, y si no hubiera propiciado la transición al régimen
actual en el que los cubanos, a pesar de todos los pesares, se sienten
auténticos y dignos, si todo esto no hubiera ocurrido… YO NO HUBIERA SIDO COMO
SOY…”. Lo corroboro.
Mientras sus restos recorren Cuba, a todo lo largo y ancho de
la Isla, yo sigo reflexionando sobre lo que supuso en la vida de los jóvenes
como yo aquel hombre abnegado que pergeñó una revolución y consiguió derrocar a
un dictador sátrapa, como Batista, que estaba siendo apoyado por la primera
potencia militar y económica del Mundo, EEUU. Y triunfó la dignidad, y no solo
la suya, sino la de los cubanos, la de todos los cubanos, amedrentados por el
régimen de Batista, que accedió al poder mediante un Golpe de Estado que tuvo
lugar justamente unos meses antes de que debieran celebrarse las elecciones en
la isla, en las que el propio Batista era uno de los candidatos, el apoyado por
los todopoderosos Estados Unidos de América. De modo que la sublevación
capitaneada por Fidel, es decir la Revolución Cubana, no fue un levantamiento
contra el “orden establecido”, sino que fue una reacción ante el “orden
impuesto” por quien había protagonizado el Golpe de Estado.
Los jóvenes de mi tiempo, en su gran mayoría, vimos a Fidel
Castro como un valiente, un libertador que libraba a los cubanos y cubanas del
cepo de Batista y de las garras opresoras de los EEUU. Hubo, en el inicio, un
componente épico en el que las imágenes de Fidel el Barbudo, encaramado sobre
los tanques que entraban victoriosos en La Habana, nos encandiló. En España
“gobernaba” un dictador despiadado, Franco, que había necesitado matar a más de
un millón de españoles, en una Guerra Civil brutal y fratricida, para alzarse
con un poder omnímodo y todopoderoso. Frente a su figura autoritaria, -siempre
pertrechado en sus correajes brillantes, siempre exhibiendo las condecoraciones
que él mismo se había otorgado, siempre semioculto tras aquel bigote
autoritario…-, emergía aquel Fidel barbudo y resuelto, vestido como un
guerrillero, que echábamos en falta en esta España nuestra, para que Franco
cayera derrotado del mismo modo que había caído Batista. Fidel Castro, aunque
lo hiciera con un método tan drástico y espeditivo, impartía justicia en Cuba
del mismo modo que nosotros añorábamos que alguien la impartiera aquí, en
España.
La dictadura franquista había impuesto un silencio que
trascendía sus fronteras y marcaba la vida de todos los españoles. Mi padre,
que no era ningún revolucionario, sino un hombre entregado a sus obligaciones,
sumiso y obediente después de que Franco le “cortara las alas”, primero
imponiéndole una pena de muerte tras la guerra civil española, que luego se
quedó en tres años de prisión amenazado por una cadena perpetua que no llegó a
ser, hablaba de Fidel Castro en la intimidad de la casa. Me cogía por las
axilas para sentarme frente a él, y me contaba historias de la Guerra Civil en
que él había participado. Siempre terminaba en algún episodio heroico, en
alguna aventura cuyos protagonistas hubieran arriesgado sus vidas en exceso y
hubieran acabado triunfantes… Y casi siempre los protagonistas elegidos eran él
mismo y Fidel Castro. Ambos eran dos valientes entregados a causas muy nobles,
aunque él fuera del bando de los derrotados y Fidel fuera del de los
vencedores. A mi padre, que tenía nada de comunista, le gustaba mucho aquel guerrillero
y líder comunista, y por extensión le gustaban Rusia y los rusos, que se habían
volcado en ayudas a la nueva Cuba.
Ahora que ya ha pasado tanto tiempo, el juicio que muchos
hacen de Fidel Castro le presenta como culpable de satrapías que no lo son
tanto. Ha sido un hombre dotado de fe y armado de ambición y confianza. “El que
condene esta Revolución traiciona a Cristo”, llegó a decir en Agosto de 1960.
Si esta frase denotaba su fe, incluso su fe religiosa, son muchas más las citas
en que refleja su confianza en una victoria contundente y duradera. En Mayo del
60 dijo que “la contrarevolución se verá siempre aplastada por las realidades
de la Revolución”. No le faltaba razón porque lo que aquella victoria aportó a
todos los cubanos fue la dignidad, una nobleza que les ha ayudado a soportar la
escasez y el rigor de sus vidas después de que EEUU les sometiera a un bloqueo
económico casi inhumano que pudo ser superado mediante el compromiso de todos
los cubanos y el convencimiento de que la dignidad de los pueblos y de las
gentes y personas que los integran no se mide mediante el PIB.
Sin embargo, no ha cosechado sólo alabanzas tras su muerte.
Sus obituarios han visto más críticas que alabanzas, a pesar de que no sean
pocos los síntomas que denotan su notabilidad. Fidel Castro abandonó el poder
real hace diez años. Es cierto que no dejó su cetro en manos de un proceso
democratizador de la sociedad cubana, pero eran demasiadas las dudas y
excesivos los enemigos que acechaban a la espera para convertir la isla en una
especie de Museo. El modelo democrático al uso en otras civilizaciones no
parece ser el deseado por las autoridades cubanas que van a suceder a Fidel, y
a su sucesor y continuador Raúl. Y yo considero que es muy bueno que eso no
ocurra, porque Cuba es, aún hoy, casi el único reducto revolucionario, y no
violento, de cuantos pudiera haber. La Revolución permanece vigente hasta tal
punto que ninguna de las críticas desalmadas que se vierten contra ella ha
conseguido consolidar ninguna insurrección contra ella.
Sí, es verdad que se ha escrito mucho desde la muerte de
Fidel, pero se ha puesto demasiado énfasis en subrayar sus déficits
democráticos, que los hubo, como se ha puesto demasiado poco en relatar los
logros conseguidos, no solo los que han conformado una sociedad cubana
igualitaria dentro de su escasez, que nunca ha sido miseria, sino también el
importante realizado ejerciendo una solidaridad internacional por medio de la
“exportación” de médicos, sanitarios, educadores y científicos que han acudido
a todos los lugares del Mundo que han demandado su ayuda. Por eso resulta
conveniente subrayar el ejemplo que los cubanos han extendido por aquellos
lugares en los que las guerras y las catástrofes han infligido rigores y
carencias, léase Angola, cuerno de África, Irán, América latina, etc…
Fidel Castro se empeñó en una labor solidaria que no tuvo, en
sus comienzos, inclinaciones comunistas. Sus convicciones tenían más que ver
con el cristianismo en que fue formado y educado. Los jesuitas habían sido sus
primeros y más sólidos formadores, sin embargo, siempre le pudo su propio
liderazgo, de tal modo que sus largos y dilatados discursos se convertían en
encíclicas y tratados. No solo en Cuba, donde vivían sus incondicionales, sino
en toda América Latina, donde con ligeras variaciones llegaron a triunfar otras
“revoluciones”. De cuanto se ha escrito tras su fallecimiento deseo subrayar un
párrafo del periodista Jhon Carlin: “Después de su triunfo, Castro exportó la
Revolución armada a media América latina, inspiró a la izquierda en todos los
países en que no gobernaba el comunismo, envió un ejército a luchar en África
y, con la ayuda de sus amigos soviéticos, acercó al mundo entero como nunca a
la posibilidad del aniquilamiento nuclear. Todo lo cual me parecía difícil de
creer estando en Cuba, viendo los pocos coches que transitaban por las
maltrechas calles, lo limitada que era la dieta de los cubanos, lo humilde que
eran sus hogares. Pero también vi que a cambio de someterse a la voluntad de su
Luis XIV tropical (“el Estado soy yo”), y a diferencia de lo que veía en todos
los demás países latinoamericanos, nadie pasaba hambre, la salud era gratis y
de alta calidad para todos; el sistema de educación era admirable. Recuerdo
haber pasado una noche caminando por La Habana con media docena de profesores
jóvenes. Intimidado por la amplitud de sus conocimientos, se me ocurrió cambiar
el tema a la literatura inglesa, lo que había estudiado en la Universidad, pero
ahí también me tuve que rendir una vez que se pusieron a hablar de la poesía de
Ezra Pound”.
No tengo ninguna duda de que la Revolución, que ha sido obra
casi exclusiva de Fidel, podía haber sido otra, ejecutada con menos carencias
democráticas, quizás con mayores dosis de libertad, pero la obra de Fidel merece
un lugar de honor en la Historia de la Humanidad. Dijo él mismo que “la
Historia me absolverá”, pero la Historia es obra de los historiadores, entre
los que se cuentan personas de muy diversa condición y de diversas intenciones.
Yo no soy historiador, todo lo más soy un articulista que opino y relato una
realidad que mido y censuro desde el mayor respeto.
¡Querido Fidel,…yo sí te absuelvo! Y te agradezco tu ejemplo
que ha hecho que yo sea como soy: más humano y más valiente!
Fdo. JOSU
MONTALBAN