lunes, 19 de diciembre de 2016

VOY A ESCRIBIR SOBRE FIDEL CASTRO (Deia, 19 - 12 - 2016)




VOY A ESCRIBIR SOBRE FIDEL CASTRO

Fidel Castro ha muerto… ¡Viva Fidel!

He dejado pasar tiempo suficiente para que mis opiniones aparezcan algo más mesuradas. Veamos: en la mañana del 26 de Noviembre, el día en que conocí la noticia de su muerte, escribí en Facebook: “Hay algo ineludible en mi vida: si no hubiera existido Fidel Castro, y si Fidel no hubiera dado su vida por la Revolución, y si Fidel no hubiera conseguido el respeto internacional, y si no hubiera propiciado la transición al régimen actual en el que los cubanos, a pesar de todos los pesares, se sienten auténticos y dignos, si todo esto no hubiera ocurrido… YO NO HUBIERA SIDO COMO SOY…”. Lo corroboro.

Mientras sus restos recorren Cuba, a todo lo largo y ancho de la Isla, yo sigo reflexionando sobre lo que supuso en la vida de los jóvenes como yo aquel hombre abnegado que pergeñó una revolución y consiguió derrocar a un dictador sátrapa, como Batista, que estaba siendo apoyado por la primera potencia militar y económica del Mundo, EEUU. Y triunfó la dignidad, y no solo la suya, sino la de los cubanos, la de todos los cubanos, amedrentados por el régimen de Batista, que accedió al poder mediante un Golpe de Estado que tuvo lugar justamente unos meses antes de que debieran celebrarse las elecciones en la isla, en las que el propio Batista era uno de los candidatos, el apoyado por los todopoderosos Estados Unidos de América. De modo que la sublevación capitaneada por Fidel, es decir la Revolución Cubana, no fue un levantamiento contra el “orden establecido”, sino que fue una reacción ante el “orden impuesto” por quien había protagonizado el Golpe de Estado.

Los jóvenes de mi tiempo, en su gran mayoría, vimos a Fidel Castro como un valiente, un libertador que libraba a los cubanos y cubanas del cepo de Batista y de las garras opresoras de los EEUU. Hubo, en el inicio, un componente épico en el que las imágenes de Fidel el Barbudo, encaramado sobre los tanques que entraban victoriosos en La Habana, nos encandiló. En España “gobernaba” un dictador despiadado, Franco, que había necesitado matar a más de un millón de españoles, en una Guerra Civil brutal y fratricida, para alzarse con un poder omnímodo y todopoderoso. Frente a su figura autoritaria, -siempre pertrechado en sus correajes brillantes, siempre exhibiendo las condecoraciones que él mismo se había otorgado, siempre semioculto tras aquel bigote autoritario…-, emergía aquel Fidel barbudo y resuelto, vestido como un guerrillero, que echábamos en falta en esta España nuestra, para que Franco cayera derrotado del mismo modo que había caído Batista. Fidel Castro, aunque lo hiciera con un método tan drástico y espeditivo, impartía justicia en Cuba del mismo modo que nosotros añorábamos que alguien la impartiera aquí, en España.

La dictadura franquista había impuesto un silencio que trascendía sus fronteras y marcaba la vida de todos los españoles. Mi padre, que no era ningún revolucionario, sino un hombre entregado a sus obligaciones, sumiso y obediente después de que Franco le “cortara las alas”, primero imponiéndole una pena de muerte tras la guerra civil española, que luego se quedó en tres años de prisión amenazado por una cadena perpetua que no llegó a ser, hablaba de Fidel Castro en la intimidad de la casa. Me cogía por las axilas para sentarme frente a él, y me contaba historias de la Guerra Civil en que él había participado. Siempre terminaba en algún episodio heroico, en alguna aventura cuyos protagonistas hubieran arriesgado sus vidas en exceso y hubieran acabado triunfantes… Y casi siempre los protagonistas elegidos eran él mismo y Fidel Castro. Ambos eran dos valientes entregados a causas muy nobles, aunque él fuera del bando de los derrotados y Fidel fuera del de los vencedores. A mi padre, que tenía nada de comunista, le gustaba mucho aquel guerrillero y líder comunista, y por extensión le gustaban Rusia y los rusos, que se habían volcado en ayudas a la nueva Cuba.

Ahora que ya ha pasado tanto tiempo, el juicio que muchos hacen de Fidel Castro le presenta como culpable de satrapías que no lo son tanto. Ha sido un hombre dotado de fe y armado de ambición y confianza. “El que condene esta Revolución traiciona a Cristo”, llegó a decir en Agosto de 1960. Si esta frase denotaba su fe, incluso su fe religiosa, son muchas más las citas en que refleja su confianza en una victoria contundente y duradera. En Mayo del 60 dijo que “la contrarevolución se verá siempre aplastada por las realidades de la Revolución”. No le faltaba razón porque lo que aquella victoria aportó a todos los cubanos fue la dignidad, una nobleza que les ha ayudado a soportar la escasez y el rigor de sus vidas después de que EEUU les sometiera a un bloqueo económico casi inhumano que pudo ser superado mediante el compromiso de todos los cubanos y el convencimiento de que la dignidad de los pueblos y de las gentes y personas que los integran no se mide mediante el PIB.

Sin embargo, no ha cosechado sólo alabanzas tras su muerte. Sus obituarios han visto más críticas que alabanzas, a pesar de que no sean pocos los síntomas que denotan su notabilidad. Fidel Castro abandonó el poder real hace diez años. Es cierto que no dejó su cetro en manos de un proceso democratizador de la sociedad cubana, pero eran demasiadas las dudas y excesivos los enemigos que acechaban a la espera para convertir la isla en una especie de Museo. El modelo democrático al uso en otras civilizaciones no parece ser el deseado por las autoridades cubanas que van a suceder a Fidel, y a su sucesor y continuador Raúl. Y yo considero que es muy bueno que eso no ocurra, porque Cuba es, aún hoy, casi el único reducto revolucionario, y no violento, de cuantos pudiera haber. La Revolución permanece vigente hasta tal punto que ninguna de las críticas desalmadas que se vierten contra ella ha conseguido consolidar ninguna insurrección contra ella.

Sí, es verdad que se ha escrito mucho desde la muerte de Fidel, pero se ha puesto demasiado énfasis en subrayar sus déficits democráticos, que los hubo, como se ha puesto demasiado poco en relatar los logros conseguidos, no solo los que han conformado una sociedad cubana igualitaria dentro de su escasez, que nunca ha sido miseria, sino también el importante realizado ejerciendo una solidaridad internacional por medio de la “exportación” de médicos, sanitarios, educadores y científicos que han acudido a todos los lugares del Mundo que han demandado su ayuda. Por eso resulta conveniente subrayar el ejemplo que los cubanos han extendido por aquellos lugares en los que las guerras y las catástrofes han infligido rigores y carencias, léase Angola, cuerno de África, Irán, América latina, etc…

Fidel Castro se empeñó en una labor solidaria que no tuvo, en sus comienzos, inclinaciones comunistas. Sus convicciones tenían más que ver con el cristianismo en que fue formado y educado. Los jesuitas habían sido sus primeros y más sólidos formadores, sin embargo, siempre le pudo su propio liderazgo, de tal modo que sus largos y dilatados discursos se convertían en encíclicas y tratados. No solo en Cuba, donde vivían sus incondicionales, sino en toda América Latina, donde con ligeras variaciones llegaron a triunfar otras “revoluciones”. De cuanto se ha escrito tras su fallecimiento deseo subrayar un párrafo del periodista Jhon Carlin: “Después de su triunfo, Castro exportó la Revolución armada a media América latina, inspiró a la izquierda en todos los países en que no gobernaba el comunismo, envió un ejército a luchar en África y, con la ayuda de sus amigos soviéticos, acercó al mundo entero como nunca a la posibilidad del aniquilamiento nuclear. Todo lo cual me parecía difícil de creer estando en Cuba, viendo los pocos coches que transitaban por las maltrechas calles, lo limitada que era la dieta de los cubanos, lo humilde que eran sus hogares. Pero también vi que a cambio de someterse a la voluntad de su Luis XIV tropical (“el Estado soy yo”), y a diferencia de lo que veía en todos los demás países latinoamericanos, nadie pasaba hambre, la salud era gratis y de alta calidad para todos; el sistema de educación era admirable. Recuerdo haber pasado una noche caminando por La Habana con media docena de profesores jóvenes. Intimidado por la amplitud de sus conocimientos, se me ocurrió cambiar el tema a la literatura inglesa, lo que había estudiado en la Universidad, pero ahí también me tuve que rendir una vez que se pusieron a hablar de la poesía de Ezra Pound”.

No tengo ninguna duda de que la Revolución, que ha sido obra casi exclusiva de Fidel, podía haber sido otra, ejecutada con menos carencias democráticas, quizás con mayores dosis de libertad, pero la obra de Fidel merece un lugar de honor en la Historia de la Humanidad. Dijo él mismo que “la Historia me absolverá”, pero la Historia es obra de los historiadores, entre los que se cuentan personas de muy diversa condición y de diversas intenciones. Yo no soy historiador, todo lo más soy un articulista que opino y relato una realidad que mido y censuro desde el mayor respeto.

¡Querido Fidel,…yo sí te absuelvo! Y te agradezco tu ejemplo que ha hecho que yo sea como soy: más humano y más valiente!

Fdo.  JOSU MONTALBAN