EL BATIBURRILLO CATALÁN
No es nada fácil aplicar un rigor “académico al asunto
catalán, pero el sentido común resulta suficiente para deducir que el proceso
se les ha ido de las manos a los catalanes de todas las condiciones. Se les ha
ido a los que mandan en la Autonomía y se les ha ido a quienes son mandados.
Bien poco se puede decir de estos últimos a los que las consignas, verdaderas o
falsas, les han enrollado sin pararse a pensar que las vidas de los ciudadanos
de a pie son suficientemente complicadas como para que se distraigan en
reivindicaciones anecdóticas. Pero se puede decir mucho, y muy diverso, de
quienes han gobernado Cataluña hasta traerla al laberinto legal, político,
económico y social en que está metida. Los catalanes y las catalanas siguen
madrugando para acudir a sus trabajos (los que aún le conservan), hacen sus
compras en los grandes almacenes que responden a grandes cadenas comerciales o
multinacionales, se divierten en los bares y demás lugares de recreo de sus
pueblos y ciudades, y pasean por las ramblas y jardines aprovechando las
sombras cuando el sol golpea las testuces en exceso. Es decir, hacen lo mismo
que cualquier otro español.
Mientras esto acontece, la clase política catalana permanece
embarullada en un bucle absurdo. El entramado de partidos de ámbito
exclusivamente catalán se ha deshecho para dejar paso a formaciones políticas
inexpertas y, sobre todo, desideologizadas, a las que solo les ocupa, -o mejor,
les obsesiona-, la constitución de un Estado catalán: la independencia.
Todo en Cataluña es provisional. Todo es poco serio en el
debate político porque el objetivo es inasumible, inaceptable e inalcanzable.
Al menos lo es mediante métodos o cauces normales y lógicos. Ni la Historia, ni
la evolución, ni el comportamiento de los políticos catalanes constituyen una
garantía, hasta tal punto que es muy difícil comprender a una ciudadanía que
sale a las calles a reivindicar quimeras que solo satisfacen a las élites
dirigentes. Cataluña quiere abandonar España, según dicen, a pesar de que ha
pertenecido a ella, de una u otra manera pero siempre voluntariamente, casi
desde el principio de los tiempos. No es ningún exceso afirmar que la unidad
lingüística, legislativa y económica de Cataluña y España data de hace casi
2000 años. Que esa unidad se convierte en unidad territorial y política allá
por 1714, o que cuando en 1812, en Cádiz, fue aprobada la famosa Constitución
de Cádiz llamada la “Pepa”, fueron los diputados catalanes los más entusiastas
de todos los diputados españoles.
No obstante debemos aceptar que han cambiado los tiempos, y
que el Parlamento catalán lo componen ahora mismo formaciones políticas de
diferente cariz que no tienen en cuenta el rigor de la Historia y, lo que es
peor, la ignoran y la desprestigian porque sus objetivos actuales son más
arteros e irresponsables. La vieja Convergencia y Unió (CiU) se ha quedado en
nada, disgregada y víctima de la corrupción más endiablada. La famosa CUP es
tan poco eficaz a la hora de convencer
con sus propuestas que precisa de “armas” resolutivas para hacerse escuchar
como, por ejemplo, un zapato arrojadizo que manejó a la perfección su máximo
responsable en el Parlamento catalán. Salvo ERC nada queda en el ámbito
exclusivamente catalán que mantenga su identidad y siga fiel a su antigua
estrategia. En medio de este maremágnum Cataluña y los catalanes están siendo
manejados y manipulados por un grupo de irresponsables que se consideran
pléyade pero no pasan de caterva.
Desde hace demasiado tiempo Cataluña marcha a la deriva.
Probablemente quienes menos se dan cuenta de ello son los propios catalanes,
pero quienes les gobiernan hacen de sus capas sayos, convirtiendo las calles
catalanas en trayectos atiborrados de descontentos que no saben bien la razón
de sus enfados. ¿Acaso no fue un desprecio hacia los catalanes y las catalanas
que su actual President, Puigdemont, anunciara que su cargo era provisional y
temporal, en tanto se culminara la consulta ilegal? ¿Acaso no ha sido un abuso
de autoridad destituir de forma fulminante al consejero Jordi Baget porque
advirtiera de que el referéndum del 1 de Octubre “probablemente” no se podría
celebrar? ¿Qué es exactamente Puigdemont, un President o un caudillo? Las
palabras del conceller destituido no dejan espacio a las dudas: “Una parte del
Gobierno no estamos en el núcleo duro de las decisiones…A mí y a otros, ¿se nos
consulta la estrategia de lo que tenemos que hacer? No… Quienes no estamos
tendremos que tomarlas (las decisiones) con muy poco tiempo sobre cosas que no
habremos podido madurar”. Da la impresión de que el Señor Baget no fue
informado de que el Gobierno al que pertenecía solo debía ocuparse en poner en
marcha y desarrollar el referendunm es decir, cumplir la única voluntad de
Puigdemont y del “escondido” Artur Mas.
El desarrollo, -o no-, del referéndum catalán se ha
convertido en el asunto de debate más
importante de la política española. Se ha convertido en un desafío en el que
una de las partes actúa sin ninguna legalidad que cumplir, y la otra se muestra
remisa a la hora de aplicar la legalidad que le asiste. Puigdemont aspira a la
heroicidad de los desobedientes. ¿Actúa del mismo modo él que como pretende que
actúe el Estado, cuando algún catalán o grupo de catalanes infringe alguna ley
catalana? Puigdemont va de bravo, como el toro que arremete contra los toreros
o los trajes de luces pero, una y otra
vez, se estrella contra las tablas del burladero. Frente al Artículo 155 de la
Constitución Puigdemont no para de provocar, su insistencia comienza a ser enfermiza.
De nada le sirve que el Tribunal Constitucional haya anulado las partidas
destinadas a cubrir el presupuesto catalán necesario para llevar a buen término
el referéndum. Como Felipito Tacatún él, erre que erre, sigue. Peor aún, ha
planteado proclamar la secesión en dos días si ganara el “sí”. Su prepotencia,
unida a la cobardía de tantos catalanes (principalmente de las élites) que no
responden a sus bravuconadas, va a ser un proyectil nefasto para Cataluña y
para España. Ha dicho, erigiéndose en portavoz de todos los catalanes: “Nos tienen
miedo, y más miedo que les daremos”. No ha dicho a quién meterán aún más miedo,
pero puede que tenga razón a tenor de la escasa respuesta que viene recibiendo
por parte de las cuatro fuerzas mayoritarias en el ámbito estatal: PP. PSOE,
Podemos y Ciudadanos.
Cabría una estrategia alternativa que intentara mediar con el
Gobierno catalán para encontrar alguna alternativa al desastre protagonizado
por Puigdemont, Mas y Cia., pero de ahí a olvidar que el Artículo 155, junto al
resto de la Constitución Española, fue aprobado por el 91% de los votantes
catalanes, cinco puntos por encima del 86% de los votantes que la aprobaron en
Madrid (¿centralistas españoles?), va un abismo. La Constitución no es una
amenaza, sino una garantía. Las cifran que ofrecen los independentistas
constituyen un tocomocho propio de trileros, porque aunque es verdad que 787
ayuntamientos (de los 948 que hay) se ofrecen a colaborar con el Gobierno
catalán en el referéndum, ellos solo agrupan al 43% de la población. Al menos
dos de las cuatro capitales de provincia no apoyan ni colaborarán con el
referéndum. Sólo Gerona está por la labor, porque Ada Colau dice sí pero no y
no pero sí, es decir que casi seguro que no.
Por eso, va siendo hora de que la Constitución ampare a los
españoles y a los catalanes, que también lo son. El Artículo 155 no es un
látigo que espera a chasquear con tra quien se insubordine en exceso, sino un
instrumento útil para fortalecer el Estado y convertirle en defensor de los
ciudadanos. Cualquier negociación o acuerdo entre el Estado y la Comunidad
Autónoma catalana debe tener en cuenta que la Constitución existe, que fue
aprobada por una mayoría aplastante de españoles, y que consta de 169
Artículos, todos ellos fundamentales para sustentar un Estado que garantice la
libertad y el bienestar de todos los españoles y de todos los catalanes. ¿Por
qué habríamos de dejar fuera de esa garantía a los catalanes?... Ni siquiera al
Presidente Puigdemont…
Fdo. JOSU MONTALBÁN