EL SILENCIO Y LA DISCRECIÓN DE LOS LÍDERES POLÍTICOS
Estoy convencido de que el final definitivo del terrorismo de
ETA llegará en un momento en que los dirigentes de los partidos políticos dejen
de hablar de ello del modo que muchos de ellos lo vienen haciendo actualmente,
de forma gratuita. Si ETA decidió en su día abandonar la lucha armada, -que es
como llamaban a sus macabras felonías y atrocidades-, malo será que los líderes
políticos se empeñen de nuevo en discutir públicamente sobre la idoneidad de
tal lucha, o sobre su eficacia. Durante demasiado tiempo hubo osados líderes, y
no todos pertenecientes a la izquierda abertzale, que se mostraron incapaces de
condenar los asesinatos y extorsiones mediante “peros” y “aunques”. Había
quienes, mostrando su convencimiento de que ETA había sido un cambatiente vital
contra la Dictadura franquista, no debería dejar de actuar hasta que la
dictadura fuera de toda vigencia. A esos ni siquiera la superación del amago de
golpe de Estado de Tejero les bajó del burro, y han seguido hasta hace bien
poco, erre que erre, alegrándose con las bombas y con los tiros en la nuca.
Continúan aún en esa obsesión partidista que siempre utilizan para consolidar
la fidelidad de sus votantes y, quizás, para curarse en salud. ¿Y los otros?
Los otros deberían evitar alimentar discusiones que son
superfluas y aportan muy poco a la consolidación de la paz y de la convivencia.
De pronto, en este agosto tranquilo y caluroso, el ínclito Pernando Barrena ha
afirmado que “el PP y el PSOE han usado la violencia y el terrorismo de Estado
con fines políticos”, y ha añadido que “el PNV ha hecho lo propio con la
Ertzantza”. Para adornar su osadía ha añadido que “si lo que se exige a la
izquierda abertzale es que abjure de su pasado y planteamientos ideológicos,
esto no va a pasar porque no tiene ningún sentido”. Imagino a Pernando Barrena
al final de la entrevista en la que dijo todo esto palpándose el pecho,
apsadumbrado por su osadía, si aún le queda algo de decencia, y tomándose media
docena de copas de orujo para poder llevar encima su culpabilidad y su
insensatez.
Los líderes de los tres partidos aludidos (PP, PSOE y PNV)
han salido a responder. Y ha habido una frase que han utilizado los tres, de
forma clara o velada, que coincide curiosamente con otra dicha por Barrena y su
cohorte de impostores de la paz actual: “Lecciones, las justas”. Es esta una
frase que siempre exige explicaciones, pero es evidente que cincuenta años de
terrorismo etarra están causando en el País Vasco tanta degradación moral como
los casi cuarenta de la Dictadura. Empieza a ser urgente que la pacificación de
la sociedad vasca (y española), frente al pasado de confrontación, dejen de
protagonizarla tantos atrevidos líderes políticos que tienen como objetivo
prioritario los votos, aunque sepan muy bien que el logro de la paz y la buena
convivencia sean también primordiales.
Hay que avanzar, y para eso es mejor cultivar la Ética que
imponer la venganza. Ahora los amenazados de antaño se han erigido en víctimas
del presente. Protestan, con razón, y exigen justicia, aunque con tanta rabia,
lógica, que parece venganza. Sobre víctimas y victimarios, justicia o venganza,
cabe cualquier posición pero si, como todos queremos creer, ETA ha finiquitado
su presencia entre nosotros, será bueno que se zanjen todas esas cuestiones que
los líderes políticos sacan a colación de forma interesada para potenciar un
debate que crispa más que apacigua, que enrarece más que aclara, y que
desacredita a los líderes y pone en entredicho la eficacia de la Política para
resolver los problemas sociales de la diaria convivencia entre humanos.
Nadie debe pensar que con estas reflexiones propongo el
desistimiento ante el rumbo inevitable que ha tomado el proceso de pacificación
en Euskadi y en España. Los ciudadanos saben lo que ocurrió, y quién o quiénes
fueron los auténticos culpables. Está ya suficientemente contrastada la
justicia que encierra todo comportamiento ético y aunque hay quienes dudan de
que toda justicia (Ley) no siempre sea ética, parece impepinable que es más
ético exigir el cumplimiento de una ley dudosa que permitir el incumplimiento.
En todo caso, para terminar, hay que subrayar el buen comportamiento de la
gente, la reacción esperanzada de esta sociedad que, de vez en cuando, se ve
turbada por ciertos líderes políticos en los que pesa más el quedar bien ante
la ciudadanía que la decencia. En realidad, prefieren no dar el brazo a torcer,
pero no se dan cuenta de que han vivido durante mucho tiempo con el brazo
torcido, en una u otra dirección.
Los terroristas han de cumplir sus penas mientras tantos
ciudadanos llevan su pena a cuestas, a flor de piel, en sus miradas, en sus
manos temblorosas, en sus palabras.
Fdo. JOSU MONTALBAN