20 D: ELECCIONES TRASCENDENTALES
Todo hace presagiar que las Elecciones Generales del 20 de
Diciembre van a ser realmente trascendentales. De pronto se han encendido todas
las alarmas. Quien ocupe el sillón principal del nuevo Gobierno va a convertir
la Moncloa en una mansión llena de preocupaciones. A las inherentes a cualquier
gobierno de cuantos han dirigido España después del franquismo habrá que añadir
las derivadas de la inestabilidad parlamentaria ahora que el bipartidismo se
tambalea, las extraordinarias dificultades que conllevará dar solución al
problema que se ha desencadenado en Cataluña, que va a requerir
obligatoriamente medidas drásticas y audaces, y seguir respondiendo del modo
menos traumático posible a las obligaciones y castigos que, en el plano
económico, nos impondrá Europa a base de amenazas de rescate.
Los españoles no estamos para bromas. El desempleo es
excesivo y, por si fuera poco, son demasiados los trabajadores que soportan
cotas de pobreza altas. Ya, un trabajo no es garantía de casi nada, ciertamente
el que no lo tiene lo busca con ansiedad para evitar la miseria, pero un empleo
no garantiza la suficiencia ni la dignidad. Por más que el actual Gobierno, ya
saliente, se pavonee de haber invertido las cifras del desempleo en solo cuatro
años gracias a las medidas que ha adoptado, el ambiente sigue siendo raro, los
trabajos son demasiado precarios, y la cobertura del desempleo insuficiente.
Además, esa promesa que todos los líderes entonan a coro, consistente en crear
nuevos empleos, no es explicable y resulta casi imposible de creer. De modo que
el tiempo futuro seguirá inmerso en una nebulosa parecida a la que ha venido
enturbiando el tiempo pasado: no habrá empleos para todos, no habrá rentas
suficientes para todos con el modelo socioeconómico actual.
La trascendencia de estas Elecciones tiene que ver también
con la nueva oferta electoral, que se sustenta en el descrédito de la “vieja
política” y la caída del mal llamado bipartidismo. Las fuerzas emergentes,
-Ciudadanos y Podemos-, adolecen de un exceso de voracidad y parecen dispuestas
a todo para alzarse con el poder. Serían capaces de negar su propia
legitimidad, si fuera necesario, con tal de convertir en cenizas a quienes, con
luces y sombras, han protagonizado una Transición a la Democracia, que podía
haber sido mejor pero también muchísimo peor.
A base de denigrar las acciones de los políticos corruptos,
que son muy pocos en comparación con los políticos que no lo son, han
conseguido defenestrar la Política y convertir a los políticos en muñecos de
pimpampum. Recuperar el buen nombre de la Política va a ser una tarea costosa,
sobre todo si, como parece, el bipartidismo sigue al frente de la situación con
el PSOE y el PP diezmados pero mayoritarios. ¿Serán capaces Ciudadanos y
Podemos de cambiar su estrategia de hostigamiento sin límites a los partidos
del bipartidismo, y afanarse en la construcción del futuro con todos los demás
agentes políticos y sociales llamados a hacerlo?
Y por fin, se trata de una Elecciones trascendentales porque
el Estado se muestra resquebrajado. No sólo es España lo que se ha roto, o está
en riesgo de romperse, es el Estado el que tiene sus costuras deshilachadas,
tanto, que quizás el federalismo aliñado con singularidades, que promete el
PSOE puede ser insuficiente. Los españoles que aún admiten seguir llamándose de
ese modo se muestran mucho más orgullosos portando la bandera de su región o
nacionalidad que llevando la bandera española. Y por si ese proceso de desapego
no fuera suficiente Cataluña ha iniciado un camino hacia un abismo en el que no
cabe ninguna posibilidad de hallar ninguna solución compartida. “¡Visca la
república catalana!”, ha dicho la señora Forcadell, tras ser ccoronada como la
segunda autoridad de Cataluña, en la primera práctica secesionista formal del
Parlament catalán. Por eso, el futuro es una incógnita de difícil solución. Lo
más grave no es que Rajoy haya dejado pasar tanto tiempo de incertidumbre sin
favorecer un cambio de rumbo de la nave catalana, lo grave es que el capitán
Mas sea, y se haya empecinado en serlo, un obtuso presidente capaz, como lo fue
Sansón, de destruir el templo catalán aunque muera el bajo las ruinas.
No hay marcha atrás. ¿De qué puede servir que Pedro Sánchez
se empecine en proponer caminos alternativos a ese secesionismo cuya
consecución está ya en el ADN de Mas, y de demasiados catalanes? Sólo unos
resultados electorales que puedan ser interpretados como una auténtica
sublevación de los catalanes ante los devaneos independentistas puede variar el
rumbo de la travesía. Artur Mas no acepta convertirse en presidente de un
estado federado, probablemente porque el destino que le tienen reservado los
dioses que alberga en su cabeza está al lado de Obama, tratándose de igual a
igual.
Se trata de unas Elecciones trascendentales por cuanto he
detallado, pero no solo por eso, también por el hecho de que quien dirija la
Política española durante los próximos cuatro años se va a ver ante la tesitura
de opinar sobre veredictos tan comprometidos como los del caso Urdangarin, el
caso Gürtel, la trama Punica, los ERE de Andalucía, los ERE catalanes, el
escándalo del expresidente Pujol y su familia, la corrupción del 3% en
Cataluña, el caso Bárcenas, y tantos otros acontecimientos dolorosos y
miserables que han venido manchando nuestra Historia más reciente. Estando en
Euskadi, como estoy, me atrevo a afirmar que la consolidación de la paz y la
construcción de la nueva convivencia, tras el final del terrorismo de ETA, sólo
va a ser la guinda del pastel.
Bueno será que nos empeñemos en asumir las mayores cotas de
responsabilidad ante las próximas Elecciones. No encuentro calificativo más
atinado para ellas que “trascendentales”.
Fdo. JOSU MONTALBAN