REGENERAR LA SOCIEDAD PARA REGENERAR LA POLÍTICA (Y VICEVERSA)
Es necesario regenerar la
Política. ¿Es necesario, realmente, regenerar la Política? La respuesta
inmediata es afirmativa, pero admite muchos matices posteriores, porque no es
la Política únicamente la que está degenerada, sino los políticos (personas)
que se amparan en ella para apropiarse de lo ajeno y engordar sus patrimonios.
Regeneración significa, en una de
sus acepciones, “renovación moral”, de modo que quienes claman a gritos por la
regeneración están admitiendo que la Política no es mala en sí misma, que se
apoya en un comportamiento ético y que nunca ha sido un oficio tendente
exclusivamente a lograr el enriquecimiento de quien la ejerciera sino una
disciplina dirigida a conseguir el máximo bien posible para los ciudadanos que
viven sometidos a sus decisiones. La Política es, por tanto, un servicio a la
ciudadanía y, como tal, ha de redundar siempre en su beneficio y nunca en el
concreto beneficio de quienes la ejercen.
Han sido demasiados los casos de
corrupción que, uno tras otro, han aparecido ante nuestros ojos, sin embargo
sólo la corrupción política está llenando las páginas o los programas
informativos, pero en los últimos tiempos han aparecido con la misma frecuencia
noticias de corruptelas millonarias en
ámbitos bien diversos que también forman parte de nuestras vidas y conviven en
sanísima armonía con la corrupción política: amañamiento de partidos de tenis
para influir en las apuestas, Federaciones deportivas con las cuentas tan
desordenadas como fraudulentas, uso de sustancias dopantes que terminan
falseando los resultados de las competiciones, ingenierías financieras en las
que primar los trucos para ocultarle al fisco las ganancias que deberían
contribuir a él, falsificaciones de motores de automóviles, utilizaciones de
redes de blanqueo de dinero, clínicas que decían arreglar dentaduras a precios
asequibles para los más pobres que constituyen tapaderas de negocios
oscurísimos, bancos chinos que obran con arteras intenciones tras haber
conseguido sus clientelas mediante promesas tan suculentas como falsas,
ocultación de condiciones en ventas “on line” que terminan arruinando a los
ilusionados compradores, ofertas halagüeñas que se convierten en cárceles
cuando a las palabras del charlatán-vendedor de tales se le aplican normas o
leyes que el vendedor omitió en sus explicaciones… Bien, ¿y qué?
La corrupción de los políticos es
otra cosa, porque al propio hecho delictivo se suma el hecho de que cuando se
sometieron al proceso electoral lo hicieron bajo promesas de moralidad
intachable en sus comportamientos, y propuestas de medidas de control tan
meticulosas que no cupiera en ellas la más mínima irregularidad, mucho menos
ilegalidad. Pero los resultados, como se viene viendo, no responden fielmente a
las previsiones iniciales, porque en medio de todo ello están tantas
debilidades, vicios y desviaciones que, siendo achacables a la condición humana
tan vulnerable, deberían haber sido descartadas de forma tajante y definitiva
por quienes dicen estar dispuestos a servir a la comunidad. Digo a “servir”,
que no solo a ser útiles, y lo digo en el más puro de sus significados que es
“ponerse al servicio de alguien”, de sus necesidades, de sus condiciones de
vida, de su dignidad.
La corrupción ha estado presente
en la Política y en los políticos porque se ha venido ejerciendo en el seno de
una sociedad depauperada material y moralmente, en la que han cabido todo tipo
de tropelías que, lejos de degradar o desacreditar a quienes las han protagonizado,
los han encumbrado por “estar donde tenían que estar en el momento oportuno”,
por valientes, por listos o por espabilados. Cada político corrupto ha solido
asistir a fiestas, siempre como convidado, en las que ha sido agasajado por
gentes que han venido precedidas por la fama de poseer fortunas cuantiosas o
capitales sobrados. Cada político corrupto ha sido tentado con añagazas
diversas y con el halagüeño cebo de comer la fruta prohibida del Árbol del Bien
y del Mal en un Paraíso abierto a todos sus caprichos… Y ha caído en la trampa.
Desde luego que no es ningún atenuante el hecho de que haya sido obsequiado tan
desmedidamente, pero es un síntoma de que más allá del mero hecho de que el
sistema capitalista esté aceptado como uno más, protegido por leyes y
principios de dudosa comprensión y legitimidad, y que por eso la propiedad
privada sea la gran verdad a proteger, me permito afirmar que el capitalista es
un sistema corrupto en sus esencias y en sus comportamientos, del mismo modo
que el capitalismo es un régimen o ideología cuya finalidad no es servir por
igual a todos los ciudadanos sino que, partiendo de premisas falsas, termina
por perpetuar diferencias y convertir al dinero en el gran factos diferenciador
de los humanos.
Alguien estará pensando que, dada
mi condición de “político”, pueda estar “justificando” la corrupción de los
políticos como si se tratara de una consecuencia lógica de la corrupción
social. Nada de eso, porque es exigible a los políticos un comportamiento
ejemplar, al menos desde el momento en que ponen su rostro en un cartel
electoral y se someten al veredicto de las urnas. Desde ese momento se
convierten en personas con unas obligaciones especiales, de las que la
ejemplaridad ética y moral es la más inalienable, mientras que quienes
depositan su papeleta en la urna (todas las demás) pueden acudir a ellas
invadidos por las más perversas intenciones. No justifico nada, pero si hay que
dar al césar lo que es suyo y a dios también lo suyo, empiezo a estar algo
cansado de que, por ejemplo, en las gradas de los estadios españoles, a la
espera de que unos caprichosos multimillonarios salgan al campo derramando
señales de la cruz o supersticiones diversas, personas (hinchas o aficionados)
que quizás cobran escuetos salarios o subsidios de desempleo, nunca recalan en
criticar que los salarios de sus ídolos constituyen millones de euros limpios
de polvo y paja, sujetos a modalidades de contratación pensadas para evadir
impuestos y facilitar la evasión de capitales. Peor aún, tampoco llegan a
criticar a los jeques o multimillonarios asiáticos que compran clubs y se
convierten en traficantes de personas (futbolistas) mercadeando con gentes a
las que convierten, la mayoría de las veces, en estúpidos pintarrajeados hasta
las cejas. Y peor aún, tampoco tienen en cuenta ni critican siquiera que los
estamentos que dirigen ese fútbol profesional están en manos de personas que
han sido apartadas de sus cargos por corruptos y se resisten a abandonar lo que
les ha reportado tan pingües beneficios.
Mientras la sociedad se comporta
de eso modo, entre complacencias laxas y ensañamientos bravíos, surgen los
apóstoles del regeneracionismo, como Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse),
capacees de proponer en un programa de gobierno la creación de una Secretaría
para la Lucha contra la Corrupción pero, eso sí, dirigida por él mismo que,
descendido del Cielo en medio de un halo luminoso y deslumbrante, será el Ángel
de la Guarda de la Política y de los políticos españoles. Como afirma Santos
Juliá en un artículo: “Que se regeneren ellos, los degenerados”. La corrupción
es un mal extendido por la sociedad, tanto o más que sobre la Política. Cada
corrupto, político o no, implica uno o varios corruptores igualmente corruptos,
políticos o no. Hay que combatir la corrupción, la de todos, y armar éticamente
a la sociedad para que en ella no lleguen a ser corruptos tampoco quienes son
elegidos para dirigirla. Pero los arcángeles flamígeros, que buscan convertirse
en dioses, no son lo más indicado para luchar contra ella, principalmente
porque la infalibilidad de la que están poseídos nunca está suficientemente
contrastada, y puede hacer que se les afloje la “tuerca” de la decencia.
FDO. JOSU
MONTALBAN