miércoles, 16 de marzo de 2016

REGENERAR LA SOCIEDAD PARA REGENERAR LA POLÍTICA (DEIA, 16 - 03 - 2016)


REGENERAR LA SOCIEDAD PARA REGENERAR LA POLÍTICA  (Y VICEVERSA)

Es necesario regenerar la Política. ¿Es necesario, realmente, regenerar la Política? La respuesta inmediata es afirmativa, pero admite muchos matices posteriores, porque no es la Política únicamente la que está degenerada, sino los políticos (personas) que se amparan en ella para apropiarse de lo ajeno y engordar sus patrimonios.
Regeneración significa, en una de sus acepciones, “renovación moral”, de modo que quienes claman a gritos por la regeneración están admitiendo que la Política no es mala en sí misma, que se apoya en un comportamiento ético y que nunca ha sido un oficio tendente exclusivamente a lograr el enriquecimiento de quien la ejerciera sino una disciplina dirigida a conseguir el máximo bien posible para los ciudadanos que viven sometidos a sus decisiones. La Política es, por tanto, un servicio a la ciudadanía y, como tal, ha de redundar siempre en su beneficio y nunca en el concreto beneficio de quienes la ejercen.
Han sido demasiados los casos de corrupción que, uno tras otro, han aparecido ante nuestros ojos, sin embargo sólo la corrupción política está llenando las páginas o los programas informativos, pero en los últimos tiempos han aparecido con la misma frecuencia noticias de corruptelas  millonarias en ámbitos bien diversos que también forman parte de nuestras vidas y conviven en sanísima armonía con la corrupción política: amañamiento de partidos de tenis para influir en las apuestas, Federaciones deportivas con las cuentas tan desordenadas como fraudulentas, uso de sustancias dopantes que terminan falseando los resultados de las competiciones, ingenierías financieras en las que primar los trucos para ocultarle al fisco las ganancias que deberían contribuir a él, falsificaciones de motores de automóviles, utilizaciones de redes de blanqueo de dinero, clínicas que decían arreglar dentaduras a precios asequibles para los más pobres que constituyen tapaderas de negocios oscurísimos, bancos chinos que obran con arteras intenciones tras haber conseguido sus clientelas mediante promesas tan suculentas como falsas, ocultación de condiciones en ventas “on line” que terminan arruinando a los ilusionados compradores, ofertas halagüeñas que se convierten en cárceles cuando a las palabras del charlatán-vendedor de tales se le aplican normas o leyes que el vendedor omitió en sus explicaciones… Bien, ¿y qué?
La corrupción de los políticos es otra cosa, porque al propio hecho delictivo se suma el hecho de que cuando se sometieron al proceso electoral lo hicieron bajo promesas de moralidad intachable en sus comportamientos, y propuestas de medidas de control tan meticulosas que no cupiera en ellas la más mínima irregularidad, mucho menos ilegalidad. Pero los resultados, como se viene viendo, no responden fielmente a las previsiones iniciales, porque en medio de todo ello están tantas debilidades, vicios y desviaciones que, siendo achacables a la condición humana tan vulnerable, deberían haber sido descartadas de forma tajante y definitiva por quienes dicen estar dispuestos a servir a la comunidad. Digo a “servir”, que no solo a ser útiles, y lo digo en el más puro de sus significados que es “ponerse al servicio de alguien”, de sus necesidades, de sus condiciones de vida, de su dignidad.
La corrupción ha estado presente en la Política y en los políticos porque se ha venido ejerciendo en el seno de una sociedad depauperada material y moralmente, en la que han cabido todo tipo de tropelías que, lejos de degradar o desacreditar a quienes las han protagonizado, los han encumbrado por “estar donde tenían que estar en el momento oportuno”, por valientes, por listos o por espabilados. Cada político corrupto ha solido asistir a fiestas, siempre como convidado, en las que ha sido agasajado por gentes que han venido precedidas por la fama de poseer fortunas cuantiosas o capitales sobrados. Cada político corrupto ha sido tentado con añagazas diversas y con el halagüeño cebo de comer la fruta prohibida del Árbol del Bien y del Mal en un Paraíso abierto a todos sus caprichos… Y ha caído en la trampa. Desde luego que no es ningún atenuante el hecho de que haya sido obsequiado tan desmedidamente, pero es un síntoma de que más allá del mero hecho de que el sistema capitalista esté aceptado como uno más, protegido por leyes y principios de dudosa comprensión y legitimidad, y que por eso la propiedad privada sea la gran verdad a proteger, me permito afirmar que el capitalista es un sistema corrupto en sus esencias y en sus comportamientos, del mismo modo que el capitalismo es un régimen o ideología cuya finalidad no es servir por igual a todos los ciudadanos sino que, partiendo de premisas falsas, termina por perpetuar diferencias y convertir al dinero en el gran factos diferenciador de los humanos.
Alguien estará pensando que, dada mi condición de “político”, pueda estar “justificando” la corrupción de los políticos como si se tratara de una consecuencia lógica de la corrupción social. Nada de eso, porque es exigible a los políticos un comportamiento ejemplar, al menos desde el momento en que ponen su rostro en un cartel electoral y se someten al veredicto de las urnas. Desde ese momento se convierten en personas con unas obligaciones especiales, de las que la ejemplaridad ética y moral es la más inalienable, mientras que quienes depositan su papeleta en la urna (todas las demás) pueden acudir a ellas invadidos por las más perversas intenciones. No justifico nada, pero si hay que dar al césar lo que es suyo y a dios también lo suyo, empiezo a estar algo cansado de que, por ejemplo, en las gradas de los estadios españoles, a la espera de que unos caprichosos multimillonarios salgan al campo derramando señales de la cruz o supersticiones diversas, personas (hinchas o aficionados) que quizás cobran escuetos salarios o subsidios de desempleo, nunca recalan en criticar que los salarios de sus ídolos constituyen millones de euros limpios de polvo y paja, sujetos a modalidades de contratación pensadas para evadir impuestos y facilitar la evasión de capitales. Peor aún, tampoco llegan a criticar a los jeques o multimillonarios asiáticos que compran clubs y se convierten en traficantes de personas (futbolistas) mercadeando con gentes a las que convierten, la mayoría de las veces, en estúpidos pintarrajeados hasta las cejas. Y peor aún, tampoco tienen en cuenta ni critican siquiera que los estamentos que dirigen ese fútbol profesional están en manos de personas que han sido apartadas de sus cargos por corruptos y se resisten a abandonar lo que les ha reportado tan pingües beneficios.
Mientras la sociedad se comporta de eso modo, entre complacencias laxas y ensañamientos bravíos, surgen los apóstoles del regeneracionismo, como Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse), capacees de proponer en un programa de gobierno la creación de una Secretaría para la Lucha contra la Corrupción pero, eso sí, dirigida por él mismo que, descendido del Cielo en medio de un halo luminoso y deslumbrante, será el Ángel de la Guarda de la Política y de los políticos españoles. Como afirma Santos Juliá en un artículo: “Que se regeneren ellos, los degenerados”. La corrupción es un mal extendido por la sociedad, tanto o más que sobre la Política. Cada corrupto, político o no, implica uno o varios corruptores igualmente corruptos, políticos o no. Hay que combatir la corrupción, la de todos, y armar éticamente a la sociedad para que en ella no lleguen a ser corruptos tampoco quienes son elegidos para dirigirla. Pero los arcángeles flamígeros, que buscan convertirse en dioses, no son lo más indicado para luchar contra ella, principalmente porque la infalibilidad de la que están poseídos nunca está suficientemente contrastada, y puede hacer que se les afloje la “tuerca” de la decencia.


FDO.  JOSU  MONTALBAN