DEBATES ESTÉRILES
(En torno al debate entre los líderes políticos ante el 26J)
Haré una confesión previa. Vi el debate de los cuatro
magníficos, -Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera-, con muy poco entusiasmo,
convencido de que aquello era una sucesión de poses e impactos diseñada por los
“listos” de cada uno de los partidos representados. Desde luego que esa fórmula
hermética, y pactada, que cronometra las actuaciones de cada cual, está basada
en la desconfianza de los cuatro líderes que acuden al debate con estrategias
debidamente pensadas con el objetivo de contrarrestar los efectos positivos que
pudieran acarrear las actuaciones de los otros. En esta ocasión, una vez más
los contendientes se empeñaron en mirar al pasado en lugar de desbrozar el
horizonte del futuro. Era la estrategia más fácil y sencilla para abordar el
debate en las condiciones por las que atraviesa el país. Unos (PP y PSOE),
afectados por ser más protagonistas de la crisis económica y social actual, por
haber estado presentes en las Instituciones mientras se ha gestado; y los otros
(P´s, y C´s), afectados por ese delirio que les lleva a asaltar los cielos con
el único instrumento de las promesas halagüeñas, que sean cumplibles o no es lo
de menos.
Sin embargo, no son precisamente los líderes que pugnan los
máximos responsables del fracaso del debate. La mayor responsabilidad es de
quienes han diseñado tradicionalmente el formato y de la churrigueresca
parafernalia que acompaña a los debates. La llegada de los líderes rodeados de
sus equipos colaboradores recuerda en alguna medida a la llegada de los toreros
previa a un festejo taurino. Los recibimientos, rodeados de una solemnidad a
todas luces excesiva, consiguen un adocenamiento de los líderes que es irreal,
porque a nadie se le ocurre pensar que, por ejemplo, las imágenes de Rajoy o
Iglesias puedan ser superponibles, y en el debate lo parecen, o se pretende que
lo parezcan. El escueto decorado, más o menos adecuado y bello para la ocasión,
tampoco dice nada a favor de la improvisación necesaria en cualquier debate o
discusión, de modo que parece que todo hubiera estado tan programado que
incluso los líderes esgrimen carteles en medio de sus intervenciones, como si
sus palabras necesitaran la fe de los periódicos o de los notarios. Y, por fin,
finalizado el debate, los televidentes aún siguen la evolución de los líderes
que han contendido, en sus camerinos, en las inmediaciones del lugar del
encuentro, o en las propias sedes de sus partidos, a las que llegan para ser
recibidos en medio de los gritos eufóricos de sus incondicionales… Aún queda
por desarrollar otro detalle del programa: las encuestas que los diarios
digitales desarrollan para que respondan a ellas incluso los que no han
presenciado el debate, por medio de las Redes sociales.
Como todo esto acontece en medio de un clima de seriedad y
rigor excesivos, da la impresión de que no se trata de un acto electoralista
más, sino de un prolegómeno del mismo día de las Elecciones. Esta lectura y
valoración del debate es la que ha hecho que siguiera el debate con tan escaso
entusiasmo. Porque ninguno de los cuatro arriesgó lo más mínimo, me quedó la
impresión de que cada cual iba arrimando el ascua a su sardina, a cada una de
las cuatro sardinas de forma paulatina, de tal modo que las sardinas terminaron
igualmente asadas y saladas, lo cual hizo que al final fueran difícilmente
distinguibles las unas de las otras. A la salida, a los cuatro les quedaba aún
un rictus de sonrisa, a veces forzada, y les quedaba la ufanía impostada de
mostrar ante los suyos y ante los entrevistadores, que habían sido los mejores
en el debate.
Jugando con la interpretación de cuanto aconteció en el
debate me permito advertir que terminé el acto del mismo modo que lo inicié,
claro está que yo tengo una determinada ideología (que se corresponde con una
formación política concreta) que conduce
mi voto hacia un objetivo y destino precisos –PSOE-, que vienen avalados
por principios, por programas y por la Historia, lo cual no es óbice para que
pueda estar equivocado.
Y termino, dejando una reflexión en forma de pregunta: ¿No
creéis que estos debates se quedan en poco más que mero folklore, en un
producto televisivo más? Terminarán siendo patrocinados por las marcas
comerciales… Si no, al tiempo…
FDO. JOSU MONTALBAN