QUÉ SOY YO: ¿SOY, ACASO, EUROPEO?
Cada minuto que pasa encuentro más dificultades para
responder a esta pregunta. No debería preocuparme porque cada uno ha de ser
aquello que se desprende de sus acciones, y mis acciones me delatan como lo que
soy, pero en estos tiempos de incertidumbre continuamente nos interrogan los
curiosos: primero investigan en secreto para saber quién eres, y después se
empeñan en saber qué somos. En la medida en que lo que somos convenga a los
otros, nuestro nombre, -quién soy-, empieza a ser pronunciado con mayor
énfasis.
Me he hecho esta pregunta tras escuchar una entrevista en la
que el responsable de una ONG que aboga por la integración cultural, religiosa,
social y económica de todos los humanos se ha preguntado por la identidad y
cualidades de la Europa actual y de los europeos. El pronunciamiento del
responsable ha sonado en mis oídos como si fuera un SOS, una voz de alarma, una
sirena plañidera y quejumbrosa.
A la vista de cuanto acontece no tengo interés en proclamarme
europeo porque las autoridades comunes que rigen Europa la han convertido en un
espacio miedoso e insolidario. Miedoso, porque esgrimen constantemente las
fatales consecuencias que puede tener la llegada de los inmigrantes y
refugiados que huyen de las miserias en que vivían en las áreas degradadas y
pobres del Norte de África, principalmente. Insolidario, porque el cierre de
las fronteras europeas a cal y canto nunca va acompañado de promesas creíbles y
proyectos que mejoren el hábitat y las condiciones de sus vidas en sus tierras
de origen. Europa ha convertido los espacios que la circundan en auténticos
cementerios. Los libros tendrán que incorporar a sus páginas las imágenes de
los fondos marinos atiborrados de huesos y calaveras. En dichos fondos también
deambulan las ilusiones y esperanzas de quienes emprendieron sus travesías
asqueados por tanto abandono, por tan flagrante inhumanidad.
Es por todo esto por lo que me duele tener que responder a la
pregunta del título. Sin embargo la pregunta se me muestra como inevitable,
porque los silencios se convierten en cómplices de las situaciones conforme se
alargan, y la pregunta retumba en mis tímpanos como si fuera el atormentado
redoble de un tambor de guerra. Las miradas inquietas de los refugiados que
llegan hasta nuestras costas son una advertencia, pero son sobre todo una
denuncia: la constatación evidente de que Europa ha perdido sus principios
morales, que ha dejado su alma sumergida en el abismo de los océanos que la
rodean. Los humanos convirtieron los mares en zonas transitables cuando
inventaron las embarcaciones. En realidad un barco no es otra cosa que un trozo
de un camino que flota sobre la inmensidad de las aguas: un camino que se mueve
por el mar y soporta la furia de las aguas. ¿A qué responde que neguemos esa
evidencia que representan quienes emprenden la travesía tomando esos caminos
flotantes para llegar a encontrarse con nosotros? El diagnóstico es tan
sencillo como certero: tenemos miedo a compartir lo que la Providencia nos dejó
de forma absolutamente arbitraria y desequilibrada. En resumen, nos hemos
convertido en humanoides, que es un modo muy defectuoso de ser humanos.
Y no solo eso, porque las prevenciones que han ido
apareciendo en los países europeos han dado pie a la instalación de formaciones
políticas de corte ultraderechista que están amenazando con practicar un
revisionismo de la Historia que dé al traste con el espíritu que estuvo al
frente de la construcción de la Europa social.
Europa fue un territorio con alma en cuyos habitantes siempre
anidaron valores inconfundibles. Estaba llamada a servir como modelo para el
Mundo. Se era “europeo” por pertenecer a un territorio determinado, pero se era
tal sobre todo porque se participaba de una conciencia colectiva que convertía
a la condición humana en un principio insoslayable que protegía los derechos
humanos de todos y abordaba las políticas socioeconómicas como condición básica
para forjar un marco de convivencia saludable e igualitario. Los padres de la
Europa comunitaria partieron de un principio amplio. “No habrá paz en Europa si
los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional”, dijo en
Argel el padre de la Europa comunitaria Jean Monnet. Y dijo también que “los
países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la
prosperidad y los avances sociales indispensables”. Como se ve, Jean Monnet
preveía entonces, hace más de medio siglo los avances de la Tecnología, los
descubrimientos cibernéticos, en suma, de qué modo evolucionarían la Economía y
la Política en el Mundo, convirtiendo a
los países asiáticos en ogros “sobrehabitados” que se convertirían en amenazas
para los países europeos y las economías con base social. África sería una gran
reserva natural y animal, colonizable por los países y empresas multinacionales
del Mundo más desarrollado. América sería un continente dividido en dos: un
Norte de raíz europea más parecido a una tierra conquistada a través del poder
económico, y otra América (Centro y Sur) también conquistada y al servicio de
quienes llegaron hasta allí con la intención exclusiva de explotar sus
riquezas.
En aquel contexto Jean Monnet creyó en Europa, y apostó por
potenciar su unidad no solo para contrarrestar a los poderes pujantes de otros
continentes y poblaciones, sino para potenciar el necesario desarrollo social.
No era un hombre de gran bagaje intelectual, si por tal se tienen los estudios
universitarios realizados y culminados, pero le asistían el sentido común y una
formación humanista basada en la observación y en los sabios consejos de su
padre: “No lleves libros…Nadie puede pensar por ti…Mira por la ventana, habla a
las personas…Presta atención a quien está a tu lado”, le dijo cuando, con solo
18 años, partió hacia la ciudad canadiense de Winnipeg iniciando un proceso
formativo basado en la observación de los fenómenos que se sucedían en
diferentes partes del Mundo.
Me pregunto hoy, ¿qué proposiciones plantearía Monnet para
regenerar a esta Europa pacata, miedosa e insolidaria? ¿Sería capaz de
recuperar para ella el espíritu solidario? ¿Lograría reconducir las conciencias
errantes de los europeos hacia espacios de solidaridad, conseguiría
contrarrestar la pujanza de las formaciones ultranacionalista que han surgido
en todos los países europeos y ya amenazan con ser fuerzas fundamentales y
decisivas en sus países? Porque lo necesario es que Europa se reinvente de
nuevo y vuelva a ser un ejemplo de desarrollo económico, pero soportado en el
desarrollo humano. Esta Europa, que cuenta con más de 400 millones de europeos
adscritos a la Europa comunitaria, no es capaz de acoger a los refugiados
sirios a pesar de que en la guerra de la que huyen se jueguen intereses
estratégicos de algunos países europeos. Todas las vías de acceso a Europa para
los atribulados humanos que vienen huyendo de la miseria y las barbaries han
sido valladas en contra de las leyes y tratados más modernos (léase Schengen).
Los migrantes que llegan son deportados y expulsados, las barcazas se hunden en
el mar empujadas por la intransigencia y las medidas de control de aforos de
personas tan incontroladas como brutales.
Por eso me pregunto “qué soy yo”. En este caso sé muy bien
qué quiero ser, pero sé mejor qué no quiero ser. No quiero ser europeo de los
actuales, de los que asisten desde fuera a las Elecciones austriacas y solo
porque sean consecuencia de un proceso democrático en su ejecución, apenas se
sorprenden por el empate técnico entre liberales y ultraderechistas. De modo
que soy “europeo” porque nací y vivo en territorio europeo. Lo es mi espíritu
solidario y mi concepción de Europa como la que Monnet pergeñó junto a quienes
iniciaron su construcción… Pero no soy europeo si para serlo tengo que
considerarme uno más de los que ponen fronteras entre los países europeos, si
tengo que aceptar el Mediterráneo como una barrera que separa y defiende a
Europa en lugar de como vía de comunicación y confluencia de caminos, si tengo
que asumir que las fronteras entre los países escandinavos y Rusia sean
impermeables a ultranza, si tengo que aceptar que el Atlántico se convierta,
junto al estrecho de Gibraltar, en un sepulcro silencioso. Si tengo que asumir
todo esto, pido a las autoridades competentes que me borren del listado de los
ciudadanos europeos.
Fdo. JOSU MONTALBAN