BÁRCENAS Y OTEGI
Puede ser que este artículo resulte, a la postre, demasiado
simple, simplista más bien, pero la calle es un lugar compartido por todos, donde se habla con palabras
sencillas, donde no es necesario esgrimir ningún currículo para poder opinar.
Este artículo solo relata algo que escuché en la calle, concretamente en un bar
en el que una televisión situada en el rincón más visible mostraba a Arnaldo
Otegi ocupando toda la pantalla. Los que allí estábamos, -todos bebedores
moderados-, nos entregamos a una sencilla conversación en la que repetíamos
determinadas frases hechas que hemos ido acuñando a lo largo de nuestras vidas
y vivencias.
Poco después, una vez terminada la noticia referida a Otegi,
apareció en pantalla Bárcenas, y Rodrigo Rato, y Rita Barberá, y algunos otros
personajes algo menos conocidos. Y en ese momento se desató un murmullo, y
afloraron insultos que no habían surgido con motivo de la información sobre
Otegi. Había, entre los diferentes insultos, una frase lapidaria: “¡Qué lo
devuelva!”. Me parece una frase muy apropiada para la ocasión. En la educación
que hemos recibido en nuestros años infantiles, de tradición cristiana, el
pecado de sisa o robo, -generalmente unas pocas monedas sustraídas del monedero
de la madre-, solo se perdonaba cuando, tras ser confesado, se producía la
restitución del dinero a la fuente original. El robado debía ser resarcido de
su pérdida. Por eso me pareció muy sabio que aquellos clientes del bar
reclamaran como ciudadanos enfadados que quienes han robado a las arcas
públicas devuelvan todo el dinero afanado.
Sin embargo, no entiendo que aquellos mismos escucharan las
palabras de Otegi y no le reclamaran nada. Incluso no faltó quien se atrevió a
decir que los últimos seis años de cárcel, por injustos, deberían serle
compensados con una buena recompensa dineraria. De poco sirvió que alguno, más
enterado que los demás, recordase que había colaborado con ETA y la había
apoyado en buena parte de sus acciones mortales. De nada sirvió recurrir a la hemeroteca
para constatar su participación en algún acto terrorista que había costado
extorsiones (impuesto revolucionario incluido), libertades y vidas. Otegi era,
según ellos, un perseguido o un infortunado vilipendiado y apaleado por los
“aparatos” del Estado. Así acabó todo, con los vasos vacíos y el ambiente lleno
de dudas y de miedos.
Por eso quiero acabar aquel pasaje con este artículo tan
sencillo y simplista como certero. Soy consciente de que Bárcenas nunca llegará
a pagar su deuda con los españoles hasta que no retorne los millones robados a
las arcas públicas. Pero en el caso de Otegi, que opta a gobernarnos a los
vascos, también tiene que haber restitución de lo robado, y si lo robado fueron
vidas humanas, deberá devolverlas. Ya sé que eso no es posible porque, como
dice Serrat en una de sus canciones más memorables, “los muertos están en
cautiverio y no los dejan salir del cementerio”. De modo que Otegi, a pesar de
su buena voluntad actual, está tan inhabilitado para gobernar como lo puede
estar Bárcenas. Hay manchas que no solo son imborrables, sino que se extienden
conforme el tiempo y la memoria las traen a nuestras mentes y bocas. Es
cuestión de decencia y de principios éticos.
¿Alguien cree que Bárcenas podría optar a Presidente de algún
gobierno, nacional o regional? Pues apliquen la misma norma a Otegi. Salvando
los detalles, “Bárcenas eta Otegi berdin-berdinak dira”.
Fdo. JOSU MONTALBAN