LA “CLAQUE” DEL HEMICICLO
¿Saben lo que era la “claque” en los teatros y en los
espectáculos? La definición más sencilla y precisa es “conjunto de personas que
aplauden en un espectáculo a cambio de remuneración o entrada gratuita”. Es
decir, que la “claque” ha estado integrada por simples amantes de un
determinado espectáculo, faltos de moneda, o por profesionales de un gremio
que, con sus vítores y aplausos pretenden revalorizar los espectáculos en los
que ellos podrían actuar en cualquier momento. La famosa y omnisapiente Wikipedia
recoge pasajes y alusiones curiosas respecto a esto. Por ejemplo, que Nerón
llegó a convocar a 5.000 jóvenes de ambos sexos, previamente seleccionados
según sus características, para que aplaudieran sus discursos. Recoge también
que Manuel Machado, Pérez Galdós, Azorín, Benavente, Valle Inclán o Fernán
Gómez ejercieron como “claque” en los teatros madrileños, y de otros lugares de
España, lo que tenía como utilidad realzar y revalorizar el teatro, del cual
vivían también ellos.
En versión mucho más moderna y actual los programas
televisivos de chismorreo suelen contar con una “claque” en la que son legión
los jubilados y personas de edad provecta, que aplauden y vitorean y cantan
incluso cuando el regidor lo solicita, eso sí, cesando en los aplausos en el
mismo momento que el regidor les conmina a hacerlo. En realidad esto de la
“claque” es una patochada de tomo y lomo, al menos en la concepción de la
palabra como “hecho disparatado o estúpido”. Aplaudir al dictado no es otra
cosa que maltratarse las manos entre sí.
Bueno, ¿qué decir de la “claque” del Hemiciclo, del Congreso
de los Diputados, de quienes aplauden a sus compañeros de partido, digan lo que
digan y lo digan como lo digan, puestos en pie y enardecidos? ¡Eso sí que me
parece estúpido! Porque no todas las intervenciones merecen aplausos, aunque
las protagonicen los propios. Y hay, sin duda, intervenciones que los merecen
aunque las pronuncien los ajenos, quizás no por el fondo del contenido pero sí
por la forma o por la puesta en escena elegida por el orador. (Lo digo con
conocimiento de causa pues fui diputado en aquel lugar y, ¡ay!, en alguna
ocasión también aplaudí intervenciones poco merecedoras de aplausos solo porque
eran de los míos: siempre procuré evitar los aplausos, pero la presión ambiental
pudo con mi voluntad en alguna ocasión).
Justo antes de comenzar la escritura de este artículo he
asistido, televisivamente, al debate sobre la crisis migratoria y los acuerdos
entre la UE y Turquía, en el Congreso de los Diputados. Será por el mayor
fraccionamiento del elenco de diputados actual, o será por la exacerbación con
que actúan los líderes, pero la profusión de aplausos me ha parecido realmente
excesiva. Peor aún, el aplauso se está convirtiendo en un instrumento que
confunde a quien asiste a los debates con ánimo de enterarse de algo. Ejemplo:
Rivera ha sido interrumpido por los aplausos de los suyos cuatro veces en poco
más de dos minutos, bien está que lo haya hecho Toni Cantó que es hombre del
espectáculo, pero no tanto que lo haya hecho Maura que es hombre pensador y de
semblante más bien taciturno.
Aquí, queridos Amigos, no se salva ni dios (perdonen el
término). Obran igual las derechas y las izquierdas, los nacionales y los
nacionalistas, los españoles y los que, siéndolo, no quieren serlo. Importa el
ruido porque la “claque” funciona sin bases de actuación sólidas ni criterio
definido: solo mete ruido. Aceptaría ese modo de comportarse si alguna vez
hubiera visto a algún diputado aplaudir durante la intervención de otro, pero
de algún grupo diferente al suyo. Parlamentar exige esfuerzo, tanto para
quienes opinan de un modo como del contrario, por eso no sería malo que se
pudiera aplaudir de forma mesurada y con criterio, pero vitorear o aplaudir por
fanatismo constituye una aberración si se hace en el Congreso, que es cuna y
seña de la voluntad democrática y popular.
Lo más curioso es que ahí donde los diputados aplauden y
abuchean hay un espacio destinado al público que asiste voluntariamente a los
debates. A ese público no se le permite aplaudir ni vitorear, tampoco
reivindicar nada utilizando pancartas o carteles, todo lo más son sus gestos o
muecas los que les suelen delatar. Es esta una razón más para criticar a esas
“claques” que actúan cada día en el Congreso y lo convierten en una especie de
patio de Monipodio. También es curioso que quienes dicen haber venido a la
Política para cambiarla, es decir los emergentes, no encuentren en estas
actuaciones, cuya única función es distraer al espectador e impedir su atención
responsable, un motivo de queja. Ellos, -Podemos y C´s-, también aplauden,
abuchean, interrumpen e inventan distracciones gratuitas, claro está que según
dicen lo hacen como tributo la libertad de expresión. En resumen, que si
quienes aplauden y abuchean pueden equipararse a la vieja “claque” de los
espectáculos teatrales o circenses, hay que convenir que el Hemiciclo, ahora
mismo, se parece a un circo o un teatro que a un Foro de debate.
FDO. JOSU MONTALBAN