FARSA Y TRAGEDIA EN UN MISMO ESCENARIO
No ha sido anunciada debidamente en las carteleras pero la
conclusión es que asistimos en un salón de teatro, en un escenario en el que se
representa una obra que contiene dos libretos. Los actores se empeñan en que el
resultado final obedezca a los cánones tradicionales. La obra ha de tener un
argumento definitivo que, partiendo de unos hechos permita al espectador narrar
cuanto ha presenciado y sacar las oportunas conclusiones.
El escenario está lleno de actores y actrices que se mueven
con absoluta naturalidad. Quienes asistimos desde el patio de butacas no
paramos de hacer comentarios. No solo valoramos lo que hacen los actores y las
actrices sino que censuramos otros muchos aspectos de la representación, como
son los diálogos. Con esa actitud participativa, aunque expectantes, nos hemos
sentado en el patio de butacas pero, ¡ay!, nos creemos los dueños del teatro, y
la obra que se representa es tan realista que nos convierte en actores
despiadados. Somos la turbamulta que vocea sin ningún atisbo de vergüenza
pretendiendo justificar o injustificar cuanto ocurre en el teatro… ¡Ah, que no
les había anunciado cuál es el título de la Obra: “La tragedia de los
inmigrantes y la farsa de los mandatarios”. Como se ve, el título no es nada
comercial porque es demasiado largo, pero me parece impactante y, sobre todo,
real.
Voy a reducir el argumento a lo que en realidad es, aunque si
uno sigue la obra con atención a través de los comentarios que ofrecen los
críticos en los periódicos y revistas, se va a encontrar con todo tipo de
interpretaciones sesgadas e interesadas. En resumen, que en el gran escenario
que es el Mundo, en que viven miles de millones de seres humanos, se suceden
hambrunas que matan a quienes no encuentran qué comer; se desatan catástrofes
naturales que destruyen poblados y arrasan sembrados que deberían alimentar a
quienes viven en ellos; que de repente se propagan enfermedades y epidemias que
diezman a las poblaciones y, además de muertes a granel, provocan miedos
inaguantables; que a causa de la mezquindad humana se levantan en violencia y
armas unos grupos contra otros a causa de sus diferencias naturales (grupos
étnicos), o de sus diferencias sociales y económicas (castas, clases sociales);
que como consecuencia de todo ello las gentes van y vienen ignorando la miseria
que suponen las fronteras, ya sean las naturales –clima, cordilleras,
desiertos, mares…-, o las otras fronteras artificiales –alambradas, muros,
cuerpos de vigilancia armados hasta los dientes-, que se comportan con
inhumanidad, con mucha menos benignidad que las fronteras naturales. Hasta aquí
la Introducción de la obra.
El nudo de la obra es enrevesado, no responde a las mismas
intenciones. Los actores comparten el escenario pero, una vez en él y sometidos
al veredicto de los que contemplan los hechos desde las butacas,
confortablemente sentados, son para unos los aplausos y para otros los
abucheos, cuando no la lluvia de tomates aplastados. En esta obra están
recibiendo aplausos los que se muestran más intransigentes, los que niegan a
los inmigrantes y refugiados su derecho a buscar y encontrar una vida digna, no
más digna que la que ya viven los que abuchean. Se aplaude con mayor estruendo
a quien más violentamente se opone a los necesitados y menesterosos. Por algún
rincón del patio de butacas se ven algunos que lagrimean y sienten pena ante
los que llevan el sufrimiento en sus miradas afligidas; se ven otros que
intentan contrarrestar los abucheos con palmadas remisas que apenas se perciben
en medio del estruendo; y se ven los que no quieren ver aquel desordenado
vocerío y salen despavoridos. Todo ello sucede cuando algún actor del grupo de
los mandatarios se atreve a decir a los que emigran y se refugian que no hay
refugio para todos, peor aún, que solo hay refugio para quienes no lo necesitan
porque ya viven en el mundo de los satisfechos, y la satisfacción tiene sus
límites.
El desenlace no puede ser más deprimente. Acontece justo
después de que han acabado las discusiones más encarnizadas, cuando han salido
de la sala los espectadores más críticos, dispuestos a enrolarse en cualquier
ONG que suavice el problema a los sufridores y se lo haga más llevadero y
soportable. Cuando tiene lugar el desenlace en esa sala interactiva cada cual
sabe qué papel representa. Sólo los sufrientes inmigrantes y refugiados
mantienen su posición, aunque sus semblantes sean más apesadumbrados que al
principio porque, quienes ellos creían que eran sus semejantes y que, por ello,
se verían obligados a ayudarlos, les han dado la espalda y prefieren aceptar
las actuaciones que han anunciado los mandatarios, aunque les parezcan
despiadadas e inhumanas.
El teatro se ha ido vaciando. Los mandatarios han hecho mutis
por el foro para dirigirse a sus sedes oficiales a dictar las resoluciones
pertinentes, o han salido con celeridad hacia sus casas para ver la serie
televisiva de moda, ataviados con una bata de terciopelo y unas pantuflas
adquiridas en su último viaje oficial. El patio de butacas también se va
vaciando. Las gentes abandonan las butacas en riguroso orden, en fila india,
con cara satisfecha porque sus mandatarios han prometido que mantendrán el
ordenamiento, y en ese orden prometido ellos no están ni retrasados ni
desvinculados. Nadie aplaude ya, porque los únicos que quedan en el escenario
son los parias de la Tierra, los desposeídos, los pobres del Mundo que viven
atribulados, sumidos en su incertidumbre y su tristeza, siempre a la espera de
que venga un rayo y se los lleve… Pero que se lleve, ¿a quién? Lo mejor será
que se lleve a los desalmados, a los insolidarios, a quienes ven a un
inmigrante pobre y no aborrecen a los ricos egoístas e inmisericordes, a
quienes ven a un refugiado y no giran los cañones para disparar contra los
mismos que los manejan, a quienes miran hacia las fronteras con beneplácito, a
quienes creen que sus cuentas corrientes dotadas con muchos ceros hacia la
derecha son el premio a su diligencia y no un ramalazo de la fortuna, a quienes
ponen tanto énfasis en subrayar sus merecimientos y tan poco en los de los
demás, a quienes no son humanos…
Queridos Amigos, escribo este artículo en plena Semana Santa,
aburrido por la banalidad con que los cristianos viven esta fiesta tan suya, y
escandalizado por quienes, sin ser cristianos, aprovechan la ocasión para
mostrar su poderío económico en los lugares de moda. Yo no soy cristiano, pero
asisto a este “cristo” de los refugiados e inmigrantes con tanta pena como
rabia e indignación. Europa, es decir los rostros de los europeos que también a
mí me representan, produce grima. Poco a poco en Europa se van generando grupos
fascistas en todos los países que la componen y la completan. El fascismo, al
que ya nadie llama de ese modo, avanza con descaro deshumanizando la sociedad
que dice estar construyendo. Europa no está haciendo lo suficiente para parar
las guerras en el norte de África, que provocan éxodos masivos a los que no
recibimos como a necesitados sino como a invasores. Europa, que genera
multinacionales y empresas desnaturalizadas, se ocupa más de explotar el suelo
africano que de rescatar a sus gentes de la miseria que padecen. Europa, tal
como se comporta ahora, no merece la pena.
Amigos, escribo este artículo mientras los campamentos de
refugiados se colapsan de adultos desesperanzados y de niños desilusionados.
Mientras al “lobo” Turquía se le ha conferido la misión de controlar el rebaño
de “ovejas” que son los refugiados. Todo esto mientras la cobarde Grecia (por
cierto, gobernada por la ultraizquierdosa Syriza) participa en el contubernio
representando un papel estelar… ¡Qué
vergüenza, Amigos!
Fdo. JOSU MONTALBAN