El día de Jueves Santo la villa más antigua de
Bizkaia es la Villa de los Barbudos. En cualquier taberna del pueblo quienes
toman vino llevan la barba crecida. Las gentes de cualquier edad dejan crecer
su barba porque al día siguiente, el Viernes Santo, tienen que intervenir en el
magno acontecimiento teatral en el que se mata a Jesucristo.
La Villa de los Barbudos, en Jueves Santo, ya huele
a dolor y a sufrimiento. El pueblo entero está dispuesto a ser, a la vez,
verdugo y azotado, Jesús y ladrón, Ecce Homo y Barrabás, Magdalena y sayón,
Pilatos que se lava las manos y Sumo Sacerdote que pide la muerte del impostor,
Simón Pedro y Judas Iscariote, espectador y espectado.
Los jóvenes o los viejos, indistintamente, se dejan crecer
la barba, blanca u oscura, para trasladarse a aquel tiempo en que los hombres
apenas cuidaban su figura. Las barbas resplandecen bajo el sol en las estrechas
calles de Balmaceda, salpicadas de gotas distraídas de vino o cerveza, entre
vahos amarillentos de nicotina que convierten las bocas en cuevas sugerentes.
Hay barbas que no creen en Dios; otras creen que si
Cristo era Dios no precisaba dejarse matar y hacer tanto esfuerzo; las hay que
no se preguntan nada y sólo hacen imitar a las de sus antepasados; y las hay,
por fin, que nacen como renuevos surgidos en una tierra abonada por la
tradición y la leyenda.
Aquella mañana de Jueves Santo estaba apacible. Las
gentes tomaban el vino con pasión y apasionadas. Las callejuelas dibujaban
lágrimas y los cantones semejaban canales de comunicación entre una pena y otra
pena. El tiempo, ajeno a todo, pasaba sin mover ni una brizna de aire. Tras la
noche, la villa dejaría de serlo para convertirse en un gran escenario en el
que los autores y los actores iban a demostrar que la Religión es capaz de
rendirse a la Historia cuando ésta impone sus costumbres.
En Balmaseda, en Jueves Santo, todo puede ser
mentira. Todo menos el tosco semblante de los barbudos.
Fdo. JOSU MONTALBAN