La frase que ha servido al Alcalde de Madrid, Alberto Ruiz
Gallardón, para pedir una ley que permita retirar a los indigentes de las
calles merece una disección meticulosa, porque siendo verdad delata una
absoluta falta de sensibilidad social, y muestra bien a las claras que a la
derecha le molestan los pobres, aunque la pobreza y sus rigores les pasen casi
desapercibidos. Gallardón ha afirmado hace algunos días que “todo aquel sin techo que duerma en la calle en
Madrid es por su voluntad y no por necesidad”. Se ha mostrado partidario de
hacer una ley de rango estatal que permita retirar a los indigentes de las
calles, incluso recurriendo a métodos coercitivos. ¿A qué responde esta
pretensión a tan escaso tiempo de las Elecciones? Supongo que a la estrategia
de sumar votos en aquellas zonas donde proliferan los sin techo, por aquello de ser fiel a la táctica del grano que no
hace granero pero ayuda al compañero.
La noticia ha salido en los periódicos y ha llenado buena
parte del tiempo de las tertulias en radios y televisiones, pero los
tertulianos han analizado muy poco el fondo del problema que se reduce a la
brutal constatación de que el sistema capitalista, -tan perfecto, tan
inmejorable, tan único-, genera pobres, tan de solemnidad que tienen que vivir
de día y de noche en la puñetera calle. En realidad Gallardón se refirió a los
indigentes que “duermen” en la calle y no dijo nada de los que viven en ella
durante todo el día que, en cantidad, son los mismos más los que duermen en los
albergues. Y lo dijo en una Jornada sobre Seguridad celebrada en una seda de la Policía Municipal.
¿A quién quería tranquilizar? Quizás a los agentes, a quienes una ley de tal
naturaleza les permitiría obrar de modo semejante a los empleados del servicio
de limpieza, recogiendo despojos humanos del mismo modo que se recogen y
retiran de las calles los despojos materiales.
Los reportajes que han ilustrado la noticia han ofrecido
testimonios contundentes que contradicen las afirmaciones de Gallardón y
desenmascaran la miseria que se esconde tras los servicios de acogida y
albergues para indigentes que ofrecen las instituciones. Porque el tiempo en
que un indigente puede servirse de un albergue es muy limitado (una semana) y
porque la hora de acogida es las diez de la noche y la hora de salida las ocho
de la mañana. Si la indigencia fuera una mera contingencia o un accidente
pasajero esos servicios resultarían lógicos tal como están concebidos, pero la
indigencia de quienes viven y pernoctan en las calles de las grandes ciudades
es estructural y en muchos casos permanente. Se trata del pez que se muerde la
cola: primero es la ausencia de trabajo remunerado y cobertura económica la que
les convierte en indigentes confiriéndoles un aspecto determinado que, poco a
poco, les aleja irremisiblemente de la posibilidad de poder encontrar un nuevo
trabajo. De modo que no es su libre voluntad la que les confina en las calles,
sino el conjunto de vicisitudes y circunstancias que terminan por expulsarles
fuera de los márgenes. Esa y no otra es la razón de que la sociedad les margine
y les expulse fuera de ella. Malo es que la sociedad obre de esa manera, pero
que un Alcalde se permita hacer afirmaciones tan gratuitas y despiadadas denota
la profunda crisis de valores que sustenta actualmente nuestra convivencia.
En nuestra ciudades, -como en las de todas las grandes
ciudades del mundo-, hay demasiados indigentes. Cuando existía la URSS los diarios de los
países capitalistas mostraban cada poco tiempo fotografías de personas de ambos
sexos, aviejadas, desarrapadas y desaseadas, generalmente ebrias y con alguna
botella de licor en la mano, para profundizar en los detalles. Querían enseñar
la perversa falacia de que el socialismo (el llamado “socialismo real”) generaba
miseria y abandono. El capitalismo, en cambio, mostraba sus ciudades impolutas,
y cuidaba de que en las fotografías no salieran elementos discordantes ni
personas de baja condición económica y social. Y bien, el “socialismo real”
cayó. Ahora mismo el Mundo está regido por sistemas capitalistas. Sólo pequeños
reductos, a modo de reliquias, mantienen sistemas comunistas de economía
cerrada y planificada y Estados herméticos. Ahora los suburbios son solo
productos derivados del capitalismo y la Economía del Libre Mercado; las bolsas de pobreza
son generadas por el capitalismo; las desigualdades sociales son consecuencia
del modo profundamente injusto con que el capitalismo distribuye la riqueza; la
pléyade de indigentes que engalana los centros neurálgicos de nuestras urbes
son fruto del frondoso árbol de capitalismo. Por tanto, no seré intransigente
con quienes dicen que el comunismo fracasó, pero me permito afirmar que estamos
asistiendo al más contundente fracaso del capitalismo, y me permito subrayar que
si el comunismo no fue capaz de crear sociedades ricas, el capitalismo que dice
generar tanta riqueza precisa y obliga a redistribuciones injustas que generan
tanto ricos insolidarios como pobres de solemnidad, pero muchos más de la
segunda condición que de la primera. Y en medio esa “clase media”
desideologizada que, empeñada en llegar a hacerse rica, jamás mira a la
creciente zona depauperada donde residen los indigentes. En resumen, la
sociedad comunista fue más justa (o menos injusta) que la sociedad capitalista.
Pero volvamos al asunto. Resulta que Gallardón no quiere que
haya indigentes que duermen en las calles. Si por él fuera permitiría que los
policías municipales les llevaran, incluso a punta de pistola, a los centros de
acogida. La calle es suya y la quiere como a él le gusta. “La calle es mía”, es
una frase famosa que Fraga Iribarne pronunció antes de mandar abrir fuego si
fuera necesario contra unos manifestantes. Lo que ahora propone Gallardón
participa de los mismos principios. Su Madrid no admite a los indigentes que el
capitalismo que él ejerce e impulsa desde la Alcaldía , produce. Es
evidente que lo único que no tiene dueño, y puede ser utilizada por todos, es
la calle. De día y de noche la calle es de todos: es la fortuna y el caudal de los
desheredados. En ella cabe todo, dormir de día y estar despierto durante la
noche. Soñar de día y vivir de noche, todo es posible en la calle que es de
todos, incluso del Alcalde de Madrid Don Alberto Ruiz Gallardón.
Se equivoca el Alcalde. Se trata de hacer desaparecer la
pobreza y la indigencia, y no de gestionarla en su provecho. La gerencia de la
indigencia pasa por articular medidas que llenen los bolsillos de los
miserables de lo básico para vivir y no de mugre o de telarañas. Por las calles
de Madrid, en la noche, vagabundean muchos especimenes de personas que merecen
ser controladas mucho más que los inocuos indigentes que sueñan en los
soportales, bajo trapos y cartones, con un mañana en que la abundancia llegue a
agobiarles. Debiera Gallardón crear la “Gerencia de la Indigencia ”, y poner en
ella a avezados economistas capaces de convertir la Economía en algo útil
para todos. ¡Todos! En la puerta de la Gerencia un ujier para que les abra la puerta y
trate, con el máximo respeto, a los pobres desheredados de la Tierra. Eso sí, si la Gerencia funciona como es
debido, en ella sobran los Policías.
Fdo. JOSU MONTALBAN