¿Volveremos A tropezar en la
misma piedra? Cabe la posibilidad porque anda por ahí un magnate de EEUU
ofreciendo duros a cuatro pesetas. Las páginas de los diarios empezaron a
mostrarse halagüeñas, lisonjeando a un tal Sheldon Adelson que es dueño de una
fortuna de 16.200 millones de euros. En la lista de los más afortunados,
económicamente hablando, de EEUU ocupa el lugar tercero, y en la de todo el
Mundo en el lugar 16, según Forbes, que es una revista cuyo lema es “La
Herramienta del Capitalista”. La razón por la que introduzco el asunto
recurriendo a esto es que la citada revista, que ve la luz cada quince días,
publica también un suplemento que se titula “Estilo de Vida”. Y de eso se
trata.
El tal Sheldon Adelson es un
magnate, aunque en uno de sus más ruines significados, porque el término
“magnate” surge de la raíz “magnas” para significar “gran persona” o “persona
noble”, y a mí no se me ocurre atribuirle tal característica a la vista de sus
intenciones, de su actividad y de las proposiciones que ha hecho en nuestro
país. Del mismo modo que aterrizaron otros acaudalados, -quienes abrieron
Tierra Mítica; quien presentó el Grand Scala que puso los dientes largos a los
aragoneses de los Monegros y aún no han visto una piedra sobre otra; quienes
instalaron la Isla Mágica en Sevilla escasos años antes de suspender pagos;
quien incitó a cambiar leyes que permitieran las expropiaciones necesarias para
levantar Port Aventura en Tarragona; o el complejo de la Warner en Madrid,
etc-, el magnate de los casinos Sheldon Adelson ha propuesto que su empresa Las
Vegas Sands abra un complejo gigante en Madrid o Barcelona.
Si el asunto fuera trigo limpio
el magnate habría llegado, habría buscado el lugar idóneo y se habría puesto
manos a la obra. Pero no, nada de eso, como si se tratara de un filántropo ha
puesto sobre las mesas oficiales los números y las condiciones. Ambos apartados
están en consonancia porque para exigir tales condiciones, -leoninas, ilegales
e inmorales-, primero ha inflado los números, de tal modo que imagino ya el
babeo de los responsables institucionales españoles al escucharle: Eurovegas
(que es el nombre del proyecto) es una inversión superior a 15.000 millones,
que va a crear 164.000 empleos directos y 97.000 indirectos, dedicados a
atender 6 megacasinos, varios campos de golf y 18.000 máquinas tragaperras, más
los 12 hoteles (36.000 camas) y las 50.000 plazas de restaurantes bien
diversos. ¿Quién no babea ante estas cifras? Y claro, en pleno efluvio el
magnate omnipotente y todopoderoso debió largar sus condiciones, más propias de
un bandolero que de un arriesgado empresario.
Clama al cielo que los
responsables políticos no hayan respondido de modo inmediato al magnate
rechazando las condiciones esgrimidas. No solo ha reclamado excepciones en la
legalidad urbanística, que pueden conseguirse mediante modificaciones en las
calificaciones urbanísticas, sino también en materia fiscal, laboral y
medioambiental. Exenciones fiscales a la carta, contratos laborales
irregulares, permiso de acceso a las instalaciones a menores y ludópatas
declarados (a los que el Estado español viene protegiendo para favorecer su
recuperación), conversión de las instalaciones y la actividad en una especie de
paraíso fiscal, derogación de la Ley del Tabaco en las instalaciones y
alrededores, y tantas otras condiciones reclamadas, que deberían haber
provocado una voz de alarma de los políticos y gobernantes receptores de las
propuestas. Y no sólo por la propia naturaleza de lo solicitado sino porque
quien viene de ese modo está dispuesto a irse del mismo modo en cuanto su plan
flojee, dejando empantanado el proyecto, convirtiendo el lugar en un vertedero
de materiales de construcción y edificios abandonados.
En España hay experiencias
suficientes como para haber aprendido la lección y no volver a tropezar. Dense
una vuelta por la bellísima costa almeriense y piensen en la barbaridad del
complejo hotelero de El Algarrobico, que iba a salvar la vida de aquellas
gentes humildes de Carboneras. Vayan a Seseña y comprueben en qué quedado el
poblado de más de 13.000 viviendas que prometió levantar El Pocero con el
beneplácito de las autoridades municipales; si lo ven al atardecer sentirán
incluso miedo ante tal “inhospitabilidad”. Recorran la costa del sur de España,
donde empresarios ocasionales prometieron a Alcaldes oportunistas convertir sus
pueblos en manantiales de dinero y prosperidad. Miren desde los altos a través
de los cuales se accede a la villa de Castro Urdiales y entristézcansela ver
como la bellísima villa marinera ha quedado convertida en un amasijo de casas
desordenadas (aunque alineadas), muchas de ellas deshabitadas durante la mayor
parte del año, mientras su casco histórico se deteriora porque lo que iba a ser
“riqueza para todos los castreños” se ha convertido en deterioro y denuncias de
corrupción. España está llena de ejemplos que nos deberían llevar a reaccionar
ante el proyecto del magnate Adelson no con escepticismo sino acompañando
nuestros juicios con todo tipo de prevenciones. Que las derechas de Madrid y
Barcelona hayan respondido con cierta discreción no tiene que ver con ningún
tipo de cautela a causa de la crisis imperante, sino con la disposición a
aceptar el proyecto siempre que no se levanten estridencias pero, en todo caso,
dispuestas a supeditar la legalidad y la moralidad a la consecución del éxito
económico y financiero.
Lo que está detrás de todo esto
es un “estilo de vida”, al modo que proclama y acepta el suplemento de la
revista Forbes. El escritor Rafael Argullol ha publicado un artículo,
justamente cuando yo completaba este. Muy atinadamente dice: “La “marca
Barcelona” y la “marca Madrid”, los territorios más potentes de la “marca
España”, en lugar de afrontar el real desafío de fomentar el trabajo mediante
la creatividad y el conocimiento, se deslizan por lo más cómodo, por lo que
puede fomentar más fáciles expectativas y, con una ceguera propia de demagogos,
por lo inmediatamente más rentable, sin contar para nada la experiencia
reciente de nuevorriquismo y corrupción. La orgía de la construcción, por
cierto, proporcionó centenares de miles de puestos de trabajo, luego destruidos
de manera multiplicada”
¿Volvemos a las andadas?
¿Volveremos a potenciar el enriquecimiento fácil y, sobre todo, rápido?
¿Volverán a ser los gobernantes como los aventureros que arriesgaban todo en
busca de oro, despreocupándose de los ciudadanos? ¿Volverán los votantes a
preferir a los atrevidos, antes que a los serios y previsores? ¿Volverá la
insolidaridad y la necia (des)ideologización de los del “gato blanco o gato
negro pero que cace ratones”? ¿Volverán a hacerse famosos los magnates sin
magnanimidad ni nobleza, sin escrúpulos? Ciertamente, estos magnates acuden a
aquellos lugares en los que saben que encontrarán cómplices tan desalmados como
ellos. Cómplices sí, capaces de negar que un magnate “de los casinos” tiene más
que ver con la perversidad que con la benignidad. “De acuerdo con estas voces,
los casinos, como todo el mundo sabe, ya no están vinculados a la mafia, la
droga y la prostitución, sino a dulces excursiones familiares en las que los
niños aprenden a jugar bajo la cómplice mirada de sus progenitores”, proclama
Rafael Argullol con amplias dosis de crítica y sarcasmo.